Tercera parte:LAS CULTURAS COEXISTENTES

La cultura que vivimos

La cultura es como el tiempo: todos lo vivimos pero es difícil definirlo. En todo caso, no han sido pocos los que se han detenido en el tema tiempo para escudriñar una respuesta. Desde la física, la metafísica, la sicología, se han elaborado fórmulas para atraparlo: "la duración de las cosas sujetas a mudanza" según el DRAE (1984). Hay otras definiciones, muchas, pero ésta resulta particularmente interesante para nosotros porque, en este juego de abstracciones, aporta una base para nuestra reflexión sobre cultura al hacer manifiesta la necesidad de remitirnos a algo material para poder aprehenderla; si no hay "cosas sujetas a mudanza" no hay tiempo; hace falta un referente concreto para no caer en subjetivismos que nos arrastren a especulaciones, ricas y asombrosas, pero más próximas a Grecia y París que a Manabí y Colta; así, el tiempo como la cultura existen en "las cosas" que atestiguan su existencia, en la presencia de manifestaciones que evidencian su existencia, en las diversas formas en que el proceso cultural que vivimos a diario puede ser observado en nuestro entorno.

La cultura se percibe en sus manifestaciones: instrumentos y construcciones, conductas y rituales, son evidencias del bagaje formativo de un pueblo. Existen manifestaciones en lo personal, inclusive en lo subjetivo. El vestir, cortarse el cabello, comer, cortejar y velar a los muertos tiene particularidades culturales en cada pueblo. Sin embargo, hay otras manifestaciones que tienen un carácter intencional en cuanto provocan la convocatoria de grupos más o menos significativos de la población; son actividades producidas con la clara intención de reunir un grupo humano en torno a un hecho en el cual es posible identificarse. Estos hechos están vinculados con un espacio que los identifica y que por su uso se constituye en emblemático de la actividad.

Una cultura existe en tanto tiene diferencias con otra; existe cuando existe otra. La diferencia la define; valores, creencias y costumbres que otorgan prestigio para imitar, para emular. La autoestima y el orgullo generados por la diferencia, lo exclusivo, lo particular, que nos permite relacionarnos y sobrevivir, otorgan identidad a la cultura.

En nuestros países, los movimientos sociales y políticos de la izquierda a lo largo del siglo XX, han propiciado para las grandes mayorías, el alcance de las expresiones del arte y la literatura de Europa y sus seguidores. . No podemos ver de otra manera el proyecto de Benjamín Carrión y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, "casa de los cultos"- casa de la gente "culta"- según la caricatura que han hecho rodar los críticos del sistema.

No se trata de marginar las expresiones artísticas, sino de darles su correcta dimensión dentro de la cultura de un pueblo. No pueden aparecer las artes como un modelo que debe seguirse. . Y mucho menos, se puede estigmatizar con el prejuicio de su ‘falta de cultura’, a quienes no acepten esos ‘modelos’ como medida de lo deseable. Tan absurdo como negar la importancia que las artes tienen en nuestras sociedades, es no entenderlas como un ingrediente adicional en el proceso de elaboración de la identidad. Nuestra identidad no puede construirse desde las artes. Sí, con las artes.

"Tanto el uso del concepto de cultura en las humanidades clásicas como en el lenguaje común presupone que la cultura abarca los conocimientos intelectuales y estéticos consagrados por las clases dominantes en las sociedades europeas".(55)

Esta opinión prefigura la división de la sociedad en dos sectores, el menor de los cuales tiene la posibilidad de acceder ( aún como subalterno) a las fuentes de esa cultura. "Se oculta el origen histórico de esas divisiones y que un sector haya otorgado universalidad a su particular producción cultural" (56), al mismo tiempo que se descalifica toda otra manifestación, o se la califica de ignorancia, incultura, en la medida en que no acepta someterse.

Las definiciones de cultura van desde la propuesta homogenizadora de una Europa constituida como modelo alrededor de las expresiones de la estética, las bellas artes y las letras, por una parte y, por la otra, la propuesta antropológica que considera cultura todo lo producido por el hombre, desde la obra material a la simbólica que incluye sistema de relaciones, creencias, ritos, etc. Hoy se acepta que el grado de complejidad o desarrollo tecnológico alcanzado por determinada sociedad no implica desde este punto de vista mayor ni mejor cultura, sino una cultura diferente.


La élite como emergente

Las élites culturales se consolidan en la medida en que responden a la aspiración de la sociedad. La cultura de élite no puede existir sin una cultura popular que la sustente. Así lo entiende Europa, donde las manifestaciones elitistas son expresión de la más elevada aspiración de las raíces populares. La élite, por definición, es un grupo reducido de individuos, selecto y orientador. Pero un grupo selecto tiene necesariamente que surgir de una agrupación mayor. De ahí que la cultura popular puede prescindir de la élite, pero ésta debe ser, necesariamente, un emergente de la popular.

Un ejemplo claro podemos encontrarlo en la música, donde nuestra élite no ha sido capaz de recoger el pasillo, y prefiere orientarse hacia el tango o hacia el jazz.

La cultura popular genera sus propias élites. Cuando esto no sucede, como es nuestro caso, vivimos orientados por élites transculturales divorciadas de la propia realidad. Élites que intentan imponerse desde arriba porque construyen su realidad a partir de otras sociedades. No se sienten ni son un emergente generado por la propia sociedad.

Arte y cultura

El concepto de arte siempre ha perturbado la consolidación de la cultura que nos identifique. Hablar de arte es hablar con un muy reducido porcentaje de la población identificado con la cultura europea y solo para él. Otro tanto sucede con la muy repetida historia de la globalización y la importancia de que todos nos incorporemos al cyberespacio porque las comunicaciones y las computadoras en el nuevo siglo serán prácticamente quienes controlen el mundo. Y entonces aquí todos hacemos coro y no falta algún político que base su campaña en la promesa de proveer de computadoras a todas las escuelas del país. Se hacen discursos desde el mundo de los libros para quienes leen libros, ignorando o pretendiendo ignorar a los millones que no leen porque no saben, porque no pueden o porque no quieren.

La preocupación de nuestra intelectualidad por encontrar la expresión nacional de la cultura mediante el expediente de entender, integrar, borrar o ignorar las diferencias regionales no deja de ser una búsqueda estéril. El verdadero proceso radica en perfeccionar las diferencias. Y este proceso de perfeccionamiento pasa por la necesaria integración de las expresiones culturales de lo popular y lo elitista en cada región. Cuando Esmeraldas, Manabí, Azuay o la amazonía encuentren el camino para la integración y consolidación de su cultura tradicional con la racionalidad de las expresiones elitistas estarán en condiciones de compartir el espacio multifacético de la cultura nacional.

Las paraculturas

Asumir esta presencia de culturas paralelas, paraculturas, que se manifiestan simultáneamente pero sin tocarse en el seno de una misma sociedad, es un primer paso hacia la construcción de una cultura que responda al nosotros. No se debería hablar de cultura cuando uno se refiere a las parcialidades sino de paracultura, porque ésta no responde al principio identitario del nosotros, sino al de grupos que desarrollan procesos de mayor o menor relevancia, pero que no trascienden como expresión de la sociedad en su conjunto.

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El trabajo teórico, generalmente marginado en los procesos populares, tiene profunda importancia. Si bien el discurso, el libro, la academia se asumen por parte de los sectores populares como algo prescindible propio de los sofisticados sectores representantes de la élite, es evidente que la especulación teórica aporta el ingrediente de racionalidad necesario al proceso de integración. Si señalamos como caracterización la emotividad por un lado, y la racionalidad por el otro, en las manifestaciones de la cultura popular y de élite respectivamente, el necesario equilibrio requiere la presencia integrada de ambas.

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Lo importante para una ciudad escindida como la nuestra es ampliar los espacios comunes para el encuentro de las dos manifestaciones. Está fuera de toda consideración pretender borrar una u otra, siempre habrá una élite por un lado y la fuerza de lo tradicional por el otro; lo que se pretende es extender el desarrollo en común como alternativa de nuevas opciones que permitan encontrarnos. Todo es cuestión de proporciones.

El trabajo en cultura, en tanto proyección de identidad, es un trabajo social y político (de polis).

La paracultura elitista

La élite se reúne en cenáculos para iniciados, donde manejan un lenguaje exclusivo con la pretendida intención de evidenciar su aptitud para abrir un diálogo con Europa. En realidad su preocupación gira en la búsqueda de una identidad sectorial que contribuya a su diferenciación y autoestima. Muchas veces declaman su deseo de cambios sociales que permitan la superación de los sectores populares. Sin embargo, serían incapaces de aceptar la vulgarización porque eso supondría la pérdida de una identidad que se construye en la exclusividad. (57)

Desde el Centro de Arte y Comunicación en Buenos Aires, su director Jorge Glusberg es, tal vez, el más conspicuo exponente de esta cultura de élite. Su nivel de relaciones en el terreno del arte se extiende desde Japón pasando por China, hasta Venecia, París y Estados Unidos. Es, sencillamente, deslumbrante su intervención en museos y universidades de Europa y Estados Unidos, los múltiples reconocimientos que ha obtenido y el número y calidad de amistades que ha desarrollado. Es, como buen ciudadano de Buenos Aires, un hombre con la mirada en Europa y de espaldas al país. Su relación con el país se establece en dos niveles: el empresarial desde los negocios que regentea y el cultural desde su mirada extraña y distante sobre algunas cosas. Siente, piensa, escribe y actúa para Europa y, debemos reconocerlo, ha logrado abrir un diálogo exclusivo a ese nivel (58). Es lógico que las condecoraciones otorgadas por el gobierno francés y su participación en la organización de muestras, talleres, conferencias, etc. en el exterior, lo enorgullezcan y, como él dice, lo hagan sentirse "inflado como un toro de competencia". Es lógico, entendible, aceptable y envidiable, siempre y cuando seamos capaces de visualizarlo en el contexto de una élite cultural, una paracultura, poco o nada preocupada por la integración que consolide una cultura nacional, como no sea que se acepte y adopte su propuesta como rectora de identidad y a sus hacedores como sumos sacerdotes.

