Efectos

No seas vana, alma mía,
ni permitas que se ensordezca el oído de tu corazón
con el tumulto de tus vanidades.
Confesiones de San Agustín, cap. XI

Dubois, en su libro El acto fotográfico, introduce una maravillosa cita de Henri Van Lier: "Como huella luminosa, la foto es la presencia íntima de algo de un persona, de un lugar, de un objeto... Cada uno de ellos no es más que una fracción de instante y una sección de espacio que ya no podemos vivir ni revivir" (Dubois 1986: 76)

El deseo, sigue Dubois, nace allí siempre por contigüidad más que por semejanza; así, nos topamos otra vez con la figura de la metonimia asociada al punctum. Luego, como para afirmarse en esta idea, transcribe un fragmento de una carta de Kafka a su novia Felice Bauer. Este fragmento nos revela un rasgo desconocido, íntimo, del autor de El proceso.

La carterilla que me has dado es milagrosa. Gracias a ella me convierto en otro hombre [...] Cuando miro tu pequeña foto -la tengo adelante- me asombro siempre de la fuerza de lo que nos une el uno al otro... fuerzas que me son tan próximas y tan indispensables, todo esto es un misterio... (ibíd.: 77)

Este misterio, subraya Dubois, esta fuerza que trabaja subterráneamente la fotografía, más allá ("detrás") de las apariencias, y que es la misma que funda el deseo, es la fuerza pragmática de la ontología indicial, es lo que Barthes llamaba "la extensión metonímica del punctum", que restituye la presencia física del objeto o del única hasta en la imagen. Presencia que afirma la ausencia. Ausencia que afirma la presencia. Distancia establecida y abolida a la vez, y que constituye el deseo mismo: el milagro.

En La cámara clara Barthes, arranca con una confesión: "Veo los ojos que han visto al emperador". Se refería a la foto de Jerónimo, hermano de Napoleón. Sin embargo, nadie compartía su asombro. Nadie le hablaba de las fotos que le interesaban. "Reuní en mi pensamiento las imágenes que me habían punzado... entraba demencialmente en el espectáculo, en la imagen, rodeando con los brazos lo que está muerto: lo hice por piedad". Y ante la foto de su madre niña en el invernadero, Barthes no veía más que el referente, el objeto deseado, el cuerpo querido, pero una voz inoportuna (la voz de la ciencia) le decía, severa: 'Vuelve a la fotografía. Lo que ves ahí y te hace sufrir está comprendida en la categoría de Fotografía aficionados'. Enseguida, Barthes, deja caer, como un ácido, otra confesión: "Frente a ciertas fotos yo deseaba ser salvaje, inculto" (Barthes 1990: 36)

La fotografía del invernadero fue la palanca de acción donde Barthes se afirmó para establecer una regla estructural. Había descubierto esa fotografía remontándose en el tiempo. Los griegos penetraban en la muerte andando hacia atrás, recuerda el semiólogo francés, y advierte: "Esta foto no abrirá en vosotros herida alguna". La foto del invernadero le provocaba una agitación interior. A esta agitación la llamó aventura: "Tal foto me adviene, tal otra no. La foto no es animada, pero me anima: es lo que hace toda aventura" (ibíd.: ...)

Ante determinadas fotos, el autor de S/Z comprendió que la existencia (la aventura) provenía de la copresencia de dos elementos discontinuos, heterogéneos por no pertenecer al mismo mundo. Muchas de esas fotos comportaban esa especie de dualidad que acababa de descubrir. Dualidad compuesta por dos elementos: studium, es decir, el gusto por algo, determinado en función del saber, de la cultura propia del receptor. El segundo elemento es el punctum, define Barthes, sale de la fotografía como una flecha y me punza.

"La foto es literalmente una emanación del referente. De un cuerpo real que se encontraba allí han salido unas radiaciones que vienen a impresionarme a mí, que me encuentro aquí...

