La nueva estructura defensiva

3-La nueva estructura defensiva

Los bruscos cambios que vivió Europa en el siglo XVIII, con una coyuntura internacional marcada por el belicismo entre las diferentes potencias, hicieron que las autoridades del virreinato de Nueva España, y también de la metrópoli, variasen toda la estructura defensiva del norte, reelaborando un nuevo modelo lo suficientemente efectivo para frenar primero a los franceses y británicos; posteriormente sería utilizado para intentar paralizar a los norteamericanos. En la segunda mitad del siglo XVIII la zona había conocido un auge económico derivado de la nueva política de los Borbones. El incremento de las cabezas de ganado, el rápido despegue de la minería, que convertirían a México en la "perla de la Corona", y el desarrollo de la agricultura preveían un futuro más que próspero, y con ello un traspaso de rentas a la Hacienda Pública mucho más importantes.

Esa boyante situación económica podría peligrar si algunas potencias enemigas llevaban a cabo viejos planes de ocupación de la zona minera, pero también si los hostiles indios del norte provocaban un "parón productivo" con el aislamiento de algunas regiones vitales (47), especialmente las argentíferas.

El primitivo plan defensivo para todo el septentrión, diseñado en la época de Felipe V, estuvo centrado básicamente en cuatro presidios, a saber: el de San Antonio de Béjar, el de San Miguel de Adaes, el de la Bahía del Espíritu Santo y el de Pensacola (48). Pero las medidas adoptadas no fueron suficientes para contrarrestar la presión franco-británica (49) y la involución en el proceso ofensivo de diferentes naciones indias (50). Por todo ello, y como consecuencia de la evolución geoestratégica de la zona, se instituyó un nuevo plan que establecía la normativa defensiva de todo el norte (51). Este iba desde el establecimiento de una línea de frontera de mar a mar, hasta el número de oficiales, hombres y tipos de armas, amén de una abultada carga de situado para los presidios y unos complementos fiscales para poder amortizar, en parte, los gastos de defensa. Pero a pesar de las diferentes Reales Ordenes que fijaban tanto la cuantía de soldados y oficiales como el situado, la dura realidad de la hacienda borbónica en Nueva España, y la propia geografía de la región septentrional, hacían peligrar la viabilidad de todo el sistema (52). Veamos como se desarrolló el sistema defensivo.

En primer lugar se estableció una línea de presidios desde Santa Fe, en Nuevo México, hasta la bahía del Espíritu Santo, en Texas, que debían ser el bastión y defensa de todo el virreinato. Estos veintiún presidios estaban ubicados de la siguiente forma: dos en Texas ( San Antonio y bahía del Espíritu Santo); cuatro en Coahuila ( San Juan, Monclova, Santa Rosa y Bucareli); ocho en Nueva Vizcaya ( San Saba, San Carlos, Junta de los Ríos, Príncipe, Calvario, Carrizal, San Buenaventura y Janos); seis en Sonora ( San Bernardino, Cruz, San Agustín, San Germán, San Miguel, San Carlos); y finalmente uno en Santa Fe, en Nuevo México. También se crearon cuatro compañías volantes apoyadas por dos regimientos de Dragones. En cuanto a la oficialidad, cada uno de los presidios debía tener un capitán, un teniente, un alférez y un capellán, asistidos por un sargento y dos cabos. Sin embargo, existían dos excepciones, que eran los presidios (53) de San Antonio y Santa Fe en donde la oficialidad se incrementaba notablemente, concretamente en un teniente, un sargento y cuatro cabos (54) . Por tanto, en un principio deberían estar dotados con un total de 161 oficiales (55) a los que deberían sumársele 972 soldados -40 soldados por presidio-, con las excepciones antes dichas de San Antonio, donde residían 69 y Santa Fe, este con 92. Además de estos, debido a su entorno geográfico y a los problemas derivados de la presencia del mar, el presidio de la bahía del Espíritu Santo estaba formado por 45 soldados (56). Cada presidio debía contar con diez soldados indios exploradores, de los cuales se elegía a uno como cabo. También se les debería dotar, a costa de la Real Hacienda, de los caballos y mulas necesarios para realizar acciones ofensivas, en este caso 352 caballos y 51 mulas por presidio -una media de seis caballos por persona-. A pesar de todo, lo más significativo de los presidios eran los elevados costes de situado que debía soportar la hacienda regia –18.998 pesos (57) anuales por presidio- con un coste total para todos ellos de 438.860 pesos, a los que se tenían que sumar los 162.581 de las compañías volantes.

Sin embargo, en muchas ocasiones, como ya hemos citado, la realidad geográfica y la situación de la Real Hacienda transformaban en utopía el diseño de defensa de la frontera. Cuando Luis Antonio de Menchaca llegó como capitán a su presidio en la villa de San Fernando se halló que sólo estaba dotado con 21 soldados y un teniente, pero lo más preocupante era que se encontraba "...totalmente abierto y plano a todos los vientos, sin la fortificación de las normas –muro, muralla, baluartes, terraplenes, estacas y foso...-"(58), en cuanto a las armas sólo encontró 18 escopetas, 18 espadas y 34 lanzas, muchas de ellas deterioradas, cuando la normativa estipulaba que cada soldado debería tener una espada, una escopeta, una adarga, una lanza y una pistola. Todo el sistema se completó en 1778 con la creación de un sistema ágil de correo para todas las Provincias Internas a efectos no sólo de facilitar la comunicación, sino también la de incrementar y potenciar el comercio (59). Pero lo cierto es que la costa oeste quedaba bajo una defensa precaria, sobre todo si se tiene en cuenta que aún persistían zonas geográficas de las que no se sabía nada, el septentrión continuaba siendo "terra incógnita".

Las zonas más cercanas, como la Baja California (60), presentaban un poblamiento escaso. Esta situación cambió notablemente cuando empezaron a llegar noticias muy preocupantes. No sólo la presión británica se había recrudecido, junto con las guerras nativas. Ahora también la presencia rusa en América del Norte precipitaba un cambio de coyuntura muy importante y demandaba actuaciones rápidas y urgentes. De esta situación nació la necesidad de establecer líneas directrices que abarcaban implementaciones en dos áreas diferenciadas. En primer lugar, extender la colonización a la Alta California para de esta forma bloquear cualquier expansión extranjera en la zona que pudiera acercarse peligrosamente a Nuevo México y a Nueva España. En segundo lugar, iniciar las exploraciones en la costa noroeste, estableciendo puestos avanzados, si era menester, a fin de bloquear y controlar la presencia rusa y británica. La primera la llevaría a cabo Junípero Serra, la segunda vendría de la mano de la expedición de Malaspina.