Con una visión parecida aunque con conclusiones distintas, podemos citar a Roger L. Taylor, profesor de Filosofía en la Universidad de Sussex quien, desde una perspectiva europea, señala las contradicciones entre el arte como expresión de la cultura de élite y las manifestaciones populares. Se trata de algo particularmente significativo porque permite concluir que esta dualidad de paraculturas encontradas, no es exclusiva del tercer mundo sino que, con características propias, podemos también señalarlas en el primero:

"La idea que yo mantengo en este libro es que el arte y la filosofía (insisto en estos dos porque, de toda la gama de actividades de este tipo, son las que yo mejor conozco) dan origen a hábitos conceptuales que son contrarios a los intereses de la mayoría de la población, y que esto ha estado sucediendo sin que la mayoría de la gente se diera cuenta" (59)

Porque, evidentemente, hay otra paracultura: la de la irracionalidad, la del instinto, la del vecindario, de la comunidad, de las necesidades primarias, que tiene otro ámbito de expresión. Nosotros hacemos el análisis desde el libro, desde la racionalidad y, por lo tanto, nuestro trabajo llega ya estigmatizado por su origen, trae su pecado original y con él una visión parcializada de la realidad. La racionalidad nos impone que desde la otra perspectiva no es posible construir una cultura, que ésta se construye sobre un proyecto lógico que busque el respaldo, la participación, la solidaridad, la defensa común con miras a un futuro común, un futuro con el otro. Sin embargo sabemos con certeza que sin el aporte activo y participativo de los grandes sectores populares, nunca será posible crear formas culturales que nos identifiquen en un contexto mayor.

Teorizando sobre la teoría

Nos caracterizamos por teorizar a partir de teorías, no a partir de la realidad, de nuestra realidad. Y cuando lo intentamos no podemos desprendernos de la óptica europea. Es decir que vemos nuestra realidad con ojos extraños, y la consecuencia es que las soluciones que ofrecemos, por muy bien intencionadas y solidarias que sean, están hechas desde la perspectiva de la élite.

Nuestros procesos son a contrapelo y, en consecuencia, debemos encontrar caminos no transitados para poder llegar. Agustín Cueva nos da un ejemplo de este sendero que se bifurca en nuestro proceso:

"No debemos olvidar que en los países colonizados la llamada ‘poesía artística’ precede, en cierto sentido, a la poesía popular y, sirviéndole de modelo, le imprime su marca. Ocurre pues, exactamente lo contrario de lo sucedido en los países de desarrollo espontáneo y libre, en donde aquella se elabora con los materiales de ésta. Aquí no; más bien podría decirse que las expresiones populares van emitiéndose con los elementos de la poesía artística, cuando no con sus despojos." (60)

Es decir, Europa abreva en lo popular para construir sus obras; nosotros lo hacemos en las obras europeas para luego pretender hacerlas llegar a lo popular.

El doble discurso

Los países colonizados vivimos la cultura del doble discurso. "En nuestra sociedad se sabe lo que hay que hacer pero se hace lo que las circunstancias nos indican oportuno" (61). Es como los ídolos ocultos detrás de los santos, el sincretismo nos permite mostrarnos frente al santo y la invocación va al fetiche. Hemos aprendido a vivir en la dualidad que hace posible construir las iglesias sobre los basamentos de templos indígenas o encontrar la imagen del Che Guevara junto a la de Jesús, o la de Madonna junto a la Virgen María, tal como los ritos precolombinos subyacentes en las festividades religiosas.

La Iglesia cumplió y cumple un papel significativo en este proceso. Su influencia ha sido estudiada por panegiristas y detractores desde dos puntos de vista: uno, desde la propagación de la fe en los términos más dulcificados del dogma hasta los más crueles del Santo Oficio, y dos, el trabajo en las haciendas donde los artesanos eran inducidos a la reproducción del modelo de la metrópoli. . Pero no se ha estudiado suficientemente la Iglesia como medio transmisor de mensajes. . Se han estudiado sus mensajes, pero no se han detenido en el medio en cuanto modelo que permite una lectura determinada de esos mensajes. La lectura de todo mensaje está condicionada por las circunstancias y el medio que lo transmite. La Iglesia ha sido en todos los tiempos una poderosa empresa cuyos mensajes han debido leerse desde la estructura vertical de su organización, su concomitancia con la fuerza represora y su capacidad para prodigar consuelo, todo lo cual la convierten en un medio de ambigüedades y contradicciones que, como instrumento del poder, construye un mundo de inestabilidad y desconcierto para quienes lo asumen con obligada sumisión. Por un lado ofrenda sus mártires y por el otro, desde las más oscuras entrañas de los confesionarios, exculpa a sus verdugos. Desde la persecución a los judíos en la Alemania nazi hasta la represión en Argentina. Esta dualidad se proyecta en la estructura social de nuestra actualidad.

Puesto que reconocemos la poderosa influencia de la Iglesia en los procesos sociales de Latinoamérica, su modelo de organización y contradicción no es, no puede ser, ajeno al devenir cultural de nuestros países.

Los neologismos

El poder del idioma es aterrador: junto con las palabras vienen los valores, lo denotado viene con todas sus connotaciones y eso abre la brecha.

"Ni culto, ni popular, ni masivo" dice un título de García Canclini (62) y en más de un lugar a lo largo de la obra, contrapone el concepto de lo popular y el de lo culto (63). Utilizar la palabra culto por elitista implica aceptar y reforzar la idea de que la élite se apropie de lo que es cultura otorgándole el uso exclusivo del calificativo: élite se hace sinónimo de cultura y esto constituye un peligro para quienes proponen un concepto de cultura más amplio y abarcador. García Canclini es consciente de esto, sin embargo no puede evitar caer repetidamente en la trampa. Existe un problema entre nuestros intelectuales y es que no han sido capaces de inventar e imponer una nueva palabra para los nuevos conceptos. O no se han atrevido. Los europeos cuando se enfrentan a una dificultad semántica inventan: estructuralismo, expresionismo, socialismo, posmodernismo, superyó, semiótica, etc., etc.. Como no se inventó la nueva palabra para reemplazar cultura, el DRAE tuvo que cambiar la definición. La cultura popular ha demostrado ser más creativa, ha inventado palabras y ha mestizado otras; amorfino todavía no aparece en el DRAE. En cambio nuestra intelectualidad solo opera sobre las palabras consagradas por los autores europeos: las analiza y las critica, pero siempre en el terreno que ellos le imponen. Lo mismo ha sucedido con la palabra arte. Es un concepto que nos impusieron y sobre el cual no hemos desarrollado la necesaria conciencia de que redundar en él acarrea consecuencias que se proyectan en la polarización social y política.

Podríamos ironizar junto a Roberto Arlt y decir: "¡Ruborizaos, amanuenses! ¡Llorad lágrimas de tinta!". ¿Por qué no poner más osadía en la creación de la lengua? Después de todo - y dicho con ironía - la cultura es un terreno inocuo, no hace mal a nadie, no afecta intereses poderosos, no es importante ni trascendente, no implica riesgos; es el espacio para los holgazanes y desocupados. Distinto sería tratar de incursionar en economía o en política ¡Pero la cultura! La cultura es un juego ¿Por qué no intentar entonces palabras nuevas? Simplemente eso, palabras nuevas ¿O acaso ni a eso nos atrevemos?

Por una pretendida fidelidad a la lengua "materna" o por una evidente subordinación a los modelos del pensamiento "materno", no hemos sido capaces de desarrollar una visión propia de nuestra realidad. Siempre hemos tratado de observarla desde los "ismos" irradiados por Europa, desde el impresionismo en arte al socialismo en política pasando por cuanto "ismo" se nos pueda ocurrir. Desde Kant a Lacan, de Barthes a Fukuyama nos rompemos la cabeza tratando de entrar en la cabeza de ellos. Sin embargo hay "cosas" que no se pueden definir aquí con el lenguaje que nos legó Europa. En este sentido, las culturas populares han demostrado mayor autonomía y creatividad; han inventado palabras para muchas cosas que el idioma no alcanza a reflejar en sus matices. Lo huachaco definido por Huneeus no es más que eso, huachaco; no es ni híbrido, ni mestizo, ni transcultural, ni nada aceptado por la lengua, es simplemente huachaco. Nuestra intelectualidad, en un esfuerzo por asimilarse a la cultura matriz, lo llamaría kitsch y se sentiría muy contenta porque quedaría demostrado que en lo kitsch también nos relacionamos con el primer mundo. En algunos casos la búsqueda de una aproximación a lo popular nos lega palabras como muralismo en el arte mexicano o populismo en el campo de la política o clientelismo; en otros casos, los sectores populares inventan términos como amorfino para una forma y un uso de la poesía o compadrito achinado (Borges, 1944) para una tipología urbana porque no hay en el idioma oficial palabras que lo definan correctamente. La cultura popular ha propagado en nuestros países un largo repertorio de palabras y expresiones cuyas sutiles diferencias son traicionadas por una simple y directa traducción a la "lengua materna". Estas expresiones que expresan lo inexpresable en la lengua oficial deben enfrentarse a la cultura de élite, guardiana de la pureza y del buen uso del idioma. La jerga popular ha generado un variado lenguaje que cada uno de nuestros países ha desarrollado ampliamente. El lunfardo en Argentina es casi un idioma paralelo pleno de connotaciones que el castellano no puede trasmitir. En Guayaquil el pana y la man dicen de manera chévere lo que amigo y mujer no dicen. (64)

Encontrar e imponer palabras que definan lo hasta el momento indefinido. Europa ha creado palabras para definir sus experiencias vitales, incluso sinónimos que guardan sutiles diferencias; angustia no es exactamente lo mismo que aflicción o congoja o inquietud, tristeza, pena, desconsuelo; los matices que van de una a otra palabra no siempre hacen posible la permutación... Nuestro mundo ofrece un amplio panorama de conceptos y situaciones que nos esforzamos en encajar en el idioma oficial, cuando lo que están reclamando es una nueva palabra que los sintetice. Una palabra que España no inventó porque no respondía a sus necesidades. El inglés ha sido más osado y creativo. Hoy, que la patineta (skateboard) está tan de moda entre los jóvenes, no han tenido ningún reparo en inventar una serie de palabras para las variantes de su uso: surfboard, grassboard, sandboard, snowboard y desarrollar todo un lenguaje especializado para los diversos trucos (tricks) que es posible realizar con ella: kickflip, heelflip, popshuvit, ollie, varialflip, 180 ollie, 180 flip, 360, 540, 720, etc. etc. etc.

