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MARGARITA GONZÁLEZ LLABRÉS
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Margarita González Llabrés
Nació en Villa María el 14 de enero de 1942. Reside en esta ciudad donde ha estudiado y actualmente trabaja.
"Destaco que soy hija, bisnieta y tataranieta de españoles. Por la rama paterna de Galicia y por la línea materna de las Islas Baleares. Esta búsqueda de la identidad, buceando en mis raíces, me ha permitido reconocer quién soy yo, quiénes somos nosotros y quiénes han sido ellos" (MGL).
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Abuelos: diferencias y similitudes
Se conocieron, se saludaron, con el tiempo comenzaron a relacionarse, porque sus hijos, José y Esperanza se comprometieron y luego se casaron; ocurrió en Argentina.
Antonio, bajo, de tez blanca, cabellos grises, hablaba con voz enérgica. Bernardo con tez mate, de contextura física fuerte, ojos claros, escuchaba con atención y serenidad antes de hablar.
Estas dos personas tenían vidas absolutamente distintas. Sin embargo, con muchos puntos en común.
El primer aspecto que los unía es que ambos habían salido de España, Antonio por el año 1908, Bernardo alrededor de 1920, y se afincaron en estas tierras, aunque desarrollaron actividades diferentes.
Antonio cultivaba la tierra, se dedicaba a producir verduras y alfalfa. Llegó a explotar su propia quinta que trabajó desde 1914 hasta 1945 aproximadamente. Se empeñaban en extraer aquí, los frutos que en las tierras áridas y bordeadas de mar, en Menorca, no pudo nunca conseguir.
Bernardo trabajaba en un local que tenía en su casa, era dueño de un almacén de Ramos Generales, donde había unas altas estanterías con los más variados objetos y mercaderías, desde un chanchito de barro que era alcancía, los fideos de colores que se guardaban en cajas con ventanitas de vidrio para reconocerlos, hasta las golosinas que nos tentaban, especialmente las gallinitas con almíbar o licor en su interior.
En ese ámbito el abuelo se esforzaba por ganar clientes y satistacerlos. ¡Cuánto esfuerzo!. Que tarea distinta a la que hacía en su aldea natal de Vilella, en las sierras de Caurl, provincia de Lugo. Allí sólo vivían unas quince familias, en un ambiente duro, donde el hombre se vuelve parco y retraído.
En ambos casos, el empuje, el tesón, la laboriosidad, el entusiasmo los unió para seguir un mismo objetivo: trabajar y educar a los hijos de acuerdo con las posibilidades de la época. Así buscaron progresar con su quinta, su comercio, su casa y encauzaron a sus descendientes para que formasen sus propias familias y forjaran un presente y un futuro. Para eso compartieron –sin ponerse de acuerdo- la obsesión por el trabajo, la disciplina, la puntualidad, el respeto por la palabra, los hábitos de la vida y los ejemplos. Estos fueron más efectivos que lo que pudieran expresar los papeles o discursos.
En noviembre de 1940 las historias de estos dos hombres se entrelazaron. Se casaron José y Esperanza, y si bien cada uno de ellos construyó su propio recorrido personal, nada puede analizarse fuera de ese entramado que los precede.
En la relación que mantuvieron con sus nietos, Antonio y Bernardo, también tuvieron mucho en común. Son abuelos, y por casualidad o por causalidad, ambos tienen una jardinera donde cada uno acomoda cuidadosamente la carga que lleva a sus clientes. Antonio los productos de la quinta, Bernardo las mercancías del almacén. Ambos acomodan en el asiento, o entre las piernas, o entre los brazos, a un nieto, siempre al más pequeño. Cada uno lo lleva como preciosa carga y no la entrega a nadie. De esa manera se gozaba de su abrazo, de su abrigo, de su protección. No todos podían ir en ese puesto, tratando de hacerse chiquito para no trabar el manejo de las riendas que controlaban los caballos. Los nietos mayores tenían la libertad, o el privilegio, de ir atrás, entre las verduras o los cajones de comestibles, mientras se realizaba el reparto.
A veces los vecinos, al paso de la jardinera así cargada, preguntaban: "¿Adonde va con tantos niños?". Antonio, ocurrente, solía responder: "Vamos a sembrar caramelos", Bernardo, en cambio, solía decir: "Vamos a buscar grillos y mariposas".
