Quinta parte: UNIVERSIDAD Y CULTURA
UNIVERSIDAD Y CULTURA
El número 2 del boletín informativo de AUSENP (Asociación de Universidades del Sur del Ecuador y Norte del Perú) (133) de diciembre del 2000, publica un artículo que sintetiza mucho de lo dicho hasta ahora y sirve de introducción a esta quinta parte, donde vamos a analizar la relación entre
CULTURA Y UNIVERSIDAD por Jorge H. Massucco
El concepto de cultura vigente desde la colonia hasta muy avanzado el siglo XIX respondió a la visión impuesta por el etnocentrismo europeo y se circunscribió al conocimiento de las artes y las letras. Más tarde y al ritmo de la evolución de las grandes metrópolis, las ciencias se incorporaron a este panorama, hasta hacer que en nuestros días entendamos por"hombre culto" aquel cuyo pensamiento se encuadra en la racionalidad y sensibilidad europeas.
Que nuestra sociedad haya asumido este modelo cultural significó el aborto del proceso de desarrollo autóctono y la implantación de dos corrientes culturales paralelas, simultáneas, antagónicas en muchos casos, que en sus diversas manifestaciones discurren sin tocarse. Me refiero a una cultura de élite, ciudadana, académica, racional, que se produce y difunde en espacios cerrados y para un público selecto, frente a otra cultura, popular, de fuerte impronta campesina, emotiva, generalmente multitudinaria e invasora de espacios abiertos.
La antropología nos ha ofrecido una visión más amplia de la cultura cuando abandonó la singularidad paradigmática de lo europeo para dar paso a la pluralidad de lo regional. Ya no habla de cultura pensando en Europa, sino de culturas remitiéndose a cada uno de los rincones del mundo, hasta el extremo de asumir que "todo es cultura". Este nuevo enfoque germinó rápidamente en el pensamiento universitario. Un terreno fértil, roturado por pensadores, sociólogos, políticos y poetas preocupados por el destino particular de nuestros pueblos.
Así, muchas universidades asumieron como parte de su misión todo lo relativo a la difusión cultural, entendiéndola como una vía para relacionarse con espacios del quehacer social fuera de las aulas. Fomentaron la creación de agrupaciones teatrales, exhibieron muestras pictóricas, apoyaron a grupos folclóricos. Sin embargo, ni el campeonato de tenis de mesa, ni la recaudación de fondos mediante una feria de platos, ni la selección de telas y modelos para el uniforme del personal han sido asumidos como manifestaciones de un proceso cultural. La academia no ha podido evadir el molde impuesto por la colonia, sigue moviéndose dentro de la categoría arte y acepta lo autóctono en tanto pueda ser considerado como arte. Ha ensanchado el molde pero dentro de los parámetros establecidos. Como si el concepto de arte fuese universal y no una taxonomía impuesta por el etnocentrismo europeo. Artesanía, danza, música folclórica, compatibles con el concepto de arte, han sido aceptadas e incorporadas como manifestaciones artísticas, menores, claro está, pero artísticas al fin.
No podemos negar el muy significativo paso que todo esto implica para la recuperación de valores populares. Pero lo que está en cuestión es la categoría arte, que no es más que una parte, la parte europea, del todo que es nuestra cultura.
La cultura es, en primer lugar, un proceso en el cual múltiples influencias se implantan, crecen o desaparecen, son aceptadas, incorporadas o rechazadas en una dinámica de crisis periódicas que desembocan en épocas de decantación y estabilidad en las cuales se afirma y se reconoce la identidad de un pueblo. En segundo lugar, cultura e identidad son dos caras de la misma moneda. No se puede trabajar en cultura si perdemos de vista que lo que estamos haciendo es construir una etapa de la identidad de nuestro pueblo. Las manifestaciones culturales son la evidencia de la identidad. La identidad es una abstracción, la cultura es una práctica.
En una sociedad de fuerte polarización en lo económico, social y cultural, la universidad debe definir su orientación. Y las opciones son dos: mantener la escisión trabajando lo cultural en el campo de las artes y las letras y apoyando con más o menos entusiasmo las
expresiones vernáculas, o buscar caminos de equilibrio creando instancias culturales de integración y encuentro, promoviendo e inventando alternativas para que las dos corrientes culturales se crucen y fructifiquen.
Y aquí el desafío y la tarea orientadora para la universidad en la construcción de una identidad que sea orgullo y afirme la autoestima de la comunidad toda. Una comunidad integrada en el goce común del quehacer cultural.
La universidad y la cultura
Algunas universidades han considerado que la formación científica y técnica no es suficiente para cumplir los fines institucionales. Esta visión queda explícitamente manifiesta desde sus estatutos constitutivos en los cuales, junto a la finalidad académica, se señala de diversa manera la misión cultural que las anima.
UNO- El Título Preliminar del Estatuto Orgánico de la Universidad de Guayaquil (UdeG, ed. 1984) menciona tres veces la palabra cultura y una la palabra artes seguramente con el ánimo de evitar la redundancia. Y entre sus fines y funciones hace referencia a políticas culturales, patrimonio cultural, cultura popular y cultura nacional y universal.
DOS- El artículo primero del Estatuto Universitario de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG) la define como "... Instituto de formación y cultura..."; el texto es mucho más extenso pero baste señalar que en los dos primeros artículos del Estatuto se cita la palabra cultura cinco veces.
Es evidente que la idea de la actividad cultural está vinculada a la vida académica, pensamiento que no es ajeno a las demás universidades del país. Sin embargo, este interés manifiesto por la cultura enfrenta su primer obstáculo cuando se propone concretarlo en expresiones que le den forma y sentido. Y es aquí donde las universidades no atinan con acciones coherentes porque no tienen una respuesta clara para el interrogante fundamental: para qué sirve la cultura.
Frente a esta preocupación, han renovado programas de estudio y han reformulado su misión y asumen su compromiso no ya como un centro de graduación de profesionales, sino como el de formación social de profesionales. Por otra parte la aparición en el mercado educacional de institutos, escuelas, tecnológicos y nuevas universidades con acciones más dinámicas e innovadoras, han traído al escenario una visión más compleja de la que nunca se había visto antes.
Así se dieron respuestas pragmáticas mediante la incorporación de asignaturas de orden humanístico al programa de estudios, lo cual debía garantizar conocimientos que excedieran los límites de una formación estrictamente profesional y crearan en el estudiante la conciencia de su inserción en el país y el mundo.
Sirvan de ejemplo las variadas alternativas que la UCSG ha creado: un Departamento de Estudios Generales que orienta una plantilla de materias básicas tales como Estudios Ecuatorianos, Historia de la Cultura, Antropología Cultural, Matemáticas, etc.; un Departamento de Teología que dicta una asignatura y administra el servicio pastoral; un Departamento de Idiomas, que permite optar entre francés, inglés o japonés, y finalmente el Centro de Estudios y Servicios que instruye en computación. Se trata de materias comunes a todas las carreras que tienen por finalidad dar una base de formación e información que vaya más allá de lo científico y técnico de cada una de las especializaciones académicas.
Sin embargo, la creación de cátedras como Teología en la UCSG o la de Materialismo Histórico en la UdeG no han garantizado una vida más cristiana en un caso ni más crítica en el otro. El medio utilizado para difundir principios y conceptos es el aula, con la metodología y el ritual de asistencia, exámenes y calificaciones, y el resultado es obvio: los jóvenes estudian las materias orientadas a la formación ética y social con la misma voluntad de aprobación que aplicaban en el colegio a Matemáticas, Gramática o Geografía; las asignaturas son dictadas por profesores y asumidas por los alumnos como una obligación más dentro de la rutina del programa de la carrera. Los resultados tienen que ver con los alcances y la forma de la comunicación pedagógica: mientras se instruya para rendir cuentas al profesor o, en el mejor de los casos, ante los propios compañeros, el esfuerzo que debe desplegar el joven tiene relativa trascendencia y por lo tanto, no pone en juego sus verdaderas posibilidades de compromiso.
El creciente interés en hacer de sus estudiantes "gente culta" y los limitados alcances que tiene el dictado de las materias humanísticas en su formación, llevó a la búsqueda de otras alternativas que permitiesen una mejor proyección social.
La creación de dependencias destinadas a promover actividades culturales al margen de los programas curriculares es una de ellas. Mediante auspicios, contrataciones o gestión propia se propicia la "difusión de la cultura", casi siempre circunscrita al espacio de las artes tradicionales, teatro, literatura, música y en algunos casos, expresiones folclóricas. Sin embargo, estas actividades tienen poco poder de convocatoria y la presencia del público es escasa aunque se trate de reforzar la concurrencia mediante el expediente de obligar a los alumnos a asistir a ellas.
La Escuela Superior Politécnica del Litoral (ESPOL) bajo el título de Lunes Culturales ofrece con regularidad espectáculos teatrales, recitales poéticos o musicales, conciertos, danza, folklore, etc. en el auditorio del plantel. Al igual que otros institutos de educación superior, cuenta con un coro estable. En la UCSG hay un coro, un grupo de teatro y un cine club abiertos a la participación estudiantil; sin embargo, aunque integrarse a estas actividades pueda significarles la obtención de becas parciales, los estudiantes no demuestran un interés significativo por tomar parte en ellas. Por su parte la UdeG tiene un inestable grupo teatral y un coro de importancia internacional. (134)
Es decir que las universidades reconocen como su razón de ser la difusión de la ciencia, la técnica y la cultura, para lo cual operan desde programas que satisfacen los requerimientos académicos del estudiante y, por otra parte, desarrollan actividades marginales que aspiran a brindar a los estudiantes formación cultural.
