2. La poesía medievalista y Emilia Pardo Bazán: la política de los versos

Emilia Pardo Bazán hará sus pinitos literarios dentro de la corriente de historicismo nacionalista que sustenta a tantos escritores románticos españoles. Este espíritu nacionalista se muestra en una continua mirada hacia la Edad Media (generalmente hacia el período de los Reyes Católicos, un Bajo Medievo que se alarga hasta comienzos del siglo XVI), un momento en que parecían ponerse de manifiesto las virtudes heroicas de los habitantes de la península y cuando, supuestamente, ese país llamado España se funda institucionalmente (así aparece en la muy leída historia de la nación que escribe Modesto Lafuente, publicada entre 1850 y 1859).

Hay que recordar, como lo hace Alborg (1980: 101) para justificar el sesgo nacionalista que recorre toda la obra romántica española, que el español «desde el siglo XVIII, mucho más que "complejos" individuales y personales tuvo el "complejo" de su país, el de pertenecer a su país y saber al fin en qué medida podía sentirse orgulloso o avergonzado de ello», atormentado «por la búsqueda y conquista de la propia personalidad nacional». La Guerra de la Independencia, además, había actuado como nuevo catalizador de estas inquietudes. Esto conduce a un tipo de escritura que fija constantemente sus ojos en los llamados valores nacionales, y que ha servido a historiadores como Flitter (1992) o Silver (1996) para justificar su aserto de que en España el Romanticismo fue principalmente "conservador", al menos después de la primera época esproncediana (13).

En nuestro caso, especialmente dos serán los motivos o problemas que en la segunda mitad del siglo XIX lleven a mirar (o a escapar) hacia el Medievo: la guerra de Tetuán y las guerras carlistas. Sobre ambos temas, Pardo Bazán escribirá versos, aunque los primeros no se conserven. Hay que decir ahora que, si bien esta poesía no goza de gran madurez artística, resulta interesante observar cómo el primer conato literario de la autora tiene que ver con el medievalismo y con un Romanticismo tradicionalista y conservador. Para poder defender este aserto mejor y también para poder conocer qué hilos tejía el medievalismo épico en poesía, enmarcaremos la obra poética de Pardo Bazán dentro de otras composiciones paralelas de su tiempo, para lo cual remitiremos al apéndice de poemas por orden de aparición que incluyo al final de este capítulo, que permitirá una lectura más cómoda y rápida de nuestro panorama.

Formalmente, el tipo de poemas que comentamos se caracteriza por la abundancia de exclamaciones y preguntas retóricas; como comenta Aullón de Haro (1988: 123), es en la poesía política donde más adecuadamente puede hallarse la altura tonal como condición temática. Varias de estas composiciones son, de hecho, odas de estirpe quintanesca, con tono pomposo y escritas en verso libre. En este sentido, el Romanticismo o Postromanticismo de la segunda mitad de siglo continuó con muchas vetas clasicistas (de hecho, en el XIX nunca se dio esa separación tajante de movimientos que muchos críticos han sostenido [véase Sanmartín Bastida, 2002: 605-607]).

Centrándonos en esta gama de poemas, hay que decir que cuando en 1860 España gana la guerra de Tetuán, comenzada el año anterior, los entusiasmos se desatan y enseguida tanto en la información de la prensa como en la creación literaria se establece un paralelismo entre la victoria contemporánea sobre los "moros" y la antigua Reconquista. Esta comparación se subraya en los desfiles que se suceden en aquellos momentos. González de Tejada (1860) nos cuenta el carácter de las celebraciones que se dieron el mes de febrero del año mencionado:

Llena por todas partes nuestra patria de gloriosos recuerdos de no interrumpidas victorias sobre las huestes mahometanas, natural era que en esta solemne ocasión se hiciera oportuno alarde de ellas. Así es que, mientras en Madrid paseaban por las calles los estandartes traídos por el cardenal Cisneros, en Granada se enarbolaba el pendón del conde de Tendilla sobre la misma torre de la Alhambra que le sostuvo cuando los Reyes Católicos lanzaron de su trono a Boabdil, y en Sevilla se sacaba en solemne procesión la espada de san Fernando (14).

