Padre Pedro Sánchez Rodríguez. Un dominico de Inca en el Uruguay

Entre los baleares que vinieron al Uruguay podemos incluir a varios religiosos que en diferentes épocas y por diversos motivos dieron su aporte y formación a generaciones de uruguayos. Entre los años 1880 y 1960 podemos encontrar una docena de sacerdotes que por diversos tiempos permanecieron en nuestra tierra. Lo interesante era buscar al último que arribó a Montevideo para poder descubrir a través de su historia, el vínculo con un Uruguay que ya no recibe emigrantes de las Islas Baleares pero que guarda celosamente en sus entrañas vivencias de hombres y mujeres. Así fue entonces, que encontramos al padre Pedro Sánchez Rodríguez, un dominico venido al Uruguay sobre los años ‘70, siguiendo el camino de otro dominico que lo había precedido dejando una huella muy importante como lo fue el padre Pere Adrover, vuelto a Mallorca en el año 1968.

Nací en Inca, siendo el mayor de seis hermanos, realicé los estudios de bachillerato en Barcelona, en el colegio de los padres Dominicos en Cardedeu a unos 29 o 30 kilómetros de Barcelona y en el seminario menor de los Dominicos. Los estudios de Filosofía y Teología los realicé en Valencia y Roma. Recién ordenado sacerdote, el 28 de octubre de 1974, recibo de mi provincial en Manacor, Mallorca, la asignación para trasladarme a Montevideo, Uruguay, saliendo de Barcelona en diciembre del mismo año por barco, en el Cristóforo Colombo, para llegar a comienzos del año 1975 junto a otros dos sacerdotes, un catalán Jaime Buades y el salmantino Benigno Manceboyos que hoy en día está en Gerona. Así, con 25 años y una reciente ordenación recalaba en la comunidad dominica en Montevideo, en la parroquia Mario Casinoni y para trabajar como profesor de Antropología Filosófica en el tercer año de la carrera de Psicología. Una experiencia inolvidable siendo el más joven de los profesores y entreverado con alumnos que tenían mi misma edad, a veces más. Una época llena de sobresaltos, angustias vividas y compartidas con mis compañeros docentes y alumnos. Era la época de la dictadura en el Uruguay.

En el año 1978, me llega una carta del provincial pidiéndome para que fuera a España a cumplir con el servicio militar puesto que la prórroga solicitada en los años anteriores vencía al cumplir los 28 años. Así serví durante dos años como capellán castrense, digamos en forma circunstancial y no por elección, que realicé en el Hospital Militar de Zaragoza, en la Brigada de Alta Montaña, región 5ta. de Huesca y como profesor de Literatura en el Instituto Politécnico del Ejército de Tierra N° 2 de Catalayud. No te podías negar, por lo tanto, esta etapa la viví como un servicio pastoral. Los soldados sabían que no era del estamento castrense y me veían como un sacerdote, más allá de las obligaciones en la relaciones o comportamientos que me daban el rango de alférez o teniente capellán. Ellos volverían a sus casas como yo lo haría luego de cumplir con nuestra obligación del servicio. En ese tiempo estaba en Valencia como profesor de la Universidad que tenían los Dominicos preparando, al mismo tiempo, el doctorado.

El teléfono que suena en la Parroquia rompe el hilo del ordenado relato realizado por el padre Pedro sobre su vida. Rápida y nerviosamente retoma, luego de un momento de reflexión, el desarrollo de los acontecimientos. Con una expresión diferente, vuelve a su memoria.

Sabes, luego del servicio militar obligatorio le pedí permiso a mi provincial, en aquel momento Domingo Castro Leonés, de lo que canónicamente se denomina un período exclaustrado, realizar una experiencia de misión pero esta vez solicitada voluntariamente, en Guinea Ecuatorial. Un país que había sido colonia española y que colmaba toda mis ansias de aventuras cultivadas durante los años de adolescencia y juventud. Aquello de buscar nuevas culturas y enriquecerse con ello. Con un gobierno presidencialista y con un jefe de estado llamado Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, marché hacia la capital Bata, donde fui recibido por el obispo, Don José María Abue Anzué, claretiano, que me asignó visitar regularmente los poblados de Ebenbang, Sanduma y Bindung con un médico, una enfermera y un grupo de catequistas.

