Destejiendo cuentos
MAYTÉ GIOVANOLA
Destejiendo cuentos
Mayté Giovanola
Nace en 1954. Tejió su vida con palabras, pero su escritura toma forma a partir de la decisión de destejer los cuentos que le contaba su padre (1927-1981).
Con la materia de estas narraciones está creando la saga de su familia, su Historia Familiar, de la que forma parte este cuento.
Córdoba la vio nacer pero sus raíces provienen de la fusión de la cultura cosmopolita de su abuelo piemontés, quien vino a Argentina no como inmigrante sino a bordo de un crucero que trasladaba compañías de Opera, y su abuela catamarqueña, quien lega a sus descendientes la profunda cultura diaguita.
Destejiendo cuentos
El eco de su voz me acompaña,
Mientras camino por los paisajes neblinosos de la memoria.
Desde pequeña supe que mi padre era un apasionado contador de cuentos.
Dibujaba con su voz paisajes increíbles en mi imaginación recién estrenada y en la de los demás niños que siempre lo rodeaban.
Crecí a la sombra de la resonancia de sus cuentos, a la sombra de sus palabras, y por ellas conocí historias de dragones y doncellas encantadas, hadas, ogros dormilones y guerreros hermosos con espadas mágicas que deshacen maléficos hechizos.
Todas las historias que me narró señalan el camino que recorro, pero hubo un cuento, un cuento especial, escogido, que me transmitió sin palabras... la historia de su madre.
Me narró esa historia con sus ojos que se llenaban de reflejos azul – lágrima cuando la nombraba, cuando la recordaba.
Me la contó con el amor – pena que le traspasaba la piel cuando pronunciaba su nombre... Marina.
La historia de doña Marina Delgado, hija del valle de Fernando de Lerma de Catamarca, pura carne de maíz, amasada con la arcilla de la tierra y el orgullo de la Precordillera que exhibe sus alturas desafiantes al cielo.
Marina... cuarzo rosado que presagia el oro de su ser más íntimo.
Y porque no ardiste, abuela, muerta ya, en pira helénica...
Y porque el fuego de tu existencia yace encendido en mis recuerdos, tibio aún, iluminando el camino de la memoria familiar...
Y porque no quiero que ti historia se pierda irrecuperablemente, el registro de tu vida, agobiada de tristezas, el desarraigo, la emigración de tus montañas, la tragedia de tu sensibilidad lacerada, herida por una vida de pobreza... altivo dolor sin esperanza... es que cuento este cuento, que me contaron sin palabras....
Yo ahora se las pongo, para que mis hijos y los hijos que les nazcan conozcan este río subterráneo que corre por el bosque donde los árboles de nuestra familia habitan... y en donde continúan viviendo dragones y doncellas encantadas, hadas, ogros dormilones y guerreros hermosos con espadas mágicas que deshacen maléficos hechizos.... el bosque que ella nutrió... más allá del instante en que la muerte la deshojó.
Marina (1901-1961)
Estos altos cerros y estos ríos no podrán acompañarme.
Solo me los puedo llevar grabados en los ojos.
Por eso, saldo todas las mañanas a caminar, a mirarlos, a olerlos... miro y miro y veo el Fiambalá, alto, enseñoreado...
En sus faldeos, el arreo de unas cabras... son del Pedro... cerca del río, la ovejas que eran de la mama... pastan tranquilas... no saben que yo también me voy... como se fueron ellas al corral de doña Anunciación.
Estas altas rocas coloradas, este río transparente, el Tolar que tantas veces bebí, aquellas llamas correteando en su orilla... todo esto que me rodea.... mi mundo, mi casa, mi pueblo, mi gente.... no saben que dentro de muy poco ya no estaré más aquí.
Siento que agonizo.
Siento que me voy a morir.
¿Qué voy a hacer sin estos colores que conozco y me conocen, aunque cierre los párpados y no los vea?.
¿Cómo voy a retenerlos? ¿Cómo haré para no olvidarlos?.
Dice mi hermano que mañana nos vamos.
El Gelimer ha venido a buscarme desde Buenos Aires.
Ha dejado por unos días el ejército y está preparando todo, todo para el viaje.
Los caballos ya están dispuestos... cuando lleguemos a Belén nos espera un camión que carga leña para cercarnos hasta donde sale el tren a Córdoba...
Nuca más veré este valle, ni las Tolas, las Añaguas, las cortaderas, la paja brava, las cabras, las ovejas, los burros... nunca más...
Cuando la mama se murió, creí que me iría con ella, yo también... Que sola me he quedado.