Nuevamente la irrupción

La inserción de una lengua en una cultura de otro idioma produce problemas semánticos que la simple traducción no puede superar. Traduttore traditore dicen los italianos. Si la simple traducción es capaz de traicionar a un literato ¿cuál es la medida de la traición cuando se pretende traducir a un pueblo? La inserción del castellano significó un cambio violento y traumático del cual Hispanoamérica aún. El idioma trajo consigo valores que debieron adaptarse a la nueva realidad. Valores y categorías semánticas que nos atraviesan, nos confunden y distorsionan la nueva realidad. Tuvieron que pasar quinientos años para que el DRAE nos mostrara en sus definiciones, que tener cultura no es ser europeo y que no se es culto por manejarse como europeo. La antropología hizo un valiosísimo aporte en este sentido. Lamentablemente, no fue Latinoamérica la que forzó el cambio, fue la misma Europa la que decidió disponerlo para el mundo.

La permanente diferenciación de universalidad propuesta por los autores europeos, no siempre funciona en nuestra particular perspectiva de latinoamericanos.

Es acuciante la necesidad de entender que estas "hibridaciones" no deben responder exclusivamente a procesos espontáneos o dictados por el mercantilismo, sino que deben también responder a la intencionalidad de la búsqueda de nuevas fórmulas que hagan a nuestros procesos integradores, afirmadores de una nueva cultura.

García Canclini tenía la obligación de encontrar la palabra nuestra que defina lo que él ha llamado "hibridación", porque ni híbrido ni siquiera mestizo connotan lo que realmente este encuentro de culturas debe significar para nosotros. Si bien reconocemos que el uso deviene en significado, lo híbrido podría, si tiene suerte, desviar su connotación original hacia el sentido implícito que le da García Canclini y producir una nueva definición en el diccionario. El uso puede alejarla del sentido original otorgándole un significado pleno de matices nuevos, distanciándola de las connotaciones de engorde y esterilidad. Estas manifestaciones híbridas son la evidencia de un proceso cultural que habrá de resolverse en formas inéditas, calificadas por algunos como posmodernidad.

Nuestro problema parece reducirse a ver cómo encajamos en las propuestas de ellos. La intelectualidad, aferrada a la nomenclatura europea, no ha creado las vías de integración para el nosotros sino para con ellos; no escribe para nosotros sino para ellos, al punto que sus propuestas han servido para ahondar la escisión; no ha reivindicado el mestizaje como algo nuevo y floreciente. En el mejor de los casos ha asumido el proyecto elitista y paternalmente ha pretendido crear las condiciones para que los sectores populares tuvieran el acceso expedito a fin de alcanzar las alturas de la cultura, es decir, la de ellos.

Esta visión que aquí planteamos desde la cultura es obvio que se manifiesta en todos los aspectos sociales, políticos y económicos, pero analizarlo en toda su dimensión sería otra película.

La visión europeísta

Nadie como Hauser hace alarde de una erudición que permita una reseña tan exhaustiva sobre los procesos que viven los pueblos de Europa incorporando y transformando las diversas expresiones culturales que los invaden y las que ellos mismos generan. Sin embargo, hacer su lectura desde nuestra perspectiva exige un esfuerzo adicional porque de lo contrario podemos caer fácilmente en las tribulaciones del etnocentrismo. Como ejemplo veamos un simple párrafo que evidencia la visión de Hauser sobre la cultura y las dificultades que implica para quien se proponga una aproximación desde la perspectiva latinoamericana:

"La época del arte helenístico es remplazada por el predominio universal del arte romano. A partir del comienzo del Imperio es este arte y ya no el griego el que lleva a cabo el desarrollo decisivo en la evolución histórica." (65)

 

Hauser habla de un predominio universal y de una evolución histórica referidas a Europa y le tiene sin cuidado si los conceptos se desbordan y alcanzan o no a otros territorios. Para él, como buen europeo, lo universal y la historia comienzan y terminan con Europa, lo cual no sería problema para nosotros si tuviésemos la capacidad de poner la debida distancia para procesar una lectura propia del curso de la cultura, y entender que la universalidad de Hauser llega a América del Sur en las elites socioeconómicas cuya proyección valida su pensamiento pero lo aleja de grandes sectores de sus habitantes. No olvidemos que entre nosotros también existe un Derecho indígena con sus propias normas procesales y penales que no se basa precisamente en el código Napoleón. Muchas veces las palabras nos traicionan. Oscar Efrén Reyes, historiador serio y responsable, reseña dramáticamente lo acontecido en los campos de Tiocajas hacia 1534 cuando se enfrentan los indígenas liderados por Rumiñahui con las fuerzas comandadas por el español Belalcázar:

"Hubo un momento en que el destacamento español se sintió desfallecido y vencido y entrevió la aproximación de su tragedia. Felizmente sobrevino la noche. Y sus sombras favorecieron y protegieron a los españoles." (66)

Felizmente. Felizmente la noche salva a Belalcázar quien ocho páginas más adelante, hace preso a Rumiñahui, héroe nacional, y lo somete a tormento para que revele los escondites del oro, la plata y las piedras preciosas de los adoratorios de Quito. "Nunca les pidió lástima. Jamás declinó su bravura homérica", hasta que finalmente es ejecutado. Un autor español que presuma de imparcial, no habría empleado otras palabras.

Antes hicimos referencia a la palabra nosotros en cuanto no define con suficiente claridad si se remite al grupo, al país o al continente. El uso de nosotros es mucho más significativo cuando establecemos una comparación entre autores europeos y latinoamericanos: cuando el europeo dice nosotros, nosotros (la élite cultural de aquí) y ellos coincidimos en leer nosotros; cuando desde aquí decimos nosotros, Europa lee ellos.

Estamos enajenados en la cultura europea porque nos negamos a nuestras particularidades.

La cultura popular también subsiste a partir de una visión en la que lo folklórico y lo tradicional forman parte de la curiosidad y el interés antropológico del europeo. Esta es una visión que muchos asumimos desde nuestra propia perspectiva: pretendemos conservar aspectos de la cultura tradicional para satisfacer un cierto interés museográfico que exhibir ante la curiosidad de los demás, sin asumir el costo social que los grupos humanos habrán de pagar por permanecer tan auténticos.

Valoración de lo europeo

Es muy difícil, casi imposible, poder evadir los esquemas impuestos por la bibliografía europea. Toda referencia, toda consulta, nos arrastra inevitablemente a la manera de ver, pensar y sentir de Europa. Es interesante cuando Ortega y Gasset habla de arte a propósito de la impopularidad de la música de Debussy y dice:

"Hoy quisiera hablar más en general y referirme a todas las artes que aún tienen en Europa algún vigor; por tanto, pongo juntos a la música nueva, la nueva pintura, la nueva poesía, el nuevo teatro. Es, en verdad, sorprendente y misteriosa la compacta solidaridad consigo misma que cada época histórica mantiene en todas sus manifestaciones (...) Sin darse de ello cuenta, el músico joven aspira a realizar con sonidos exactamente los mismos valores estéticos que el pintor, el poeta y el dramaturgo, sus contemporáneos." (67)

Pero lo que es particularmente interesante radica en una reflexión previa al párrafo citado, donde acota que cuando creía que se iba a enfrentar a un problema estético se encontró con que en realidad el problema era de orden sociológico; era la estética inscrita en un medio social específico. Su texto es magistral y por lo tanto sumamente cautivador, y nosotros, latinoamericanos, nos sumergimos en su lectura y en los vericuetos de un razonamiento riguroso y lúcido hasta perder la clara noción de que nos está hablando de y para Europa, cosa que él nos recuerda a lo largo de su misma exposición; no habla de ni para China, Japón, Medio Oriente, África o Latinoamérica. Si vamos a hablar de arte y a argumentar y polemizar en los términos planteados por Ortega y Gasset estamos hablando de Europa y lo estamos haciendo para los europeos... o para sus asimilados. En cualquier caso constituye un tema o una preocupación que significa un aporte tangencial para el proceso identitario de nuestros pueblos.

Significativamente Ortega y Gasset habla de cultura, sociedad, popular, popularidad, pueblo y masa pero, en ningún momento utiliza la palabra identidad. No está en la preocupación de Europa la cuestión de la identidad, porque la han ido consolidando en el curso de los siglos; expone la visión mesiánica del arte como expresión de una élite de elegidos, pensamiento que ha dominado y sigue pesando notablemente como rémora obstruyendo nuestra integración social y cultural. Es necesario romper este paradigma que nos domina como categoría valorativa en la cultura. No negar su importancia ni su significado, pero ponerla en su relativo valor dentro de nuestro propio proceso.

¿Cómo influye el entorno y la tradición en la percepción de una manifestación cultural trasplantada a un medio radicalmente distinto? Después de asistir a un concierto de música barroca en una antigua abadía veneciana, caminamos hacia nuestro hotel con los acordes resonando entre construcciones del siglo XIV. ¿Qué música resuena en nuestros oídos mientras transitamos las calles de Machala después de escucharlo en el auditorio municipal? Evidentemente no se trata de más o menos cultura, sino de un contexto sociocultural distinto en el cual el arte es según el gusto cultural europeo.

El arte es un legado de Europa y mientras se hable de arte, aunque le agreguemos el calificativo de popular, estamos hablando implícitamente desde la perspectiva europea.

De la misma manera que escribir un libro contra los intelectuales no nos excluye de la nómina: no dejamos de ser porque nos neguemos. El medio elegido para comunicarnos está determinando en sí mismo el contenido del mensaje.

Otra cultura

Es interesante analizar la instancia del caudillo porque tiene que ver con el gamonalismo y al final con el populismo. (68) Tiene que ver con el control de las masas y la supervivencia misma del sistema de control. El populismo y el gamonalismo son parte consustancial de la idiosincrasia de la gente de Guayaquil, tanto de los grupos subordinados como de los dirigentes que tienen la tarea y la responsabilidad de orientar, de "manejar", a la sociedad. En realidad habría que decir "los sectores sociales que tienen la responsabilidad de orientar a la sociedad con visión de futuro", pero en la realidad es "la dirigencia que maneja las masas en función de sus intereses inmediatos", con la necesaria miopía que les hace creer que en el destino de sus intereses particulares se juega el destino de su familia y sus allegados. Para ello, como buenos miopes, sólo pueden moverse entre muy miopes para hacer cierto aquello de que en el país de los ciegos el tuerto es rey.