Si bien la soledad y la nostalgia me acompañaron en algunos momentos debo reconocer que fue una de las experiencia más conmovedoras que he vivido. Aún siento un vuelco en el corazón cada vez que pienso en ella y en esa gente que dejé un día y a la que llegué a querer entrañablemente. Si bien la lengua oficial es el español, por los vestigios de la colonización, se habla una lengua propia que el obispo al recibirme me lo recordó entregándome, apenas llegado, una gramática para que aprendiera las primeras palabras. Un acto simbólico pero lleno de contenido. Sin embargo, quienes me enseñaron no fueron los libros sino los niños con quienes compartí largas horas de enseñanza y juegos. Enseñanza, porque allí tuve la oportunidad de aplicar un sistema de aprendizaje del idioma castellano según un método, a mi juicio maravilloso, del hermano Francisco Magás, de la Congregación de Juan Bautista Lasalle, por el cual se podía aprender en 40–45 días a leer y escribir lo elemental. Así todo el pueblo, desde los jefes tradicionales y los jefes legales (autoridades elegidas de gobierno), hasta los niños se volcaron al aprendizaje de la lengua. Lo importante se daba cuando uno podía lograr llegar a lo más profundo de sus rasgos propios, aquellos que los definían como etnia.

Pero como expresé lo más importante eran los niños– i mo (niño) y i momila ( niña)– y, compartiendo sus cuentos (milang) uno podía llenarse de su cultura y de la verdadera vida de su pueblo. Esta experiencia llenó mis días solares, como los mismos guineanos dicen: "el día va de las seis de la mañana a las seis de la tarde, lo otro ni Dios lo ve".

Con una larga sonrisa en el rostro que va despidiendo sus recuerdos en África, volvemos al relato de su historia que poco a poco nos va acercando a Montevideo.

Vuelvo a Gerona en 1982 hasta que en 1986 el provincial Juan Antonio Tudela, que vivió dos años conmigo en Uruguay, en camino Maldonado, me sugiere la posibilidad de volver nuevamente a la misma casa que había sido asignado en aquel, ahora lejano, 1975 cuando estaba recién ordenado. No dudé en aceptar. Un lugar como Montevideo que siempre me había gustado, una capital que tiene algo especial, que atrapa a quién la visita.

Un pasado que marca. Recuerdos de infancia y adolescencia.

Inca, una ciudad de aproximadamente 20.000 habitantes situada a 30 kilómetros de Palma de Mallorca, es la cabeza de la comarca del Raiguer a medio camino entre la montaña y el llano, que puede tomarse como el corazón de la isla. Bueno, si propiamente es así o no, no entro a discutirlo pero lo siento de esta manera. Es una ciudad que podría decir que tiene cosas que la marcan como diferente en relación a sus productos reconocidos incluso fuera de la isla. Por ejemplo, la galletas d’Inca o d’oil con un sabor salado y usualmente redondas. También tiene un antiguo convento de los Dominicos fundado en 1604 cuya fachada del año 1664 forrada en piedra es característica de la arquitectura religiosa de la época barroca en Mallorca.

En realidad, de mi infancia no registro muchos recuerdos en esa ciudad porque no he tenido muchos compañeros dado que mis estudios los hago casi en forma inmediata en Manacor y luego paso a Barcelona para terminar mi preparación. Además, en poco tiempo la ciudad de Inca sufre una importante renovación y transformación, ciudad dedicada enteramente desde el siglo XVIII a la principal fuente de sustento de la población como ha sido la industria de la piel. Sobre todo es valorado su calzado, además de las prendas de vestir y otros accesorios en cuero con el sello de la industria balear. Mi vinculación con Inca ha sido sobre todo en el período de vacaciones, luego de mis estudios y en ocasiones de visitas circunstanciales. Mi familia vive muy cerca de la plaV a del Bestiar donde antaño existía el lavadero, el abrevadero, y donde hoy se encuentran las ferias, lugar de compra y venta de muchos artículos incluso ganado.