Los dos abuelos tenían para con sus nietos una gran ternura, que no pudieron expresar con sus hijos. Los dos tenían las manos endurecidas por el trabajo, pero eran capaces de ofrecer las más suaves caricias y los más intensos abrazos.
En general, estos paseos de los dos abuelos se daban por concluidos con la caída del sol. Se volvía a la quinta o a la casa. Los nietos mayores se podían quedar un rato más en el patio calando sandías o zapallos para hacer faroles. Los más pequeños se refugiaban en la galería para jugar al tejo, a las payanas o a las estatuas hasta que la voz de mamá o de la abuela llamaba a cenar.
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Relato oral de mi madre, Esperanza Llabrés
Nací en Ciudadella, Menorca, Islas Baleares, en 1910. No tengo referencias en cuanto al domicilio que teníamos allí.
En el billete para familia de emigrantes consta que salimos el 2 de noviembre de 1911, a las dos de la tarde, en el barco León XIII del puerto de Barcelona para Buenos Aires, con una duración probable de 21 días, con escala en Málaga, Cádiz y Montevideo.
El grupo familiar estaba compuesto, en el momento de viajar, por Margarita Torres Camps de 30 años, María Llabrés de 14, Antonio Llabrés de 8, Antonia Llabrés de 4, y por último, Esperanza Llabrés, de veinte meses aproximadamente. Por la edad viajé gratis.
Nos decidimos a viajar porque Antonio Llabrés, esposo de Margarita y padre de los hijos anteriormente nombrados, los reclama para vivir todos juntos en Villa María, provincia de Córdoba.
Mi padre se había adelantado con mi hermano mayor para conseguir trabajo, casa, y esperarnos de la mejor manera posible en estas tierra. El primogénito tenía en ese momento 15 años y se llamaba Guillermo Llabrés.
Antonio Llabrés, nuestro padre, era oriundo de Ciudadella, nació el 29 de octubre de 1874. Fue alistado como soldado en 1890 en Palma de Mallorca. En 1891 permanece en Valencia, vuelve a Baleares al año siguiente y en 1893 se reincorpora al ejército en Valencia. Alterna en distintas misiones hasta 1902. El 12 de diciembre de ese mismo año le extienden un certificado donde consta que ha cumplido con los servicios que le imponía el ejército. Mi padre no quería que sus hijos varones pasaran por la experiencia del servicio militar. Teniendo en cuenta su experiencia de 12 años, trataba de evitar que esto se repitiera con sus hijos, viviendo las mismas épocas de guerra y momentos de paz.
Emigran a la Argentina porque ya se habían adelantado otros paisanos. Llegan a Villa María. Se ubican en La Calera con el señor Pedro Caballer, primer trabajo de mi padre, cuando nosotros llegamos nos instalamos allí.
Según mi madre le costó mucho adaptarse. A pocas horas de arribar se desató una tormenta de lluvia y piedra como nunca había visto. En ese momento ya decía "quiero volver a Ciudadella".
Luego, mi padre trabaja con don Antonio Antenor en una fábrica de embutidos de cerdo. Más tarde trabaja en la quinta del señor Buchioni y Elvio Pérez. Con el tiempo puede comprarse su propia quinta en un lugar llamado "Las Cuatro Esquinas". Con posterioridad compra un terreno para una nueva quinta, donde actualmente se unen el Bulevar Italia con el Vélez Sársfield. Compra esta quinta a Bermúdez y Figueroa en cinco mil pesos. Se dedican al cultivo de frutas, verduras y alfalfa. Había también animales que se utilizaban para nuestra alimentación. Trabajan en un campo aledaño a Obras Sanitarias.
Así trabajan mis padres, los dos juntos, desde 1912 hasta 1946 y luego mantienen la quinta con personal hasta 1955, año en que se vende, previo loteo del campo.
Vine de muy pequeña de las Baleares. Conocí Menorca por lo que me contaron, hasta que visité las islas en 1978 y en el 2000. El primer viaje lo hice con mi hermana Antonia y el segundo con mi nieto Federico. La última vez que viajé tenía 90 años, no me dejaban viajar sino iba con él, que es profesor de educación física.
