Binomio Educación-Salud: Algunos Antecedentes
6- CAPÍTULO II:
Binomio Educación-Salud: Algunos Antecedentes
Uno de los cambios trascendentales en salud, tiene que ver con el reconocimiento de nuevos paradigmas y estrategias, tales como el enfoque de promoción de la salud, que no sólo ha servido para comprender la importancia de la prevención sino también el papel clave de la intervención de la comunidad como agente de cambio y control de las condiciones de salud. En esa perspectiva, el cuidado de la salud ha dejado de ser exclusividad del personal médico para involucrar a la sociedad en general (Nizama Ruiz, E., Samaniego Salcedo, A., 2007)
Una situación similar ha sucedido con la educación en el ámbito escolar, si bien el docente cumple un rol indispensable, se hace necesaria la participación de los padres, de la comunidad y, por supuesto la intervención activa y protagónica de los alumnos. Además, el reconocimiento de las diversas realidades y su impacto en los procesos de enseñanza-aprendizaje han promovido la importancia de la interculturalidad y la equidad de género como enfoques centrales en toda acción formativa.
En gran parte, todos estos cambios son resultado de tres hechos esenciales:
• El reconocimiento de la salud y la educación como derechos universales y, por ende, como una condición inherente a todo ser humano sin distinción alguna.
• La explicación multifactorial de los fenómenos que afectan a la salud y a la educación, y la singularidad de los factores sociales para desencadenar o modificar las situaciones individuales y colectivas.
• La aceptación que la relación estrecha entre salud – educación es sumamente trascendente a lo largo de la vida de las personas (Nizama Ruiz, E., Samaniego Salcedo, A., 2007)
La educación para la salud cobra vigencia como estrategia o como enfoque a partir del desarrollo de la promoción de la salud.
Algunas de las características de la "educación para la salud" se enmarcan incluso en la definición de salud planteada por la Organización Mundial de la Salud.
Con el devenir de los años, la promoción de la salud ha cobrado mayor relevancia a partir de diferentes encuentros internacionales de carácter continental. Uno de los más importantes fue la Primera Conferencia de Promoción de la Salud en Ottawa (1986), donde se elaboró la Carta de Ottawa, en la que se introdujo una visión más amplia del concepto de promoción de la salud, planteando la importancia de los entornos físico, económico, social, cultural y ambiental como determinantes de la salud. Asimismo, la Carta resalta la importancia de la participación activa de la comunidad en la búsqueda del bienestar y la reorientación de los servicios de salud más allá de la mera prestación de ellos.
La Segunda Conferencia, realizada en Adelaida, Australia (1988), subraya el papel fundamental de las políticas públicas saludables, en tanto que la Tercera Conferencia, llevada a cabo en Sundsval, Suecia (1991), cobra énfasis la interdependencia entre la salud y el ambiente en sus dimensiones físicas, culturales, económicas y políticas.
Durante la Conferencia de Santa Fe de Bogotá, Colombia (1992), se discutió la importancia de la solidaridad y la equidad como condiciones indispensables para la salud y el desarrollo, además de identificar y asegurar la repercusión de la violencia en la salud de los individuos y las comunidades.
La Conferencia de Promoción de la Salud del Caribe, realizada en Trinidad y Tobago en 1993, enfatizó aún más la promoción y protección de la salud, identificando estrategias para la realización de actividades intersectoriales, e hizo un llamado a la renovación del compromiso para la participación comunitaria en los procesos de decisión, comunicación social y mayor equidad en salud.
Las modalidades de intervención impulsaron la invitación a participar a los diferentes agentes sociales, pero también permitieron poner en evidencia la situación de aislamiento y la falta de articulación y trabajo conjunto que existe entre los sectores Salud y Educación. Esta división ha generado duplicidad de acciones y discursos, y un tratamiento de los derechos a la educación y a la salud como si fueran exclusividad de ambos sectores por separado, lo que ha impedido promover cambios y reformas sustanciales.
Desde la nueva forma de entender la salud y la educación, es indispensable encontrar mecanismos que faciliten la complementación y el consenso de ambos sectores, en la tarea de universalizar los derechos y brindar a los ciudadanos la capacidad de decidir sobre sus propias condiciones para mejorar su calidad de vida, entendiendo que el binomio educación-salud son inseparables si se quiere lograr impacto en las acciones, duración en los resultados, imaginación en las propuestas, pertinencia en las estrategias a utilizar.