La sociedad
Otro aspecto sobre el que las universidades han ido adquiriendo conciencia es la necesidad de perfeccionar su relación con el medio social. Para esto han procurado sentar bases firmes para llevar adelante su compromiso de servicio, manifiesto de múltiples maneras en sus declaraciones de principios. En este sentido se han orientado hacia cinco formas de vinculación: 1) extensión universitaria, 2) servicios profesionales, 3) prácticas y pasantías 4) prestaciones de asistencia social y 5) difusión de su trabajo académico.
Conferencias, conciertos, seminarios, cursos de actualización y postgrado, etc. han abierto un espacio de relación dirigido a un segmento adulto y de profesionales que ha tenido variada acogida; por otra parte, la prestación de servicios profesionales dirigidos al sector empresarial, principalmente en el área de ciencia y tecnología, ha señalado una nueva vertiente orientada a lograr recursos que permitan autofinanciar proyectos de investigación y desarrollo; otras alternativas han buscado que, mediante la práctica, los estudiantes se relacionen con el medio profesional gracias al sistema de pasantías, trabajos de campo o prestaciones sociales, atendiendo consultas o asesoría externa. La actividad que conocemos como Casa Abierta es otra de las oportunidades que manejan institutos y universidades para relacionarse con el medio; aunque este recurso no pasa de ser un procedimiento publicitario para que el potencial "cliente" conozca la oferta institucional, constituye una oportunidad de diálogo extramuros que no debe ser subestimada. Otro tanto sucede con las Ferias de Ciencias, actividad que no ha encontrado los debidos estímulos ni en las organizaciones educativas ni en la comunidad, ni, particularmente, en el sector empresarial.
Si la enumeración precedente aparece como abrumadora por su variedad, no lo es tanto en cuanto a presencia y participación estudiantil. ¿Qué significan estas actividades para los estudiantes, qué grado de compromiso o interés generan en ellos, qué actividad abre mayores y mejores posibilidades de interrelación social? Si de lo que se trata es de escudriñar nuevas posibilidades para la cultura del nosotros, debemos observar que algunas de ellas no incluyen necesariamente la participación de los jóvenes y otras están referidas exclusivamente al ejercicio profesional. Estas actividades, vistas desde la comunicación social, se presentan bajo dos formas: unas son relaciones bilaterales que en lo profesional se establecen con empresas, instituciones o individuos y las otras son actividades de orden social, académico o cultural orientadas a grupos más vastos de la sociedad. Pero todas tienen en común que se realizan al interior del campus universitario y ninguna se propone como objetivo el estímulo de la comunicación interpersonal como recurso dialéctico para el desarrollo social. En general se reiteran como magíster, dueñas de la racionalidad, e interponen una distancia entre la cultura entendida desde la universidad y la cultura del nosotros.
"Una universalidad persistentemente basada en un eurocentrismo absurdo provee un universitas estrecho, reducido y reduccionista que nos lleva al profesionalismo, al divorcio entre racionalidad y realidades cognitivas diversas, al extrañamiento de la entidad con respecto a su medio, a la práctica de aculturaciones. La universidad ha caído en una especie de autismo cultural desde cuya realidad produce profesionales extraños y con el sesgo de que su perfil racional ya ni siquiera corresponda a los nuevos fondos que la misma ciencia está redefiniendo". (135)
De esta manera, la universidad viene a insertarse como reproductora de los valores, métodos y estructuras que el sistema tiene organizados según los modelos heredados, abandonando el rol de dinamizadora y gestora de renovación social que le corresponde por definición. Busca abstraer a sus estudiantes del contexto para ponerlos en situación dominante y, consecuentemente, marginal. En este sentido la función de "difundir la cultura" se transforma en un dar, y no en un llevar y un traer dialógico donde asumirse como parte de una sociedad que tiene propuestas latentes que hacer desde su realidad.
Nuevamente: se piensa en la cultura como la reproducción, generalmente un pálido reflejo, de los modelos que nuestra dependencia impone y no como la representación del nosotros; la cultura como el solemne modelo que debemos reverenciar y no como la gozosa experiencia de vivir.
"La extensión universitaria se dedica a transmitir a la población los residuos más frívolos del quehacer universitario, prefiriendo brindarle intrascendentes espectáculos de cultura general a hacerle partícipe de un verdadero esfuerzo de promoción comunitaria transformadora. En resumen, los sistemas educacionales de nuestros países preparan una pequeña élite para los cargos profesionales y técnicos necesarios para la manutención de sus privilegios, y ofrecen a las masas una formación alienada que no les permite comprender su situación sino apenas aprender las destrezas indispensables para conseguir su sobrevivencia." (136)
Si bien el enunciado precedente se nos ocurre un tanto extremo, lo cierto es que la universidad seduce a los jóvenes con la posibilidad de desprenderse del entorno y asumir una posición rectora en un medio social que apenas emerge a la vida ciudadana. (137)
Los medios electrónicos desde la universidad
La universidad ofrece información social, técnica y científica y en el horizonte globalizado, el avasallador avance de los sistemas digitales de comunicación como el nuevo paraíso que se aproxima. Decimos se aproxima aunque muchos sostienen que ya nos ha alcanzado, lo cual no es cierto: la gran mayoría del mundo no tiene la menor idea sobre el tema aunque a algunos, por obvias razones de adscripción cultural, nos agrade sentirnos integrados y globalizados. Pero es notorio que la realidad es mucho más compleja que aquella que la tecnología quiere proponernos: los medios electrónicos están controlados por sectores interesados en vendernos el verso de la globalización, nos abruman con una información adocenada y nos limitan al rol de meros consumidores. Muchos sectores han acogido el sistema como manifestación de "cultura" y progreso porque la tecnología impone la idea de que quien no se incorpora a ella, retrocede. Sin embargo existen razones profundas para ser reticentes frente al tema porque estamos en un medio de contradicciones y ni la sobredimensionada información que el sistema ofrece responde a las necesidades del nosotros, ni la rapidez con que genera la comunicación impide nuestro aislamiento interno sino que, por el contrario, lo agrava. El sistema, válido y útil para los sectores relacionados con las élites socioeconómicas, no alcanza a los sectores populares y no por el absurdo de no disponer de un aparato sino porque, aún disponiendo de él , no le sería útil para su propio proceso cultural. Salvo las pequeñas universidades privadas, vinculadas a estas élites, las demás viven dramáticamente la incoherencia que las lleva, consciente o inconscientemente, a ver con otros ojos el problema. La paradoja radica en que el nuevo medio no contribuye a comunicarnos ni a unificar nuestra sociedad, ni a construir nuestra identidad, sino a ahondar las diferencias internas y a aislarnos de nuestro contexto social. No desarrolla alternativas de comunicación horizontal sino que contribuye a fortalecer las relaciones de verticalidad en la comunicación y, lo que es más grave, a que continuemos asumiendo con indiferencia, como normal, la profundización de la brecha cultural de la que nos desentendemos y que incluso ignoramos.
Estamos frente a una nueva ruptura en nuestro proceso histórico. De la misma manera que el español irrumpió en el desarrollo de los procesos culturales autóctonos, hoy la electrónica es una realidad externa que se inserta traumáticamente en nuestra realidad. No se trata simplemente de diferencias generacionales, sino de una sociedad invadida por prácticas no incubadas ni desarrolladas en su seno. No es lo mismo la electrónica en un país que la ha pensado, la ha inventado, la ha creado, investigado, desarrollado, construido, vendido y diseminado, que en un país que la compra hecha y dentro del cual la usufructúa un sector social claramente definido. Felizmente, no se trata hoy de la España del siglo XVI: la nueva incursión no excluye otras prácticas, porque las democracias, con todas sus imperfecciones y contradicciones, permiten y alientan dinámicas participativas cuyas brechas deben ser tenidas en cuenta y aprovechas.
Las voces contestatarias no han llegado acompañadas de propuestas viables para contrarrestar los efectos de los desbordes de la tecnología. Se han buscado caminos para ampliar su espacio operativo y distanciarse del monólogo digital, se están buscando las formas para insertarse en el sistema, pero ni lo uno ni lo otro puede neutralizar los efectos de aislamiento al que nos relega. Con cierta ironía podríamos decir que "felizmente" no disponemos de los recursos financieros, técnicos ni humanos para ingresar exitosamente al sistema, porque de lograrlo tendríamos una población dedicada al monólogo perpetuo con una máquina, incapaz de producir sino nuevos programas para alimentar al mismo monólogo. El medio es el mensaje, y para nosotros el mensaje de este medio corre el riesgo de reducirse a la marginación del autismo.
Ni la máquina de escribir, ni el teléfono, ni la televisión garantizan por sí mismos recursos para la cultura, si entendemos ésta como nuestra identidad, como el nosotros. Y observemos que la televisión ya lleva más de cuarenta años en la ciudad; la mayoría de la población ha nacido y crecido bajo el imperio televisivo, cuya consecuencia más notable es la enorme cantidad de horas que esa población permanece anclada bajo el influjo de su encanto, y cada vez más lejos de los juegos y diálogos sociales. Gracias a la televisión hoy tenemos más "cultura", estamos más informados, pero somos menos nosotros en cuanto sociedad dialogal que comparte sus vivencias y experiencias.
Desde otra perspectiva, si la televisión puede ser señalada como lo hace Huneeus "de ser el instrumento difusor de la cultura huachaca" porque mediatiza un encuentro de campo y ciudad que genera un híbrido facilista, consumista y superficial sometido a la tecnología, podemos señalar los eventos como la alternativa dialógica en cuanto crean un proceso de interrelación directa, cara a cara, de comunicación horizontal, que al prescindir de la mediación electrónica se constituye en acto generador para el encuentro del nosotros. En este sentido el fútbol ha demostrado ser un recurso integrador, identitario, alrededor del cual los más heterogéneos sectores se abrazan o denuestan.