En la actualidad tengo 93 años, considero que soy española, mantengo la nacionalidad, pero casi todo lo hice aquí. Estudié parte de la primaria en la Escuela Fiscal, donde actualmente funciona la Escuela José Ingenieros, hice hasta tercer grado pero no pude continuar porque quedaba lejos de mi casa y había dificultades en cuanto a las personas que me podían acompañar. Aprendí lo que esa época y el lugar me ofrecía. Primero fui a costura con Ema Falco de Borghi, a bordar fui a las lecciones que daban en la casa Singer, a hacer sombreros fui a Maison Olga con Marina Gaveta. También aprendí a tejer con mi mamá que sabía manejar dos y cuatro agujas. Trabajé en la quinta pero también cosía y hacía sombreros para afuera.
Me casé con José González, español de Galicia (Lugo), en Villa María el 9 de noviembre de 1940. Mi hija mayor, Margarita, nació el 14 de enero de 1942, más tarde Esperanza María el 8 de septiembre de 1945. Mi esposo falleció tempranamente, el 8 de septiembre de 1955, fue una muerte sorpresiva, provocada por un accidente cerebro vascular. Eso me afectó mucho, justo en ese momento vendimos la quinta y nos tuvimos que trasladar a otra casa.
Con la muerte de mi esposo vino una etapa dura, tuve que trabajar más que antes, aún debía criar y educar a mis hijas. Fue la época en que más cosía para afuera, tenía dos cuartos en la parte de atrás de la casa donde alojaba estudiantes en pensión, eso nos ayudó mucho hasta que mis hijas comenzaron a trabajar.
Con mis 93 años he podido vivir muchas experiencias, he podido guardar muchos recuerdos. Cuando cumplí los 90 años escribí una frase que había leído y que refleja lo que siento: "No reniego de lo que he sufrido, pues el sufrir me ha madurado, conforme estoy de lo vivido, por ello valoro lo pasado". Esto pude expresar así y hacer conocer a mi familia, especialmente a mis nietos y amigos.
Cuando regresé a mi tierra natal sentí curiosidad, entusiasmo, alegría, tristeza, nostalgia, muchas emociones juntas. Recorrí Ciudadella con energía y serenidad. Por sus calles habían transitado mis padres, habían corrido mis hermanos. En el puerto me detuve a almorzar y a contemplar ese mar donde habían aprendido a nadar mis hermanos mayores, donde Guillermo había pasado sus horas libres pescando. En algunas oportunidades lo había hecho escapando de la escuela y sus obligaciones, sin autorización paterna.
Recorrí estas tierras haciendo realidad los deseos de mis padres y esposo, ellos querían regresar al lugar donde habían nacido. Yo particularmente nunca manifestaba ese anhelo, quizás estaba muy escondido dentro mío. Cuando se presentó la oportunidad la aproveché al máximo.
En Baleares no tenemos parientes directos, tampoco sabemos que existan parientes lejanos, pero igual la experiencia fue muy buena, conocí gente amable, linda, acogedora. El dueño del hotel donde nos alojamos en 1978 nos llevó a recorrer toda Menorca en su auto particular, nos invitó con un exquisito té y masas típicas.
En el año 2000 me alcanzaron las fuerzas para volver a caminar las calles de Ciudadella, recorrer sus negocios, gustar de las comidas tradicionales, y a pesar de mi edad, contagiada por el entusiasmo de los más jóvenes, pude explorar y contemplar las fantásticas Cuevas del Moro.
¿Deseos no realizados? No tengo, por los años vividos siento que la mayoría de mis sueños se han cumplido. Me quedan sueños y deseos por ver realizar, sueños y deseos que se relacionan con el país que quiero para los más jóvenes, con paz, trabajo y armonía.
Mis hijas y algunos de mis nietos, como otras tantas personas, tienen la nacionalidad española. Por allí se presentan oportunidades y piensan dejar esta tierra e ir a la de sus mayores. A ellos les diría que en cualquier lugar del mundo hay que buscar el sitio donde sentirse bien, formar una familia y trabajar. El éxito, el dinero o el prestigio, en cualquier lugar del mundo se obtienen con esfuerzo, perseverancia y mucho amor.