Y la sociedad, acostumbrada a una organización social vertical, en la cual todo emana de arriba, criada en el fatalismo de será lo que Dios quiera o así lo ha querido Dios, no exigida en procesos de racionalidad sino de obediencia y fidelidad; sometida, en el mejor de los casos, a una autoridad paternalista, no tiene otra vía efectiva para participar en las tomas de decisión que la rebeldía, la violencia, la destrucción, el parricidio o el doble discurso de decir una cosa y hacer otra.

La limosna

La limosna, como método, como sistema, es otra de las aberraciones que nos legó la hispanidad. Llevada casi al profesionalismo, sostenida y alentada desde las élites y practicada a niveles de mayor desarrollo en el voluntariado, lejos de propiciar condiciones de identidad ciudadana, ahonda las diferencias; no procura la autoestima sino que perfecciona las diferencias. Es la institucionalización de la incapacidad de los sectores populares para darse sus propias reglas. La distancia entre quien da y quien recibe es la distancia entre el poder y el sometimiento.

Algo similar ocurre en algunos colegios privados que en su afán de desarrollar en los niños el sentido de responsabilidad social, organizan colectas de diverso orden (periódicos viejos, botellas, juguetes, ropa o dinero) para festejar y obsequiar a niños de alguna escuela suburbana. La idea, bienintencionada, contribuye a mantener la división entre quienes dan y quienes reciben. ¿No existe la posibilidad de desarrollar un proyecto conjunto en el que todos asuman responsabilidades compartidas? (69)

Entendemos la importancia del apoyo y la ayuda coyuntural que personas e instituciones dan a los desposeídos de siempre. Sin embargo, en el fondo, el problema radica en que ambas partes lo asumen como que así son las cosas, que así es el mundo, que así lo ha querido Dios, y no se crean espacios de acción dialéctica entre las partes y la ciudad. Se reservan para un sector la racionalidad, la planificación y el dar, y se reservan para el otro la emotividad, la sumisión y el recibir. No se elabora un espacio de reciprocidades.

Un sector social da y otro sector recibe. Y quienes reciben asumen su rol con tanta perfección, que llegan al extremo de exigir que se les de, en una actitud mendicante institucionalizada por el sistema de relaciones que los subsume en la minusvalía.

Esta conducta se ha trasladado a los sectores medios de la sociedad que, con un halo de modernidad y tecnicismo, gestionan financiamiento internacional para proyectos sociales a través de organizaciones no gubernamentales (ONGs), cuya finalidad no declarada es la de sustentar a los mismos gestores. Para ello se someten a las exigencias de la planificación estratégica, del marco lógico, de las páginas web y del internet hasta ubicar, relacionarse y asumir las imposiciones de los donantes. Así, los proyectos financiados desde afuera, ponen la distancia entre la manera de pedir propia de las clases medias y la de los sectores más empobrecidos de la población.

Encontramos la polarización social en todos los niveles y la propuesta participativa queda restringida a grupos reducidos que ejercen el control de la situación. No hay una aproximación a los sectores desposeídos para indagar qué es lo que pueden ellos ofrecernos sino para ver qué les podemos dar, actitud que ahonda las distancias sociales. La caridad es tan elitista como los libros: cualquiera sea el interés y la intención que los anime, no pueden evadir su origen. (70)

Sociedad polarizada. Ricos y pobres

Un aspecto generalmente soslayado por los autores que abordan el tema de la cultura es la tendencia a asociar la cultura de élite con la riqueza pecuniaria, por un lado, y la cultura popular con la pobreza. Sea por su aparente obviedad o por las dificultades que entraña la cuestión, lo cierto es que esto no ha sido tratado suficientemente. Es innegable que en gran medida esta relación existe y que en términos generales así se lo entiende. Sin embargo, cabe hacer algunas reflexiones al respecto. La primera es que no hay separación tajante entre ambas manifestaciones; hay zonas de transición que en uno y otro caso aparecen como individuos desplazados de uno al otro sector y a los que cierta sabiduría popular ha bautizado creando calificativos inéditos: el arribista es el tipo que trata de trepar a posiciones sociales más altas, que quiere ir hacia arriba, al igual que el esnob que, solidario con la aristocracia, no tiene títulos que exhibir (En los registros de la Revolución Francesa: s.nob., sans noblesse), o el paracaidista que llega sin que lo llamen, o el diletante que habla sin conocer. Estos personajes son una interesante mediación entre una y otra cultura por la capacidad de difusión que tienen entre los diversos medios sociales en que se mueven. Por el otro lado está el populachero, el demagogo y el populista insertos desde las posiciones de la riqueza en los sectores más empobrecidos.

La élite cultural no es lo mismo que la élite empresarial. Ambas son élites, es decir grupos minoritarios desprendidos del cuerpo social, que presumen la hegemonía de sus respectivas áreas: una la economía y la otra la "cultura". Ambas son producto de la racionalidad europea y ambas entran en conflicto con los sectores mas amplios de la sociedad en sus respectivos campos. Conflictos distintos, con resoluciones distintas, pero ambos marcados por una profunda escisión en el cuerpo social.(71) Nuestros abanderados del materialismo histórico en el siglo XX hacen críticas que contribuyen a entender la complejidad de los procesos en el campo económico, pero no aciertan en el campo cultural en tanto su versión sociopolítica tiene como meta poner el arte al alcance de las masas. Sin embargo, una lectura más cuidadosa del marxismo, alejada del concepto arte que hemos heredado, puede hacernos recuperar una visión de la cultura sumamente actual:

"...no se parte de lo que los hombres dicen, se imaginan, se representan, ni tampoco de lo que son las palabras, el pensamiento, la imaginación y la representación de otro, para llegar luego a los hombres de carne y hueso (...) No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia" (72)

En el campo de la cultura nuestros marxistas siempre han partido de la conciencia del arte como modelo para imponer a la vida, y con esta visión fracturaron el espacio y cedieron lugar al populismo, que construyó su conciencia a partir de la vida.

Pretender que la versión de la cultura europea sea válida para América Latina ha sido uno de los errores fundamentales en nuestro proceso histórico, tanto desde el capitalismo como desde el socialismo. La fuga de capitales y cerebros no estaba en los libros, la burocratización y las mafias de todo orden no aparecían en las cartillas, la clase media no existía en tanto no respondía al esquema, el desarrollo de los medios de comunicación era ciencia-ficción, la energía nuclear era el Armagedón inimaginable y la globalización, eufemismo de hegemonía imperial, eran sólo materia de especulación anticipativa. (73)

Fue el materialismo histórico el que señaló las diferencias socioeconómicas y con ello propuso la división irreconciliable del cuerpo social. La élite cultural que sin pertenecer a la élite económica vive de ella, se enfrentó a un dilema novedoso: por un lado hacía alarde de su desprecio por la contaminación especulativa de las finanzas y por el otro se sentía atada al carro de los especuladores. Se constituyó en la élite de los disidentes y como élite pretendió enfrentarse y hablar de igual a igual con la élite empresarial. Por un principio de solidaridad con sus orígenes, porque no tenía nada que perder y para diferenciar el campo elitista en el que se movía, consideró a los sectores populares sus aliados naturales y hacia ellos dirigió sus esfuerzos de relación; pero, sin construir un auténtico proceso de comunicación, asumió una actitud paternalista orientada a "dar a los más necesitados" la oportunidad de acceder a los "altos valores de la cultura y el arte"... según la élite lo entendía.

Representaban una manera de ver la hoy llamada globalización. Se globalizaba considerando al ser humano según la medida europea. Se pensaba al arte como la expresión de lo sublime, solo accesible para los espíritus superiores, (¿Cómo era ese chiste de los franceses, los ingleses y los norteamericanos acerca de los pueblos? ... Los franceses dicen: ustedes pueden llegar a ser como nosotros; los ingleses dicen: ustedes deben tratar de ser como nosotros; los norteamericanos dicen: ustedes tienen que ser como nosotros) al cual todos se podían acercar, aunque en distinta medida.

Sin embargo, a pesar de lo dicho y con el ánimo de mantener abierta la polémica, debemos observar que la cultura en algunas de sus manifestaciones más abiertas, florece donde existe una clase media próspera. Este sector social, justamente por estar en el medio, constituye un espacio de transición y encuentro tanto en lo socioeconómico como en lo cultural. Cabe aquí una pregunta que, no por utópica, merece dejarse de lado: ¿Será posible crear o desarrollar una clase media desde la cultura?

El populismo en la palestra

Los proyectos integradores tienen un nombre en política: populismo. Lamentablemente un término degradado por el uso oportunista y mezquino de quienes se han valido de su extensa acogida para engordar a sus asociados. Por un lado la demagogia y la inconsistencia de quienes se apropian del proyecto apoyándose en las expresiones más elementales de la emotividad popular, y por el otro el distanciamiento que desde su perspectiva europeísta pone la racionalidad, ambas posiciones ahondan el divorcio social.

La concepción de una sociedad dividida en clases fortaleció las divisiones al interior de nuestros países. Tanto los sectores proletarios como los capitalistas armaron sus trincheras y se enfrentaron con mayor o menor virulencia. La teoría, expuesta hace un siglo y medio, no preveía ni la dinámica social que significaría la aparición de lo que hoy conocemos como clase media, ni el afianzamiento de la hegemonía imperialista que hoy llamamos, con cierta estúpida dulzura, "globalización". Los desclasados, el lumpenproletariado y la plusvalía explicaban las contradicciones pero no aportaban respuestas coherentes con nuestra realidad sociocultural.

Durante esta etapa del desarrollo capitalista local, la dicotomía burguesía/proletariado parece haber perdido vigencia y quedado relegada a un segundo plano detrás de las confrontaciones de intereses económicos sectoriales, de todos contra todos (principalmente contra el Estado), marginados de un proceso cultural, identitario, que confiera un sentido unificado a las distintas visiones en pugna.

Las sospechas recíprocas no permiten el acercamiento.

En este juego de poder, todos están siendo devorados por "el enemigo principal"(74). Sobreviven y se acrecientan solamente quienes mejor han sabido negociar su servidumbre.

Siempre mirando hacia fuera.

Los proyectos populistas muchas veces fueron a caer en manos de gobiernos que devinieron autoritarios. La historia recoge varios casos que no vamos a analizar aquí, pero sobre los cuales podemos señalar que, en sus distintos procesos, la permanente sospecha de los diversos grupos sociales constituyó un importante obstáculo para un desarrollo armónico.

En el ámbito de la cultura, lo elitista y lo popular se resisten a ceder posiciones.

