Ruben Torres. Un pequeño gran hombre de ascendencia ibicenca

Ubicarlo no fue difícil, muchos lo conocen y nadie lo olvida.

Con una vitalidad que asombra, sus 80 y pico de años pasan inadvertidos. Un cúmulo de gentilezas nos ubica rápidamente en el contexto de la entrevista de su familia ibicenca–gallega.

Mi nombre es Ruben Torres Castiñeira y soy hijo de José Torres i Torres, que se firmaba así como está escrito con una "i" entre medio de los dos apellidos muy a la usanza de los baleares, nacido en Ibiza el 6 de agosto de 1886, hijo de Vicente Torres y de Isabel Torres. Mi padre emigró al Uruguay en el año 1915 con 28 años con su hermano Juan Torres Torres cuyo destino era, como el de muchos, Argentina pero que finalmente se quedaron en Montevideo. Juntos vivieron algunos años en pensiones de la Ciudad Vieja hasta que en el año 1921 luego de haber conocido tres años antes, a Estrella Castiñeira, se casó Mi madre, como se puede apreciar por el apellido, era gallega de origen, oriunda de Piñeiro, provincia de Lugo, en Galicia. Es decir que mi familia era mitad balear y mitad gallega. Sin embargo mi padre de manera natural y sin exigencias me fue inculcando el interés y el amor por Ibiza que se fue afirmando en forma permanente con las visitas de paisanos baleares, no solo ibicencos sino menorquín (de Mahón) y mallorquines, que mi padre recibía en casa con los cuales hablaba la lengua balear con los modismos propios de la isla de Ibiza e incluso cantando en grupo canciones del lugar.

Muchas veces conocí por sus relatos las vivencias y las costumbres ibicencas, aunque me quedaron grabadas para siempre dos anécdotas que supe escuchar con la atención de un niño de siete años ávido de aventuras y emociones de lugares para mí muy lejanos.

La primera de ellas tiene que ver con su actividad de marino. Estando en altamar en el Mediterráneo en un buque velero de la época, apareció en el horizonte algo, un fenómeno que juntaba el cielo y el mar y que producía un ruido infernal. Detengámonos un momento en este punto para sentir como volaba mi imaginación. En esos momentos críticos dentro del barco todos pensaban que si "eso" se que acercaba rápidamente los tocaba, naufragarían. Así bajo la aterrorizada mirada de los tripulantes, cuyo tiempo esperando el impacto se podía contar en algo interminable cuando en realidad fueron minutos, de golpe cambió el rumbo y desapareció.

Parece como si mi padre en estos momentos volviese a realizar el relato que terminaba inevitablemente con una pregunta "¿Sabes qué era?" La respuesta se alargaba en una complicidad cimentada en el tiempo, hasta hacer insoportable la espera producto de la ansiedad generada, "era una tromba marina".

La otra anécdota está vinculada a la casualidad. Resulta que caminando por las playas de Ibiza, con otros amigos, se le apareció a sus pies semienterrada una vajilla de barro muy grande cuyo valor histórico se decía era incalculable. Esta vajilla era un ánfora de fenicios o romanos que aunque parezca mentira fue modelo de alfareros para su reproducción a diferentes escalas que fueron vendidas como recuerdo. En mi casa llegó a existir también una reproducción pequeña de uno de estos recipientes antiguos, que cerrando los ojos lo veo con manijas a ambos costados y la punta para abajo. Unos familiares de Jaime Torres tenían una auténtica siendo el comentario obligado cada vez que se tocaba el tema.

Mi padre también hablaba de otras playas como Talamanca y Figuerettes con las que poblaba con sus recuerdos de emigrante lejos de su hogar, sus arenas y cantos rodados.

La actividad de mi padre en Uruguay nada tenía que ver con su profesión de origen, que era marino mercante. Aquí se recicló en el trabajo con tapices, alfombras, cortinados y demás aspectos relacionados con lo anterior. Recuerdo que su trabajo era muy bueno a tal punto que llegó a realizar tareas para lugares importantes de la sociedad en su momento. Una vez ganó una licitación en el Palacio Legislativo (parlamento uruguayo) para cubrir ciertos lugares del mismo con piezas de tapicería. No es porque tuviera una gran casa sino que trabajaba con una empresa llamada Gibert y Acimaco lugar en donde aprendió todo lo que sabía y con el tiempo logró independizarse, diría más llegó asociarse. Podemos decir que muy buen artesano.