Sin plantear un rechazo a la tecnología, García Canclini rescata múltiples manifestaciones culturales en las que pretende encontrar formas para un arte popular contemporáneo (138) que constituyen verdaderos eventos válidos para la convocatoria al diálogo y a la reflexión.
A propósito de las mediaciones y la paulatina pérdida de las relaciones cara a cara, en presencia, en las que el cuerpo participa con todos sus sentidos, Sánchez Parga recurre a una metáfora que nos invita a pensar sobre el futuro de las relaciones dialógicas en la humanidad:
"Quizás más dramático sea el riesgo futuro que condene toda unión ‘carnal’ al doble sucedáneo del Viagra y el preservativo. El cuerpo habría perdido entonces el contacto de su último residuo comunicacional" (139)
Ni qué decir de la pornografía y el sexo por internet, más peligroso, despersonalizador y paralizante que el Viagra o el preservativo.
¿De qué no se trata entonces?
Más allá de los aciertos y programas que la universidad desarrolle para lograr sus objetivos culturales, lo cierto es que está permanentemente cuestionada; los principios sobre los que se asienta aparecen como retóricos cuando no encuentran sus propios derroteros por donde navegar. Es notoria la ausencia de actividades que sistematicen la propuesta cultural como una respuesta comunicacional cuyo horizonte esté en la generación de actos que provoquen el diálogo con la ciudad.
Si entendemos que está fuera de lugar pretender hacer de los estudiantes "gente culta", si reconocemos la poca acogida que tienen las ideas que pretenden el rescate de la tradición vernácula, si analizamos las vías por las cuales la universidad se relaciona con la ciudad, nos encontramos con que lo que no se ha planteado aún es que cultura y sociedad están íntimamente relacionadas en el lazo identitario, abarcador del nosotros que nos une, que nos da carta de ciudadanía, y que ha faltado sistematizar el desarrollo de proyectos culturales integradores que intenten el encuentro en manifestaciones comunes, y ver cómo, disponiendo de un enorme caudal humano, es posible comprometer a los estudiantes para que participen en proyectos que promuevan el diálogo para el nosotros.
El concepto generalmente aceptado de que la universidad debe asumir como prioridad "el deseo de dar el mejor servicio a nuestros estudiantes y a la sociedad" debería ser replanteado, porque de lo que se trata en realidad es de servir a la sociedad por medio del servicio que se da a los estudiantes. Y no es este un juego de palabras. Es un enfoque que modifica la razón de ser de la universidad y que puede extenderse a los criterios de trabajo y planes de estudio. No es la revolución ni mucho menos, valga la aclaración para aquellos que se asustan con los cambios, es simplemente saber ver las diferencias entre Europa y América Latina y no pretender un desarrollo que nos "hermane" con las universidades europeas cerrando los ojos a las profundas diferencias en la historia y el contexto que rodea a unas y otras. Países tan débiles como los nuestros, con poblaciones polarizadas y democracias inestables, con muy bajo índice de participación ciudadana en los niveles de decisión ¿pueden o deben tener universidades que se planteen estructuras, objetivos y métodos similares a los países hegemónicos?
Seguir el modelo europeo en nuestra realidad, produce resultados poco alentadores. En una conferencia dictada por Monseñor Luna, se preguntaba: "¿Nuestra educación forma personas o empleados?", y reflexionaba más adelante que "...el joven llega a la universidad para adquirir mayor personalidad, ser más persona..." (140)
Toda empresa educativa postula que más allá de la formación de un especialista, debe desarrollar en los jóvenes valores de madurez, responsabilidad y solidaridad, todo lo cual implica que a la universidad no se viene para aprender una profesión sino para ser más persona, es decir, se aprende a ser más persona a través de una profesión.
"De ahí su relación con el desarrollo: desarrollo no es consumir más, no es crecimiento económico, es tener la libertad para elegir los logros a los que aspiro; es pobre quien no puede elegir. No somos subdesarrollados con relación a Europa sino con relación a nuestras potencialidades". (141)
Esta última frase merece ser repetida: "No somos subdesarrollados con relación a Europa sino con relación a nuestras potencialidades"... a lo cual cabría agregar ... "para ser nosotros mismos".
Ciudadanía
Se ha dicho repetidas veces que Guayaquil es una ciudad de dos millones de habitantes, pero de doscientos mil ciudadanos.
Ciudadanía desde el punto de vista político es la posibilidad de votar cada cierto período de tiempo; desde la sociología, es la posibilidad de influir en las decisiones de un gobierno; y desde la comunicación, la posibilidad de relacionarse, de poner en común los temas de la ciudad.
Todavía hay algún político y catedrático que reclama para las universidades la necesidad de la formación política de sus estudiantes. Esta idea, latente en el pensamiento universitario, derivó en su momento hacia la instrumentación política de algunos sectores estudiantiles, creando la jerarquía de la dirigencia estudiantil como instancia manipuladora de lo que se ha llamado movimiento universitario. Creyeron que con cuestionar los abusos de la empresa privada y solidarizarse con organizaciones populares o movimientos contestatarios cumplían con la misión de compromiso y cambio que sustentan los principios universitarios. Sin embargo, para la gran mayoría de estudiantes la ciudad es ajena; muchos de ellos sólo conocen el itinerario de sus casas a la universidad, tienen un concepto de cultura que no va más allá de lo elitista, nunca han visitado un museo, no han participado en ninguna maratón, no han visto un desfile de modas, ni han asistido al teatro, ni han comprado una artesanía ni conocen gente más allá del círculo familiar o estudiantil. ¿Cómo se relaciona el joven con su ciudad? ¿Cómo vive su ciudad?
La inexistencia de relaciones con la ciudad es parte de la violencia estudiantil en los conflictos sociales. Cuando no hay vías de integración, la comunicación se establece por estallidos; la presencia estudiantil en las asonadas urbanas son una muestra. El estallido es una alternativa a la comunicación.
Mientras la ciudad sea "esta ciudad" y no "mi ciudad" o "nuestra ciudad", los problemas seguirán subsistiendo. Nadie arroja piedras a su propia casa.
Tal vez la mejor comparación que podemos hacer sobre la relación del ciudadano con su ciudad es la que la gente tiene con el uso de su propia casa: un terreno que conozco, con lugares personales, sitios compartidos, rincones privados, con cosas que me interesan, con gente conocida que sabe quien soy, con funciones y reglas tácitas o explícitas, un espacio al que pertenezco y me pertenece, donde puedo cambiar cosas y sé dónde encontrarlas. Hay diferencias, por supuesto, porque si al interior de la casa todos nos conocemos, al interior de la ciudad nos reconocemos como cohabitantes de un mismo techo.
Desde el Cotopaxi
Desde una perspectiva distinta pero coincidente, Martínez y Burbano reclaman que el sistema educacional bilingüe de las poblaciones indígenas de Cotopaxi debe trascender su función alfabetizadora para integrar a los niños y adolescentes al proceso identitario de su comunidad.
"...la educación como contenido y como proceso no debe limitarse únicamente a la promoción individual de los miembros de una sociedad, sino que tiene la función de hacer del hombre ‘un ser identificado con los auténticos valores culturales’, capaz de valorar los aspectos comunitarios del ambiente en que vive, discernir críticamente valores que posibiliten su crecimiento integral" (142)
El planteamiento que se hace en pequeño para una escuela dentro del Sistema de Escuelas Indígenas de Cotopaxi donde se imparte educación intercultural bilingüe, tiene plena validez para una universidad que alberga miles de estudiantes en una gran metrópolis.
Universidad y sector productivo
Ángel Muga Naredo ha realizado un interesante trabajo sobre la situación, la caracterización y recomendaciones para el desarrollo de relaciones entre la universidad y el medio social en el corto plazo (143). Dentro de su análisis, establece la relación de la universidad con cuatro subsistemas: educacional, de ciencia y tecnología, social y, finalmente, cultural. En este último campo señala como función básica la preservación, acrecentamiento y divulgación del arte y la cultura y se orienta hacia la creación de unidades artísticas, grupos estables de divulgación artística, creación y habilitación de centros culturales, programas de divulgación cultural y artística, programas de búsqueda, mantenimiento y divulgación del arte popular, publicaciones culturales y artísticas, etc.. A diferencia de la propuesta de Pablo Estrella, aquí el proyecto gira alrededor de las posibilidades de desarrollar en las universidades sistemas que la vinculen con el sector externo, principalmente con el sector productivo de la sociedad y de darse una organización capaz de gestionar la prestación de servicios. Desde nuestro punto de vista queremos llamar la atención al sentido aleatorio y marginal que se propone la acción cultural, relegándola a "dama de compañía". No se ve lo cultural como inherente a la misma idea de integrar las universidades a proyectos conjuntos con el sector productivo; no se entiende este proceso como una acción cultural. Aquí cabría inventar nuevas actividades culturales integradas al proyecto de vinculación y no repetir las propuestas paraculturales como la receta para el bien vestir.
Es que la cultura así entendida no da espacio para otra cosa: se la concibe como información sobre la sociedad y el mundo y como expresión de las artes, y se la asume como una carga social para interés del reducido grupo "gourmet".
Pocas universidades han instituido cursos de arte, literatura o teatro para formar profesionales en estas áreas como una respuesta al interés "cultural" manifiesto en sus postulados. A la "cultura" se la acepta más con pesar que con alegría. Es una carga a la que debemos responder para no pecar de "incultos". Las mismas élites directivas no están seguras de su necesidad e importancia, y rara vez vemos a las autoridades y docentes universitarios disfrutar de alguna actividad cultural. Ni que decir si nos referimos a las autoridades de la ciudad. Cuando asisten, lo hacen forzados por el carácter institucional o político del acto.
La cultura no es aburrida o poco atractiva: lo que se presenta como cultural y la manera en que se lo presenta, sí lo es.