Plusvalía y cultura

No es el caso, ni el lugar, ni el momento para especular sobre las teorías económicas, pero podemos decir que si la plusvalía es el pecado original del sistema, en nuestros países puede redimirse en tanto se reinvierta en el lugar de origen. Lamentablemente al empresariado no le interesa redimirse socialmente de sus pecados y en su miopía ahonda un distanciamiento que no le permite entender ni redefinir los procesos culturales, su significado, su importancia, su trascendencia. No le interesa la autoestima social (por no decir nacional), solo le interesan las migajas que atrapa en su pequeño feudo y su círculo inmediato, para sentirse globalizado en la sociedad del hedonismo. Por su parte, la élite cultural, con su propia miopía, se ha asumido como rectora y propietaria de la cultura, parapetándose entre sus cuatro paredes y alejándose del entorno sin ofrecer alternativas socialmente significativas para la integración social. No está preparada para asumir una relación dialéctica con los sectores populares: como la autocracia empresarial, quiere fijar las normas sin que nadie se lo haya pedido.

Ningún país en toda la historia del mundo ha implantado su hegemonía como lo está haciendo EE.UU. en la actualidad. Domina en muchos aspectos no sólo a cualquier otro país, sino a bloques de países, y en algunos aspectos a todos los demás países del mundo juntos. Desde la Roma clásica no se ha dado nada parecido, con la excepción tal vez de la Inglaterra del siglo XIX. Toda gran potencia asienta su control sobre los demás en tres pilares: el militar, el económico y el cultural. Nos interesa destacar la importancia del último de la trilogía porque es un aspecto que siempre se subestima y que los especialistas reconocen en el verdadero peso de su importancia. (Al interior operan la ciencia, la técnica y la instrucción). Hasta donde alcanzaban los límites del mundo conocido por los romanos, allí construyeron circos y teatros, puentes y caminos, dejaron la huella de su arquitectura, el hábito de sus comidas y el ritual de sus cultos; otro tanto hicieron los ingleses con sus deportes, la música, la literatura y la vida social en los confines del imperio, y lo mismo hacen hoy los EE.UU. con su música, su cine, su televisión, su pintura, su macdonald´s, su cocacola y sus jeans en la sospechosa globalización.

Si no se entienden estos procesos como de identidad y autoestima, nuestra élite no podrá elaborar un proyecto socialmente operativo. Seguirá convulsionando al interior de sus caparazones con la mirada puesta a lo lejos pero impermeable al mundo que pulula en su entorno. (75)

La élite cultural debe dar el primer paso, demostrar que entiende el proceso y que en el campo de la cultura los intereses de las partes se complementan. La nueva dirigencia empresarial, en gran parte formada en nuestras universidades, no habrá de sentirse ajena al orgullo de una cultura que nos identifique. (76)

La cultura de la observación

El estructuralismo nos da instrumentos para el estudio, para el análisis de una situación, de un caso, pero no nos entrega los instrumentos para actuar: es eminentemente voyeurista, espía las situaciones y disfruta del descubrimiento. Nos enseña a observar, no a operar sobre la realidad.

"Sin embargo, cuando se pasa a los paralelos culturales y artísticos, el panorama se vuelve mucho más complejo. Por una parte tenemos una correspondencia bastante perfecta entre dos épocas que, de modo diferente, con iguales utopías educativas e igual enmascaramiento ideológico de un proyecto paternalista de dirección de conciencias, trata de borrar las diferencias entre cultura docta y cultura popular a través de la comunicación visual. Ambas son épocas en que la élite selecta razona sobre textos escritos con mentalidad alfabética pero después traduce en imágenes datos esenciales del saber y las estructuras sustentantes de la ideología dominante". (77)

Tanto la catedral como la televisión han puesto en imágenes el orden social imperante en sus respectivas épocas, con la evidente verticalidad y consolidación de la primera frente a la horizontalidad y dispersión de la segunda. Ambas, signatarias del sistema de dominio en su momento, han significado puntos de encuentro para las expresiones culturales de élite y popular. Como la catedral para el cristianismo, hoy el Malecón 2000, obra también de un sector socioeconómico poderoso, es un espacio para cultos y rituales laicos donde ofician la élite y lo popular. El mester de juglaría lo detenta hoy la televisión donde las expresiones paraculturales tienen espacios para hacer oír su voz dentro de los límites que el sistema de propiedad hace posible. Las propuestas visuales de hoy, más dinámicas y accesibles, crean espacios de expresión y disidencia relativa que, sin permitir salirse de la "ideología dominante" ofrece las condiciones para un trabajo identitario.

Si bien entender la realidad es importante, debemos tener claro que no podemos ser observadores de nuestra propia realidad sin comprometernos, como si la viésemos desde afuera para elaborar un informe. Debemos reconocernos como coprotagonistas de nuestros procesos. Y si queremos, como observadores observados.

La cultura del sí y la cultura del no

"Aquí nunca te van a decir que no". La advertencia hecha a quienes transitan por primera vez por estas tierras, apunta a la precaución de tomar con cuidado las promesas y compromisos de la gente porque hay un serio prejuicio contra la negativa. Decir que no, negar algo, llega a ser ofensivo y es casi inadmisible si la negativa se reitera ante un requerimiento sostenido. Desde el mecánico que, respondiendo a nuestro apremio se compromete a reparar el automóvil "para mañana" aunque sabe que no conseguirá el repuesto hasta dentro de tres días, hasta el político de turno que se compromete a satisfacer todas las demandas de acólitos y sufragantes porque sabe que una negativa de cualquier orden será entendida como falta de voluntad, de solidaridad o fidelidad, todos entramos en el juego del "sea buenito", fórmula encantada que abre la última esperanza para que una negativa se convierta en un . Cuando el no se hace presente en nuestro contexto, aparece también en el marco de la irracionalidad:

"No, porque a mí se me antoja", es la manifestación de la arbitrariedad y la prepotencia. Un no, racional, no es entendido ni por el negador ni por el negado.

La racionalidad europea no se permite estos márgenes de subjetividad. Lo que es no, es no y todos lo entienden. Podrá ser discutido, analizado e incluso modificado, pero un no responde a razones objetivas que deben ser atendidas. Aquí el , responde a la expresión de deseos, a la aspiración, al querer ser solidario y, me atrevería a decir, véase si no, a la fe, la esperanza y la caridad: nuestra tradición colonial y la cultura del simulacro vigentes en nuestra relación actual; lo formal por encima de lo real.

Es que la fe, la esperanza y la caridad funcionan de distinta manera desde un contexto democrático y participativo que desde una organización vertical y autoritaria. Dejan huellas distintas, prácticas y hábitos que la sociedad asume en actitudes participativas o defensivas según los casos.

La cultura de la obsolescencia

Europa teoriza a partir de muchos siglos de acumular realidades. La idea de cultura asociada a artes y literatura es coherente con el proceso europeo. En un momento histórico en el que la práctica y consumo de los deportes, de la investigación científica, del diseño, de las celebraciones no alcanzaba la trascendencia de la música, el teatro, la arquitectura, el libro, la pintura o la escultura, es lógico entender que Europa asociara las artes y la literatura con su propia cultura. Las artes formaban parte de la vida del pueblo, los artistas eran reconocidos y se proyectaban en las calles. Recordemos al Giuseppe Verdi y los grafitos de su apellido que aparecían en las paredes de Roma como acróstico para reivindicar el reinado de Vittorio Emmanuele Re D’Italia; a la Eleonora Duse llevada en un carruaje arrastrado por sus admiradores, o las exequias de Caruso seguido por miles de admiradores, o a Ibsen, reverenciado por transeúntes y vecinos que se apartaban de su camino cediéndole la vereda como manifestación de respeto, o a Rodin, denostado públicamente por su impiedad hacia la mujer que lo amó hasta la locura. Y la presencia en las publicaciones de la época de todo lo que a ellos y su obra concierne, los integraba en un marco de popularidad. Nosotros nos agregamos a sus teorizaciones en un proceso desvinculado de nuestra realidad. Pretendemos llevar nuestra realidad hacia el modelo de ellos. Ni siquiera somos un poco originales como para utilizar de sus teorías aquellos aspectos que puedan incorporarse a nuestra realidad. Simplemente, entramos a jugar con las reglas que ellos establecen, cerrando los ojos a nuestras calles, a nuestro mercantilismo, a nuestra anarquía, a nuestra pobreza, a nuestras contradicciones, a nuestras diferencias, a nuestro desapego, a nuestro desasosiego...

Nosotros no hemos vivido la época en que las artes formaban parte del patrimonio de un pueblo, época en que los artistas eran reconocidos y aplaudidos en las calles: los artistas de las bellas artes; porque hoy también hay artistas que se aplauden en las calles: los de la televisión. ¿Cómo asumir una tradición artística de la que no hemos formado parte? Hoy los ídolos son otros, los encontramos en el fútbol, la televisión y el cine. Son estrellas fugaces, siempre prontas para un recambio en un sistema industrial de fabricación de héroes. La cultura de la obsolescencia.


El horario

La modernidad, y con ella Europa, trajo también la división matemática del tiempo. El transcurso del tiempo controlado por una maquinita. No importa que una hora se nos haga interminable o que el tiempo pase raudamente; el tiempo subjetivo no cuenta en una sociedad organizada racionalmente: sin el control matemático del tiempo dividido en horas, minutos y segundos, ningún proyecto podría ejecutarse, ningún proyecto de la modernidad, por supuesto. La linealidad del tiempo y su uso son legados del pensamiento moderno, no responden a un uso de la necesidad; las cosas no se hacen cuando estamos dispuestos sino cuando el reloj marca la hora. La tradicional impuntualidad de nuestros países no es una descortesía ni una falta de educación, sino un uso del tiempo distinto de aquel que propone la modernidad, que cree que el sometimiento a la técnica es la manifestación de un mundo que avanza; es sin duda una falta de educación en la modernidad que es justamente lo que se está cuestionando.

Es interesante la lectura, a manera de aproximación al tema, de dos ensayos publicados en el número 8 de la revista Kipus en los que se analiza la literatura de Arguedas y de César Vallejo, dos autores peruanos fuertemente influidos por la cultura indígena que ponen de manifiesto un uso del tiempo no adaptado a la propuesta de la modernidad.

