Vida de perros
Buenos Aires, mayo de 2002
Querida tía: Espero que mi carta anterior no la haya preocupado. Sería lamentable interrumpir sus vacaciones por España. Quédese tranquila, yo, anímicamente, ando muy bien, y la paloma en cualquier momento se echa a volar. De las cortinitas para el ojo de buey hablamos a su regreso.
Tía, dicen que la distancia aleja, pero a mí me ocurre todo lo contrario. Me siento muy cerca suyo. Tengo tanto que agradecerle, tiíta. Nadie como usted sabe de mi largo peregrinar entre parientes y hospicios (Clínicas Dentales, como dice usted, al grupo del te de las cinco). Mi vida: un eterno Vía Crucis. Una existencia dura, solitaria... ¡Hasta que apareció usted, tiíta! Tomó con firmeza mi mano. Restituyó mi dignidad. Soy feliz yendo al supermercado; o haciendo la cola para pagar las boletas vencidas de Obras Sanitarias. Sí, por qué no confesarlo: también me gusta... pasear con Octavio.
No tengo palabras para agradecerle todo lo que ha hecho por mí. Y entonces, mientras usted vacaciona en España, cómo no ofrecerme para cuidar a Octavio, el departamento y las tan caras antigüedades. De todas maneras, para mí, se trataba de Liberación o Dependencia, la Clínica Dental ubicada en el barrio de Almagro.
Es cierto, es cierto; no voy a negarlo: en mi carta anterior le confesé que, durante los dos primeros días, me vi desbordado. Ya nomás, cuando volvíamos de Ezeiza, el chofer del taxi me retó a causa del mal comportamiento de Octavio. Lo agarré de la corbata (a Octavio) y lo mantuve cortito a mi lado. Pero, no bien entramos al departamento, el muy malandra zafó de mis brazos (se ve que algo venía carburando el animal) y la serigrafía del Picasso voló por el aire. La paloma quedó con un desgarro de pecho... ¡Imagínese, tía! Yo no sabía qué hacer. Corría para acá, corría para allá. Estaba desesperado, por eso le escribí.
Ahora todo está bajo control. Es verdad ese refrán que dice: "Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana". (Creo que la versión original es: "Cuando se cierra una puerta y queda la llave puesta, se abre una puerta balcón"). Me gustan los refranes. Son como esos sillones mullidos en los que uno se sienta y el sillón lo sujeta a uno por los flancos y la retaguardia. Vea (lea), por si a usted se le ocurre pensar que no tengo razón:
Ejemplo 1
* "Al que madruga, Dios lo ayuda".
* "No por mucho madrugar se amanece más temprano".
Ejemplo 2
* "El que pega primero pega dos veces".
* "No hay primera sin segunda" (con cierta aplicación a la
Chacarera).
* "La tercera es la vencida".
El departamento y sus más caras antigüedades han sufrido ligeros cambios de estado. "Nada se pierde todo se transforma". El agua puede convertirse en hielo y luego al fuego (note el juego) otra vez en agua. Los jarrones pueden convertirse en rompecabezas y luego en bonitos centros de mesa.
La serigrafía del Picasso ya está arreglada. Le puse un parche (Mendafácil, le dicen) en la parte de atrás. El pecho de la Paloma de la Paz quedó rasgado por la mitad, le da un toque romérico; y la ramita de olivo que lleva en el pico parece a punto de caerse, le da un toque bíblico. El resto quedó sin mácula.
Como le dije antes, mi vida ha sido muy dura. Golpe tras golpe: el último, a mi juicio, fue terrible. Imagínese, tía, caerme del balcón. En realidad no sé si me caí o me tiré (debe doler lo mismo). El doctor dijo que no lo recuerdo por la laguna. También dijo que menos mal que reboté en el toldo de la fiambrería.
En la clínica estuve internado tres días. Reaccioné presto a los estímulos (gracias a los vasitos de agua con los que usted me despierta a la mañana. "Desintoxica el organismo", teorizó una enfermera. "No, el agua no va por adentro", expliqué, "va por afuera: me refresca los ojos"). El doctor me preguntó nombre, apellido, dirección y número de documento (igualito que con los jugadores de fútbol cuando le pifian a la pelota y se cabecean las cabezas). ¡Ah!, una duda: ¿tengo obra social? Les mostré‚ el carné del club River Plate y se quedaron tranquilos. Me dieron el alta enseguida. Salí con un hambre de somalí. Le cuento: los dos primeros días estuve inconsciente, al tercer día hubo paro de personal. Tres días sin comer... ¡Una risa!
