El Narciso Cubano

Las culturas del llamado Nuevo Mundo o los pueblos del otro lado del Atlántico, se sumaron con entusiasmo al maridaje del cuerpo y la reproducción de la imagen.

Desde la misma introducción de la fotografía en tierras latinoamericanas, también se importaron modelos y maneras de mirar a través del lente al estilo europeo. Por supuesto, el invento venía con su receta. De tal modo se acogieron los retratos de familias, los retratos de sociedad en estudio y por ende, los desnudos, que por aquel entonces estaban generalizados los femeninos y con un carácter notoriamente comercial. Los cuerpos en estudios, resplandecientes en el preciosismo de la técnica fotográfica, cuerpos engalanados en una estética de la feminidad para ser consumida por la voracidad coleccionista del macho (las postales de mujeres nuditas que se vendían como publicidad) y los retratos de coristas impúdicas, fueron los primeros enfoques aprehendidos. Pero no tardó mucho la historia en demostrar la originalidad, o por lo menos la voluntad de trascendencia de nuestras versiones; por demás de una inclinación trastocada por la vehemencia, hacia la temática del cuerpo en la fotografía artística, determinado quizás por esa propensión innata del ser caribeño de exhibir las carnes. A tal punto que pareciera inventar, desde nuestra cuenca, una versión oriunda del mito heleno.

Y es que el cubano se presenta al mundo a través de su cuerpo. Toda una cultura de tradiciones se resume cual grano de maíz en la brevedad de un cuerpo, en los límites de una carne, en los márgenes de una materia viva. Y porque es materia férvida, es que lleva la historia consigo. Lleva también la palabra, las ideas, la verdad, la mentira, la razón, los sueños, las beligerancias, las treguas, las pasiones – altas y bajas -, la esencia, lo plural, lo único, lo trascendente, lo tolerable, lo transgresible... en fin, lleva una vida, la propia y la ajena, lleva un país, un carácter, una distinción. Pareciera un slogan, pero es que le cuerpo y sus proyecciones exhiben cual vitrina de mercado, todo lo que el espectador quiera ver en él.

La tarjeta de presentación del ser caribeño, y más del cubano, está en su cuerpo como atributo. El narciso cubano lleva desplegadas todas sus banderas. Imaginemos un cubano sin palabras, aún más, sin sonido. La gestualidad, las expresiones mímicas, delatan traidoramente su origen. La necesidad de extroversión lo hace comunicarse con su cuerpo: con sus piernas, con sus brazos, con sus manos, con su cabeza, con su rostro, con sus caderas, como ocurrió en la formación de la danza moderna nacional, donde el movimiento pélvico y el movimiento ondulante de la cintura, se convirtió en un rasgo privativo de ese tipo de expresión danzaria. Otro tanto sucede en las artes visuales, en que la imagen de la desnudez, particularmente la femenina, se manifestó en su esencia criolla y múltiple. Recordemos brevemente aquellas piezas de Carlos Enríquez y Mariano Rodríguez que poseen la desnudez femenina como fuente temática en los tempranos años treinta y cuarenta de la pasada centuria.

Ahora, ¿sobre cuál espejo o sobre cuáles aguas se miran los fotógrafos cubanos? ¿Cuál es el reflejo que quieren dar de sí mismos? ¿Por qué tanta insistencia en el autorretrato como recurso artístico para ofrecer mensajes plurales? ¿Por qué gustamos tanto de nuestro cuerpo, por qué gozamos en ofrecerlo, por qué hacemos de él un mural de la existencia, un carnaval de semas y simulaciones? ¿Por qué disfrutamos vernos en las imágenes que colgamos en galerías, reproducimos en catálogos o que sencillamente pasamos de mano en mano? ¿Por qué ofrecernos al mundo con la cara de nuestro cuerpo?