"En la poesía de Vallejo hay una disconformidad o desasosiego para con el calendario convencional de la modernidad industrial y la medición homogénea del tiempo que éste instrumentaliza..." (78)

Por su parte Yanna Haddatty propone una lectura desde la organización del quipu hasta encontrar correlaciones que permitan una nueva lectura de autores como Arguedas, quien

"... violenta la estructura novelesca y establece numerosos bloques narrativos yuxtapuestos, separados entre sí por espacios en blanco, combinando y separando las voces y los planos. (...) En este sentido, podemos hablar de que los espacios en blanco apoyan fuertemente la idea de construcción por yuxtaposición y no por desarrollo cronológico de tipo lineal..." (79)

Muchos autores han comentado la distinta percepción del tiempo que tienen las culturas autóctonas. Al respecto, un trabajo publicado por Federico Navarrete, lleva sus conclusiones, en un apócrifo diálogo sobre los cronotopos de Mijail Bajtin, hasta el cuestionamiento de la visión de progreso que nos impone la cultura occidental: la linealidad y la racionalidad al servicio de la irracionalidad hegemónica del poder. (80)

Intentos integradores: ¿qué somos?

Ya en las últimas páginas de "Culturas Híbridas", García Canclini reflexiona sobre la presencia inmanente de la mestización en las manifestaciones culturales latinoamericanas.

"Las hibridaciones descritas a lo largo de este libro nos hacen concluir que hoy todas las culturas son de frontera. Todas las artes se desarrollan en relación con otras artes; las artesanías migran del campo a la ciudad; las películas, los videos y canciones que narran acontecimientos de un pueblo son intercambiados con otros. Así las culturas pierden la relación exclusiva con su territorio, pero ganan en comunicación y conocimiento." (81)

Sin embargo, es importante destacar que estas mezclas raramente se producen en una conjunción de las manifestaciones de élite y populares. Vistas desde esta perspectiva nos encontramos con procesos de integración fronterizos pero no al interior de las fronteras; aquí las diferencias, los rechazos, las exclusiones, las omisiones, la negación del otro, son sistemáticos: al interior vivimos escindidos. La división, la separación, la ruptura es inherente al proceso sociocultural de nuestros países. Somos la consecuencia de un proceso que a lo largo de nuestra historia no ha tenido la voluntad de integrarse.

"El problema no reside en que no nos hayamos modernizado, sino en la manera contradictoria y desigual en que esos componentes se han venido articulando" (82)

... al interior de cada país, de cada región, de cada ciudad.

Entre la Enciclopedia y el Evangelio

Luego de caracterizar las diversas manifestaciones culturales y agruparlas en elitistas y populares, podríamos concluir que ambas están impregnadas por la cultura europea; sin embargo al analizar ambos agrupamientos podemos señalar una diferencia sumamente significativa: hay una mayor racionalidad e intencionalidad en la élite y la pretensión de erigirse en paradigma de lo bueno, lo correcto, lo bello; apropiarse del modelo y proponerlo como única alternativa que ha de seguirse con la certeza de que son pocos los que podrán hacerlo. Por el contrario, la cultura popular se impregna de los aspectos emotivos, de ahí la fuerza que la religión tiene en este terreno; quienes desarrollan estas actividades no aspiran a sentar modelos, sino que participan espontánea y simplemente con su adhesión. La élite está imbuida de un alto grado de autoestima e individualidad; la firma, la personalización de las obras dan cuenta de este aspecto, subrogado por un consumidor que se identifica en esta individualidad. Es evidente que lo popular se inscribe en el anonimato. Por su parte, lo masivo se produce alrededor de una individualización, generalmente los ídolos del momento, de la que no se apropia el consumidor sino, por el contrario, en la que él se enajena; es una hibridación de lo elitista en cuanto individualidad y de lo popular en cuanto adhesión emotiva. Y de hecho, la cultura de élite es más afrancesada que la popular. En la actualidad podríamos hablar de la cultura del pan frente a la del arroz. Y si lo pensamos un poco, en los futuros artistas sudamericanos de finales del siglo XIX y principios del XX que hicieron su pasantía en París becados por el gobierno o por sus familias, se relacionaron con la bohemia, participaron en los salones de la época y alternaron con la juventud iconoclasta y en muchos casos anticlerical. Unos heredaron la Enciclopedia, los otros, el Evangelio.

Las poblaciones marginales

El hombre que vive en las poblaciones marginales no es ciudadano porque no tiene peso en las tomas de decisiones que se relacionan con la ciudad. Esta situación está directamente vinculada con la manera o el proceso de comunicación social que vive. El hombre marginal se expresa mediante el caudillo local; este es quien oficia de portavoz y líder movilizador, que genera acciones cuando se producen conflictos de intereses que afectan directamente al sector. El hombre del barrio no dispone de vías de comunicación diversificadas, no pertenece a distintas agrupaciones, ni tiene relaciones personales que puedan mediar en la dinámica de transmitir opiniones o percepciones en la estructura vertical de la sociedad (Es como en las organizaciones bancarias cuando el cliente quiere manifestar algo, sugerir o protestar, y no puede pasar del cajero. Si la situación llega a ser muy tensa, se produce el estallido: protestas a viva voz, la búsqueda de solidaridades, gritos y hasta violencia física cuando interviene la guardia armada para controlar la situación). Dispone de medios para la comunicación horizontal: el vecino, el compadre, el pariente; pero en el proceso vertical no alcanza a ir más allá del dirigente barrial que mediatiza la comunicación con otros niveles sociales.

Parecería que aquello de "digo lo que pienso, hago lo que siento" tiene su relación con la cultura de élite y la popular, donde la primera, más racional, argumenta, reflexiona, usa la palabra, dice lo que piensa, mientras por el otro lado, la cultura popular, más emotiva, se manifiesta mediante acciones directas, muchas veces irreflexivas, en las cuales se evidencia aquello de que hace lo que siente. Podríamos decir que no encontrar el adecuado equilibrio acentúa la división de nuestra cultura.

El hombre común no es consultado sino para la elección de autoridades y excepcionalmente mediante encuestas. Y, no hace falta decirlo, no precisamente consultado, sino manipulado.

El ciudadano, por el contrario, dispone de otras vías: las organizaciones gremiales y profesionales, acceso a los medios de comunicación, relaciones personales de orden vertical, capacidad de movilización, acceso a diversos sectores de la ciudad y por otra parte, paga impuestos y tasas, con lo cual se integra a un sistema reglamentado de obligaciones y derechos sociales. Su pensamiento, su percepción de los problemas de la ciudad circulan por diversos espacios y generan presiones de opinión sobre quienes están al frente de la conducción ciudadana.

Las actividades culturales tienen como finalidad la de cohesionar la identidad de cada grupo social. Así las exposiciones de arte reúnen a la élite, al ciudadano, y las procesiones y las protestas sociales, a los sectores populares, los habitadores de la ciudad. Lo que faltaría establecer son las vías y destinos para la convergencia.

Lo indígena presente

El indígena, por su parte, aferrado a su lengua, a sus tradiciones, a su cultura, no encuentra un espacio de articulación en este siglo con las otras corrientes culturales más dinámicas y cambiantes. Y si podemos leer la presencia de indígenas pordioseros como una evidencia de la voluntad de supervivencia de su cultura, también podemos leerla como evidencia de su incapacidad para integrarse. El otavaleño ofrece otra cara de la moneda, la que ha llevado a los disidentes ortodoxos a cuestionarlos como mitimaes descastados y folkloristas mercantiles. Ni aun quienes pretenden el rescate de las manifestaciones prístinas de la cultura ancestral, pueden evadir la manipulación implícita en su presencia. El solo pretender tal rescate implica una intervención que resta al resultado la pureza enunciada. Y así es y no puede ser de otra manera por muy puras que sean las intenciones que nos animan.

Aquí lo que se plantea es que las manifestaciones culturales no son otra cosa que manifestaciones de un proceso de identificación. La cultura no lo es por sí misma, no vale por sí misma, sino en función de esta permanente construcción de la identidad de los pueblos. Y las actividades culturales constituyen el punto de encuentro en el que nos exponemos al proceso identitario.

Habría que hacer un paréntesis: si la cultura indígena se encuentra degradada es a raíz de no haber podido, o no haber sido capaz, o no haber querido, integrarse al sistema hegemónico. Los indígenas que piden limosna no tienen otra alternativa: conocen tan poco del sistema que no podrían integrarse ni siquiera como personal de servicio en una casa. Ellos responden a patrones culturales propios, desde el trabajo en comunidad hasta una relación muy particular con la tierra, que no encajan en el rompecabezas de la realidad urbana.

Tienen que venir los suizos para organizar con ellos una próspera industria quesera, o una alemana para rediseñar las alfombras tradicionales, o unos franceses para desarrollar la artesanía de la tagua. Parecería que es el estímulo exterior el que hace posible una evolución asociada al devenir sociocultural general. Las culturas populares, que están en situación de inferioridad en la confrontación, no tienen otro camino que integrarse. En esta búsqueda realista y concreta los otavaleños sobrevivieron, sobreviven. Ellos no han perdido su cultura pero se han integrado en el intercambio. Los fundamentalismos, que hasta pueden llegar y llegan a cuestionar a los otavaleños, son producto de una élite que desde la cultura hegemónica pretende asumir la reivindicación de lo popular con una visión romántica, idealista y alejada de la realidad concreta.

En un país como Ecuador y más específicamente en la región de la sierra, los miembros disidentes de la cultura hegemónica identifican lo popular con lo indígena. Las culturas son procesos en evolución constante. Hay procesos más rápidos y otros más lentos. Pero pretender una cultura químicamente pura es un absurdo. Hay culturas que están destinadas a desaparecer y, en el mejor de los casos, a dejar testimonio de lo que fueron. La historia de todos los tiempos lo demuestra, más allá de nuestras consideraciones, de nuestros afectos o deseos. Hay aspectos, formas, conductas, manifestaciones, valores culturales que sobreviven a través del tiempo cuando resultan funcionales a las nuevas condiciones que el proceso impone. Todo lo que no funciona (es decir ‘no cumple una función’) se pierde. O se pierde todo lo que no funciona. (Esta función es de todo orden: práctico o simbólico). Responde a una necesidad: por ejemplo, la necesidad de rescatar el patrimonio indígena por parte de sectores de la intelectualidad no es más que la búsqueda idealizada de valores que puedan aportar soluciones a un mundo racional que no las encuentra.