Como manifesté realizó en su vida tareas muy importantes, otra que me acuerdo está relacionada con el que era en ese momento el presidente de la República, el señor José Batlle y Ordoñez.

Este gran estadista uruguayo tenía una quinta en cuyo escritorio quiso que mi padre le realizara unos trabajos. Como la divisa del partido político de Batlle era colorada, le encomendó tapizar todo de rojo incluso los cortinados. En el piso se pusieron alfombras que abarcaban toda la superficie, algo similar en su colocación a los que sería hoy la moquete. Se cortaban unas alfombras grandes adaptándolas de pared a pared conservado el orden y la armonía de los dibujos. A raíz de este trabajo se generó una amistad entre el presidente José Batlle y mi padre que se materializó entre otros aspectos en una comida al terminar el encargo en la propia quinta. En esta oportunidad yo estuve presente. Evidentemente, a raíz de este vínculo, mi padre se hizo batllista.

También teníamos un puesto en la feria vecinal, que yo alguna vez de chico atendí, de venta de sillas tijera plegable de playa con lona que fabricaba mi padre. Creo que este tipo de silla fue inventado por él, aunque nunca lo patentó. Con los retazos de las alfombras hacíamos camineros para las escaleras de las grandes casas residenciales de Montevideo de la época, que se ajustaban con unas varillas de bronce.

A mi padre siempre le gustó todo aquello que estuviese relacionado con el trabajo manual. Tenía tal habilidad que llegó a construir mi casa e incluso tres apartamentos en el fondo de mi casa que fue haciendo poco a poco y por el solo gusto de hacerlo. Del mismo modo se vendían muy bien unas alfombras chicas con flecos.

El oficio de tapicero abarcó también la realización y colocación de toldos que poco a poco fue perjudicando su salud pues tuvo que jubilarse dado que su trabajo a la intemperie terminó generando su inmovilidad.

En relación con mi tío Juan Torres, que vino con mi padre, su oficio que era sastre sí lo mantuvo en Montevideo, a tal punto que trabajó para una sastrería muy grande llamada Corralejo y más tarde como sastre exclusivo de la casa La especial de los niños. Recuerdo que de niño, a mí y a mi primo hermano, nos vestían siempre iguales de traje. Los primeros pantalones largos de jóvenes los teníamos nosotros con ocho años e incluso me confeccionó el traje de la primera comunión. Se podría decir que en moda de niños mi primo y yo estabamos a la vanguardia pues teníamos un sastre exclusivo.

Mi padre leía mucho aunque nunca me manifestó la escolaridad que tenía. Sin embargo era notoria su avidez de conocimiento que bien lo pudo transformar en un autodidacta con una cultura adquirida por su interés y su tesón. Incluso su sensibilidad artística lo llevó a pintar acuarelas, sin dejar de mencionar su veta de escritor epistolar, con cartas a mi madre donde expresaba sus sentimientos con versos de amor.

Quizás por allí podemos explicar su afición al teatro y a la parte artística que tuvo la satisfacción de desarrollar en el Centro Balear y en el Círculo Democrático Balear.

En ese momento la actividad del Círculo Democrático Balear era muy intensa a tal punto que tenía dos actuaciones casi seguras por mes. Poco a poco mi padre me fue incorporando al elenco en pequeños papeles de niño. El vínculo balear debo decir que primó por encima de todo, incluso de la otra parte de mi familia que era la gallega. Cuando mi padre falleció, yo seguí conectado con la comunidad balear, tal es así que en aquel momento, en el año 1944, ocupé un puesto en la Comisión Directiva, como Secretario. Antes, en junio de 1943 ya había ocupado un lugar en la Comisión de Fiestas cuyo presidente era Juan C. Mera, como prosecretario. En ese momento, el presiente de la Comisión Directiva era Juan Salvá y el tesorero José Marí, que al año siguiente ocupó la presidencia del Círculo Democrático Balear.

Es de destacar que se trabajaba mucho en subcomisiones por la gran actividad que tenía el Círculo Democrático Balear. Así encontramos en ese momento la Comisión de Fiestas, la de Pesca y Turismo, el comité Balearico, Comisión Fiscal, una secretaría de Prensa y Propaganda y también una de actos Culturales que llevaba adelante conferencias y otras expresiones de carácter artístico.

