El contexto político en la Argentina conservadora

Breve descripción de la situación político-social en la época del fraude

Luego del golpe cívico-militar del 6 de septiembre de 1930 la política en la Argentina se fue perfilando hacia la evidente disputa entre una coalición oficialista, que adquirió una forma definida cuando se logró conformar la Concordancia, y una oposición donde cohabitaban partidos con identidades diferentes. Los partidos de la oposición buscaron accionar desde diversas alternativas políticas, las que se desplegaron desde un militante abstencionismo radical hasta algunas formas de coalición contempladas a partir de las estrategias de unidad planteadas por Socialistas y Demócrata Progresistas cuando formaron la Alianza Civil para las elecciones de 1931, o bien la participación por separado de la tres fuerzas, incluso la posibilidad de construir un Frente Popular que incluyera a otros actores y partidos políticos.

En el primer quinquenio de aquella década se puede observar, lo que agudamente había percibido Puigross que " la abstención radical y la concurrencia aliancista antagónicas entre sí, dividían y desorientaban a la oposición y dejaban amplio campo de maniobra al justismo" (1).

La Concordancia liderada por el hábil presidente Justo, buscaba colocarse a la cabeza del bloque antipersonalista dentro del Partido Radical, principal factor aglutinante, no sólo al propiciar la unión de los opositores al yrigoyenismo y a su estilo populista de gobierno, sino la del pensamiento conservador de tradición demoliberal sobre el que se apoyaba. Al antipersonalismo y a la tradición conservadora demoliberal, debe agregarse el papel jugado por el propio Justo y su capacidad de liderazgo como "pieza fundamental de la coalición" (Macor, 2001:58), ligada estrechamente al poder militar del cual encontraba formidable apoyatura política. Esta tendencia parece marcar toda la década: una coalición gubernamental, con serias contradicciones frente a la democracia formal que sin embargo consolidaba su poder y una oposición que infructuosamente buscaba la unidad. La oposición sin embargo, fue proyectando acuerdos que fueron desde la Alianza Civil de 1931, que enfrentó a Justo y perdió en las urnas, y aunque fraude por medio, también legitimó el sistema electoral con su presencia, hasta el intento de la conformación ampliada de una alianza frente populista que nuevamente fracasó, pues no pudo ni siquiera concretarse, para 1936.

Con la vuelta del radicalismo a la arena política a mediados de la década, el oficialismo justista debió extremar sus recursos de manipulación electoral, hasta transformarlo en una maquinaria aceitada, además de inclinarse más decididamente hacia el afianzamiento del bloque conservador y a la elección de un sucesor. El elegido fue Roberto Ortiz, quien se esperaba que promoviera una discreta transición a la planeada vuelta de Justo a la primera magistratura en 1943. La presidencia de Ortiz, a pesar de estas presunciones, estuvo marcada por la tendencia autonómica que propiciada por el propio presidente, se manifestaba en una intención de orientar la acción de gobierno hacia una salida más democrática, que promoviera el abandono de practicas fraudulentas. El presidente Ortíz maniobró buscando en el partido radical, del cual había sido miembro, el apoyo necesario para su difícil intentona, frente a la precariedad de su posición política. Si bien Ortíz logró parcialmente su cometido, esta acción fue minando el andamiaje oficialista y el bloque conservador se fue resquebrajando.

El gobierno que se define neutralista al estallar la segunda guerra, es presionado duramente por la ultraderecha nacionalista de tendencia fascistoide, que afirmada en un sector de la sociedad civil, y principalmente en el Ejército, será decisivo posteriormente. El vicepresidente Castillo, quién sucede a Ortiz desde 1940, cuando el presidente caiga repentinamente enfermo, es más permeable al embate de la derecha conservadora, y de motu propio intentará restablecer los mecanismos del fraude y el hegemonismo conservador, distanciándose cada vez más de Ortiz.rtizO Sin embargo será presa fácil del ala nacionalista del sector militar, que a cambio de apoyo le solicita una mayor participación de gastos para su manutención de parte del Estado. El Ejército de esta forma gana espacios cada vez más importantes, lo que lo deja en óptimas condiciones para preparar su intervención, la que finalmente se concretará con el golpe de junio de 1943.