"...paradójicamente mientras los sectores populares buscan construcciones más modernas y rentables, los sectores medios y altos adoptan expresiones formales." (83)

Es ese ir y venir, ese rescatar y proyectar, ese descartar y crear, ese desechar y utilizar, refuncionalizar, rehacer, lo que en una relación dialéctica construye el nosotros. Nuestra propuesta apunta a encontrar y fomentar la presencia de lo popular en las manifestaciones elitistas y la presencia de lo elitista en las manifestaciones populares como la afirmación de un camino para transitar juntos.

El universitario

Son precisamente las actividades culturales las que confieren identidad a una sociedad.

En Guayaquil, manifestaciones en el campo de la arquitectura como son el edificio de La Previsora o el Malecón 2000, mal que nos pese, se convertirán en manifestaciones de nuestra cultura y en elementos de nuestra identidad. Tal como en Sydney lo es el centro cultural de las cáscaras de naranja. Es una manifestación cultural que, aun ajena, pasa a integrarse a la identidad ciudadana en un proceso irreversible. No otra cosa ocurrió con la torre Eiffel, construida para exhibirse durante un año con motivo de la Exposición Universal de 1889, hace ya más de un siglo, que hoy es la imagen emblemática de París.

La cuestión es descartar el argumento de que un profesional necesita "tener una amplia formación cultural", porque eso es necesario para su imagen de hombre "culto", de hombre "de mundo".

Esto lleva implícito que acceder al título universitario es también la oportunidad de acceder al círculo elitista de la cultura, entendida ésta como la expresión en las artes, la ciencia y la literatura tal como la heredamos y seguimos heredando de Europa. El "círculo" recibe con beneplácito al profesional, porque significa para él la incorporación de la intelectualidad.

El "hombre culto", además de manejar amplia información, es el hombre que dialoga y argumenta. Esta alternativa lo aleja del "inculto" que resuelve las relaciones mediante acciones. No podemos desconocer la existencia de una autoridad ilustrada, de un poder autoritario que puede hacer gala de su ilustración... Negarse al diálogo y a la argumentación es "falta de cultura"... Sin embargo, cuando la autoridad civil y eclesiástica cierra la posibilidad de un diálogo con los sectores más amplios de la población (indígenas, mestizos...) y se presentan como dueños de la verdad, mantienen la hegemonía cultural. Tal vez porque siempre se ha escrito la historia desde las fortificaciones de los poderosos...

El profesional

Sin embargo, el profesional siente ajena a sus intereses la aceptación por parte de la élite cultural. La primera razón es que el prestigio que ello otorga no tiene reconocimiento social. La segunda, que no tiene ninguna utilidad. Es decir, en las condiciones actuales del panorama cultural, ni la dirigencia empresarial, ni la política, ni la gremial consagran su importancia.

De lo que se trata entonces, es de considerar la importancia que las actividades culturales pueden tener en la formación del futuro profesional universitario.

Desde este punto de vista, podemos empezar señalando que el trabajo intelectual está subestimado socialmente. ¿De dónde proviene esta subestimación? Una respuesta, no por rápida o superficial menos válida, es que el trabajo intelectual no está directamente relacionado con el estatus económico ni social. Una sociedad que no reconoce, jerarquiza y gratifica a sus intelectuales los empuja hacia la marginación, la mediocridad o la fuga. No hay estímulos sociales para la superación y su consecuencia es la pérdida. Ser profesor universitario es una profesión que se enmarca en dos posibilidades: asumirla como una actividad secundaria y casi de servicio social por quienes cimientan su prestigio en otros campos de la actividad profesional o, en la mayoría de los casos, como una actividad proletarizada, rutinaria y no creativa, en la que fundan el sustento familiar acorralados por la indigencia y el desempleo.

Si estas reflexiones tienen alguna validez para el trabajo intelectual, cabría preguntarse cuál es la situación para las múltiples prácticas culturales en la ciudad: artesanos, artistas, escritores, deportistas...

Una sociedad que mide el prestigio de sus hijos con la vara de sus cuentas bancarias (no podemos evitar la ironía de agregar: "en el exterior, por supuesto"), demuestra su limitada capacidad y competencia para establecer una escala de valores sociales que la prestigie.

Ella misma está desvalorizada, no tiene referentes sobre qué quiere ser ni sobre su destino; su valoración se remite a lo inmediato y lo inmediato es la cuenta bancaria; es una sociedad que sin proyección futura es incapaz de tener memoria, no hay un trazado social que la proyecte al futuro; no ofrece alternativas a sus habitantes como no sean la prepotencia de los poderosos y la impotencia de los marginados

Si podemos señalar una limitación significativa en nuestra sociedad, es la incapacidad de ser realmente creativa. Asume las experiencias de los demás y su creatividad se limita a estudiar la manera en que puede adaptarla al medio. No saca de las experiencias ajenas ideas para desarrollar las propias, sino que las asume como modelos que han de ser imitados y dirige sus esfuerzos creativos hacia la búsqueda de los mejores recursos para hacer la transferencia.

Dos artículos aparecidos en la prensa local hace ya tiempo dan en lo pequeño y cotidiano la medida de este aserto: en oportunidad del Día de los Muertos es tradicional contratar los servicios de músicos populares (los lagarteros) para que, frente a la tumba del amigo o el pariente, canten alguna canción que haya sido del agrado del difunto. El articulista criticaba esta costumbre porque, decía, la ignorancia de los deudos los llevaba a pagar honorarios exagerados por canciones que, después de todo, los muertos no oirían. Por supuesto, no hablaba en los mismos términos de la costumbre aceptada de poner flores en las tumbas; rechazaba las canciones porque no son una práctica habitual en los cementerios de las metrópolis. Otro ejemplo es el de los peloteros, duramente criticados porque ¿en qué ciudad del mundo los fines de semana se toman las calles para jugar fútbol? Habría sido suficiente que en Río de Janeiro o Londres se hiciese lo mismo para que el articulista exaltase el hecho de que aquí como allá también se juega en las calles. No somos capaces de asumir lo propio y si fuese el caso, de perfeccionarlo o adaptarlo a nuevas circunstancias. Simplemente nos negamos a nosotros mismos.

¿Cultura sin participación?

¿Qué es cultura popular? Entre las numerosas propuestas de definición encontramos aquellas que pretenden circunscribirla a las actividades que se proyectan hacia el cambio social; u otras que sostenidas en el anonimato de sus ejecutores asumen su validación en el entretejido con tradiciones seculares; o las que asocian su sentido como la vía de expresión de sectores sociales marginales, suburbanos y empobrecidos; o las que la relacionan con las prácticas del culto religioso; o las de quienes la definen según su forma de inserción en el proceso productivo desde el punto de vista de la distribución y el consumo. Es evidente que tanto la palabra cultura como la palabra popular se nos presentan con ambigüedad y abiertas a la interpretación que cada autor estima que le debe dar. Más allá de ellos, sectores medios y amplios de la población tienen su propia valoración de los términos, determinada por su práctica social. La observación señala que, aunque no hay una forma de encerrarla en un círculo hermético porque existe una zona de transición en la que su caracterización se desdibuja, sí podemos intentar una configuración si tratamos de rescatar lo que para la generalidad constituye manifestaciones de la cultura popular; no buscar una definición sino identificar las vías por las cuales se manifiesta la cultura popular, según la percepción que tenemos de ella. Es decir, no partir de las palabras ya connotadas, de las definiciones ya aceptadas, sino de los hechos concretos que observamos en nuestro entorno. El panorama para esta búsqueda se hace más evidente si oponemos a las manifestaciones populares las que produce la élite. Y esto en un contexto dado, no alejándonos de nuestro espacio inmediato y evitando la especulación sobre cómo pueden ser las cosas en otro lugar; operando sobre una realidad tangible y observable. Esta observación se hace más lógica cuando no queda librada a la lectura personal del investigador sino a la de un grupo que por sus características podemos considerar representativo del sector medio de la sociedad. La confrontación con la realidad dará un valor relativo a las especulaciones...

"La cultura popular se caracteriza por la oposición a la cultura dominante, como producto de la desigualdad y el conflicto" (84)

El problema radica en decidir cuál es la fórmula que se debe asumir frente al dilema: ¿integrar o confrontar? Quienes abogan por la confrontación señalan la situación de desventaja con que participa la cultura popular y el hecho de que, en consecuencia, es fácil víctima de la cultura hegemónica.

"No queremos decir que esta circulación más fluida y compleja haya evaporado las diferencias entre las clases sociales. Sólo estamos registrando que ciertas correspondencias entre clases y sistemas simbólicos están sufriendo cambios radicales, y que las regularidades y distinciones que hasta ahora facilitaban la interpretación ideológica se volvieron desconfiables. Una reorganización de los escenarios culturales y los cruzamientos crecientes de las identidades exige preguntarse de otro modo por los órdenes que sistematizan las relaciones materiales y simbólicas entre los grupos" (85)

Hay algunos cabos sueltos que deben ser atados: La cultura popular, como tal, no interesa a los sectores populares. La asumen como una práctica sin definiciones ni calificativos. No tienen el sentido de que "hacen cultura".

Pero ¿de dónde sale esto de cultura popular? Es la misma élite la que inventa el calificativo. Es la élite la que propone esta división. Tal vez habría que ir un poco más atrás y encontraríamos que no es la cultura el tema, sino el arte. El reconocimiento del arte como práctica abierta, pública, en contraposición a la privacidad, exclusividad, con que se la maneja ahora. En realidad habría que rastrear lo popular. Es posible que el arte haya sido siempre popular en la medida en que la arquitectura, la pintura, la escultura, la música, la teatralidad se exhibían públicamente en espacios y rituales compartidos. Evidentemente, porque su función no era la que la burguesía le adjudicó con posterioridad. Las artes satisfacían lo que hoy reclama la cultura de masas. Hoy la televisión mediatiza todo lo que en la antigüedad era "en vivo y en directo". Ni las muertes en el circo romano deben sorprendernos como prueba del salvajismo propio de la época, porque la televisión nos las trae hoy a nuestros hogares en los programas de ficción o en el boxeo, en las corridas de toros y los informativos donde la manipulación de la no-ficción (86) disimula en su estructura la crueldad de que es capaz la sociedad humana.

Defienden la cultura popular como tal, quienes son disidentes en los procesos de la cultura hegemónica. Es la élite la que, desde la palabra escrita y la racionalidad, establece categorías y conceptos. Y es precisamente responsabilidad de la élite dar los pasos que orienten las acciones hacia nuevas categorías y conceptualizaciones. Las palabras sostenidas en acciones pueden generar nuevas realidades y éstas a su vez nuevas simbolizaciones.

