Telón
(no de bajar significando el fin; telón para subir, para dar comienzo a la obra)
A veces me pregunto cómo los que no escriben,
que no componen o que no pintan
pueden escapar de la locura,
la melancolía, el miedo y el pánico
que encontramos en cualquier situación humana.
Graham Greene.
El miedo que se reprime, vuelve como una enfermedad cultural. Para Horkheimer y Adorno, "la ilustración se comporta como Edipo, el héroe trágico de Sófocles: con toda seguridad liberó a la especie del terrible poder de la naturaleza, pero también trajo consigo una terrible plaga (Rocco 1994:80). La lógica del dominio racional siempre es desafiada por lo que permanece 'fuera' (Robins .....: 66)
La historia de Edipo es la batalla por evadirse de las realidades dolorosas "cerrando los ojos" y por recluirse en la impotencia (Esteren 1985). No hay necesidad de vivir con las tristes conclusiones que el punto de vista realista exigiría, sostiene Robins, una cultura posmoderna tendría que mirar hacia atrás, a los miedos reprimidos y las fuerzas inconscientes que han obsesionado al progreso de la razón.
Lo que nos hace humanos dice Cornelius Castroriadis, no es la racionalidad, sino "la oleada continua, incontrolada e incontrolable de nuestra imaginación radical y creativa a través del flujo de representaciones, afectos y deseos" (Castoriadis 1990:144). Castoriadis busca una acomodación productiva entre lo inconsciente, lo imaginario y los poderes del razonamiento (que implican también la confrontación del miedo a la muerte) en la causa de la autonomía humana.
Si podemos convenir que el punctum y el aura valorizan la posición del receptor de una imagen. Si el punctum y el aura se convierten en una excusa para hablar de nosotros mismos, nos acercamos a una de las pretensiones del hecho artístico: explicar el mundo, explicarse.
Nos sentimos extranjeros del mundo, al crear artísticamente, tenemos la secreta ilusión de que peregrinamos hacia la tierra de nuestros padres, y esto mitiga el desasosiego. Producimos arte para sobrellevar la realidad, para redimirnos. ¿No surgirían, acaso, de la cita de Van Gogh, que dejamos en el epígrafe, el motivo de todos sus cuadros? Y cuando Whitman escribe el poema Lleno de vida ahora, ¿nos resulta tan difícil creer que esté hablando del Tiempo, de la Nostalgia y de la Muerte?.
En el acto de percibir el punctum o de conmovernos con el aura, hay un primer movimiento, que es casi íntimo. Luego, qué duda cabe, en una segunda etapa, esas impresiones salen en busca de mi prójimo. Y es ahí, en el encuentro con el otro, donde se justifica y me justifico.
La nuestra es una época nostálgica, escribe Susan Sontang, y las fotografías promueven la nostalgia activamente. La fotografía, concluye, es un arte crepuscular (otra vez la palabra turbadora).
De estas afirmaciones se desprende que el crepúsculo nos vuelve nostálgicos. El amanecer no. El amanecer es la hora del hacer, el momento de los grandes proyectos. Podríamos deslizar sin temor a equivocarnos que el amanecer es la hora del hombre iluminista. El crepúsculo, el ocaso, se asocia a lo perenne. Nos reconocemos de barro. Pensamos en el tiempo, la nostalgia y la muerte.
Crepúsculo-noche-iluminar-iluminismo-echar luz. A partir de este encadenamiento de palabras podemos arriesgar que el punctum y el aura son candeleros que nos libran de la oscuridad de algún tipo de muerte. El punctum y el aura nos rescatan. Nos recuerdan la infinitud, lo trascendente.
Entonces, se trata de ubicar al hombre en su sitio principal de la creación. Quizá sea hora de pensar un nuevo Iluminismo, que deje espacio a lumbres como el aura y el punctum que, a partir de la contemplación de imágenes, iluminan las actividades del espíritu.
Berger enfatiza la relación entre la vista y la imaginación. La imaginación creativa es la que ilumina y anima nuestra comprensión del mundo: "Sin imaginación el mundo se vuelve irreflexivo y opaco. Sólo la existencia permanece" (Berger 1980: 68)
De todas maneras, creemos que no resulta útil posicionarse en posturas maniqueas. Podemos arriesgar que, en cada uno de nosotros, habita un amanecer y un crepúsculo; se trata, en consecuencia, de equilibrar estas dos ramas del mismo tronco que luchan por prevalecer. Poda y riego, para conseguir una armonía entre las partes.
Finalmente, queremos concluir este trabajo haciendo referencia a una entrevista a Henri Cartier-Bresson que se publicó, el 6 de julio de 2003, en el suplemento Enfoques del diario La Nación. El artículo está firmado por Malcolm Jones, quien se encuentra con el célebre fotógrafo de 94 años en el departamento que éste tiene en París, frente al jardín de la Tullerías. Jones cuenta que Bresson casi no ha tomado fotografías en las últimas tres décadas, aunque el arte no lo ha abandonado: ahora prefiere captar el mundo con un lápiz y sus hojas de dibujo. "Con la fotografía, uno no capta nada. Es sólo intuición", argumenta para justificar la decisión de dibujar.
Luego hablan de una retrospectiva que acaba de inaugurarse en la Biblioteca Nacional de París; y más adelante de cómo logró salvarse de la malaria gracias a los poderes de una mujer que le entregó una estatuilla tallada en madera de ébano.
Sobre el final de la entrevista Malcolm Jones pregunta a Cartier-Bresson qué haría si en algún momento ya no pudiera dibujar. El autor de Domingo en el río Marne, Francia, 1938, no dudó: "Dibujaré con la mente. No se puede matar lo esencial que hay en cada uno".
Volver a lo esencial. Estamos de acuerdo con Bressón, pero... ¿por qué esperar tanto? ¿Por qué esperar al ocaso de nuestras vidas para movernos en esa dirección?