Redefinir la universidad
Podríamos recoger innumerables propuestas por las que se plantea la necesidad de redefinir la función de la universidad para mejorar su diálogo con la sociedad, pero siempre tropezamos con definiciones retóricas y demasiado amplias que, más que una respuesta, dejan en el aire un interrogante:
"La historia, la representatividad política, la creación de otro modelo de desarrollo, la re-consideración de la salud, de la calidad de las construcciones, de las relaciones ser humano-naturaleza para la producción, y de la excelencia que la comunidad exige para la edu-comunicación, son algunos de los aspectos que se podrían conocer, informar, investigar y resolver tomando en cuenta los aportes y el encuentro de lo andino-amazónico, afro-ecuatoriano, con lo occidental. En el proceso de reunificación de la Universidad con la sociedad ecuatoriana, sus pueblos, culturas y regiones, se requiere de la calidad de estas redefiniciones..." (144)
Lo anterior reconoce la importancia del encuentro social, del desarrollo de la relación intercultural y de la redefinición de la universidad como caminos para el mejoramiento de la calidad de vida, pero adolece del defecto de querer abarcarlo todo y se queda en el plano de la expresión de deseos porque no alcanza a proponer un proyecto viable. Los planteamientos teóricos que reiteradamente se formulan sobre cultura, siempre polémicos y generalmente bien fundamentados, nos desvían del quehacer práctico y concreto, nos llevan a especular sobre postulados pero no sobre acciones, manifestaciones, actividades ciertas a partir de las cuales sí deberíamos abrir la discusión para la construcción de una teoría; no se toman en cuenta la forma, el uso, la práctica social que pueden llevar estas propuestas a su inserción en la comunidad. Se prioriza la palabra sobre el acto.
Tal vez en el otro extremo, están también quienes proponen acciones concretas de las que esperan cambios sociales inmediatos y mensurables.
"Ciertas lecturas sociologizantes también miden la utilidad de un mural o una película por su capacidad performativa, de generar modificaciones inmediatas y verificables. Se espera que los espectadores respondan a las supuestas acciones ‘concientizadoras’ con ‘tomas de conciencia’ y ‘cambios reales’ en sus conductas." (145)
García Canclini sabe que ése fue el sueño de muchos latinoamericanos que intentaron de diversas maneras el encuentro de la cultura popular y la de élite, pero que las circunstancias históricas, para decirlo con benevolencia, lo hicieron abortar antes de que floreciera. (146)
Cultura: eje articulador
Una de las voces más radicalmente cuestionadora en cuanto al sentido que debe tener el proceso educativo formal, parte de la Universidad de Cuenca en la palabra de Pablo Estrella. Él sostiene que la formación cultural "es el eje articulador del quehacer educativo" sobre el cual debe girar la actividad universitaria y que "el desarrollo más importante al que puede y debe contribuir la educación en cualquiera de sus niveles es, sin lugar a dudas, el desarrollo de los seres humanos como personas" (147). Si bien la declaración puede sonar un tanto lírica o retórica, quienes están comprometidos en la formación de los jóvenes la entienden, la viven y la sufren en los intentos, las frustraciones y los logros de todos lo días. Para alcanzar este objetivo, se deben cumplir ciertas condiciones:
"En este sentido, nuestro planteamiento es claro: solo una política universitaria que permita y posibilite afirmar y enriquecer las identidades culturales de nuestros pueblos, será capaz de provocar tal transformación ..." (148)
Su propuesta está impregnada por la necesidad del rescate de la cultura indígena, cuya vigente omnipresencia en Cuenca y toda la sierra marca fuertemente el proyecto. Y así debe ser; porque el proceso cultural está determinado por las diversas manifestaciones presentes en el contexto social a las cuales ningún trabajo para el nosotros puede ser ajeno. En todo caso el planteo es claro: romper el paradigma europeo de lo que debe ser la universidad e insertar en ella las diversas manifestaciones de nuestra cultura como rectoras del nuevo proceso:
"situar a la cultura como centro de la actividad universitaria y redefinir el papel que deben desarrollar las universidades en el proceso de creación de una nueva universalidad a partir de las condiciones sociales específicas en las que viven hoy el Ecuador y América Latina (y) motivar la más amplia y variada producción cultural" (149)
Nuestra realidad exige de la acción universitaria hacer ciudadanos a través de las profesiones.
Saramago pone el dedo en la llaga cuando afirma que "la escuela, la universidad, solo pueden dar instrucción. La educación tiene que ver con la sociedad civil y con la familia". (150)
¿Debe el sistema ‘educativo’ (las comillas son para asumir la discrepancia de Saramago) marginarse de la ‘educación’? Las universidades y en general todo el sistema, hablan del "compromiso social" y otras yerbas cuando de declaraciones de principios se trata. Pero la práctica no consigue zanjar la distancia entre el dicho y el hecho.
Si queremos que las palabras de Saramago pierdan vigencia y la uiniversidad participe en los procesos de educación, debe asumir que su responsabilidad no es la de hacer profesionales, sino de formar ciudadanos especializados. Hay implícita en todo lo expresado una cierta linealidad que opera sobre el estudiante a partir de la necesidad de que sea "más persona". Al identificarse culturalmente con su sociedad para desembocar en el ejercicio de una ciudadanía activa y participativa, aspectos sobre los cuales volveremos en el siguiente capítulo, se enfrenta a un mundo complejo sobre el cual queremos adelantar una reflexión que delimita el criterio de cultura con que trataremos de operar: "La perspectiva pluralista, que acepta la fragmentación y las combinaciones múltiples entre tradición, modernidad y posmodernidad es indispensable para considerar la coyuntura latinoamericana" (151) Si la cultura es patrimonio de todos, las actividades culturales deben involucrarnos a todos. Pero ¿quiénes somos "todos"? A propósito de esta pregunta José Sánchez Parga (152) hace referencia a los pactos de cultura: se trata de poner alrededor de una mesa de negociaciones a diversos sectores sociales y comprometerlos para llevar adelante un proyecto cultural determinado; puesto que de negociar se trata, se deben poner las cartas sobre la mesa y estudiar los intereses que las distintas partes ponen en juego para ver cuáles son las ventajas que cada una puede obtener legítimamente del proyecto. El sistema educativo está en condiciones de apelar a los estudiantes para que, desde sus propias perspectivas académicas y profesionales, desarrollen relaciones con todos los sectores de la ciudad con miras a la concreción de un proyecto. Esto incluye a la gente que "hace cosas", es decir a productores de bienes o actividades culturales, artistas, artesanos, deportistas, etc., a instituciones sociales, civiles, deportivas, gremiales, de cualquier orden; (153) a los medios masivos de comunicación, prensa, radio, televisión, y a las empresas privadas de industria, comercio o servicios. Es decir que entre las obligaciones de la universidad, está la de establecer los requisitos y maneras que permitan relacionar a sus estudiantes con la gente de la ciudad. La universidad tiene que hacer conocer a sus estudiantes y estos tienen que conocer a la gente, saber qué hacen, cómo hacen. Ver y sentir a la gente enrolada en un proceso social común. El pacto de cultura es una mesa asentada en cuatro patas cuya firmeza dependerá de cuán confiable y responsable es el proyecto que se pone en discusión. La empresa privada tiene un importante papel que desempeñar en esta relación, para cubrir la distancia que va de su indiferencia respecto de la cultura al compromiso creador. Esto será posible en la medida en que se les haga llegar iniciativas de interés recíproco y que inspiren confianza. Tal vez convenga empezar por el cómo, porque el inasible concepto de cultura puede ser atrapado en los limites de cómo hacerla desde la universidad. Los cambios tienen su propia dinámica que la situación social determina a partir del contexto, las circunstancias, el lugar, el momento, los actores y las relaciones sociales. El estudiante busca espacios de expresión y comunicación con la ciudad. Tiene necesidad de participar, de hacer sentir su presencia, pero no existen las vías que le permitan concretar esta necesidad. La única que asoma como alternativa es el activismo político en el que el estudiante, generalmente, termina siendo objeto de todo tipo de manipulación coyuntural. La universidad, ya lo hemos dicho, ofrece muy pocas posibilidades de diálogo social abierto a los intereses, impulsos y creatividad de los jóvenes. La creatividad es participativa, dialéctica. ¿Dónde radica la creatividad, sino en la capacidad de combinar lo diferente y hasta lo opuesto? Socialmente no hay creatividad si no es con los otros. Creer que la creatividad es producto de la autosatisfacción es ignorar que del diálogo entre el ello y el superyó se engendra el yo único e irrepetible que se expone al juicio de los demás. La creatividad nos permite una percepción del mundo alternativo, de un mundo diverso al que vivimos cotidianamente: nos permite descubrir facetas imprevistas, redescubrir lo obvio y comunicarlo, es decir insertarlo conscientemente en la vida cotidiana. Toda creación culmina en el proceso de comunicación con el otro. No hay creación sin comunicación. Aunque no está pensado desde el punto de vista psicologista, el nosotros prefigura una posibilidad de lectura donde el inconsciente colectivo es la expresión de los deseos, impulsos y necesidades, mientras que la organización social, política y económica es el mecanismo represor que impone los límites. Seguramente la sicología social tiene mucho que decir al respecto. Hasta podríamos proponer un cuadro que desde la cultura nos daría mucho que pensar: La propuesta tendría cierta validez, si no fuese porque falta demostrar que una sociedad de contradicciones como la nuestra presenta aspectos de un inconsciente colectivo capaz de superar las diferencias, tarea que excede los límites de este trabajo. La percepción de la sociedad, incubada desde la familia y la escuela, se confronta con la demanda social; en este diálogo, el joven universitario se siente testigo y protagonista con una alternativa: la de someterse al aparato académico o la de asumir la renuncia como una defección. Los impulsos y las necesidades sociales de los estudiantes universitarios, de nuestros estudiantes universitarios, no cuentan con estudios que nos orienten al respecto. Solo podemos inferir, como espectadores de su desempeño, que algunos se someten acríticamente al sistema académico, asumiendo su posición como situación de privilegio, y otros lo hacen a regañadientes, cuestionando métodos y contenidos, molestos por su dependencia familiar, sintiéndose marginales en el contexto social, sufriendo su sometimiento a padres y profesores ante quienes deben rendir cuentas y sintiendo la postergación de su relación con la sociedad, para cuando dispongan del bendito cartón. Quienes, además de estudiar, trabajan, ofrecen un cuadro de mayor complejidad donde la vocación o el interés no siempre van de la mano respecto de su inserción social. Por otra parte, pocos, muy pocos, han sido alentados o han encontrado las condiciones para desarrollar por propia iniciativa prácticas culturales de ningún orden, ni coleccionar estampillas, ni inventar platos de comida, ni hacer teatro, ni levantar pesas, ni escribir versos. Lo más que han acertado a hacer es practicar el fútbol, e "ir a bailar" o a "escuchar música" los fines de semana (154). No es este el momento ni el lugar para señalarlo, pero no podemos dejar de mencionar la responsabilidad de escuelas y colegios en este sentido, no porque no hacen "niños cultos", sino porque no les dan los medios para relacionarse con el debido empeño con los demás: curiosidad, interés, creatividad. En un sondeo de opinión realizado entre estudiantes universitarios, se le preguntó a un alumno que cursaba Economía qué entendía por cultura; su respuesta , fuertemente influida por los criterios antropológicos, la ubicaba en todas las manifestaciones del quehacer social del hombre: costumbres, instrumentos, rituales, creencias, etc. Interrogado luego sobre qué tipo de evento cultural se podría propiciar con otros compañeros de su carrera, respondió "que lo veía difícil porque a muy pocos les interesa la cultura". La incongruencia de ambas respuestas da la pauta de las dificultades que hay que superar, y la segunda, cuestiona qué y cómo se está trabajando en cultura. El error parte de dos prejuicios, el segundo consecuencia del primero:
La mesa de negocios
Teoría y práctica
Las carreras universitarias y la cultura
1. considerar la cultura dentro de los límites estrechos de las artes y la literatura
2. y creer, por lo tanto, que la actividad cultural constituye una especialidad académica.