Si bien los recuerdos de la ciudad de Inca se me pierden en el tiempo, sí me vienen recuerdos importantes del pueblo de Búger situado a 7 kilómetros de Inca. Allí, desde los cuatro años hasta los doce vivo junto con mi familia. Mi padre que era constructor estuvo trabajando en la empresa Dragados y Construcciones para armar un depósito de carbón y full oil que hoy se encuentra ubicado en Albufera, en un área protegida, incluso con mejor construcción.

En Búger fui a la escuela, pero resulta que el maestro del pueblo, Josep Maria, no nos gustaba por su acento catalán y no mallorquín, además que se dormía en clase con su pipa humeante quemándose muchas veces la solapa. No pongo en duda su capacidad para dar clases pero a nosotros no nos caía bien. Por lo tanto, con mis amigos patrocinamos ir en bicicleta a la escuela de un pueblo cercano llamado Campanet a unos dos kilómetros, donde su maestro sí era sensacional, Toni Borreó. Este maestro, nacido en Buger era de familia muy estimada. Nosotros sabíamos de su pedagogía dado que en verano daba repás de estiu en nuestro pueblo.

Hay que aclarar que estas clases no eran solo para aquellos que cursábamos sino para todo el que se quería presentarse al examen de ingreso al bachillerato. Así se hacía primero, segundo, tercero, cuarto, reválida, quinto, sexto y reválida. Además, siguiendo lo que ocurría en el momento los maestros y curas nunca enseñaban en el pueblo de origen. Por tanto fuimos a buscar a este maestro al lugar donde daba sus clases dado que era muy querido por nosotros.

Incluso te diré que también quisimos – hasta más –al sustituto Rafael Cobas, porque Toni se presentó a oposiciones y se fue a Palma, con quien pasamos momentos también insustituibles. A tal punto que aún siento el ruido de su moto Gussi, roja, que hacía un sonido inconfundible cuando iba llegando a la escuela, lo oíamos desde lejos dado que tenía los cambios (marchas) incorporadas al depósito de combustible.

Esta determinación de cambio de escuela decidida por nosotros enfadó muchísimo a mi padre y a los de mis amigos; finalmente el maestro Josep se fue del pueblo a otro lugar de la isla.

Los pueblos en Mallorca están a muy poca distancia unos de otros por lo tanto nos permitía trasladarnos, en bicicleta, con mucha facilidad. Es así que los recuerdos de aquellos años me hacen pensar, tomando como centro de referencia Buger, no solamente en un pueblo sino en varios.

Recuerdo que, a veure sa pel·lícula, al cine, nos íbamos a Campanet. Siempre con gente adulta que nos acompañaba a las matinés que duraban toda la tarde. Cada Diumenge, sempre a menjar a Sa Pobla una especie de empanada gallega pero más picante llamada espinagada d’anguila que tenia bledes, d’espinac, pesols, julivert, oli, i pebre. Los jueves teníamos que ir a Inca al tradicional mercado que reúne a todos las gentes de la comarca en la Plaza del Ayuntamiento. Sin contar con el Dijous Bo, jueves fantástico o grandioso, feria que tiene lugar el tercer jueves de noviembre, considerada como una de las más importantes de la isla. Las ferias también eran un punto de unión. Así además de los jueves en Inca, estaban els dimecres en Sineu, els dissabte en Buger y en Campanet els dimarts.