La Real Academia abre un concurso para que los poetas inmortalicen las nuevas hazañas del ejército hispano, que gana Joaquín Cervino, a quien se le impone una medalla de oro de manos de la reina (Hernández-Girbal, 1931: 133-134) (15). En un número de El Correo de Ultramar de este mismo año se publican una serie de poemas bajo el título global de Poesías al ejército vencedor (16). En ellos se llama a los españoles «nietos de Guzmán» (A la entrada triunfal del ejército de África, de Hartzenbusch [1887: 181-182]) y «dignos hijos del Cid y de Pelayo» (Al ejército de África, de Eusebio de Fortuny). Además, sale a flote el complejo de inferioridad que siente España con respecto a Europa en estos momentos; en varios poemas percibimos veladas advertencias al continente en nombre del legendario pasado: advertencias que muestran más el inconformismo del país con su consideración como segunda potencia que un fundado resentimiento. El león castellano se despierta para defenderse del africano, nos dice Zacarías Acosta y Lozano en la oda quintanesca En la guerra de África, y proclama el castigo del cielo por el mal comportamiento de la tierra africana. En Al ejército de África aplaude satisfecha Europa, a la que se anuncia en la Profecía del Tajo (poema, que, como su título indica, imita a Fray Luis), que España, aunque reposa, nunca muere; el pueblo español «todavía vive», tal es el reclamo de Del Guad-el-Jelú en la orilla..., del Marqués de Molins. El continente contemplará entonces con asombro las hazañas del país, nos dice el poema de Gabriel y Ruiz de Apodaca.

Además, Hartzenbusch (1887: 175-177) recuerda en sus décimas A la guerra de África que los "moros" vinieron a España y les debíamos la visita. Estas décimas fueron leídas en el Teatro del Circo en la noche del 25 de enero de 1860, muy en la línea del carácter declamatorio que adquiere este tipo de poesía épica (17). Si todas estas composiciones, además de retrotraerse a la Reconquista, suelen tener referencias a la Providencia divina, los versos de En la guerra de África piden a Dios una ayuda que el poeta está seguro de obtener. Por otro lado, se identifica siempre al castellano con el español, haciendo gala de ese castellanocentrismo intrínseco en la concepción histórica del Romanticismo decimonónico, que se irá acentuando con el paso de los años hasta llegar a la generación noventaichoista (Silver, 1996). El poema de Fernández Espino, donde se recuerda que Sagunto, las Navas y Pavía asombran al mundo, es un ejemplo llamativo en este aspecto cuando el poeta se refiere a la invencible enseña de Castilla. Por otro lado, constantemente, como en el teatro y en la pintura, y dentro del medievalismo vigente entonces, se establece un paralelismo entre Isabel I e Isabel II. Así, en Al Excmo. señor... de Carlos Frontaura se reivindica el «grito santo» de «¡España por Isabel!», y en Profecía del Tajo se dice que: «Lauros de Isabel primera/ Renueva Isabel segunda (18)». En este poema, el Tajo anuncia a un decaído don Rodrigo la futura victoria de Isabel II contra los africanos.

Excepcionalmente encontramos un poema en catalán de Dámaso Calvet donde una vez más se relaciona Granada con la guerra de Marruecos, prolongando la eterna contraposición entre la Cruz y la Luna. Lo mismo hace Manuel Fernández y González en A África: Por la toma de Tetuán, composición en la que su autor exhorta a callar a una «África impura», considerada como fiera acorralada y cobarde. Recuerda entonces la pérdida de don Rodrigo de España y luego la esclavitud de Tetuán, de forma que el paralelismo anuncie el desenlace victorioso para la primera. En un lenguaje retoricista y dentro del arabismo pujante del que los Fernández y González serán grandes adalides, escribe el autor sobre «Guad-el-Jelú», «Kaba» (así escribe la grafía de la amante de don Rodrigo) y «Guad-al-Lette».