La oposición frente al predominio conservador

El radicalismo como el principal partido de oposición inicia la década impedido por el régimen de presentar la fórmula con Alvear para las elecciones nacionales de 1931, lo que deriva en su postura de abstención mantenida, como dijimos, hasta principios de 1935. En este marco, la dirigencia, que busca distanciarse del yrigoyenismo y acepta ingresar al juego político que le propone el régimen, recibe fuertes críticas al interior del partido de un sector intransigente que viene perfilando sus posturas frente a la situación general del país. El surgimiento del grupo FORJA, propiciado por militantes radicales, acrecienta el tono crítico respecto a la dirigencia alvearista. Esa tendencia crítica se evidencia claramente cuando en algunos documentos de FORJA se acusa al alvearismo de recibir dineros para la campaña electoral de las elecciones de 1937, del Grupo SOFINA, que patrocinaba a la empresa CHADE de electricidad, la que buscaba extender sus concesiones en Buenos Aires. El caso promueve una dura controversia al interior del partido. Lo que permite observar la aparición de movimientos o agrupaciones que postulan una renovación del radicalismo, agudizando las contradicciones internas del partido. De los grupos opositores a la dirección alvearista surge el que publicará la Revista "Hechos e Ideas" a partir de 1935, en el marco del levantamiento de la abstención, movilizando a través de sus paginas a la discusión ideológico-política y, sobre todo, al debate de ideas respecto al problema social y económico, este último con poca tradición en el pensamiento oficial del partido. La tendencia opositora y crítica de la agrupación "hechos e Ideas", que se acentúa durante la década, se perfilaba a mostrar el fracaso y la claudicación del radicalismo frente al gobierno conservador, promoviendo la ruptura de muchos de sus integrantes con el partido (2).

Quizás lo más destacado en este período para el partido, haya sido la posibilidad de constituir un Frente Popular junto a otras fuerzas políticas que fracasa, entre otras razones, por la negativa de los dirigentes radicales de conformarlo luego de la proposición de los partidos Socialista y Demócrata Progresista. Alvear no aceptó invocando la trayectoria intransigente del Partido y su carácter mayoritario en la vida política argentina. Un radicalismo dividido y desesperanzado, luego de la derrota electoral de 1937, sin embargo renueva alguna ilusión de parte de la dirigencia, cuando el presidente Ortiz se inclina hacia el levantamiento del fraude y la reformulación del juego democrático. Pero esto no alcanza para frenar las sucesivas crisis internas durante 1940 y 1941, que obliga al partido a desgajamientos que tendrán trascendencia para su futuro. Los gobiernos de Ortiz y de Castillo, transcurren ante "el escepticismo más total de las bases radicales" (Calviño, 1984 : 199), lo que marca el clima de crisis e incertidumbre en que se encuentra el partido antes del golpe de 1943.

Las demás fuerzas políticas, mientras tanto, estaban representadas por el Partido Socialista y el Demoprogresista, que mantenían sus bastiones de Capital Federal y Provincia de Santa Fe respectivamente, aunque en los primeros años de la década, al intentar un acercamiento con proyecciones en las elecciones nacionales, los llevó a la conformación de la Alianza Civil en 1931. Los dos partidos compartían un común antiyrigoyenismo, pero el Socialista era un partido amalgamado en una fuerte y disciplinada organización partidaria, que le daba una identidad particularmente defendida en la actividad barrial y sindical. El demoprogresista era mucho más difuso en su organización partidaria respecto al socialista, lo que debilitaba el accionar común de su base militante, mostrando algunas diferencias internas, que serán decisivas a lo largo de la década. La conformación de la Alianza Civil, les permitió a ambos partidos obtener un crecimiento de su representación en ambas cámaras, pero como la Alianza funcionó como un simple acuerdo electoral su unidad no tuvo la fortaleza de enfrentar al bloque legislativo de la Concordancia, que en este sentido se mostraba con mayor unidad que sus opositores. La vuelta del radicalismo a la disputa política debilitó aun más a estos partidos en su papel como oposición. Profundizándose algunas divisiones que a su vez fueron afectando al Partido Socialista, sobre todo entre la dirigencia política respecto al brazo sindical del partido. La fisonomía del Partido Socialista se vio afectada cuando se nutre de nuevos integrantes, luego de la emergencia de dos crecientes sindicatos, en los cuales demuestran tener predominio: el de los empleados de comercio y el de los municipales. Además, los socialistas, "al promover una interesante labor en los barrios, a través de la creación de centros vecinales y bibliotecas populares" (de Privitellio, 2003), generará una redefinición de sus patrones de organización al incorporar a sus filas a militantes que promoverán una nueva corriente participativa, de carácter innovador, que se enfrentará con la dirigencia y será foco de conflictos internos