Frente a esta tarea de responsabilidad compartida, tanto por el Estado como por la sociedad civil, se plantean la necesidad de continuar y ampliar los mecanismos que supongan esfuerzos para integrar la salud en la educación y a la educación en la salud como una política sistemática (Nizama Ruiz, E., Samaniego Salcedo, A., 2007)
Por lo cual y en un intento por graficar la dinámica precedente, el mismo podría observarse interrelacionando los siguientes elementos:
Compromiso
para la
participación comunitaria
en los procesos de decisión
Posteriormente, durante la Cuarta Conferencia Internacional de Promoción de la Salud, en Yakarta, Indonesia (1997), se planteó la necesidad de avanzar en la lucha contra la pobreza y otros determinantes de la salud en los países en desarrollo. De igual modo, se enfatizó en la movilización de los sectores privados y la conformación de alianzas estratégicas.
En la Quinta Conferencia Internacional, realizada en Ciudad de México (2000), la promoción del desarrollo sanitario y social fue considerada como un deber primordial de los gobiernos, con el que comparten responsabilidad todos los demás sectores de la sociedad. Se concluyó, además, que la promoción de la salud debe constituirse como un componente fundamental de las políticas y programas de salud en todos los países, en la búsqueda de la equidad y de una mejor salud para todos.
Por otro lado, la Organización Panamericana de la Salud, a través la Resolución OPS CD43/14 2001, fijó los lineamientos políticos y la preeminencia para la continuidad de la estrategia de promoción de la salud; sugirió políticas públicas saludables de aplicación para todos los sectores relevantes, a fin de mejorar los determinantes de la salud y reducir las inequidades. Se insistió en la colaboración intersectorial y el establecimiento de alianzas entre sectores para la investigación, vigilancia, evaluación y diseminación de buenas prácticas.
El Compromiso de Chile, en el año 2002, tuvo como objetivo recuperar los compromisos presentes en la Declaración de México y la Resolución OPS. Por ello, se centró en el fortalecimiento de las capacidades institucionales en salud pública y el desarrollo local, la formación y desarrollo de recursos humanos, las alianzas entre sectores, la evaluación y evidencia de efectividad, la vigilancia y los informes sobre los progresos.
Finalmente, la Declaración de Bangkok, de 2005, reafirmó el compromiso de fortalecer la efectividad de la promoción de la salud para mejorar los determinantes de la salud, reorientar las políticas públicas, las alianzas y la necesidad de establecer a la "salud" como eje central en el desarrollo, involucrar a los ciudadanos y a las comunidades, y reiterar los valores, principios y líneas estratégicas de acción para la promoción de la salud adoptadas desde la Carta de Ottawa y ratificadas por los Estados miembros.
Toda esta sucesión de reuniones ha permitido que la promoción de la salud sea reconocida como "el proceso mediante el cual los individuos y las comunidades desarrollan condiciones necesarias para ejercer un mayor control sobre los determinantes de salud, y de este modo mejorar su estado de salud". Ello supone el poder contar con mecanismos políticos y sociales que abarquen no solamente las acciones dirigidas al fortalecimiento de las habilidades y capacidades de los individuos sino también aquellas que permitan modificar las condiciones sociales, ambientales y económicas, con el fin de mitigar la marginación de los sectores excluidos y, a la vez, reconocer su capacidad para el desarrollo.
Y en este camino, aparecen grupos vulnerables que acceden en forma desigual al binomio educación-salud como son las personas con discapacidad y sus familias.
Considerar desde luego la tremenda importancia social que reviste la problemática de las personas discapacitadas, los efectos indeseables que persisten en nuestras sociedades con fenómenos tales como la el abandono, la discriminación social, el maltrato, la subvaloración afectiva que se hace a los niños discapacitados, la marginación cultural, la inequidad de los servicios de salud, la falta de instituciones y especialistas para dar cobertura a la demanda, la falta de centros educativos, y abusos de todo tipo que padecen a lo largo de su vida, evidencia un estigma visible. La calidad de una sociedad y de una civilización se mide por el respeto que manifiesta hacia los más débiles de sus miembros. Una sociedad en la que se admita sólo a los miembros plenamente funcionales y donde uno que no se ajuste a este modelo o no sea apto para desempeñar un papel propio, sea marginado, aislado o recluido, debería ser repensarse como digna de la especie humana (Buerba R. , 2000).