EL DESCUBRIMIENTO DE MALLORCA EN EL CAMBIO DE SIGLO
Dentro del tumultuoso paso del siglo XIX al XX y dentro de la práctica pictórica de la modernidad, se dio en Europa una actitud marcada por la evasión que permitió entre los años 1850 y 1860 el descubrimiento del mediterráneo. En Francia, esta postura fue protagonizada por artistas de diversa concepción estilística, pero con una común insatisfacción e incluso una cierta perplejidad ante los continuos y vertiginosos cambios. Dicha actitud se hizo notoria en artistas como Gustave Courbet, Pierre Puvis de Chavannes, Pierre Bonard o Aristide Maillol y que permitieron además de difundir su obra, conocer la de otros artistas menos conocidos, naturales de Aix, Marsella o Toulon agrupados bajo la ambigua denominación de"École Provençale". La década siguiente fueron los impresionistas y postimpresionistas Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Paul Cézanne o Paul Signac, quienes continuaron admirando el Midi francés por motivos similares a sus predecesores.
Importante es la figura de Henri Matisse, primeramente y por posibles paralelismos con las peculiaridades de Mallorca, la estadía que efectuó en Córcega entre febrero y junio de 1898, viaje considerado como una alternativa a Italia u Oriente, es decir, buscando una cierta nota de exotismo y primitivismo como había hecho el simbolista Andre Gide en el norte de África. El resultado fue que en dicha isla, Matisse, encontró un cromatismo y luminosidad que le permitieron entrar de lleno dentro de las complicadas interconexiones del arte moderno.
Este colorismo que impactó sobremanera a Matisse, igualmente llamó la atención de Louis Codet, un viajero francés que en las primeras décadas del siglo veinte comparó las ciudades de Ajaccio y Palma: "Palma de Majorque est, avec Ajaccio, le plus beau port méditerranéen que je connaise. La rade d’Ajaccio est plus molle, sans doute: on dirait un vaste lac bleu, que ferment de toutes parts coteaux d’oliviers et montagnes d’azur. Je revois sur le port ces maisons d’Ajaccio, plates, glacées de teintes pâles, la plupart grises ou lilas, ou vert pistache, se reflétant dans cet azur si joliment; et à côté le haut rideau d’eycalyptus qui abrite les torpilleurs (…) . Le port de Palma, d’une grâce moins facile, est tout empreint d’un style qui me retient davantage. Sa coleur est incomparable".
Mallorca, como enclave del mediterráneo no resultó, ajeno a las expectativas creadas y desde el último decenio del siglo XIX comenzó a recibir un importante afluente de artistas y literatos extranjeros que contribuyeron al descubrimiento internacional de la isla . Incluso podemos remontarnos al viaje de Frederic Chopin y George Sand entre los años 1838 y 1839. Un año después llegaron los primeros catalanes: Pau Piferrer y Francesc Parcerisa con el objetivo de preparar el volumen dedicado a Mallorca de la serie Recuerdos y Bellezas de España. El verano de 1845 Joan Cortada i Sala escribió Viaje a la Isla de Mallorca ,en 1849 Ramón Mendel escribió Manual del viajero en Palma de Mallorca y Francesc Muntaner publicó treinta y nueve láminas del Panorama óptico-histórico-artístico de las Islas Baleares con texto de Antoni Furió .
No podemos pasar por alto el impulso dado por el Archiduque Luis Salvador de Austria, que conoció las Baleares en el año 1867 y se instaló en Miramar el 1872. Su obra, Die Balearen, escrita entre 1869 y 1891 permitió la difusión de todo tipo de información histórica, etnográfica, geográfica y cultural y el año 1878 obtuvo la medalla de Oro en la Exposición Internacional de París. Esta referencia no es anecdótica, ya que como veremos a lo largo de estas páginas, la llegada de artistas extranjeros se produjo desde la capital francesa.
Escritores como los anteriormente citados o pintores catalanes como Santiago Russinyol, Joaquim Mir, Hermen Anglada Camarasa o el belga cercano al simbolismo Degouve de Nuncques, permitieron ofrecer una imagen utópica de las isla gracias al juego misterioso de la luz, que en el caso de Joaquim Mir dio como resultado una serie de telas sobre las cuevas del Drach cercanas a las premisas de Serusier, respecto a que toda pintura es la transposición de una idea.