Por otra parte, algunos dirigentes obreros socialistas, propiciaron la conformación de un Frente Popular de carácter antifascista con otras agrupaciones de oposición, entre ellas el Partido Comunista, posición no siempre compartida con los grupos dirigentes. La conflictividad en el interior del partido socialista, acrecentada en este período, motivó la aparición de un ala izquierdista, la que en principio formó la Agrupación Ciudadana de Extensión Socialista, que a través de su periódico Polémica desarrolló un pensamiento a favor del afianzamiento de una democracia representativa de nuevo tipo, que no ocultaba su rechazo al populismo yrigoyenista. Más tarde, en 1933, salió a la luz el periódico Cauce, de inspiración marxista, como estandarte y órgano de la izquierda socialista, tendencia que fuertemente criticaba a lo que consideraba como el "reformismo socialdemócrata" del partido. De esta agrupación, liderada por Benitto Marianetti, que al cuestionar a la dirigencia partidaria la acercaba a las posiciones comunistas, saldrán algunos militantes que apoyarán y alentarán la fractura de 1937, y promoverán la creación del efímero Partido Socialista Obrero. Marianetti, con los años, junto con otros militantes de este nuevo partido terminarán ingresando al Partido Comunista, otros, como el dirigente sindical Ángel Borlenghi, ingresarán en el peronismo.

El Partido Comunista, a pesar del clima fuertemente represivo, y quizás por la misma razón, experimentará un crecimiento e influencia notable en el movimiento de masas y sobre todo en el sector sindical. El Partido virando de su antigua posición "clasista", y bajo la línea marcada por la internacional comunista, se perfiló en una clara preferencia por la construcción "frentista", buscando afanosamente profundizar su política de unidad popular antifascista. Entre los resultados de este cambio de táctica se inscriben la disolución del Comité de Unidad Sindical Clasista, y la decidida participación de los comunistas en la CGT y en los diversos sindicatos, donde comenzarán a tener destacada actuación como organizadores y dirigentes. La nueva tendencia de la época, asentada en el frente popular, hizo que los comunistas crecieran mucho en la consideración general, aumentando también en el número de afiliados.

Ahora bien, este clima de unidad antifascista se hizo más evidente en el contexto de la guerra civil española, aunque se extenderá luego con la Segunda Guerra Mundial, y en términos generales será un factor central, y no el único por cierto, sobre el que se planteaban las discusiones alrededor de los pasos a seguir, en una época donde la democracia liberal se encontraba cuestionada y el conflicto ideológico tenía como principal motor la dicotomía fascismo-comunismo. En este contexto es evidente el deterioro del régimen democrático argentino que venía experimentando serios traspiés, entre los cuales era posible observar, al menos un doble y evidente fracaso. En primer lugar, la de la imposibilidad de construir un sistema político estable basado en los principios de la democracia liberal, en especial de parte de las clases dominantes, que estaban a su vez en proceso de recomposición. Una democracia que elimine definitivamente "la política criolla" y el populismo yrigoyenista, como pensaban los conservadores liberales, que básicamente detentaron el poder durante el período. Esta ideología era compartida por un pensamiento análogo presente en la mayoría de los partidos, incluso de parte del propio partido Radical. El verdadero resultado de este intento fue la constitución de una democracia restringida, limitada y profundamente represiva, que no podía, aunque lo aspirase, tener éxito, a pesar de encontrar momentos como el primer quinquenio, durante la presidencia de Justo, donde pudo mantener estabilidad y unidad, frente a la dispersión de los partidos de oposición. Una oposición que tampoco pudo conjugar un horizonte común, donde la unidad fue sólo un discurso posible, y como mostró crudamente la realidad de la época, de nula concreción. Por lo tanto el segundo gran fracaso, fue el de un proyecto de democracia alternativa de carácter popular que encontró límites insalvables. Las limitaciones estructurales a la construcción de coaliciones o alianzas perdurables, incluida la de una posible basada en el proyecto de Frente Popular, no aparecían como soluciones viables, profundizando las divisiones intra e interpartidarias. El más claro ejemplo de esta situación, en la que se ven comprometidas opiniones divergentes respecto a la unidad, es el que se da al interior del principal partido de oposición, el Radical. Por su magnitud y trascendencia en la decisión política, las discusiones respecto a la conveniencia de participar en el Frente Popular, propuesto sobre todo por la izquierda socialista y comunista, no siempre encontró respuesta positiva en las estructuras partidarias. Incluso era percibida críticamente por los sectores adversarios del Alvearismo. En este sentido FORJA se opuso a la construcción del Frente Popular, cuestión que se examina en un artículo aparecido en el boletín F.O.R.J.A. del 14 de setiembre de 1936, de la siguiente forma:

"El fruto más característico del confusionismo que pervierte la política argentina es, sin duda, el vergonzante frente popular. Para que las direcciones de la Unión Cívica Radical se dejen llevar de la nariz, a tirones por el doctor Repetto, es necesario que hayan perdido toda sensibilidad radical. El radicalismo mayoría incontrastable de la población y del electorado argentino, constituye de por sí el único frente popular auténtico. Y como fuerza nacionalista, intransigente y reivindicatoria, es algo más que un frente de ocasión, porque es la nación misma pugnando, desde lo más íntimo de su ser, por la realización de sus destinos"(Scenna,1983:132)

Esta posición identitaria era una visión bastante arraigada en el pensamiento más profundo del Partido y tenía larga tradición en el mismo (4). Los radicales se veían a sí mismos como la síntesis de la comunidad nacional, esta perspectiva hacía que todo aquello que no perteneciera a la causa radical quedaba excluido de ese ideal. La línea más intransigente del partido presionaba a la dirigencia, enarbolando un ideal que consideraba fundamental en la construcción de la identidad partidaria, posición que como vimos ponía fuertes reparos a la unidad con otros partidos o tendencias políticas. Un Frente Popular sin el radicalismo, tendría pocas posibilidades de éxito y estaba destinado al fracaso.

En síntesis, el sistema democrático veía sucumbir en la Argentina sus esperanzas de consolidación, bajo un régimen conservador y fraudulento, que buscaba sin embargo una forma de equilibrio al intentar apoyarse en un sector de la sociedad política. A pesar de ese intento el régimen, por su naturaleza profundamente antipopular, se vio cada vez más aislado y vulnerable.

El sistema político en su conjunto se presentaba incapaz de canalizar el conflicto social, que la crisis económico social de los años 30 había profundizado. La conflictividad, al acentuarse, fue generando lo que se denomina una lucha de "suma cero" donde cada clase o sector social "tironea" del sistema político e institucional asfixiando a las demás fuerzas sociales y en definitiva perjudicando al conjunto. En este esquema las ganancias por apropiación de un sector eran, por definición, las pérdidas del otro. Esta puja que no encontraba forma de establecer reglas de juego basadas en las premisas de un Estado de derecho y acuerdos básicos donde constituir un sistema político estable e inclusivo, terminaba por disolver la posibilidad de una solución de carácter general. La Argentina se presentaba entonces como una sociedad de actores dispersos, afirmados en una estructura de intereses particulares, con el poder de vetar las iniciativas de los otros, pero sin la capacidad de elaborar un horizonte común.

Crisis de las instituciones: Crisis de representación y participación.

El período que media entre 1930 y 1943, ha sido interpretado por Gino Germani en varias de sus obras, como una etapa "signada por la crisis social". Posteriormente autores de diversa matriz ideológica, entre ellos, Waldmann(1986), definieron a esta etapa en términos político-sociales, como una situación marcada por "el retroceso a una forma de participación limitada" del grueso de la población en el proceso político. A la crisis social se le sumaba el problema de la participación política.