En el cuaderno que usted dejó para registrar los gastos, anoté el correspondiente al servicio de un cerrajero ¿Recuerda?: bajé por el balcón. La puerta quedó con la llave puesta. También vino el gordo de la fiambrería a cobrarme la reparación del toldo, y 250 gramos de jamón crudo que dice que usted le quedó debiendo.
Al departamento lo encontré en buen estado. Un poco de tierra, nomás, ya que, al salir por el balcón, no tuve el cuidado de cerrar la ventana. Intuyo qué está pensando. No se preocupe: no faltó nada. ¿Recuerda el jarrón de cerámica de la bisabuela Herminia? Sí, ese que tiene unos cazadores disparándole a unos patos. Era hermoso, ¿no? Comprendería muy bien su enojo con aquel que la privara de contemplar ese jarrón, legado de la bisabuela Herminia.
Mientras escribía la carta anterior, para enterarla de la tragedia de la paloma romérica, Octavio me mordía los tobillos. Rompió mis zoquetes Ciudadela de la misma forma que destruyó la serigrafía del Picasso que usted, orgullosa, ostentaba ante el grupo de las cinco. Como le decía, Octavio no me dejaba escribir tranquilo. Usted seguro se dio cuenta, porque el comienzo de la carta se asemejaba al resultado de un electrocardiograma. Harto de que me incara los colmillos en los tobillos (note el estribillo), lo arrastré hasta la despensita y cerré la puerta con llave. Usted dirá: "¡Pobre Octavio!, ¿por qué con llave?". Es que el muy pícaro era capaz de llegar al picaporte. Desde que usted se fue comenzó a saltar como un canguro por todo el departamento, y yo iba detrás de él: parecía que estábamos en Australia.
Con Octavio en la despensita y los tobillos ardiendo pude terminar la carta. Apesadumbrado la llevé al correo. Atribulado regresé al departamento. Fui al balcón: me caí o me tiré... El recuerdo se disuelve en la laguna. ¿Comprende a dónde quiero llegar? ¿Tiene una imagen mental (dental para el grupo de las cinco) de cómo sucedieron los hechos?
¿Recuerda el jarrón de cerámica de su bisabuela Herminia? Comprendería muy bien su enojo si ese jarrón, que significa tanto para usted, llegara a estallar en mil pedazos.
Querida tía: debo decírselo ya, sin más giros inútiles, como tuerca en tornillo sin rosca.
Pensaba que era por el golpe que zumbaban mis oídos. No, no era por el golpe: era el malandra de Octavio que arañaba la puerta de la despensita (va a necesitar unas manos de pintura). No resultaba fácil tomar la decisión. Digo, la decisión de abrirle la puerta. Había que darse un tiempo para pensar. Pensar a dónde subirse; detrás de qué mueble esconderse, etc. Usted se preguntará: "¿Por qué dice estas cosas este muchacho?". ¿Por qué?, porque temía que Octavio reaccionara mal... y no me equivoqué. Tía: lamento decepcionarla, su perrito no era tan dócil como usted proclamaba. No bien abrí la puerta de la despensita, salió disparado a toda carrera. Ni siquiera un ladrido de agradecimiento, una fiestita... ¡Nada! (Ingrato). A toda carrera, un poco más y volaba. Bueno, se lo digo de una vez: Octavio se llevó por delante el jarrón de cerámica de la bisabuela Herminia.
¿Recuerda la distribución del departamento?. ¿Recuerda que la despensita y el balcón están en una misma línea? Desde la despensita se puede mirar hacia el balcón, escrutar el cielo y reflexionar: Hoy está lluvioso. No voy a recibir visitas: es un buen día para la ingesta de porotos.
Hay un refrán que dice: "Tiene siete vidas, como los gatos" ¿Usted lo cree?. Yo no, y menos aplicado a un perro.
Si hay algo que debemos reconocerle a Octavio, es su prolijidad para atravesar el vidrio de la puerta balcón: dejó un agujero perfecto, parece un ojo de buey. Con unas cortintias va a quedar muy lindo. Octavio no, el ojo de buey.
Bueno tiíta, para no demorarla más, ya que usted querrá darse unas vueltitas por los Pirineos, le comento que los pedazos del jarrón (salvo la cabeza de un pato que debe habérsela tragado Octavio en su hambruna carrera) los guardé en el cajón de la mesita de luz. Estoy seguro de que, a su regreso, usted podrá convertir la cacería del pato en un bonito centro de mesa.
Sin más que contarle me despido de usted quedando por aquí muy bien gracias a Dios.
Suyo, Joaquín.