Vivir el trabajo cultural como patrimonio de "la gente culta" y no como espacio en el goce compartido es la más pesada carga que nos legó la historia. Más allá de la contradicción, la respuesta apunta a que hay un espacio cultural espontáneo que se vive a diario y hay otro, hecho por especialistas, que no les incumbe. Existe el prejuicio de considerar que la cultura no tiene nada que ver con carreras como Medicina, Derecho o Ingeniería; se la considera algo aparte, aunque en todas las carreras los jóvenes organicen bailes y partidos de fútbol sin necesidad de recurrir a ningún especialista.
Si debemos reconocer la existencia de un rechazo por parte de los jóvenes a la seriedad y solemnidad de las manifestaciones de la paracultura elitista que aparece a los ojos de la generalidad como una práctica para iniciados y de círculos cerrados, podemos, por otra parte, argumentar que les gusta jugar fútbol o escuchar música o bailar o ver televisión, lo cual también constituye prácticas culturales, aunque no estén bendecidas por los oficiantes de la élite. Todas las especialidades universitarias tienen espacios de divulgación que las apartan del cerrado esoterismo de astrólogos, alquimistas y brujos de la antigüedad. Hoy el estudiante o el profesional tienen un diálogo más abierto con la sociedad, hay publicaciones y programas de televisión dedicados a la divulgación de las ciencias y hay programas de ficción cuyas historias giran alrededor de problemas médicos, legales, pedagógicos o sicológicos. Un libro como El hombre que calculaba hace de las matemáticas básicas un juego entretenido; Adamov ha hecho de sus escritos un medio importante para la divulgación científica; en internet podemos encontrar los medios para construir una bomba o para criar abejas; la prolífica producción de Ágata Christie se inició con su experiencia médica sobre el efecto de los venenos; Churchill hacía de la pintura un escape a los problemas políticos que debía enfrentar; Einstein tocaba el violín y gustaba de la música clásica; Eisenstein encontró en el idioma japonés la metáfora para su teoría del montaje cinematográfico, y Arquímedes, el principio físico de la flotabilidad cuando se bañaba... La lista sería muy larga, pero incluiría a todos los que, desenvolviéndose en un área del conocimiento, se han encontrado con otra y de la yuxtaposición o la mezcla de ambas hicieron surgir propuestas originales, creativas, que dieron paso a nuevas propuestas sociales. Del deporte y la medicina surge una especialidad como la medicina deportiva que, a su vez, ha engendrado numerosas especialidades; del espíritu aventurero y del conocimiento científico, han surgido notables descubrimientos en medicina, en ciencias naturales o antropología; el cálculo y las matemáticas junto con la arqueología y la astronomía han impulsado a buscar explicaciones para las pirámides mayas o las pirámides de Egipto; la Biblia puede ser leída desde el Derecho, y las pinturas de Van Gogh, desde la sicología; un concurso de preguntas y respuestas puede hacerse dentro de temas de una especialidad, y una competencia de diseño puede hacerse entre estudiantes de arte y de ingeniería; las piezas arqueológicas pueden ser vistas desde la gastronomía o desde las técnicas del combate. Pensar en compartimentos estancos es un error que, al atentar contra la creatividad y las posibilidades en la formación personal del joven, lo hacen contra el desarrollo para una sociedad mejor. Los jóvenes no rechazan las expresiones de la cultura sino la forma en que se presentan algunas de sus manifestaciones, y la exclusividad (de la familia del verbo excluir) de la paracultura elitista. Los jóvenes universitarios son hijos de sus padres y, pertenezcan a la élite financiera o a los sectores proletarios, viven el rechazo por la "cultura" porque la sienten ajena e inconducente. ¿Qué aporta la cultura al universitario?
Es una prioridad social incorporar a los jóvenes en el proceso cultural de la ciudad. Su participación debe ser activa, no reducida al papel de mero espectador. El joven debe sentir que la ciudad le pertenece, que tiene obligaciones para con ella y su gente, y que también tiene derechos de los cuales debe saber usufructuar. Esto no se aprende en los libros; en la situación actual, en la que no constituye una práctica consuetudinaria, no es en los libros donde el joven va a asimilar sus derechos y obligaciones. El viejo aforismo "lo que oigo lo olvido, lo que veo lo recuerdo, lo que hago lo sé" debe tenerse en cuenta en esta etapa de nuestro proceso. Hay que hacer, aunque nos equivoquemos, pero hacer; para luego teorizar sobre los hechos y no sobre las palabras.
Haber intentado hacer de la cultura una abstracción sobre la cual polemizar ha sido el error metodológico que nos ha llevado a caminos sin perspectivas. La cultura se manifiesta en hechos concretos, es la cara activa de la moneda: lo que hacemos; del otro lado, la cara pasiva de la identidad: lo que somos, cómo nos vemos, cómo nos ven.
Dentro de este panorama, la universidad, por principio y por constituir el centro donde se agrupan jóvenes de diversa extracción social, es el lugar idóneo desde donde desarrollar un proyecto que responda a la necesidad de superar contradicciones y permita trabajar en una idea unificadora. La participación de los jóvenes será integradora y habrá de significar un aporte a la identidad, porque ellos serán quienes expondrán en la palestra la síntesis de las múltiples presiones socioculturales a las que están (estamos) sometidos. Es un proceso abierto en el que la orientación, el sentido están dados por los intereses y vivencias de los jóvenes que los impulsan. No hay directrices, sino reflexiones y sugerencias. Y puesto que se trata de un proyecto integrador, deben tener cabida las corrientes de pensamiento y acción que los distintos intereses promuevan. Son las universidades las que tienen a su disposición el principal recurso para desarrollar el proceso cultural. A diferencia de Europa donde los mayores son transmisores de la cultura ya afirmada en el tiempo, aquí los jóvenes son origen y destino de la cultura que se está haciendo.
¿Qué hacer? Buscar vías de participación no tradicionales que comprometan el interés de los jóvenes no puede ser tarea del docente, sino de los mismos estudiantes. Los jóvenes son la expresión del mundo en que viven hoy, en quienes convergen todas las influencias y los modelos que la sociedad impone. Fluctúan entre el hedonismo que irradian los países hegemónicos y el estoicismo de un cristianismo sospechoso. Son espectadores de un universo que no les pertenece, recelan de los mayores porque les legamos un mundo degradado por el fraude y la mentira, y se someten con desgano y amargura a las opciones que ofrecemos; sólo el amplio espacio de ver e imitar les está reservado; ser como es la alternativa que la sociedad les ofrece; no, ser ellos mismos.
Sin embargo la rebeldía está latente: "Debemos dejar de ser sólo consumidores y ponernos a hacer" dijo en una oportunidad un estudiante (155). Hay en los jóvenes una necesidad de hacer que no encuentra los cauces adecuados para manifestarse. Necesitan contar con las condiciones para este hacer; los hemos acostumbrado a consumir, no a fabricar; si se orientan sus posibilidades hacia la expresión, si se comprometen en la búsqueda otras instancias sociales; si se reconoce su importancia; si se señala la influencia social, entonces las ideas florecen. Los mismos profesores no somos ajenos a esta situación: pocos, demasiado pocos hemos incursionado en el espacio de la investigación; la gran mayoría nos hemos conformado con dictar clases curso tras curso, año tras año. Solamente ahora se están creando los canales idóneos para orientar el interés y la iniciativa en este sentido. El "debemos dejar de ser sólo consumidores y ponernos a hacer" es válido para todos los integrantes de la cátedra.