Al retomar esta línea interpretativa y descriptiva es posible inferir que la Argentina de los años 30 se encontraba sumida en una crisis general, que bien puede ser desagregada en diferentes crisis parciales. Esas crisis parciales conforman un haz coherente de problemas, que ponen en tela de juicio a la sociedad toda y no sólo a su sistema político. Si esto es así, nos ha interesado observar con mayor detalle lo que Waldmann denomina crisis de participación, a la que según su opinión se asocia una crisis de representación que evidencian algunas instituciones políticas (parlamento, partidos), los sistemas electorales y otras cómo los sindicatos y las organizaciones que nuclean a empresarios.

En este contexto general, es de remarcar la existencia de lo que podríamos considerar como una forma de representación limitada al interior de las propias instituciones y organizaciones populares. Como en el caso de algunos sindicatos, particularmente observable entre los controlados por la corriente sindicalista. Los que venían perdiendo peso dentro de la CGT desde 1933/34; tanto por la recuperación económica que estaba dando base a nuevas industrias, donde ellos no tenían ingerencia, como por la falta de organización o divisiones internas. Los sindicalistas se verán obligados a retirarse y a formar luego de 1937 la Unión Sindical Argentina, de escaso peso en el movimiento obrero.

Sabemos que la situación general cambia hacia la mitad de la década del treinta. Iñigo Carrera (2003) al analizar las huelgas de enero de 1936, acentúa el aspecto combativo que comenzará a desarrollar el movimiento obrero, abandonando la pasividad anterior. Característica que consideramos centralmente destacable, pues permite percibir el nuevo papel protagónico de los sectores populares y, particularmente, del movimiento obrero, acentuado con el correr de la década de 1930. Mostrando, además, un quiebre profundo en las estructuras sindicales, al definirse con claridad la aparición de lo que Romero (1999) denomina un nuevo sector combativo dentro del movimiento obrero, que será fundamental en la coyuntura de la guerra civil española, particularmente en el movimiento de solidaridad con la República.

Respecto a las clases dominantes, también se percibe un proceso de quiebre separándose o distanciándose algunas fracciones de clase que se acomodan mejor frente a las consecuencias de la debacle del sistema agro-exportador. Autores cómo Smith(1968) han destacado los enfrentamientos al interior de la Sociedad Rural (invernadores vs criadores), de la misma forma que Cúneo(1967) al mostrar las diferencias de enfoque frente a la crisis, presentes entre los miembros de la Unión Industrial Argentina, y sobre todo respecto al problema del modelo de industrialización que era menester aplicar en la Argentina. Korol(2001) ha remarcado precisamente estas discusiones al interior de algunas asociaciones como la UIA, con la postura de algunos sectores que promueven la profundización de la industrialización en los años 30, en detrimento del sector agro-exportador.

En esos términos, es posible demostrar que la clase dominante se manifestaba inmersa en una interna de difícil resolución. Se estaba consolidando, sin embargo, un bloque dominante de nuevo tipo, que incluía a sectores de un empresariado vinculado a la producción industrial junto a sectores ganaderos de capital más concentrado. Esta unificación la aislaba del resto de los sectores propietarios y empresarios y del conjunto de la sociedad. La imagen de todos los grandes capitalistas parece haberse deteriorado, y a muchos de ellos se los acusó de manipular el mercado y a un Estado que había expandido su intervención en la economía privada en beneficio exclusivo de sus intereses personales (Hora, 2002).

Los lazos de la elite empresarial con un gobierno considerado ilegítimo dieron lugar a una creciente hostilidad hacia los ricos en su conjunto. Lo que podría pensarse los llevaba a perder el rumbo dirigencial y ético del conjunto social. Los escándalos se suceden, las denuncias de negociados y corrupción, el fraude, son parte del andamiaje de la lucha política, planteada por la oposición al régimen, desde el Parlamento o la prensa. Aunque también la oposición en algunos casos quedaba implicada por la misma tendencia corruptiva, lo que profundiza la crisis de credibilidad y confianza de toda la clase política que detenta o apoya al poder o bien no muestra suficiente energía para combatirlo.

De esa manera los sectores dominantes, que habían sabido colocarse con una aureola de legitimidad en la consideración general, ingresaron en una fase de desintegración y realineamientos internos, y presionados desde la derecha liberal (5) y desde la ultraderecha fascista, ya no eran percibidos como la garantía de la reproducción ampliada del conjunto social y comenzaban a ser considerados como una simple e "infame oligarquía" o como "una clase parasitaria".