En estos poemas apreciamos la recurrencia de un símbolo para referirse a España: el del león que «despierta», «el hispano león» de los siglos medios, que recordemos era un elemento del escudo del nuevo reino de Castilla y León (en El sitio de Granada por los Reyes Católicos, oda heroica llena de tópicos escrita años después, se nos muestra al hispano león mostrando sus garras). Tanto se abusó de este símbolo que no nos debe extrañar encontrarnos burlas del motivo en los grabados de las revistas cómicas de esta época (Bozal, 1979: 124-125; 1989: 95). Esta imagen entrará en crisis con ocasión del Desastre del 98, pues durante la guerra fue utilizado de manera insistente en publicaciones como La Campana de Gracia, en las que se enfrenta al "cerdo" simbólico de los norteamericanos. Con la derrota, también el león resultará "herido".

Pero en los poemas de Tetuán, el León de España aparece todavía sacudiéndose del letargo y desgarrando la enseña del Infiel, tal como nos lo presenta Justiniano en su conmemoración de la victoria de Tetuán: «Mas súbito, el letargo sacudido/ que sus miembros ligó con dura amarra,/ alza el León la frente enfurecido...». El «fiero Mahometano» se lanza a la batalla «y al ver el sueño del León Hispano,/ a lid sañuda rétale arrogante»; ante esta provocación, España responderá con contundencia. Con esta imagen de una nación previamente dormida se reconoce la difícil situación vigente, pero su despertar es la esperanza. También Nombela (1905: 31-35) presenta el mismo uso del icono castellano: «pero el astuto tigre del desierto/ olvida que el león está despierto» (31) y que alzará la espada que brilló en las Navas y triunfó en Lepanto (33); los españoles, «los hijos de Pelayo», gritan «Unión» (32). Los mismos tópicos maneja Tomás de Reyna, quien nos presenta plásticamente cómo «...ya despereza/ sus miembros el León» y suenan sus rugidos, y una vez más se refiere a los españoles como los «ilustres hijos de Pelayo», se recuerda a don Rodrigo y se achaca a Castilla la hazaña contemporánea (19). En A la toma de Tetuán, Hartzenbusch (1887: 179) exclama «—¡Ruge, lamiendo su presa,/ El castellano león!», ante el cual se postra el "moro" y triunfa la cruz. El pueblo español también es considerado vástago de Pelayo, «Cual hijo de Guzmanes y de Cides», por Gaspar Bono y Serrano (pág. 368; apéndice), o emulador «de Gonzalos y de Cides», en palabras de Manuel Cañete (pág. 374; apéndice), haciendo a los héroes actuales descendientes siempre de los del pasado.

Muchos de estos poemas son puramente anecdóticos, como los que escriben el grupo sevillano de la Revista de Ciencias, Literatura y Artes. Bueno, Fernández Espino, Justiniano o Ruiz de Apodaca celebran en sendos poemas la entrada en Sevilla de la Infantería o el Regimiento de León. Precisamente serán los poetas de Sevilla los que auspicien la idea del Romancero de la Guerra de África, dentro una pugna poética de carácter regional (20). El grupo sevillano, al que se suma el Marqués de Cabriñana, muestra cómo a veces el motivo nacionalista se hace casi un pretexto para un juego poético, a partir del cual se publican sin mayores pretensiones unos sonetos escritos improvisadamente cuando se reúnen los autores, poemas que repiten vocablos estereotipados al final de cada uno de los versos. Los españoles son en estas composiciones, una vez más, "leones", y Juan José Bueno arenga a los «Hijos del Cid» a repetir las hazañas y la excelsa gloria cual guerreros que contemplan "absortos" todos los países, según comentario unánime de este poeta y de Fernández Espino. Para Justiniano, es ésta la ocasión de la renovación de las glorias de Castilla, protagonista también del poema de Gabriel y Ruiz de Apodaca.