Traer el tema cultura a límites operativos, proponer un método que permita actuar sobre el desarrollo cultural sin violentarlo y sentar las bases para construir un marco teórico que permita actuar desde la gestión cultural hacia la consolidación de la identidad son los caminos que debemos transitar. Lo primero que proponemos, entonces, es alejarnos del método deductivo, que a partir de una definición general va hacia la búsqueda de las formas particulares que se ajustan al modelo, y, por el proceso inverso, tratar de llegar a una definición a partir de los hechos tipificados como expresiones particulares del tema que nos ocupa. Para ello el trabajo tratará de sustentarse no en la cultura sino en las manifestaciones culturales.
No deja de ser interesante señalar que en el método deductivo partimos de definiciones elaboradas por quienes han experimentado el proceso inductivo en sus propias realidades. Dicho en otras palabras: Europa llegó a las definiciones luego de las experiencias, de las experimentaciones. No se trata, entonces , de interpretar nuestra realidad en el marco de las teorías y las palabras que ellos inventaron para definir su propia realidad, sino de proponer una teoría a partir de los hechos y contradicciones que se dan en nuestra cotidianidad.
Es, en resumidas cuentas, una manera de respetar a quienes producen actividades culturales de diversa índole, de aceptar dichas manifestaciones y asumirlas con sus virtudes y defectos; de entenderlas como propuestas para el encuentro: lugares, cosas y momentos en los cuales la gente se identifica.
La propuesta está orientada a estimular y desatar aquellas potencialidades que, por falta de proyectos, se esterilizan en las prácticas más elementales; a tratar de ampliar las prácticas existentes, contactar con ellas, relacionarlas, integrarlas, perfeccionarlas si fuese del caso y buscar alternativas para su mestización, en tanto entendemos ésta como el producto de la comunión de intereses y posiciones que generalmente se consideran antagónicos.
Las manifestaciones culturales
Las manifestaciones culturales son de muy diverso orden. Aunque la lista puede ser extensa según el grado de especialización buscado, una taxonomía funcional para nuestros intereses puede reducirse a los siguientes puntos (156)
- personales: vestimenta, peinado, comida, creencias;
- familiares: fiestas, casamientos, velorios, conmemoraciones;
- sociales: bingos, ferias, homenajes;
- públicas: desfiles, ferias, deportes;
- institucionales: asociaciones, sociedades, organizaciones, fundaciones;
- monumentales: estadios, construcciones, fuentes, monumentos, edificios;
- espaciales: parques, paseos;
- autorales: artistas, escritores, artesanos, y
- eventuales: actos.
Las manifestaciones culturales son, por naturaleza o por definición, actividades públicas cuya característica radica en producir un acto comunicacional alrededor del cual un grupo más o menos definido se identifica. La condición fundamental radica en su estado público sin el cual no se pueden cumplir las condiciones identitarias. De ahí surge un serio cuestionamiento a la obra de arte, literaria o artesanal, cuya existencia, como manifestación cultural, solo adquiere vigencia cuando se la comunica, cuando adquiere estado público. La obra autoral pasa a ser cultura en el momento que participa de un proceso de comunicación. De ahí el valor de la galería, del museo, de la sala de conciertos, de la publicación y del acto de lanzamiento de una obra literaria.
Esta función inherente al evento de poner en común la obra, le confiere su connotación cultural. De ahí que, por naturaleza, en tanto convoca y provoca la identidad de los participantes, se constituye en un hecho cultural. Comunicar, dar estado público, poner en común, es participar en el proceso cultural, de donde resultaría redundante referirnos a un evento calificándolo de cultural, salvo para diferenciarlo de aquellos que llevan propósitos tales como una obra social o que tienen carácter estrictamente familiar, promocional, político, etc.. En todo caso, lo que queda claro es que habría que encontrar la fórmula para que el calificativo no apareciera como referido exclusivamente a la paracultura de la élite. El evento cultural es un acto abierto sin propuestas subalternas, sin segundas intenciones, salvo la de entretener, en torno al descubrimiento de un acto de interés común.
Aquí abordamos un aspecto subestimado por quienes teorizan sobre cultura y que no ha sido reconocido ni estudiado en toda la amplitud de su importancia: la comunicación. Los lazos que unen cultura con comunicación y a ésta con descubrimiento. Cuando analizamos la cultura en el marco de la producción, distribución y consumo, nos alejamos del factor determinante para su consolidación: la transmisión, la información, la comunicación, el elemento que enlaza todo el proceso hasta ponerlo en común. América se descubrió cuando la información de su existencia quedó a disposición de todo el mundo; descubrimiento es la comunicación del hecho, y esto es así a tal punto que quien mejor lo comunicó mediante sus Relaciones de viajes terminó dando su nombre al nuevo continente: Américo Vespucio. Este dato aparentemente irrelevante es la prueba fehaciente de que descubrir es sinónimo de comunicar. (157)
La cátedra
Las materias que se imparten en las aulas son, desde sus respectivas perspectivas, el instrumento para generar en los jóvenes el sentido de la responsabilidad, de la autodisciplina, de la organización, de la perseverancia, de la participación, de la cooperación, del trabajo, del juicio, del criterio, de la autoestima; dicho en otras palabras, el aprendizaje es fundamentalmente un proceso de maduración a través del conocimiento. Puede teorizarse sobre moral, ética y civismo, pero el verdadero aprendizaje es una práctica, no una teoría. En el mejor de los casos, una teoría a partir de una práctica.
Desde esta perspectiva, todas las materias concurren al mismo fin. Y también todas las carreras. Pensar que la universidad debe preparar genios, seres excepcionales que brillen con luz propia y se proyecten al mundo, no es tarea de la etapa de formación. Podrá alguno de ellos llegar a ser algún día un profesional altamente especializado y hasta creativo, inventor, descubridor o practicante de fórmulas inéditas, pero hasta tanto, la universidad deberá orientarlo como miembro de la comunidad que ha tenido el privilegio de acceder a conocimientos que lo colocan en posición de mayores responsabilidades. Pero para que esto sea posible debe antes conocer la ciudad en la que vive, ser ciudadano. No se ama lo que no se conoce.
El libro
En este proceso nos entregamos muchas veces a la arbitrariedad del texto.
Tenemos la costumbre de asumir el contenido de los libros como conceptos memorizables. Tal vez esto tenga su origen en el escolasticismo. No olvidemos que nuestras universidades se fundan en el Derecho y la Teología, dos disciplinas basadas en textos sagrados (laicos y religiosos) que deben ser aceptados como "palabra santa". La fe en la palabra impresa es proverbial: el Talmud, el Corán, la Biblia, los Vedas, son todas expresiones de esa fe que hoy tiene en el libro la forma acabada para su permanencia y su trasmisión. La anécdota que recoge nuestra historia sobre el padre Valverde y Atahualpa es una prueba de ello; todo parte de una adhesión al texto que - por imposición, por convicción, o por fe – estimamos necesario y conveniente transmitir a los otros. En nuestra universidad muchos de nuestros profesores asumen así los textos; no se los entiende como una apertura al diálogo con un autor que expone sus puntos de vista; no se piensa en la posibilidad de rebatir sus conceptos; no se los ve como una invitación a la reflexión: el texto "debe ser aprendido" y con suerte, ser aplicado después.
Todo nuevo libro entre nosotros es, por principio, sospechoso. Su carta de presentación estará en la bibliografía que cite, en la autoridad de los libros que le preceden, en la medida en que el autor se haya sumergido en los autores ya aceptados, los más modernos, postmodernos y ultramodernos, si fuese el caso. Es inconcebible una idea que no se remita a los antecedentes porque, de ser así, llevaría implícita la ruptura a la línea de pensamiento de los escribidores. (158)
Somos capaces de investigar la realidad a partir de los libros que nos llegan, pero no somos capaces de investigar a los mismos libros ni, mucho menos, investigar la realidad para hacer nuestros propios libros.
Los "grandes libros" están esperando nuestro cuestionamiento.
Cambios en la universidad
El estatuto de la UCSG establece que su finalidad es "la preparación de profesionales socialmente responsables". Por su parte, el de la UdeG señala que su enseñanza es "para el servicio de la comunidad, superando el esquema profesional utilitario" (1984). Si bien es posible establecer los mecanismos para preparar a un profesional, los mecanismos necesarios para que sea socialmente responsable son imponderables. Del dicho al hecho hay un largo trecho. El problema académico que enfrentan las universidades es el cómo hacer aterrizar los más loables propósitos que orientan su razón de ser.
Pablo Estrella enuncia algunas condiciones para la implementación de su proyecto y dice que
"esto significa que las universidades deben redefinir radicalmente la forma y el contenido de su quehacer académico en todos y en cada uno de los campos en los que actúan e intervienen, a partir de una concepción y de una práctica que produzca una verdadera transformación de las relaciones que ellas mantienen con la sociedad y con sus demandas históricas". (159)
Nos permitimos citar todo el párrafo porque sintetiza el pensamiento latente en muchas universidades que, más o menos radicales, entienden la necesidad de cambios urgentes porque los intentados hasta el momento no han producido efectos en la dimensión deseada. Sin embargo los cambios no pasan por las modificaciones formales porque, en mayor o menor grado, todo está ya dicho en los estatutos universitarios; el problema está en los caminos que se eligen para hacer realidad estos postulados.
La propuesta de Pablo Estrella nos parece inconclusa, pero debemos reconocer a su autor la valentía, diríamos casi la temeridad, de expresarla; decir que toda la tarea universitaria debe estar atravesada por el trabajo cultural se nos ocurre como una venturosa osadía que, lamentablemente, pocos entienden. Y muchos menos son los que proponen alternativas para su puesta en marcha.
