PRÓLOGO
Este trabajo tiene su origen en los problemas que presentó la implementación de la materia Animación Cultural en la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. En el año 1995 se había inaugurado la carrera y en 1997 se iba a dictar Animación Cultural por primera vez. Esta materia, incorporada al programa para orientar a los futuros periodistas y comunicadores sociales hacia los problemas de la cultura, debía vincular a los estudiantes con instituciones u organizaciones tales como museos, organizaciones culturales, dependencias oficiales o fundaciones que les permitiesen realizar alguna forma de práctica o pasantía. Era, en ese momento, una materia sin antecedentes ni historia dentro de una carrera que acababa de iniciarse.
La deserción del profesor que tenía a su cargo impartir la asignatura me puso en la coyuntura de tener que remplazarlo. Analizar y revisar el programa, replantearlo y enfrentarme a un grupo de jóvenes con expectativas, deseosos de encontrar un espacio de afirmación, significó un desafío que me llevó paulatinamente a asumir la cátedra desde una óptica poco ortodoxa.
Tal vez todo comenzó mucho antes, tal vez cuando disfrutaba y aprendía haciendo títeres en la escuela primaria, pero lo cierto es que la propuesta que ha ido tomando cuerpo lleva implícito un proyecto pedagógico y una revisión de lo que debe ser la misión de la universidad en ciudades como la nuestra. Es, precisamente, vivir una ciudad de contradicciones como Guayaquil lo que ha hecho posible generar una visión cuestionadora de la cultura y de su función, así como revisar las alternativas para una gestión cultural preocupada por la orientación de la sociedad. La obra está pensada desde este microcosmos y puesto que está concebida por y para nosotros desde aquí, el tratamiento en la primera persona del plural es una necesidad expositiva que no implica el lujo de la generalización, característica de la cosmovisión europea, que piensa por y para todo el mundo (1).
Este trabajo lleva latente en todas sus manifestaciones la confrontación entre la cultura hegemónica de las grandes metrópolis y el mestizaje latinoamericano, y trata especialmente de las manifestaciones culturales que implican la actividad organizada para entretener. Por estas y otras razones, la presente obra no tiene más pretensiones que la de provocar una reflexión sobre qué es y para qué nos sirve la cultura, cómo poder actuar sobre ésta y qué puede hacer la universidad al respecto. Quienes pretendan tomar el texto al pie de la letra y no como una propuesta motivadora para reconsiderar viejos tabúes sobre la cultura, equivocan el camino (2).
El presente trabajo está dividido en seis partes que, debo reconocer, no están muy sistematizadas: la primera busca acercarnos de manera general a los múltiples problemas relacionados con la cultura; la segunda analiza la cultura como un proceso destinado a incorporar permanentemente nuevas influencias; la tercera nos aproxima al tema de las paraculturas manifiestas en nuestra ciudad; la cuarta propone una nueva lectura del paradigma de la comunicación y consecuentemente de la función del periodismo; la quinta es una propuesta sobre la función de la universidad en la formación ciudadana a través de la cultura, y la sexta reseña la experiencia que venimos realizando desde hace cinco años en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG).
Haber llevado a término esta tarea ha sido posible gracias a la Universidad de Guayaquil (UdeG) y su Facultad de Comunicación Social, donde soy docente desde hace veinticinco años, que me han otorgado el beneficio del año sabático, razón que me permitió dedicar a la redacción de estos textos un tiempo del cual, de otra manera, no habría dispuesto.
La bibliografía consultada no es muy abundante y toma en cuenta principalmente a autores de la América Latina en quienes siempre he encontrado palabras, frases, conceptos que de una u otra forma han impulsado las ideas aquí expuestas; los autores extranjeros han llegado a mí tamizados por ellos o por el tiempo. Quiero sí señalar cuatro nombres que han sido significativos en el desencadenamiento - romper las cadenas - de muchas de las ideas y cuyo mérito radica en que son motivadores para la acción:
Pablo Huneeus, sociólogo chileno, autor de varias obras, entre ellas un manual básico de cocina y La cultura huachaca (3), obra ésta que ofrece una lectura tal vez simplista, pero no por ello poco sólida, de la presencia de culturas paralelas en nuestra sociedad.
Néstor García Canclini, argentino radicado en México, escritor e investigador prolífico, autor de Culturas híbridas, cita obligada de quienes en nuestra América incursionan en el tema de la cultura, pero principalmente de Arte popular y sociedad en América Latina (4), cita olvidada por los aggiornados.
José Sánchez Parga, sociólogo, profesor y escritor español radicado en Ecuador, autor de la ponencia Experiencias de formación en gestión cultural (5), de cuyo informe sobre los pactos de cultura se desprende buena parte de mi trabajo en la organización de eventos con estudiantes universitarios.
Pablo Estrella, ecuatoriano, cuencano más precisamente, autor de un interesante trabajo sobre Programas culturales en las universidades y escuelas politécnicas (6) en el cual hace una propuesta con la que no coincido plenamente, aunque en mis desacuerdos encuentro las motivaciones para elaborar mi propia propuesta como alternativa. La coincidencia está dada en la fundamental visión de una universidad que debe construir su sentido articulado alrededor de la cultura, de la identidad diría yo.
Finalmente, me parece necesaria una reflexión previa a la lectura. Quedan en la exposición teórica interrogantes abiertos, respuestas inconclusas y hasta contradicciones cuya resolución pasa a las manos de la lucidez y el criterio del lector. Por mi parte no he podido hacer más. Sin embargo quiero señalar que, superando estas limitaciones, hay una propuesta práctica vigente que, año tras año, establece su contacto con la realidad y, más allá de todo cálculo, deja su huella en los diálogos que provoca.
El canon no existe. Sostenerse en una bibliografía básica, actualizada y pontificada no está dentro de los planes de esta obra; no se trata de codearse con los grandes. Se han recogido argumentos en donde se los encontró, expresados con más acierto del que yo soy capaz, incluso en las charlas informales (7) con amigos y conocidos.
Quiero terminar este prólogo con las palabras con que Huneeus inicia el suyo y que en estas circunstancias voy a hacer mías: "Una obra de esta naturaleza, que intenta interpretar un complejo proceso sociocultural, es la síntesis de muchas vivencias e ideas recogidas a lo largo de varios años. A la estructuración de la teoría de fondo han contribuido desde poetas inéditos hasta alumnos en clase, además de las lecturas especializadas y de las autoridades en el tema". No son ajenos a este proceso las lecturas obligadas (digo obligadas porque son clásicos que, en su momento, no hemos podido evadir) de Roland Barthes, Ferdinand de Saussure, Pierre Guiraud, Michel Foulcault, Levy Strauss, Herbert Read, Herbert Marcuse, Augusto Boal, Paulo Freire, entre muchos otros que no se citan en el texto, y la dialéctica desarrollada con los estudiantes a quienes espero no defraudar, así como ellos no defraudaron mis expectativas.
J.H.M.
Guayaquil, junio 2002