Se ofreció una visión paradisíaca y sensual, ya que los recién llegados quedaron cautivados por el paisaje y por la idiosincrasia de sus habitantes, quienes adoptaron una actitud de tolerancia y respeto sobre unas normas de comportamiento y formas de vida poco convencionales, sobre todo para una población mayoritariamente rural.
La obra pictórica y narrativa de Santiago Russinyol resulta decisiva en la línea apuntada y un buen ejemplo es el prólogo de L’illa de la Calma: Si pateixes de neurastenia, o penses partir-ne; si estas atabalat pels sorolls que ens porta la civilitat, per aquesta angoixa d’anar de pressa i arribar allà on no tenim feina (…) seguéix-me en una illa que et diré, en una illa on sempre hi fa calma, on els homes no porten mai pressa, on les dones no es fan mai velles, on no es malgasten ni paraules, on el sol hi fa més estada i on fins la senyora Lluna camina més poc a poc (…) Aquesta illa és Mallorca.
Francisco Bernareggi, en uno de sus numerosos artículos describió como una paz bíblica envolvía el lugar, a la vez que atribuyó a los mallorquines una moralidad, honestidad y simplicidad sólo comparable a la de los pueblos primitivos: Cuando Madó Margalida bajaba de la fuente con la jarra empañada por la frescura del agua, me ofrecía un vaso que bebía con deleite. Luego daba una vuelta por C’an Carbeseta, C’an Negus, C’an puput, hasta pararme en C’an Termes. Con l’amo n’Lluch comentábamos fumando cigarrillos los últimos sucesos: los crímenes cometidos la noche anterior por una geneta que había degollado a dos conejos y tres gallinas (…)
Pero esta lectura no fue unidireccional, ya que otros literatos e incipientes periodistas no compartieron la consideración del lugar geográfico y la luz mediterránea como un punto de referencia gratuito y positivo. Es más, llegaron a ver una actitud determinista por parte aquellos pintores que intentaron captar justamente la naturaleza : Pocos países ofrecen una atmósfera y una luz más cambiante. Cada hora del día, sobre todo en la playa y en las montañas tiene su color y calidad (…). De ahí el curioso fenómeno, aún no apuntado, que sepamos, por ningún cronista del casi unánime fracaso de esos pintores que llamamos coloristas ante la múltiple naturaleza mallorquina (…) es curioso, el hecho repetido con la inmensa mayoría de pintores que vienen a Mallorca en busca de espectáculo e incentivo para sus pinceles. Aun los de positivo talento se disminuyen o fracasan. Hemos visto muchas veces como esta isla se ha tragado los buenos propósitos y los entusiasmos de varios artistas, algunos de los cuales, por su maestría y madurez, parecían destinados a dominar la naturaleza en el campo visual del arte, en lugar de ser absorbidos por ella. En esta oportunidad, el consejo aportado por Jacinto Grau, consistía en conocer en profundidad la isla para con posterioridad acercarse a la luz y el color mediterráneos.