Lo indígena, tradicional, telúrico, y lo gringo actual requieren un tratamiento coherente con la realidad. Rescatar lo indígena y rechazar lo gringo latente en todas nuestras aspiraciones no guarda coherencia con la realidad que vivimos. Formular el trabajo cultural a partir de estos preceptos nos lleva a caminos sin salida porque la realidad nos aplasta como una aplanadora. Nuestra tarea, mal que nos pese, consiste en estimular la convergencia a partir de las cosas realmente sentidas por los jóvenes. Recoger de todo, lo mejor, reelaborarlo, amalgamarlo y producir cosas nuevas (160). Así como el mestizaje racial es una realidad, debemos asumir el mestizaje cultural y desde aquí proyectar la necesaria relación entre cultura en proceso e identidad y entre ésta y ciudadanía. Hay una distancia vivencial entre las ciudades de la Sierra y la Costa que dificulta percibir una región desde la otra, lo cual nos impide hablar con toda propiedad. Sin embargo, la clave compartida para hacer una lectura correcta de su trabajo sigue siendo que el estudiante universitario, justamente por su universitas, trabaje en la identidad de su comunidad; que entienda (para ir al final de la idea) que estudia para integrarse y para construir desde adentro su sociedad, haciendo su "negocio" si se quiere, pero con el prójimo, no contra él. La idea del universitario que se prepara para separarse o distanciarse de los demás, es una herencia cultural difícil de desterrar, pero que se puede superar con una práctica coherente.
Es tarea de la universidad acercar al estudiante a su comunidad. El sistema del servicio público (la rural, la pasantía, el voluntariado) al que se lo somete está íntimamente relacionado con el dar, con la caridad, con el perfeccionamiento profesional y, consecuente y contradictoriamente, con el distanciamiento y la división social. No nos remite al compartir. El trabajo cultural propone un acercamiento en el goce común, integrador, en la identidad social más que en la identidad gremial o sectorial.
La idea de Pablo Estrella está orientada a hacer de las diversas carreras y especialidades universitarias el vehículo por el que el joven se integre a su comunidad: la cultura como eje vertebrador de toda la actividad universitaria.
Los desafíos
Para desarrollar un proyecto de comunicación con la participación de los alumnos, los jóvenes deben intentar resolver varios problemas:
- el desconocimiento del medio social,
- el desconocimiento de las formas posibles de expresión cultural,
- el desconocimiento de los productores de las diversas manifestaciones culturales,
- el desconocimiento de los actores en los procesos de actividades culturales,
- la limitada experiencia de trabajo en grupo; deben enfrentarse a un medio receloso
- respecto de la "cultura",
- respecto de los jóvenes; deben encontrar el necesario respaldo de sus profesores
- por la confianza en sus capacidades,
- con el rigor en el procedimiento,
- por la presión en los resultados,
- con el apoyo institucional.
Todo el proceso parte de una certeza: los jóvenes son mucho más capaces de lo que habitualmente creemos. Lejos del trato paternalista, frente a la posibilidad de expresarse y enfrentados al desafío de hacer con y para los demás, asumen la tarea con insospechada idoneidad.
Se trata, entonces, de encontrar una fórmula que permita al joven una actividad gozosa para ser compartida. Y en este sentido, nuestra propuesta está orientada a la organización de eventos.
¿Por qué el evento?
Realizar un evento da al estudiante las mejores oportunidades para relacionarse con diversos aspectos de su ciudad. Deberá posibilitarse desde la universidad la mayor libertad cultural para actuar en este proceso, sin modelos que seguir, sin la imposición de criterios culturales, sin el dictado de valores por rescatar o que deben ignorarse; sólo con los instrumentos para la construcción de su expresión cultural, para descubrir su propia realidad, los recursos de que se dispone y las tensiones conflictivas que animan la vida ciudadana.
El proceso de organización de un evento universitario, por el número y la calidad de los comprometidos en él, crea las condiciones para el desarrollo de relaciones horizontales orientadas a la construcción del nosotros. Este constituye el motivo fundamental para la elaboración del proyecto: la convergencia de voluntades alrededor de un interés común.
Es un rito de iniciación después del cual ya nada se ve de la misma manera; ha surgido un compromiso, se ha establecido un vínculo, se ha roto el capullo que protegía al joven y lo aislaba del entorno, para permitirle emerger, extender las alas y enfrentar los riesgos del mundo que debe vivir. El evento será el resultado de sus decisiones según sus intereses, según la gente y las instituciones con que contactaron y de acuerdo con el apoyo que pudieron conseguir. El evento exige una organización ritual cuya calidad de diseño y estilo constituye un factor de prestigio que no debe ser descuidado.
El evento cultural debería leerse como la convocatoria a un pasatiempo abierto al interés de los curiosos, para diferenciarlo de otros eventos, los sociales por ejemplo, que se orientan a afirmar los lazos de un grupo determinado. O el evento con la finalidad de ayuda social a beneficio de pobres y desvalidos, lo cual no debe descartarse pero sí diferenciarse. Tampoco, por obvio, es lo mismo que el suceso o acontecimiento, que no responden a una convocatoria ni presentan una organización ad hoc. Nuestro evento debe alentar la generación de diálogo entre el público de élite y el popular, mediante la conjunción de manifestaciones de ambas corrientes. No se trata de concebir un evento que encaje en la plantilla del "marco lógico", como proponen algunas cátedras, sino de realizar un trabajo político orientado a crear un punto de encuentro para la gente. (161)
El evento es casi un juego en el cual el joven pondrá en evidencia lo que su casa, el colegio y el bloque de materias que ha cursado en la universidad, han hecho de él. Si aún no ha despertado su interés social, político, cultural, etnológico, científico o artístico, no se le puede imponer que lo refleje en su proyecto. La concepción del evento, la idea, la propuesta, será el resultado de cómo vive su relación con el medio social. En este contexto, la cátedra problematiza la tarea mediante la inserción del conflicto de las paraculturas y señala caminos para la gestión del proyecto.
No es una "práctica" estudiantil en el sentido corriente del ejercicio instrumental habitual en algunas asignaturas, sino una "praxis" por los contenidos socioculturales sobre los que interviene y modifica.
El evento universitario, además de los aspectos señalados, debe considerar especialmente su inserción en el proyecto académico, desde cuya perspectiva debe propiciar la apropiación de la ciudad por parte de los jóvenes.
La opinión de que ingeniería, derecho o medicina no tienen que ver con la animación cultural, debe ser revisada. Las respuestas a muchos problemas profesionales pueden encontrarse en otras actividades, especialmente en el juego, donde es posible actuar con libertad y creatividad. Generalmente los eventos que se conciben al interior de estas carreras se limitan a conferencias, mesas redondas o, en el mejor de los casos, a actividades dirigidas a difundir los contenidos de la carrera en cuestión. Esto no debe extrañarnos, porque ha sido el criterio operado en todas las carreras universitarias, sin excepción. La realización de eventos universitarios debe ser una forma de apropiación del espacio urbano para la re-creación y recreación.
¿Por qué el evento? Porque es una oportunidad de encuentro humano en todos los planos sociales y una alternativa frente a la despersonalización que la mediación tecnológica propone a la industria cultural.
Los objetivos
Objetivo, finalidad, misión, meta o, tal vez, superobjetivo en el lenguaje de Stanislavski, la definición de esta instancia dentro del proyecto de un evento ha generado polémica. (162)
El objetivo sería algo así como la definición de la intención del evento, su razón de ser, su justificación; el evento debe hacerse por algún motivo, para algo, para lograr algo, caso contrario carecería de sentido.
Desde nuestro particular punto de vista todos los eventos participan de un solo objetivo: entretener. El evento es como una novela o una obra musical o una puesta de sol: es para ser disfrutado. La forma y el contenido están limitados a la formación y a los intereses que animan a los organizadores y son irrelevantes si no consiguen convocar y hacer pasar un momento de satisfacción a los espectadores.
El verdadero objetivo de todo evento proyectado desde nuestra perspectiva, radica en su función política (de polis), la cual está determinada por la capacidad que tengan los estudiantes para tramitar e involucrar a los más amplios sectores en sus proyectos.
"Todo aislamiento de las obras de arte, sea como objetos o como lenguaje, de las relaciones sociales que las producen oculta, aunque no se lo proponga, el sentido de esas obras en la historia..." (163)
Dicho en otras palabras: el valor del evento, del acto social, radica en la forma política que se asume para su producción, en la forma y en los sectores sociales que se involucran en su realización.
"... es necesario seguir replanteando las relaciones entre sintáctica, semántica y pragmática en el estudio del lenguaje artístico, las relaciones de lo que en el arte es lenguaje con lo que en él es acción..." (164)
Una cuestión relativa
La idea de Animación Cultural como una asignatura dentro de la cual los estudiantes tienen la oportunidad y, con ella, la obligación de realizar un evento, tiene su origen en la carrera de Comunicación Social de la UCSG desde el año 1998. Las razones que orientaron la materia hacia la realización de eventos, quedaron expuestas en una circular que se envió junto con la programación de actividades a los periódicos bajo el título de Comunicación Social, algo más que buen periodismo. Decíamos al respecto (165):
"¿Quién organiza el espectáculo de la entrega de los premios de la Academia de Hollywood? ¿Y el de los premios Nobel? Y para no irnos tan lejos ¿el de la elección de la Reina del Banano?
La producción de cualquier evento multitudinario requiere de sus organizadores conocimientos que atraviesen las más dispares disciplinas profesionales.
Desde la arquitectura a las finanzas, desde el arte a la sicología, desde la música a la publicidad pasando por el protocolo, las relaciones públicas, la coreografía y el marketing, son especialidades que, en mayor o menor medida, participan en el proceso de realización de cualquier evento multitudinario.