Otros dos acontecimientos también nos unían, las excursiones y el festejo de las festividades de los santos. En verano a partir de la fiesta de Sant Joan, el 24 de junio, nos reuníamos por Sant Pere y Sant Jaume en julio. En vísperas de las fiestas de San Pedro, los niños nos reuníamos en una finca cercana donde nos asignaban la tarea de cortar los duraznos que se ponían sobre un cañizo donde se secaban y se pasaban a una cámara cerrada y luego se quemaban con azufre para desecarlos. A partir de ese momento, oficialmente, comenzaba el verano y con él las correrías. Correrías que estaban controladas por los adultos en cuanto a las distancias. Cuando crecíamos podíamos alejarnos cada vez un poco más del pueblo donde vivíamos.

En cuanto a las excursiones salíamos con toda la vecindad camino a las cuevas naturales de Campanet, que aún hoy siguen profundizando o en peregrinación a la ermita de Santa Magdalena, templo situado en el Puig d’ Inca a 304 metros de altura desde donde se ve un panorama excelente de todo el lugar. Cabe destacar aquí el fenómeno que tenemos en Mallorca de las ermitas y los ermitaños. Es un fenómeno de laicos seglares a quienes en el pasado comienza a disgustar el cristianismo oficial y se van a vivir fuera de la ciudad, con existencia individual y comunitaria constituyendo un hecho significativo que llega hasta nuestros días. Hay varias ermitas en la sierra de la Tramuntana, de Artá, Felanitx, Inca, Santa Magdalena.

Los recuerdos entonces de mi niñez trascurren entre juegos de temporada y pequeñas correrías en los campos. Así nos trasladábamos entre pueblos como los ya nombrados y también Sineu o Llubí, una pequeña población al este de Inca famosa por sus cultivos de alcaparras. Era la ocasión para probar todo lo que estaba a nuestro alrededor, higos, peras, manzanas. Más de una vez nos persiguió el alguacil con su banda de cuero con escudo sobre el pecho tirándonos cartuchos de sal a los pies cuando nos encontraba "probando una fruta" en huerto vecino.

También en verano era casi obligado bajar a Sa Pobla para bañarnos en los estanques, se estany, que eran depósitos de agua para riego. A veces con permiso del dueño pero en la mayoría teníamos que salir corriendo con la ropa en la mano.

En ocasiones paramos en la carretera a la entrada de Campanet, en una fábrica de vidrio artesanal; casi un destino obligado era ir a ver los artesanos del vidrio haciendo las piezas con el soplido de sus pulmones.

Por aquellos días había un refrán que decía:
Es de Buger: Bujerrons.
Es de Campanet: Campaneters.
Es de Muro: Carabasses.
Es de Sa Pobla: Granoters.
Es d'Inca: es lladrons que nos roben els doblers

Casualmente el destino quiso que, cuando vine al Uruguay en el año 1975, me encontrara con la sorpresa que una de las primeras personas que conocí en la parroquia en Montevideo fue un señor de Búger, Miguel Ordinas, que volvió a Mallorca, cuya familia aún se encuentra en ese pueblo y a la que tuve la oportunidad de conocer. En Búger aún quedan mis compañeros de infancia junto con residentes alemanes. Toda mi infancia la paso en Búger hasta los 12 años, cuando me traslado a Barcelona para hacer el bachillerato junto a la reválida de 4to. Año y el ingreso a la Universidad.

En Manacor, los Dominicos preparaban para ingreso al bachillerato a muchachos y chicas. El examen era en el instituto oficial y a partir de ese momento se estaba en condiciones de estudiar el bachillerato en colegios estatales o privados. Mis padres decidieron por mí que lo hiciera en un colegio religioso de Dominicos en Barcelona y así con doce años marché a una ciudad desconocida en régimen de internado para proseguir mis estudios. La elección de mis padres causó cierta sorpresa dado que tenían otras opciones más cercanas como el colegio Sant Francesc, de Inca, o San Alfonso, de Palma, pero mi destino estaba signado para viajar a la península y no quedarme en la isla. También sucedió con otro compañero y amigo, José Martorell Capó, Dominico que fue doctor en Teología, autor de varios libros sobre cristología y profesor universitario en Valencia, cuyos padres también decidieron que fuera preparado en Manacor con los padres dominicos y luego terminó siendo sacerdote aunque en la actualidad dejó de serlo.