Lleno de vida ahora, compacto, visible
Yo, cuarenta años vividos, el año ochenta y tres de los Estados,
Al hombre que viva a un siglo de aquí, o dentro de cualquier número de centurias,
A ti, que no has nacido aún, te dirijo estos cantos.
Cuando leas esto, yo que ahora soy visible, me habré vuelto invisible,
Entonces tú serás compacto, visible, y realizarás mis poemas, volviéndote hacia mí,
Imaginando cuán dichoso sería yo si pudiese estar contigo y ser tu camarada:
Haz como si yo estuviera contigo. (No lo dudes mucho, porque yo estoy ahora contigo)

(Whitman 1979:235)

... La foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que ha sido fotografiados". (Barthes 1990: 143) Es por eso que me encanta saber que la cosa de otro tiempo tocó realmente con sus radiaciones inmediatas la superficie que a su vez hoy toca mi mirada. No me importa la vida de la foto, sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos y no con una luz sobreañadida" (ibíd.: 144)

 

Cuando Edgar Allan Poe (1809-1849) escribió El retrato oval, lejos estaría de suponer que su cuento se acercaría con fuertes ráfagas literarias al concepto de aura que Benjamin introduciría, tiempo después, en La obra de arte... Posiblemente estaría al tanto de los debates que se producían respecto a considerar al arte como copia perfecta de la naturaleza. De todas maneras, estamos en condiciones de afirmar que la idea de aura y arte como copia perfecta de la naturaleza pueden rastrearse a lo largo de las páginas de El retrato oval.

El cuento está escrito en primera persona. El narrador-personaje está herido y se ha refugiado en un castillo recientemente abandonado. La habitación donde descansa está cubierto de tapices y pinturas modernas. Una de ellas lo turbará.

El subrayado es nuestro.

Experimenté un interés profundo por aquellas pinturas [...] había encontrado sobre la almohada un pequeño libro que contenía el juicio crítico y análisis de las mismas [...] Largo, muy largo tiempo, leí y contemplé devota y religiosamente [...] el retrato de una joven ya próxima a ser mujer. Eché sobre la pintura en cuestión una ojeada rápida, y cerré los ojos.

Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y para pensar- para asegurarme de que mi vista no me había engañado -, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más segura [...]

Había adivinado que el encanto de la pintura era una expresión vital absolutamente adecuada a la vida misma, que primeramente me había conmovido y por último me había confundido, subyugado y espantado [...] busqué vivamente en el volumen que contenía el análisis de los cuadros y su historia... [...] "Era una doncella de extraordinaria belleza y tan amable como llena de alegría. Y fue maldita la hora en que vio, amó y se casó con el pintor. Él, apasionado, estudioso, austero, había ya encontrado esposa en su Arte... Fue una cosa terrible para esta dama oír al pintor hablar del deseo de pintar a su joven esposa.

..."el pintor ponía su gloria en su obra, que adelantaba de día en día y de hora en hora. ...no quería ver que la luz que caía tan lúgubremente... secaba la salud y los espíritus vitales de su mujer...

"No quería ver que los colores que extendía sobre el lienzo eran sacados de las mejillas de la que estaba sentada junto a él.

"Y cuando hubieron pasado muchas semanas... se dio el toque en la boca y se arregló el glacís; y durante un momento el pintor quedó en éxtasis delante del trabajo que había realizado; pero un minuto después, como la contemplase aún, tembló, se puso pálido y se llenó de terror, gritando con voz fuerte y vibrante:

"¡En verdad, es la Vida misma!

"Volvióse bruscamente para mirar a su muy amada, y... ¡estaba muerta!".

La decisión de subrayar determinados pasajes significativos respecto al tema que nos ocupa, fue la mejor forma que se encontró de pasar desapercibidos, la mejor manera de no interferir en el clima de esos fragmentos. Sin embargo, cómo hubiéramos querido introducirnos en el cuento, interrumpirlo, y decir: "acá, Poe, refiere al concepto de aura, a la idea de una situación irrepetible, a la de un halo de originalidad"; o "en esta línea subyace el concepto de arte como copia de la naturaleza". ....

Se pensó que ésta era una buena manera de conversar con el texto de Benjamin.