En relación con las sedes que utilizamos, debo decir de la continua movilidad que teníamos producto de los cambios que se realizaban sobre todo por el crecimiento permanente del núcleo balear que se ampliaba con gente que incluso nada tenía que ver con la ascendencia balear. Pero las actividades, sobre todo los bailes eran tan atractivos, que convocaban a otras personas de la sociedad de la época.

La primera experiencia de asociación la tuvimos con el Casal Catalá, en su sede de la calle 18 de Julio 876, que nos permitió adquirir la experiencia que los compañeros catalanes tenían desde hacia varios años antes. Así comenzamos a conformar comisiones que actuaban en forma independiente del Casal Catalá que nos permitió ir creciendo al ver en otros cómo se administraba la práctica social. Al separarnos, éramos una autoridad en todo sentido.

También realizábamos beneficios pro–fondo social, cuyo programa incluía dos exhibiciones cinematográficas, auspiciadas por los comercios cuyo aporte material contribuía a la realización de los espectáculos. Así aparecían avisos como la nueva sastrería de Miguel Oliver según reza el aviso: "única balear en Montevideo, artículos para hombres y trajes a medida a precios bajos"; la tienda, mercería, útiles escolares y artículos para hombres de Jose Fuxa llamada La Porteña; taller de calzado fino con especialidad en calzados Luis XV de Francisco Dalmedo; La Mahonesa, panadería, confitería y lechería; La Popular, panadería y confitería de Llado Hnos.: "pan caliente tres veces al día, especialidad en masas y bizcochos"; La Nueva Imperial, panadería y confitería de Matías Bujosa y Cía, cuya propaganda decía: "pruebe la exquisita galleta isleña única en el país", más otros avisos de comercios prestigiosos del medio.

Pero entre todos destaco dos avisos de la época de particular relación con mi vida balear: uno del restaurante La Paella, de José Guasch, un asiduo visitante de mi casa que le enseñó a mi madre a cocinar este plato tan típico como importante de la dieta balear. El otro, un negocio de aceites y grasas lubricantes, de productos químicos e industriales de José Marí. La solidaridad balear estuvo reflejada cuando José hizo en su casa un alambique para refinar el aceite y muchos baleares nos acercamos para ayudarlo a etiquetar los envases para la venta en forma desinteresada mostrando la amistad que teníamos con él.

La primera sede en que estuvimos solos fue en la calle Andes 1471, en los altos de una casa que vio pasar un despliegue muy importante de figuras artísticas de gran relieve, el inicio de una actividad que se fue consolidando con el tiempo en las dos sedes que luego ocupó el Círculo Democrático Balear.

En esa época también estuvimos relacionados con el Sodre (Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica) que estaba al lado de nuestra sede con intercambios de enorme trascendencia artística. Incluso tuvimos la satisfacción de que una de las figuras artísticas de gran relieve como Gala Chabelska tuviera la deferencia de dar clases de ballet sin costo a nuestros socios, en pago por ensayos diurnos que no se podían realizar en la propia sede del Sodre, haciéndolos en nuestras instalaciones.

Posteriormente nos trasladamos a la calle 18 de Julio 1318, otra casa de altos que tenía balcones hacia la principal avenida de Montevideo en aquel momento, por donde circulaba con enorme suceso el carnaval montevideano. En el piso de abajo había un bar llamado La Sibarita que tenía comidas al paso, entre ellas milanesas junto con otros fritos. Antes de ir al baile del Círculo Democrático Balear muchos pasaban a comer algo por allí pero era tanto el olor a frito que la ropa quedaba impregnada, lo que obligaba a los participantes de los bailes a realizar un obligado paseo previo a la entrada para airear el traje del olor a las frituras.

Ese local era muy amplio a tal punto que teníamos un escenario para las representaciones teatrales.