Incluso Campoamor (1972: 1504-1508) se lanza a cantar en verso las hazañas de Tetuán. Se trata del Romance (del Romancero de la Guerra de África), escrito en tono exaltado y retórico, y que tiene vetas, como en los demás autores, racistas. El autor se refiere a África como pueblo maldito; el "moro" Satanás siente miedo porque España va a crear un alma en unos cuerpos que no la poseen. Vuelve entonces al mundo la sombra del gran rey de Portugal, don Sebastián, que exclama: «¡Valor!, ¡y a Alcazarquivir,/ y a Guadalete vengad!» (1505). Se recuerda así de manera interesada una vez más la Reconquista. «¡Oh, sí, sí, según se baten,/ aún acordándose están/ que han bebido agua del Tajo/ esos sectarios de Alá! (...) y así es que dando a los moros/ recuerdos del cardenal,/ les dice la artillería: "¡Hijos del Tarik, atrás!"» (1506-1507). Rememora el poeta cómo del Guadalete dijo un sabio musulmán que sólo Dios podía contar los muertos, que en este caso, por supuesto, serán los marroquíes infieles. Todo son referencias al pasado (especialmente a los siglos XV y XVI), que se constituyen en constante punto de comparación y vértice: el capitán general felicita así al general Quesada: «Vencisteis con la bravura/ de un nuevo Gran Capitán» (1507). Parten entonces para barrer ese inmenso lupanar, «y esto en sueños dice Ros/ que habló con don Sebastián: "¡Valor!, ¡y a Alcazarquivir,/ y a Guadalete vengad!"/ "¡Salve, ¡oh rey!, Guad-el-Jelú/ su Guadalete será."» (1508).

En estas celebraciones descritas se encuadra el primer intento de poesía épica que realiza Emilia Pardo Bazán, y que ella misma relata. Cuando desembarcaban en La Coruña las tropas vencedoras de la guerra de África se refugia en su habitación y su entusiasmo patriótico se plasma en lo que recordará más tarde como quintillas (cf. Pardo Bazán, 1993: 7). La escritora rememora así estos primeros esbozos literarios (cit. en Pardo Bazán, 1990, I: 51):

Mi primer recuerdo literario se remonta a una fecha histórica señalada y ya distante: la terminación de la guerra de África, acontecimiento al cual rendí las primicias de mi musa. Lo que los versos serían puede calcularse sabiendo que yo frisaba en los años en que la Iglesia católica concede uso de razón a los parvulitos (21).

El catolicismo aquí mencionado aparecerá con garbo dentro del corpus de poemas que emplea el medievalismo nacionalista para justificar otro evento bélico, la guerra civil carlista. Una vez más, Pardo Bazán probará su pluma en estas lides y una vez más se verá rodeada de compañeros de viaje que recurren también al pasado como arma de fácil uso para la legitimación de las reclamaciones contemporáneas.

Por parte del bando isabelino, Hartzenbusch (1887: 169-174), por ejemplo, dedicará un poema al fin de la guerra civil, para ser leído en el teatro ¾ según se nos dice en nota: al igual que los poemas de África, la difusión de estas composiciones tendrá un barniz de actividad pública—. Celebra allí la reconciliación final, tras haber rememorado un pasado glorioso del que no encuentra vestigios. Eso sí, rechaza al pueblo fanático y grosero, «juguete del iluso sacerdote», que no es español, pues «su león» (de España) no tolera mancilla y su blasón augusto exige respeto (173). En la mirada hacia el ayer, aristocratismo y un cierto anticlericalismo (o al menos un rechazo hacia la parte de la Iglesia que apoya al Pretendiente) hacen así también su aparición.

