Amanecer vs. crepúsculo

 

Ser científico no implica negarse a utilizar
la intuición como punto de partida.

Chomsky

Horkheimer y Adorno (1973:3) afirman que la lógica de la racionalidad y la racionalización propugnan "liberar a los hombres del miedo" a través de la imperiosa fuerza de la razón: "Absolutamente nada queda fuera, porque la sola idea de estar fuera es la propia fuente del miedo... El hombre se imagina a sí mismo libre del miedo donde no existe nada desconocido" (ibíd.:16). A través del control racional y del dominio (sobre la naturaleza y sobre la naturaleza humana), del racionalismo y del positivismo, "su proyecto final", ha intentado acabar con las fuerzas del miedo mortal.

Algún tiempo antes Comte escribía que, en teoría, no era necesario que quede nada desconocido para el hombre, excepto quizás, ¡el origen de las estrellas! A partir de entonces, las cámaras han fotografiado incluso ¡la formación de la estrellas! Y los fotógrafos nos aportan hoy en día más hechos cada mes de los que los enciclopedistas del siglo XVIII pudieron soñar en todo su proyecto (Berger 1982:99).

Estaríamos tentados de preguntar respecto a los proyectos iluministas: ¿Y para qué todo esto? Para llegar al conocimiento de la verdad, respondería el hombre iluminista. ¿Y para qué?, insistiríamos. Para que el hombre, al conocer la verdad, viva libre, igual y fraterno. Cabría concedernos una última pregunta: ¿lo consiguió por estos medios?

Hay una frase de Roland Barthes: "Puesto que la muerte debe estar en algún lugar de la sociedad... ¿Creemos en realidad que podría no estar en ningún lugar?" (Barthes 1990: ...)

En los albores del siglo XXI, nadie cree en la existencia de leyes universales que rijan el mundo ni en la superioridad de la racionalidad humana. Porque a algunas verdades no es posible conquistarlas desde uno solo instrumento.

En el libro Testigo de esperanza, de George Weigel, Karol Wojtila argumenta que, una de las debilidades de la vida intelectual moderna, es la tendencia en todas las disciplinas a pensar que sólo existe un modo de alcanzar la realidad de la condición humana.

Wojtila, Papa y dramaturgo, sostiene que la realidad no puede captarse mediante un único instrumento. No obstante haberse convertido en filósofo profesional, en profesor de la materia y guía magistral de la obra filosófica de otros, Wojtila, seguía convencido de que una de las debilidades de la vida intelectual moderna era la tendencia en todas las disciplinas a pensar que sólo existía un modo de captar la realidad de la condición humana. Las profundidades de la experiencia humana sólo podían sondearse mediante gran cantidad de métodos. La literatura, en su caso las obras dramáticas y la poesía, en ocasiones podían alcanzar ciertas verdades que no se captaban adecuadamente mediante la filosofía o la teología (Weigel 1997: 162)

... Y la ciencia, si se nos permite, agregaríamos nosotros.

En este sentido, son numerosas las voces que se levantan, desde las diferentes expresiones artísticas, respecto al aporte que pueden hacer para la construcción de un mundo más libre, igual y fraterno. (Liberté, egalité, fraternité).

En una conferencia que, en 1997, el escritor sampedrino, Abelardo Castillo, ofreció en la Biblioteca Popular Rafael Obligado, habló del lugar del intelectual Argentino. Del no lugar.

Todo lo que está desorientado es el hombre moderno, dijo, citando a Nietzsche. Un hombre incumplido que no cuaja en el proceso histórico.

El escritor, aseguró el autor de Israfel, es una persona que establece una comunicación con el mundo y produce un hecho estético. ¿Cuál es el lugar del escritor, del intelectual en la actualidad?, se preguntó. Cuando se hizo la Constitución del '53, dijo, fue hecha en base a las ideas de la Iglesia, los militares, los políticos, y también, y sobre todo, de los grandes intelectuales: sin Alberdi, Sarmiento o Echeverría no habría habido Constitución; y cuando se la reformó en 1994, nadie vio que se llamara a un filósofo o a un escritor argentino para que opinara sobre el tema. Sin embargo, los grandes escritores argentinos fueron piedras fundamentales en la construcción del país. Hoy, concluyó, los intelectuales argentinos son una especie de no lugar.

Y terminó su alocución con una sentencia lapidaria: "Si yo quiero saber cómo vivía, cómo era el hombre europeo del siglo XIX, no se me ocurre leer un libro de historia: leo a Tolstói, a Balzac o a Goethe".