Cabe destacar que la actividad teatral desarrollada por el Círculo Democrático Balear se encuadraba dentro de un Montevideo cuya actividad artística se veía acotada por la aparición de competidores, lo que valoriza aún más el éxito logrado. A modo de ejemplo digamos que, sobre los años treinta, había aparecido con enorme trascendencia la radiotelefonía que pasaba radioteatros cautivando un público femenino que quedaba atrapado en los episodios desde la cocina, el comedor o el living. Esto trajo aparejado la desaparición de varias salas teatrales, ante el conformismo del público y un inevitable descenso del buen gusto en el público medio. Sólo sobrevivían aquellos que trabajan en la radio, en algún empleo que nada tenía que ver con los espectáculos teatrales, o actuando esporádicamente en el escenario del 18 de Julio con algún conjunto circunstancial salido del radioteatro o en peregrinación heroica hacia los escenarios teatrales del interior del país. Había una desconfianza y timidez frente a las posibilidades creadoras reducidos a un papel de pasivos consumidores de biógrafos y radioteatros.

En medio de ese panorama, aparecía un centro como el Círculo Democrático Balear lleno de pujanza y fuerza con un enorme cariño a toda la actividad desplegada. Quizás el enorme mérito que tuvo se debió al despliegue de voluntades, creadores y sostenedores de la actividad artística del Círculo.

El 8 de noviembre de 1947 se inauguró una nueva sede en la calle Colonia 1326 con una velada artística que presentó uno de los grandes animadores que tuvo el Círculo Democrático Balear, desde su asentamiento en la calle Andes hasta esta etapa que llegó hasta el definitivo cierre en 1973. Nos referimos al Sr. Dante Iocco, un italiano vinculado desde siempre y hasta hoy entrañablemente a los baleares.

Ambos conocimos a nuestras respectivas señoras, Nelly y Atlántida, en la casa balear y también nos casamos en el mismo año 1950. Don Dante, con Atlántida Dalmedo, descendiente de menorquines cuyo padre, Manuel Dalmedo, junto con el mío fueron pioneros del teatro balear, y yo, con Nelly Robredo que se acercó al Círculo por las actividades artísticas pero que no tenía relación los baleares. Su madre supo que existía un cuadro artístico al que podían integrarse jóvenes y allí inscribió a Nelly que además sabía recitar.

Mis actuaciones en realidad no fueron muchas porque, a diferencia de mi padre que era extrovertido y hecho para la escena, yo era más bien tímido. Así mis actuaciones fugaces se mezclaron con alguna intervención como apuntador. Aunque esto tampoco duró dado que, en lugar de decir el texto en forma objetiva, interpretaba el papel desde la casilla del apuntador con las vehementes protestas de los actores.

Casualmente mi vida de animación en los cuadros artísticos del Círculo Democrático Balear no terminó en los escenarios de los baleares. Después del fallecimiento de mi padre, tuve la oportunidad de vincularme al mundo del espectáculo de la manera más fortuita que se pueda esperar.

Yo trabajaba por aquella época en el Centro Automovilista del Uruguay, en sus oficinas, como administrativo. Había entrado por concurso luego de unas exigentes pruebas en dactilografía y otras habilidades de oficina. Tenía un diploma de la academia Pitman, en la época lo mejor en preparación para la tarea administrativa.

Un día, se acerca un señor al mostrador solicitando la regularización de los papeles de un auto para poder circular. En ese momento los trámites lo tenían que hacer el titular del vehículo sin excepciones. Resulta que el dueño del Cadillac que debía arreglar la documentación era un famoso productor y director de cine, llamado Benito Perojo, que en ese momento había venido a filmar una película, La Casta Susana, en Atlántida, un balneario de vacaciones de la costa uruguaya. Así, por la rigidez de la reglamentación, el propio Benito Perojo tuvo que venir a la oficina. Era un señor bajito, muy agradable y simpático que más allá de ser un productor de renombre se prestó muy cordialmente al interrogatorio que el Centro Automovilista le exigía en mi persona. Su primera reacción fue de asombro ante mi habilidad para manejar la máquina de escribir, lo que abrió una puerta para un diálogo más fluido. Así fue como le expresé mis deseos de conocer un set de filmación y cómo se trabajaba en ese medio enterándolo de mis vinculaciones con los cuadros artísticos del balear.

Su interés fue mayúsculo al saber que era descendiente de españoles y me invitó para que me trasladara en su auto al lugar donde se estaba filmando la película. Así, en aquel auto al cual le había hecho los papeles que regularizaban su desplazamiento por el Uruguay, me trasladé con el chofer a Atlántida.