Prever los parqueos necesarios para todos los automóviles que llegarán la noche del evento, crear la escenografía y hacerla construir, diseñar la iluminación y contratar a la empresa idónea para la instalación y manejo, seleccionar la música o los músicos, determinar la ubicación y los desplazamientos en el escenario, establecer los accesos y la ubicación del público, definir la lista de invitados especiales y la reservación de espacios, tener un control sobre los participantes que garantice su presencia el día del evento, elaborar un plan de difusión y publicidad, celebrar contratos con animadores, actores, carpinteros, guionistas, publicistas y guardias; presupuestar todas y cada una de las partes que forman este enorme rompecabezas y resolver las formas de financiación... para luego y después de todo eso esperar el éxito... o el fracaso.
Por supuesto que no es tarea de una sola persona. Es un equipo de especialistas que asume distintas responsabilidades y que redistribuye tareas. Pero siempre, por encima del equipo, hay un coordinador que, además de tener la visión global del evento, sabe encontrar a la gente acertada para llevar adelante la producción, alguien que sabe hacerse las preguntas correctas y sabe dónde encontrar las respuestas oportunas: sabe establecer las necesidades sistemáticamente, darles el lugar y el tiempo necesarios y encontrar a los ejecutores eficientes para que las resuelvan.
Esta persona, especializada en conocer de todo y responder por el éxito o fracaso del evento, no es ni un médico, ni un ingeniero, ni un abogado, ni un economista, ni un psicólogo. Es un comunicador social.
El concepto largamente difundido de que un comunicador social es algo así como un buen periodista o un periodista que ha logrado notoriedad, no responde a la medida y alcance de la profesión. Un comunicador social es eso, pero mucho más. El límite que se le impuso a la profesión hizo que actividades como las de organizar eventos fueran a manos de gente experimentada y eficiente, pero no formada profesionalmente en el desempeño de la comunicación social.
Si bien las carreras de Periodismo y Comunicación Social tienen como soportes fundamentales el correcto uso del idioma, una buena redacción, la capacidad de organizar ideas a partir de la palabra y transmitirlas con efectividad, en los niveles más altos de la profesión se abre un espacio laboral mucho más amplio y complejo que el estrictamente periodístico.
Dentro de este espacio está la planificación y organización de eventos. No lo olvidemos."
Cuestionando la cuestión
El porqué original de este boletín perseguía el único fin de revisar los criterios sobre los espacios profesionales de la comunicación social, pero los proyectos que se fueron realizando a lo largo de los primeros años nos llevaron a reflexionar sobre todo lo que implicaba el evento cultural y su trascendencia en la consolidación de la idea de que la cultura es propiedad de todos. Relacionarse con la gente que hace cosas, con artesanos, deportistas, científicos, artistas no puede ser privativo del estudiante de comunicación social; conocer a empresarios y relacionarse con instituciones es facultativo de cualquier estudiante, pero si aquí estamos hablando de estudiantes universitarios de nivel de pregrado y de la posibilidad de una experiencia de comunicación social para el nosotros, si estamos diciendo que la cultura es patrimonio de todos y que el ciudadano se relaciona y debe saber hacer uso de la ciudad, no podemos dejar al margen a quienes estudian otras especialidades; no tienen menos que ellos, el derecho o la obligación de participar en estos procesos sociales; solo necesitan la asistencia y el asesoramiento oportunos para asumir el compromiso de la realización de un evento.
La experiencia recogida en la carrera de Comunicación Social se trasladó a la Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano con resultados que superaron las expectativas. Luego de una etapa conflictiva de rechazo por parte de los estudiantes que se negaban a la idea de trabajar, de tener que salir y hablar con la gente, de tener que buscar medios de financiación, se fueron afirmando varios proyectos que demostraron que el desarrollo de eventos no es tarea exclusiva de Comunicación Social. Se introdujeron en este caso algunos ajustes: primero, que las propuestas fuesen coherentes con los intereses y contenidos de la carrera y segundo, que los grupos de trabajo se conformaran con mayor número de integrantes para facilitar las necesidades operacionales. Los estudiantes supieron encontrar los temas, contenidos y procedimientos de acuerdo con sus intereses profesionales y han desarrollado proyectos de integración familiar que han alcanzado óptimos resultados. Excursiones, talleres, concursos, construcciones, festivales, son algunos de los recursos a los que se ha apelado y en ellos han participado colegios, comunidades barriales, deportistas, autoridades y gente del espectáculo con el apoyo de empresas, instituciones y medios de comunicación.
Una cuestión de todos
Se han hecho otras experiencias al interior de la UCSG que intentaron incorporar otras carreras a esta apertura hacia la ciudad. Estos proyectos fueron orientados por estudiantes de Comunicación Social, por cuanto no hay asignaturas que institucionalicen esta actividad. Los trabajos se llevaron a cabo dentro del campus universitario con la participación de estudiantes de diversas carreras que manifestaron algún tipo de interés en la idea del evento. A manera de ejemplo, podemos mencionar algunos que dan la medida de las gestiones, relaciones y auspicios que en cada caso tuvieron que realizar:
- concurso canino, con la Escuela de Zootecnia;
- concurso gastronómico, con los productos lácteos de la Escuela de Ciencias Agropecuarias;
- recital nocturno de jóvenes poetas, con la Facultad de Filosofía;
- mesa redonda sobre medicinas alternativas, con la Facultad de Ciencias Médicas, animada por un conspicuo personaje de la TV;
- juicio a la eutanasia, con las facultades de Jurisprudencia y Ciencias Médicas;
- arte en chatarra, con la Facultad de Arquitectura;
- exposición de arte realizada por jóvenes discapacitados, con la Escuela de Medicina.
El evento debe ser la oportunidad para que el joven se manifieste libremente frente a la comunidad, que es la que pone, como el superyó, los límites a la propuesta estudiantil. Y es justamente la capacidad para esta articulación lo que determina, prima facie, el proceso de madurez: pensar lo más loco y plantearse lo posible.
Los estudiantes de distintas carreras aportan una visión particular a los proyectos; la "deformación profesional", a la que todos estamos sujetos, hace que, consciente o inconscientemente, introduzcamos en los eventos temas, aspectos, tratamientos, visiones, intereses, inquietudes personales a las que estamos unidos por nuestra vocación. La importancia de este hecho radica en que esta visión "especializada" se dispersa en la ciudad cuando las comunicamos como un entretenimiento.
El trabajo lleva implícita la desacralización de los títulos universitarios, aspecto que no resulta simpático para muchos profesionales. Estamos acostumbrados a valorizar al "cartón" como si fuese la llave del poder, no la de los derechos y obligaciones. "Dele permiso a la licenciada", "sírvale una copa al ingeniero", "déjele el asiento al doctor" (166). A veces no son licenciados, ni ingenieros ni doctores, pero es una manera por la que la gente manifiesta su reconocimiento hacia la persona influyente, algo así como el título italiano de commendatore, por el que se reconoce un servicio prestado a la comunidad. Ese halo de poder que envuelve al título universitario está unido a la habilidad de ingenieros, doctores y licenciados para mediar con los árbitros del poder cuando no lo son ellos mismos. En la realización de un evento el mensaje es otro: el joven estudiante les dice a sus conciudadanos: "Llegaré a ser un profesional, pero eso no impide que podamos disfrutar juntos las cosas que hacemos entre todos". No es más que un juego compartido.
Y así fue como de la cultura saltamos a la comunicación social, de aquí a identidad y de ahí a la ciudadanía.
Casi como un juego
Si bien lo que se propone a los estudiantes no es precisamente un juego porque debe realizarse dentro de ciertas normativas académicas, hay en este trabajo un gran espacio de libertad que lo asimila al juego.
"El criterio del juego del adulto es, pues, totalmente subjetivo y radica en el autopermiso. El adulto juega desde el momento en que se permite a sí mismo "no deber", no tener obligación de lo que se pondrá a hacer. El juego es en cierta medida el desquite del yo sobre el superyó. Es la rehabilitación del egotismo". (167)
El estudiante dispone de un amplio margen de decisiones propias que, en la medida en que responden a su libertad de elección, sí son un juego.
"Permitirse el juego, cuando parece llegada la hora, ¿no es acaso reconocerse merecedor de una tregua durante la cual quedan suspendidas las sujeciones, las obligaciones, las necesidades y las disciplinas habituales?." (...) "El juego es, pues, permiso para la in-curia, para la ‘des-preocupación’" (168) a tal punto que tareas como pintar un mueble, o reparar una máquina, o lavar el carro, o sembrar rabanitos, que pueden considerarse trabajos en unas circunstancias, pueden ser una distracción, un pasatiempo, un entretenimiento, un juego, en otras.
Según Leif y Brunelle, para el adolescente el juego tiene dos vertientes: la mofa y el desafío, la primera dirigida hacia los niños de cuyos juegos ya se aleja, y la segunda hacia la cordura de los adultos. Este espíritu de desafío es el guante que los adultos devolvemos diciéndoles "las armas que elegimos son los eventos, digan ustedes cuándo, dónde y cómo". El desafío está implícito porque lo aceptan y salen victoriosos; son muy pocos los heridos y nunca de gravedad.
El juego ha sido asumido como marginal a la formación que, por académica, se separa de él, se siente escindida por él. No se lo ha planteado como integrado con la formación profesional, sino como si toda actividad lúdica estuviese reñida con las carreras universitarias y carrera y juego tuvieran que ir por otro camino; como si no formasen parte de la totalidad de la vida individual y colectiva del joven universitario. Contribuye a este desinterés la nada edificante experiencia de eventos realizados con demasiado entusiasmo y ligereza, pero con poco criterio y planificación.
El evento es un juego adulto de recreación (léase como se quiera) con la realidad.