Miguel Donoso Pareja se refiere a George, cuento de Sonia Manzano, como uno "de los más elaborados y admirables de esta muestra" (87). Es interesante observar que este cuento que Donoso Pareja destaca desde el punto de vista literario, presenta personajes que en su atemporalidad evidencian esta omnipresencia cultural de la que formamos parte: desde el título del cuento, la vestimenta "del todo viril" de la protagonista, el pianista de "melena de paje" que "tose en forma persistente", "el pintor de la media oreja", todo junto con María Bonita, Granada y el pasillo que "hablaba de un río". Una convivencia que no es de extrañar por cuanto la memoria mezcla personas, hechos y lugares diversos que se funden en el recuerdo y en los que es posible detectar la historia de trasculturaciones olvidadas.

Gloria Stefan, popular cantante cubana, en una entrevista televisada manifiesta: "Decían que mi música era demasiado norteamericana para los latinos..." Sin embargo es precisamente esa mezcla, esa "hibridez", la que explica el éxito con que se recibe su repertorio.

Julio Cortázar cuenta que hace años estuvo en Argentina...

"... en una rueda de hombres de campo a la que asistíamos unos cuantos escritores. Alguien leyó un cuento basado en un episodio de nuestra guerra de independencia, escrito con una deliberada sencillez para ponerlo, como decía su autor, ‘al nivel del campesino’. El relato fue escuchado cortésmente, pero era fácil advertir que no había tocado fondo. Luego uno de nosotros leyó ‘La pata de mono’, el justamente famoso cuento de W. W. Jacobs. El interés, la emoción, el espanto y finalmente el entusiasmo fueron extraordinarios. Recuerdo que pasamos el resto de la noche hablando de hechicería, de brujos, de venganzas diabólicas. Y estoy seguro de que el cuento de Jacobs sigue vivo en el recuerdo de esos gauchos analfabetos, mientras que el cuento supuestamente popular, fabricado para ellos, con su vocabulario, sus aparentes posibilidades intelectuales y sus intereses patrióticos, ha de estar tan olvidado como el escritor que lo fabricó." (88)

El ejemplo ilustra una manera de entender lo popular, especialmente cuando desde la élite se pretende "culturizar" a los "incultos". No es de extrañar que una propuesta racional que hace protagonista un planteo ideológico, palidezca frente a una historia plena de subjetivismo y emotividad a los que son tan afectos los sectores populares.

Límites aquí

Si la aspiración final es operar sobre la realidad, necesitamos partir de una lectura concreta, de hechos reales comprobables en la sociedad en que vivimos. No partir de ninguna teoría de la cultura, sino partir de las manifestaciones culturales que podemos encontrar en nuestra ciudad.

Preguntarnos primero cuáles son para nosotros las manifestaciones populares y de élite. Enumerarlas primero, después caracterizarlas y de ahí llegar a teorizar; no empecemos por las palabras, sino por los hechos.

¿Qué es lo que esperamos para el futuro inmediato de Guayaquil desde el punto de vista social o socioeconómico si se quiere? ¿Las actividades culturales pueden tener alguna influencia en este futuro? ¿Cómo participan hoy, cómo deberían participar, cómo podrían participar?

Tal vez en esta última línea podríamos encontrar elementos para un comentario sobre las propuestas de Pablo Estrella desde el CONUEP (89). La propuesta de Estrella, como la de Colombres, está por la recuperación de las culturas sometidas, lo cual nos lleva a las siguientes reflexiones:

Cualquiera sea el proyecto cultural que se asuma, éste debe perseguir objetivos que lo trasciendan. No concebimos recuperar la cultura indígena por el solo hecho de su recuperación. Debe existir un objetivo que trascienda al hecho en sí. Tal vez el logro de la autoestima y la identidad, tal vez la recuperación de conocimientos importantes que pueden perderse en los vericuetos de la historia. La recuperación como una confrontación parece estéril y esterilizante. Algo como pelea de gallos. Sin embargo en un contexto distinto tiene el sentido de fortalecer la presencia social, recuperar un espacio social o ganarlo, lo cual es importante porque los cruces culturales no se hacen con fantasmas sino con grupos y personas reales. Nuestra propuesta apunta a encontrar y fomentar la presencia de lo popular en las manifestaciones elitistas, así como la presencia de lo elitista en las manifestaciones populares para lo cual ambas deben estar presentes.

Algo que no ha quedado suficientemente claro en los discursos de los entendidos y que deja latente una inquietud: somos "nosotros" quienes nos preocupamos por la recuperación de "ellos". "Nosotros" nos preocupamos por lo popular, "nosotros" nos preocupamos por lo indígena. Colombres inclusive llega a decir que cuando se va a realizar un trabajo de promoción cultural con alguna organización, hay que ver si la organización está bien orientada, caso contrario no podemos comprometernos con ella. El problema es que "nosotros" mismos vamos a fijar los parámetros de esa valoración. Y lo que es más confuso aún: se concibe el pensamiento o el sentir de las comunidades como uno, monolítico, sólido, ignorando las pequeñas y grandes diferencias que hay entre ellas y entre sus miembros. Y vamos a ser "nosotros" quienes establezcamos los parámetros, las alternativas, las vías de evaluación.

Es más viable y permeable a los intereses de "los demás" un proceso integrador, de cruce de instancias culturales. Asumir la coexistencia de niveles o corrientes, un punto de partida básico para el desarrollo de cualquier proyecto.

La identidad se construye a partir de los valores positivos que sostienen nuestra autoestima. La identidad no se puede construir a partir de lo que no nos enorgullece. No podemos reivindicar como identidad la violencia o la corrupción: el circo no definió la identidad romana, sino la cristiana.

Por el otro lado, la fiesta tradicional del parque Seminario, donde "una" élite se encierra entre las rejas mientras "lo popular" se da fuera, a su alrededor, ¿cómo puede analizarse?

Cómo analizar la artesanía: es popular en tanto no hay selección en el consumo y por lo tanto no la hay en la producción. Cuando el consumo se hace exigente (solicita cierto tipo de diseño, de forma, cierto grado de calidad, de terminación), una parte de la producción se distancia, se especializa, y en cuanto se hace para satisfacer la demanda de un público exigente y reducido, comienza a transformarse en una expresión elitista, no porque se aleje de los parámetros tradicionales, sino porque responde a la producción y consumo de un grupo reducido. También se firma.

Parecería que el número determina lo élite y lo popular. Cualquier manifestación de cultura realizada por y para unos pocos es una manifestación de élite. (Desde esta perspectiva no cabría lo de académico).

En el caso del parque Seminario es de élite o popular según del lado de la reja en el que nos pongamos: todo el juego que se desarrolla en su interior está realizado por y para un grupo preseleccionado. Sin embargo, todo el que lo observa desde el exterior, y en esto se asume una actitud abierta, masiva y pasiva, lo hace desde la perspectiva de lo popular...


Hacia una práctica universitaria

En nuestro afán por sentar las bases de un proyecto cultural a partir de las manifestaciones culturales observables en nuestra ciudad, se realizó una encuesta entre los estudiantes de la cátedra de Animación Cultural de la carrera de Comunicación Social de la UCSG, población constituida por jóvenes de clase media y clase media alta. Se confeccionó una lista de los eventos culturales que tienen lugar habitualmente en la ciudad. La lista no pretendía reseñar todas las manifestaciones culturales sino aquellas que, susceptibles de ser gestionadas, responden a una convocatoria eventual cuya finalidad es poner en común una actividad recreacional en el sentido más amplio que se puede dar al término. Es una actividad vinculada con el ocio y el entretenimiento, pero que tiene la particularidad de generar un principio de identidad entre los participantes. Es, podría decirse, un punto de encuentro.

Esta lista de eventos se agrupó según los criterios personales en los que se consideraban de élite por un lado y populares por el otro.

Nuestro pragmatismo nos llevó a no detenernos en disquisiciones alrededor de algunos eventos como el fútbol o los actos políticos para los cuales no encontramos una clasificación fácil. Otros, como los desfiles de modas o el tenis, presentaban opiniones divididas, y otros como el rock o las prácticas shamánicas que pueden ser populares en unos lugares y elitistas en otros, no permiten una fácil clasificación, y otros más como los cumpleaños y los casamientos escapan a nuestro marco operativo; nos llamó la atención la necesidad de dejar de lado a pintores y artesanos en beneficio de galerías, museos y ferias. Pero no perdimos de vista nuestro objetivo de llegar a resultados que hicieran posible una práctica para el nosotros y eso nos permitió soslayar aquellos aspectos que desde la teoría podían constituir un obstáculo y sumirnos en laberintos que desembocarían en la inacción. Son múltiples las paraculturas presentes en una organización compleja como lo es una ciudad, lo cual nos lleva a fijar límites en nuestro trabajo y a orientarnos hacia los dos agrupamientos que tradicionalmente vienen marcando la escisión ciudadana; quedan al margen aspectos relacionados con la cultura de masas e inclusive con las corrientes subterráneas de la cultura urbana.

Agrupadas las manifestaciones culturales como una práctica pública, pasamos luego a señalar constantes significativas en cada sector. Esta etapa desembocó en una generalización que podemos resumir en los siguientes términos: los eventos de cultura popular se manifiestan en espacios abiertos, organizados con respaldo de instituciones, con alto grado de informalidad; son recurrentes y altamente emotivos, responden al sentido gregario; por su parte, los eventos de élite se realizan en espacios cerrados, con respaldo empresarial, protocolizados, buscan la originalidad y tienen un alto componente de racionalidad; están relacionados con la promoción individual. En ambos casos se trata de procesos comunicacionales en los que quienes asisten establecen y refuerzan vínculos identitarios.

Por supuesto, siempre se hallan excepciones, pero generalmente éstas se producen en algún aspecto parcial de la caracterización, no en la mayoría.

Una pregunta que queda pendiente es si la agrupación popular o de élite responde a los criterios que surgen luego en la caracterización. Es decir si la caracterización es una consecuencia de la clasificación o la clasificación se hizo inconscientemente a partir de dichas caracterizaciones. Tal vez existe otra forma más racional para el agrupamiento y clasificación que rompa con el espontaneísmo operado en este caso. De cualquier forma, nosotros nos damos por satisfechos sobre los resultados alcanzados, porque, cumplida esta etapa, contamos con un instrumento que nos permite desarrollar un proyecto operativo sobre la cultura local.