En ese momento comencé una vinculación que terminó en un contrato. Un día me propuso dejar el empleo que tenía por un contrato con él pero me tenía que trasladar a Buenos Aires donde estaba radicado transitoriamente. Yo me había trasladado invitado por él, algunas veces a Buenos Aires, incluso estando en la filmación de una película con Imperio Argentina

Como tenía familiares directos, unos tíos, y el sueldo que me ofrecía era el doble de lo que ganaba en Uruguay acepté casi enseguida. Se dio una vinculación con Bernardo Glussmann que era distribuidor de películas y además tenía en Montevideo una cadena de cines. En la primera reunión que tuvo Benito Perojo con el Sr. Glussmann me pidió que participara. Allí se conversó sobre el contrato donde se le cedía a Glussmann la distribución de la película La Casta Susana, en ese momento de un éxito enorme. En ese contrato intervine yo iniciando un camino que me dio gran experiencia en el manejo del comercio de películas y contratos.

Estando en Buenos Aires, se filmó la película La hostería del caballito blanco, en la cual asistí como secretario. En ese momento la señora, doña Carmen, le sugirió a su esposo el director Perojo que me incluyera en el elenco con algún papel menor de bolo, para ganar algún dinero extra. Así fue pues que comencé mi vida en el cine, aunque no pasó de esos papeles secundarios. Intervenía en la película una orquesta donde yo era uno de los integrantes de la misma. Esta experiencia no estuvo exenta de dolores de cabeza pues algunos actores me exigían que fuera argentino para actuar en una película argentina. Por tanto me tuvieron que hacer de apuro un contrato con la empresa de filmación directa para evitar más problemas.

Cuando terminó esa película, Benito Perojo se fue para España. Debo aclarar que ya estaba casado con Nelly y que el regalo de casamiento que me hizo este hombre fue un mantón de Manila legítimo. Pero el tema era mi vida futura. Tenía una propuesta para ir a España pero mi familia estaba en Uruguay, ya tenía dos hijos pequeños, uno de meses, Roberto y otro, Ruben, de un año.

Finalmente, me fui a España por un año. En ese ínterin se filmaron dos películas en las cuales yo intervine ya no como secretario sino como ayudante de dirección y producción. Una de esas películas era La Chica del Barrio. Como la situación se complicaba con más trabajo, esta vez en Francia, llamé a Nelly a Montevideo para saber si quería trasladarse a Europa. Ante su negativa resolví volver.

Este hombre, Benito, realmente se portó conmigo muy bien, a tal punto que al volverme me vinculó con Cesario González, un gallego productor cinematográfico que había conocido en las múltiples reuniones de cine que habíamos tenido. Así tuve la oportunidad de representar a todos los artistas exclusivos de Cesario, más todas las películas de Perojo; el nexo además se completó con Glussmann.

En poco tiempo fueron pasando actrices muy importantes por el Río de la Plata, desde Lola Flores, cuyas películas se estrenaron en Buenos Aires y Montevideo con actuación en Punta del Este, pasando por Carmen Sevilla que la trajo Benito Perojo (y a quién yo había conocido trabajando en España) con la película Violetas Imperiales, cuya distribución valía entre 50 y 60.000 dólares, hasta la venida sobre el año ‘55 de María Félix, traída, esta vez, por Glussmann. Mi función era la preparación de todo lo que tenía que ver con la artista, desde el lugar de alojamiento, reservas en los hoteles, hasta la preparación de las entrevistas.

Fue una época de éxito y buen dinero. Pero cuando apareció la televisión, fue un caos total. El primer año se trabajó más o menos bien pero luego vino la total decadencia tanto es así que Glussmann, un potentado del cine, tuvo que empezar a vender muchos cines de su cadena en Montevideo y hasta su casa en Carrasco que no pudo recuperar ni siquiera sacando 10.000 pesos en la lotería de fin de año. Al poco tiempo murió.

Mi vinculación con el cine significó una época dorada que recuerdo con enorme cariño y que me posibilitó conocer un mundo fascinante como lo es el de los artistas cinematográficos. Y todo lo puedo atribuir a esa primera experiencia que tuve con los cuadros artísticos del Círculo Democrático Balear.

Hoy los recuerdos son las realidades de un mundo que ha cambiado, también el del cine y la representación. El sol caía sobre la playa de Punta Gorda lugar de residencia actual de Ruben, llamado cariñosamente por sus amigos Rubencito, quizás aludiendo a su tamaño que nos hace pensar en un pequeño gran hombre de un corazón inmenso.