Kevins Robins, en su capítulo ¿Nos seguirá conmoviendo la fotografía?, habla de la muerte de la fotografía. Hay un sentimiento, dice, de que se está en presencia del nacimiento de una nueva era: la de la posfotografía. "las viejas tecnologías (químicas y ópticas) aparecen restrictivas y empobrecidas, mientras que las nuevas tecnologías electrónicas (digital) prometen inaugurar una era de flexibilidad y libertad sin fronteras en la creación de imágenes (Robins ....: 50)

De las tantas resonancias que produce el tratado de Robins, nos detendremos en ésta que deriva en el tema que nos ocupa: Aunque resulte extraño, hoy en día parecemos sentir que la racionalización de la visión es más importante que las cosas que realmente nos afectan (amor, miedo, tristeza). Se han devaluado otras formas de pensar sobre las imágenes y su relación con el mundo (se nos está persuadiendo de que son anacrónicas). Existe incluso el peligro de que la "revolución" (digital) nos haga olvidar lo que queremos hacer con las imágenes, por qué queremos mirarlas, cómo nos sentimos ante ellas, cómo reaccionamos y respondemos a ellas (Robins .... : 61)

Robins retrocede un poco en el tiempo, hurga en la historia de la fotografía, y cita a John Berger quien afirma que, cuando se inventó la cámara fotográfica en 1839, Augusto Comte estaba acabando su Cours de Philosphie Positive. El positivismo y la cámara fotográfica crecieron juntos, y lo que los sustentaba como práctica "era la creencia de que los hechos cuantificables y posibles de observar, grabados por científicos y expertos, ofrecerían algún día al hombre un conocimiento tal sobre la naturaleza y la sociedad que éste sería capaz de ordenar ambas cosas" (ibíd.: 51)

Pero las imágenes muchas veces se insubordinan, nos increpan de manera tal, que no hay instrumento que pueda medirlas, nombrarlas. Y quizá se necesite de otras voces para explicar los sentimientos que nos provocan.

Las fotografías, dice Kevins Robins, han proporcionado un modo de relacionarse con el mundo, no sólo de modo cognitivo, sino emocional, estético, moral y político. "La gama de expresiones emocionales posibles a través de las imágenes es tan amplia como con las palabras", dice John Berger (1980:73); "Nos arrepentimos, esperamos, tememos y amamos con las imágenes". Estas emociones, guiadas por nuestra capacidad de razonamiento, proporcionan la energía para convertir las imágenes y utilizarlas con fines creativos, morales y políticos. Tales sentimientos y preocupaciones están reñidos con la nueva agenda de la cultura posfotográfica (Robins .... : 53)

Y hablando de sentimientos, y hablando de agendas impuestas... Como adelantáramos en uno de los epígrafes, el artículo de contratapa, Sombra terrible de Borges, firmado por Tomás Eloy Martínez, da cuenta de lo que el autor de Ficciones pensaba respecto al arte y los afectos: "Exponer los sentimientos, escribirlos, no es literario ni argentino".

En la literatura argentina, escribe Eloy Martínez, hay pudor, hay recato y no se exhiben los sentimientos. Todos somos cultos. Todos somos Borges. Uno de los máximos escritores del país (se refiere a Borges), trasladó su convicción personal sobre los sentimientos a toda la literatura argentina. Convirtió un mandato de buenos modales impuesto por la burguesía finisecular en un dogma literario: "exhibir lo que se siente es una guarangada".

Nos embarcamos otra vez en el texto de Robins. ¿Existen formas de proceder constructivamente contra lo digital?, se pregunta. Con la fotografía digital volvería a verse la imagen desde la emoción y no desde la razón: caería la idea positivista y racional iluminista.

Estamos convencidos que la respuesta, la reflexión, de Kevin Robins, podría aplicarse muy bien a otros campos, a otras esferas, a otras disciplinas. Podría aplicarse a la vida.

Para mí, sostiene Robins, es una cuestión de que exista o no la posibilidad de introducir lo que podría llamarse simplemente dimensiones existenciales en una agenda que se ha convertido predominantemente en algo conceptual o racional ("separado del observador humano"). Se trata de nuestra capacidad de ser conmovidos por lo que vemos en las imágenes. Para Roland Barthes en La Cámara clara, la cuestión preliminar es :"¿Qué sabe mi cuerpo de fotografía?" (Barthes 1990:...). La cognición se experimenta aquí como un proceso mediado a través del cuerpo e inundado de afecto y emoción. El proyecto de Barthes consiste en explorar la experiencia de la fotografía "no como una cuestión (tema) sino como una herida: veo, siento, luego me doy cuenta, observo y pienso" (ibíd.:...).

Berger, que tiene preocupaciones similares, quiere explorar otros tipos de significado además de los que son valorados por la razón. Pretende volver a conectar la fotografía con lo "sensual, lo particular y lo efímero" (Berger 1980:61). En contra del racionalismo, Berger pone énfasis en el valor de las apariencias: "apariencias como signos que se refieren a lo que está vivo... para ser leídos por el ojo" (Berger 1982:115).

Mis sugerencias, dice Robins, intentan (re)validar un mundo de significado y acción que no se puede limitar a la racionalidad. Nuestro modo de mirar el mundo se relaciona con nuestra disposición hacia el mundo.

Lo significativo no son las nuevas tecnologías y las imágenes per se, sino la reordenación del campo visual en general y la revaluación de la culturas y tradiciones de la imagen que aquéllas provocan.

La imágenes seguirán siendo importantes porque median de manera efectiva, y a menudo de forma conmovedora, entre las realidades interiores y exteriores, concluye Robins.