Pero ahora ese señor, el esposo de mi tía María, me manda llamar... para que cuide sus changos, que también están solos, sin su mama... igual que yo.
Sí, igual que yo... aunque ellos no han tenido que ver, como yo vi, que hasta las colchas que tejió mi mama se han ido...
El Gelimer vendió todo... hasta el telar, hasta la mantita que ella tejía y quedó sin terminar cuando enfermó.
Ni los vellones ya coloreados quedan... todo se está yendo... igualito a mí.
Esta noche es la última.
Me voy a envolver bien apretadita en la colcha que me regaló mamá para mis once... para que me de calor y me seque estas lágrimas que me ahogan en la garganta y no me dejan respirar.
Mañana voy a envolver en la colcha los libros que le leí cuando ya no se levantó más de la cama... estos libros todos arrugados porque los mojé cuando leía y lloraba porque ya no me oía... ya no me contestaba... día tras día se los leí... día tras día la acompañé... hasta que se fue.
Mañana me voy temprano y la mama se va conmigo.
El viaje
El tren y este traqueteo me han bajado el sueño.
Cierro los ojos y vuelvo la mirada para atrás... recuerdo... seis largas horas a caballo...
Como era muy temprano y la escarcha de los pastos estaba dura aún, el caballo de Gelimer trastabilló... se resbaló y casi se manca. Suerte que él aprendió en el ejército a enderezar las riendas, sostener el animal, levantarle la cabeza, aquietarlo con un grito... y justo cuando la bestia se asustaba el Gelimer se acomodó y lo acomodó... los dos se entendieron y seguimos el viaje ya sin sobresaltos.
El camión nos estaba esperando detrás de unos cerros, al lado de un barranco... el hombre junto al chofer se bajó del camión, agarró los caballos y casi sin mirarnos enfiló para el pueblo.
Este camión viejo y desvencijado, nos llevó hasta el tren... justo a tiempo... todavía no habían terminado de cargarle el carbón de piedra a la máquina...
Y ahora esto aquí, casi dormida... tratando de no estarlo.... porque tengo miedo... tengo miedo que al despertarme todo este viaje sea un sueño y yo esté entonces muerta como mi mama.
Me voy a subir más la colchita al cuello... voy a apretar más fuerte los libros en mi falda... ¿mama estás aquí?... dame la mano... no me dejes sola...
La llegada
Hoy he llegado... mi hermano me subió a la volanta... "mateo" le llaman en Córdoba... fuimos a la casa del señor italiano... hoy he llegado y he visto a esos cuatro changos sin mama... estaban solos... el padre viene a la noche.
Me han mirado con recelo, con desconfianza.
La mayor, Adelaida, parece buena, apenas sonríe... dicen que no oye bien...
Cecilia, Eduardo y Mario son igualitos... parecen partes de una misma cosa... ojos como ríos, transparentes, piel blanca y el pelo clarito, muy clarito... casi sentí vergüenza de verme tan distinta a ellos... tan distinta...
Mario, es hermoso como los angelitos de la capilla de mi pueblo, pero se lo nota embravecido, como el Tolar cuando crece en primavera y trae de repente aluviones de roca y barro.
Este chango igual... parecía a punto de aluvionar... creo que le duele todavía que su mama no esté y llegue yo, tan oscura, tan pequeña, a cuidarlos...
Pronto tendré los diecisiete. Los changos, mis primos, tienen apenas unos años menos que yo... apenas.
Edoardo
Los changos se han dormido... tomaron toda la sopa que preparé con lo que encontré en la cocina...
No me animo a acostarme... el señor italiano no ha vuelto del trabajo. Dicen los hijos que siempre vuelve tarde, cuando cierra la confitería "Munich", dicen... y trae la comida que sobra... todos los días...
Cada noche trae comida y los despierta para que llenen las panzas con comidas caras, de nombre extraño... y después todos juntos se van a dormir de nuevo... contentos... con el vino espumante burbujeándoles en las barrigas y en las risas... eso dijeron.
Por eso no quiero acostarme... para ver que comen... que trae el padre y sobre todo conocerlo... al padre, tienen un padre.
¡Ah!! Una sombra que asoma.
Se saca el sombrero... murmura: "¿Tu sei Marina?".
Se acerca caminando hacia mí, hacia la luz y mientras me habla en una lengua que mucho no entiendo, lo miro... parece un Dios... alto, ojos como el arroyo de las quintas, pelo como el trigo...
Me atraganto de sorpresa y de asombro... es hermoso...
"Sí, soy Marina... mande Señor..."