Estará conmigo, un tiempo después, en el mismo colegio mi hermano Benito, unos dieciocho meses menor que yo, que estuvo un tiempo preparándose en Manacor para el examen de ingreso, junto a jóvenes de Sa Pobla, Campanet, incluso de Palma. Llegué a contar en ese colegio, en Cardedeu, cerca de 50 jóvenes de Mallorca compañeros de cursos. El que ingresó tres o cuatro años más tarde, el último joven de esa generación, fue Tomeu Gilli de Artá que estudió hasta tercero de Filosofía. Con todos ellos conformamos un grupo humano muy significativo que aún nos encontramos cuando podemos, entre ellos destaco a Tomeu Pastor Sureda, catedrático de Historia y Geografía. Me ha quedado grabado todo lo cosechado de ellos en cuanto a la gratitud, el trato, la enseñanza que recibimos juntos de los padres Dominicos, a los que siento con una predica educativa muy liberal y muy respetuosa de la opción personal. Así siempre la decisión final quedó en manos nuestras, no existiendo presiones de ningún tipo para determinar la vocación, ni la elección del camino. No tenía nada que ver con otros colegios o seminarios menores donde todo muchacho que entraba estaba destinado a ser sacerdote. Recuerdo que en el último año, en sexto, fuimos a Barcelona a examinarnos 42 estudiantes. Aprobamos todos, pero solo doce ingresamos al seminario de los Dominicos para seguir la carrera religiosa, los demás realizaron cada uno un camino diferente como profesionales en diferentes ramas. En ese momento no ingresó ningún balear o mallorquín. Posteriormente sí, como Bartolomé Pastor, Tomeu Gilli o Tony Sureda que ya nombré anteriormente.

En mi historia personal debo decir que solamente yo me incliné por la opción religiosa, no tengo antecedentes en ese sentido en mi familia. Incluso es importante aclarar que la preparación de los Dominicos fue por una opción de formación y no por determinar una carrera vinculada a lo religioso.

Luego de terminar el bachillerato tuve que elegir y allí sí opté por seguir en el seminario menor de los Dominicos, en el mismo lugar donde había realizado el bachillerato. Fue en otro pabellón de un sitio maravilloso y enorme que tenía incluso hasta un bosque en el mismo predio. Me considero el último novicio de un gran maestro de novicios que aún vive con sus 94 años, en Barcelona, llamado Claudio Solano, porque de los doce que comenzamos el noviciado, siete llegamos a sacerdotes y solamente en estos momentos quedo yo ejerciendo.

Mi licenciatura en Teología la realicé en Valencia como seminarista para luego realizar la tesis sobre las diferentes religiones como hinduismo, budismo, jansenismo, islamismo con un gran profesor como lo fue Vicente Hernandez Catalá que me guió en el trabajo sobre el concepto de salvación en el hinduismo. Con él, además, colaboré en un libro que dio título a una serie en la Biblioteca de autores cristianos.

El teléfono vuelve a sonar con insistencia en el sobrio despacho de la parroquia Mario Casinoni. Una vez más, es inevitable un corte en nuestra conversación. Al retomar reina un pequeño silencio que permite reacomodar nuevamente el cauce de la historia. En esta oportunidad venimos al Uruguay.

La etapa uruguaya. Idas y venidas.

Mi integración a la sociedad uruguaya se me facilitó por cuanto vine como sacerdote e integrante de una comunidad religiosa como son los Dominicos. Primero, como ya expresé, trabajando en la enseñanza con jóvenes a los que acompañé –yo también era muy joven– en sus luchas, alegrías y penas para luego en la misma parroquia en tareas pastorales. Además debo decir que esta parroquia se caracterizó siempre por tener grupos de jóvenes lo que me dio una vitalidad y una fuerza para enfrentar cualquier adversidad. Fue una tarea realmente gratificante.