En A los mártires de la libertad, Juan Cervera Bachiller habla de los victoriosos «pendones de Castilla», desde esa actitud castellanocéntrica que ya he señalado. Los siglos medios se hacen presentes a través de la comparación de la multitud dolorida por los muertos con el laúd del trovador, que calla cuando éste muere. En A España de Carlos Peñaranda, de verso libre, se canta de nuevo al país «de los Pelayos y los Cides» que sobrevivió a los franceses; se le recuerda el pasado a una nación agotada por años de lucha continua, al término de la guerra civil, para que la victoria sobre los carlistas sea considerada una hazaña más que sumar al ya glorioso historial (coherente con el curso de la historia y el destino de la nación (22)), aunque en esta ocasión, en lugar de ser comparada con un león, la nación es puesta en correlación con un águila (23). En Después de la batalla de Mendigorría, Juan de la Pezuela resalta la victoria de la «nueva Isabel» y del «impávido nieto de Gonzalo», emparentando de nuevo los personajes actuales con los del pasado.

Al igual que en el caso de la guerra de África, se escribe un romancero que hace vigente el recuerdo de los siglos medios (24). Se componen entonces El Romancero de la guerra civil, que publican los redactores de El Legitimista Español, y El Romancero español de Carlos VII. En estos poemas apreciamos cómo el bando carlista recurre asimismo al Medievo y a un uso manipulador del pasado para defender sus intereses. En el romance La Providencia, el pretendiente (héroe de «mirada limpia», digamos que casi épico), parte hacia Figueras, que piensa convertir en una nueva Covadonga, de donde «renacerá España», en una vuelta a los orígenes de la Reconquista. Pero sus propósitos se tuercen por una emboscada y la Providencia le salvará de ser detenido por los franceses. Los versos del bando carlista, en su presentación de Carlos de Borbón y Este, se esfuerzan en establecer el vínculo entre el tiempo medieval y el monarca en el destierro.

En cuanto a la estructura formal, la métrica de los poemas de ambos bandos es semejante a la del apartado anterior, aunque con más variedad: se usan octavillas, octava rima, verso libre. Pero sobre todo, como ya hemos visto, predomina el romance, género que se va revalorizando en su vertiente popular y que durante el siglo XIX se irá revistiendo de connotaciones nacionalistas. En general, en el uso de esta forma métrica no apreciamos el intento de arcaización y de imitación de estructuras del romance viejo que hallamos posteriormente en otro tipo de temática, ya que lo que interesa en este caso es hablar del presente, aunque haya una recuperación del pasado por razones del mismo.

Como en el caso de la toma de Tetuán, Pardo Bazán (1996) nos muestra en algunos versos, escritos en 1870 (cuando la autora tiene 19 años), el mismo uso ideológico del Medievo, en este caso a favor del pretendiente (25). Tal vez se refería a estas poesías cuando en su madurez comenta que los versos de aquella época, literariamente (no critica, pues, el plano político), le pesaban en la conciencia (véase Pardo Bazán, 1993: 8). La autora gallega escribe por entonces un poema a Carlos de Borbón y Este, el "augusto rey" desterrado, por el que ella siente particular fervor: un rey cristiano nunca debe ejercer tiranía, sostiene, y este monarca es un ejemplo de ello (26). También dedica otra composición a la reina Margarita de Borbón, su mujer, a quien recomienda que en algún momento sueñe con el brillante cortejo de las pasadas glorias de España y con los héroes antiguos enseñando sus frentes llenas de entusiasmo. Sobre las ciudades que el árabe invasor tomó, Toledo, Granada la mora, Valencia..., se verá entonces la cruz cristiana en el recuerdo.