Esta desvinculación con un rol que la promoviera como integradora social a nivel nacional, aislaba a la clase dominante y entonces dejaba a los sectores subalternos en disponibilidad para la acción, liberados tanto de su "tutoría" como de un Estado, que a discreción, y de forma por demás evidente cumplía los designios de los grupos de mayor concentración económica y financiera.

Entonces: ¿cómo caracterizar la crisis político social argentina durante el predominio conservador?. En principio es bueno comenzar por explicarnos que son las crisis socio-políticas. Si nos atenemos al hecho de entender que las crisis son momentos o estados transitorios y parte de un proceso y, por lo tanto, tienen inicio y desenlace, como lo ha señalado Ansaldi (2003); aunque no haya un patrón de duración previsible, su profundidad puede ser más o menos trascendente y disruptiva del orden existente. En una crisis las instituciones hasta entonces existentes dejan de ser observadas y reconocidas, para pasar a ser consideradas estorbo para el desarrollo de la sociedad, al tiempo que las nuevas propuestas, que eventualmente vienen a suplantarla, no terminan de ser elaboradas; o sea de acuerdo a Antonio Gramsci: lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Y esto es lo que precisamente parece ocurrir en la Argentina de los años 30, por lo que siguiendo con el autor italiano, se podría definir a ese momento como sumido en una crisis de autoridad de la clase dirigente, que deviene sólo en dominante, respecto a las clases subalternas. Los partidos tradicionales se vuelven "anacrónicos" y se separan de las masas, estableciéndose una ruptura evidente entre representantes y representados. Ahora bien, sin pretender forzar los elementos teóricos que ofrece la interpretación gramsciana, es posible aún definir a la crisis política de los años 30 en Argentina, como de dominación, pues no sólo la clase dominante deja de poseer el consenso social para el mando, incluso las clases medias (burguesía industrial y agraria) tampoco pueden suplantarla y ejercer la conducción del Estado, con cierto éxito. Resumiendo: los sectores dominantes en su conjunto pierden legitimidad ideológico-política y sobre todo capacidad de conducción y representación política frente al conjunto social.

Pero la crisis de representación a la que aludimos, se presenta aún como mucho más profunda y de mayor envergadura que la señalada hasta aquí, porque los partidos políticos, pierden capacidad de representación, particularmente entre la dirigencia y su base militante o adherente, en un signo evidente de crisis de legitimidad partidaria. El radicalismo luego de levantar su abstención en 1935, ve aparecer en escena, no siempre con ojos aquiescentes, a los grupos de jóvenes que habían hecho su experiencia en la lucha universitaria, sumándole un nuevo vigor progresista, nacionalista y antiimperialista a su discurso, que se expresará cabalmente con la formación de FORJA, como ya se dijo.

El Partido que más crece en cuanto a actividad y militancia es el Partido Comunista, que si bien había soportado el mayor peso de la represión desde el golpe de septiembre del 30, se recupera y a mediados de la década pasa a liderar y a crear varios nuevos sindicatos, que por su crecimiento y capacidad movilizadora, terminarán integrándose a la CGT controlada por los socialistas. Sindicatos como el de la alimentación, el textil y el de la construcción, que aparecen con un éxito notable de afiliación, organización y movilización, especialmente entre las mujeres, y en las diferentes huelgas que protagonizan, marcan la tendencia predominante de la época: el crecimiento comunista sosteniendo un tozudo y militante estandarte "antifascista", que le otorga profunda legitimidad, sobre todo desde la segunda parte de la década del treinta.

La característica y tendencia manifiesta de todo este período a nivel de las instituciones políticas, es la visualización de unas dirigencias que no pueden contener el conflicto interno, viéndose frecuentemente rebasadas. Por esta razón el momento se muestra propicio para planteamientos, contra estructuras que institucionalmente se piensan como obsoletas, lo que derivó en divisiones y fracturas internas que, como aclaramos, incluye a todo el espectro institucional de la época.

En este contexto de crisis socio-política se produce el estallido de la guerra civil española, luego del levantamiento franquista de julio de 1936, provocando un impacto notable en nuestro país. El interés que despertó la lucha en España se vivió en todo el territorio, la manera cómo este fenómeno conmocionó a la sociedad argentina será el objeto central del análisis que intentaremos a continuación.