La primera vez que vine al Uruguay –en el año 1975– no tenía ningún dato sobre el país ni su gente. Todo lo fui conociendo en el momento pero me significó que, en un breve período, estuviera totalmente aclimatado y queriendo a los uruguayos. Por otra parte encontré apoyo en este mallorquín de Búger que me recordaba, en esos momento lejos de mi tierra, a mi familia que estaba en la isla.

Por aquellos tiempos debo confesar que no entablé ninguna relación con otros baleares en Montevideo. Quizás estaba muy atareado con estas primeras experiencias que realizaba con 25 años y recién ordenado. Aunque debo decir que sí celebré la Virgen de Monserrat de los catalanes porque conocí a los hermanos Carreras que me venían a buscar, para dicho evento. Cada 27 de abril se realizaba en la iglesia de Clara Jackson de Heber una celebración y luego un ágape.

Luego del paréntesis del año 1978 al año 1985, que supuso el servicio militar y la ida a Guinea Ecuatorial, vuelvo al Uruguay en 1986. No se por qué pero elijo como día del retorno el 12 de octubre. Esta vez quería volver al país, del que me había ido en dictadura, para vivir en democracia y en tiempos de libertad.

Salgo de la ciudad de Gerona que yo la denomino levítica porque alterna casas, con conventos, con iglesias en un ambiente realmente encantador, para Montevideo, otra ciudad seductora que ya me había atrapado y a la que podía decir que conocía muy bien.

Incluso vuelvo a la casa donde yo me había estrenado como sacerdote en una misión que duraría dos años pero que, en los hechos, me he quedado hasta el momento dieciséis. En períodos renovables de dos años como lo determina la práctica dominica. Debo decir que la renovación fue automática y nunca me opuse a que así fuera.

En aquellos momentos vuelvo a la Universidad Católica con una materia que ya no es Antropología Filosófica sino Fenomenología de la Religión cubriendo mi especialidad en Historia comparada de las religiones. Durante varios años, dicto esa materia hasta que un accidente de tránsito me hace volver a España para atender a mi padre enfermo. Cuando vuelvo, me encuentro que el departamento de Ciencias de la Religión de la Universidad ha cambiado.

En otro orden de cosas, debo decir que hoy existe una realidad que hay que asumir, más allá que halla signos que se pueda revertir, las comunidades religiosas tienen muy pocas vocaciones. En España, todas las provincias dominicas tienen sacerdotes muy mayores en edad. Personalmente, me veía en cualquier comunidad para reforzar una tarea fundamental hoy en día que es dar esperanza a la gente. Pero hoy en día estoy en Montevideo incluso con un cargo de responsabilidad – como superior– de la comunidad dominica.

Sin embargo y, la verdad lo digo así, siento muy fuertemente la necesidad y el deseo de volver otra vez a mi isla Mallorca y dedicar los años que Dios me conceda cerca de mi gente, de mi familia y de mis pueblos. Aquellos que me vieron crecer y formarme con los Dominicos en Manacor.

Incluso me iría a Palma de Mallorca lugar en la actualidad de residencia de los Dominicos, en el barrio de Son Sordina, puesto que desde hace ya un tiempo por orden del obispo no se encuentran más en Manacor como antes.

Para terminar quisiera decir que en el camino que recorría cuando era niño entre Búger e Inca pasaba por una casa de piedra cuyo frontón de entrada decía Villa Uruguay. Ese nombre siempre me llamó la atención sin saber que el destino muchos años después me llevaría vivir en este país que en ese momento era solamente el nombre de una casa en el medio de los caminos.

Hace ya un buen tiempo el grabador dio la señal de la cinta terminada. Afuera, el bullicio de la ciudad nos trae a la realidad montevideana. Quedan atrás las reminiscencias de un sacerdote de Inca que seguramente un día volverá a estar con su gente en Baleares recordando sus días en Montevideo.