Y ese día feliz, acariciando
un pensamiento mismo
arrancaréis la patria del abismo;
y cual un tiempo fueron
Isabel y Fernando,
entrambos formaréis nuestra delicia;
que entre Carlos y tú, regia Señora,
solo habrá una sublime diferencia:
él será la justicia,
tú serás el perdón y la clemencia.

[Pardo Bazán, 1996: 56]

En Visión, aparece la imagen de la gloria española en forma de un hombre que derrama sangre en "cien batallas" y es traicionado en Vergara. Un Brindis se dedicará entonces a la Virgen y al monarca exiliado, por quien Castilla espera retornar a su prez y honor (61). En 1871, escribe De Blanca a Enrique (64-70), donde la protagonista se dirige a su amado hablándole de don Carlos, convertido en personaje idealizado, y de doña Margarita; Blanca se presenta con "candor" en su frente mientras mira el retrato de esos reyes por los que lucha su enamorado Enrique. Curiosamente, en un arranque de reivindicación casi "feminista" que aparecerá en otras obras medievalistas que comentaremos, la voz femenina comenta que a veces le entran ganas de ir a pelear como los Pelayos y los Cides, y de luchar olvidando su sexo (que le imposibilita para la aventura, como también declara Pardo Bazán en el prólogo a su San Francisco de Asís) (27). Por otro lado, en este año mencionado realiza también un nuevo brindis por el rey que en el destierro guarda el honor y el brío castellano.

Finalmente, Pardo Bazán muestra otros ejemplos de uso político del Medievo, también desde una ideología conservadora. En "A los Católicos. Homenaje a nuestro Smo. Padre Pío IX, en el 25 Aniversario de su glorioso Pontificado" (Pardo Bazán, 1996: 49), la escritora gallega se refiere a la España «donde la cruz de lábaro de gloria/ aún vive de Pelayo la memoria» (modernizo la ortografía de la edición), una nación en la que apenas hay corazones cobardes que no ardan ante el llamamiento de la patria y de Dios.

Con todos estos ejemplos a mano de uso nacionalista del Medioevo, podríamos preguntarnos: ¿es Pardo Bazán por escribir estos poemas tempranos una escritora romántica?, ¿el Romanticismo es en España un movimiento de ideología conservadora? Nos encontramos aquí con el viejo problema de la definición del Romanticismo y de si el hecho de volver al pasado para entender el presente implica en sí mismo una actitud conservadora. Nosotros pensamos que no, pues en aquel momento mirar hacia atrás era algo novedoso de la manera en que se hacía, y muchas veces esta mirada justifica propuestas progresistas (así, en historiadores federalistas como Patxot y Ferrer [Cirujano Marín et alii, 1985]). Más que de la estética todo depende del fin ideológico al que se dirija. Aunque a partir de los años 40 el ala derecha política se apropie muchas veces de los modelos artísticos románticos, también encontraremos textos que defiendan una España descentralizada, por ejemplo, mirando hacia los Municipios del Medievo (véase Sanmartín Bastida, 2002: 541-545). Por otro lado, ¿mirar hacia atrás es una característica instrínseca y única del Romanticismo o también sucede dentro de los parámetros estéticos del movimiento realista? Los autores realistas (y ahí está Pérez Galdós) no dejan de dirigir los ojos hacia el pasado, dentro de ese "sentido histórico" que hemos visto postulaba Nietzsche como una característica del siglo decimonónico.

Pero en estos poemas Pardo Bazán sí defiende una ideología política de raigambre conservadora que irá modificando a lo largo del tiempo, y hereda los usos épico-nacionalistas del Romanticismo, especialmente a partir de la explotación del romance. No obstante, este tipo de versos políticos los escribirán por igual tanto poetas románticos como los considerados por parte de la crítica "realistas" (Núñez de Arce, por ejemplo, en la estela de García Tassara). Entre García Tassara y Zorrilla, Pardo Bazán se dejará llevar por los vientos nacionalistas, por esa búsqueda de la esencia última de España que acuciará a todo el siglo XIX.