Mención aparte merecen las referencias a Mallorca hechas por el argentino Ricardo Güiraldes, quien pasó en Pollença el verano de 1920, y que, a diferencia de sus compatriotas y de Santiago Russinyol apuntó que Mallorca no es la isla de la calma, sino la isla del embotamiento. Para un hombre de las pampas argentinas, la geografía mallorquina, así como el carácter de sus habitantes, no llegaron a adecuarse a su personalidad, motivo por el que no hizo una exaltación pasional de la isla como otros argentinos de la época. Debemos señalar con justicia, respecto al autor de Don Segundo Sombra, que en Pollença escribió algunas notas que se hallan agrupadas en las partes V y VI de sus Obres Completes, correspondientes a "Estudios y Comentarios" y a "Notas y Apuntes", donde incluye algunos apuntes críticos respecto a Tito Cittadini, Hermen Anglada Camarasa y Francisco Bernareggi, además de "Notas para un libro mallorquín", donde precisamente habla del grupo de pintores y cual es su visión de la isla: Hace un mes que vivo entre pintores en una isla. Aunque cierto tiempo me he resistido a ver las cosas bajo un solo aspecto, he concluido por iniciarme y no sé si no he sobrepasado a mis compañeros en los goces del color. Hoy tengo un calidoscopio y muchas horas lo paso aplicando el ojo al tubo embrujado, olvidando el sol, las brisas y los paisajes. Cuando mis amigos los pintores vienen a visitarme, fingen aflicción al verme así abstraído y tratan de distraerme…
Se trata, en muchas de las afirmaciones constatadas, de recreaciones cercanas al sueño y a las que contribuyó poderosamente la prensa de la época, especialmente la más conservadora como La Almudaina que a través de sus páginas defendió el paisajismo como única opción válida, sin proponer posibles alternativas: Mallorca dormida y sonriente, florida y olorosa, es un templo de arte adornado con galas de poesía. A la sombra de este templo crecen los artistas con vida propia, independiente de ajenas influencias (…) Principalmente los pintores son innumerables. Yo los he visto, repartidos por la isla, robando a la naturaleza sus colores, ricos, pobres, peninsulares, extranjeros, afamados unos, vendiendo sus obras a precios irrisorios para poder comer (…).
A partir de la lectura de textos como los expuestos, podemos decir que Mallorca se movió indefectiblemente de espaldas a las vanguardias, aún cuando se produjeron visitas esporádicas destacables como las de Gertrude Stein, Tristan Tzara o Van de Velde.
La única presencia con consecuencias significativas fue la del argentino Jorge Luis Borges, quien junto a su madre, su hermana Norah y el crítico Guillermo de Torre llegaron a Mallorca en el año 1920. Esta elección fue debida a que era una isla que resultaba más económica que otros puntos del mediterráneo, a la vez que suponían que difícilmente habría más turistas que ellos mismos. Según ha señalado su amigo Jean Pierre Bernés, Borges descubrió en Mallorca el campo, ya que para un cosmopolita como él, que venía de Buenos Aires, Ginebra y París, Palma fue algo salvaje a la vez que misterioso. En Palma encontró, además, la vía perfecta donde consolidar su snobismo, y lo hizo entre un grupo de jóvenes inquietos con quienes tuvo una profunda amistad: Jacobo Sureda, Pilar Montaner y Juan Alomar.
El mes de febrero de 1921 las premisas estéticas de dicho grupo cuajaron en la publicación del Manifiesto del Ultra, firmado por Juan Alomar, Fortunio Bonanova, Jacobo Sureda y Jorge Luis Borges, acompañado de un grabado de Norah Borges y poemas de Juan Alomar, Jacobo Sureda y Jorge Luis Borges. De su lectura se puede extraer una idea verdaderamente innovadora como es la defensa del arte considerado como creación personal y subjetiva ya que su esencia es la búsqueda dinámica e inacabable : Existen dos estéticas: la estética pasiva de los espejos y la estética activa de los prismas. Guiado por la primera, el arte se transforma en una copia de la objetividad del medio ambiente o de la historia psíquica del individuo. Guiado por la segunda, el arte se redime, hace del mundo su instrumento, y forja –más allá de las cárceles espaciales y temporales- su visión personal.
Lentamente se comenzó a hablar de vanguardismo, coincidiendo de manera paradójica con los años en que los pintores de paisaje habían conseguido ultrapasar las fronteras de la isla. Y las críticas llegaron tímidamente desde revistas como La Nostra Terra: L’adoració per les belleses de l’illa ha perjudicat en últim terme a la mateixa illa tant com als pintors, que a força de pintar a l’aire lliure arriben a ignorar la figura o composició(…) .L’avanguardisme (impotència i mentida, segons Spengler) sembla que té per objecte i eficàcia l’antitòpic. Si en moltes coses no té raó, sembla tenir-ne en dir que al públic d’avui no poden interessar-li exactament les mateixes coses que als de temps enrera. Si l’impressionisme fou reacció contra l’art pompier i d’assumpes històrics, l’avantguardisme serà revulsiu contra el naturalisme pictòric i l’embadaliment pel clar de lluna.