Juana Torres de Más. Una valldemosina hija de pescadores
Dicen que en tiempos lejanos, un moro que tenía por nombre Musuh o Muza era señor del valle. Era por lo tanto el valle de Muza que los documentos en latín de traspasos de tierras denominó Vallis de Musso. Así, con el correr de los años, quedó Vallís de Mussa para terminar en Valldemossa. En la sierra Central de la Tramuntana entre los valles de Son Matge, de Son Brondo de Son Salvat junto al Valle de Pastoritx y el Valle de Teix que encierra la hermosura de Son Gual, Sa Coma y Son Moragues se encuentra el pueblo de Valldemossa rodeado de espesos bosques, llenos de pinos, encinas y olivos milenarios.
De este maravilloso lugar fueron al Uruguay muchos valldemossines a buscar su destino llevados por relatos de buena fortuna, parientes o simplemente un trabajo seguro. Juana Torres de Más fue una de las tantas mujeres que emigró a América.
Yo vivía en Valldemossa en una maravillosa y sencilla familia de cuatro hermanos que nos llevábamos muy bien. Un matrimonio que se quería mucho y donde no nos sobraba nada pero tampoco nos faltaba, sobre todo comida. Teníamos un fondo donde había cinco almendros y un lugar donde mi padre los domingos removía la tierra para que mi madre plantara perejil, tomates y otras plantas de uso doméstico. Es que la gente vivía de otra manera, con más ganas de trabajar la tierra, ahora se van a la ciudad y abandonan todo.
Yo vine al Uruguay porque conocí a mi esposo Joan Más Estrades, de Cas Vicari, en un viaje de paseo y visita que hizo al pueblo, porque él ya hacía más de 10 años que estaba en Montevideo trabajando con sus hermanos en la panadería La Mascota que después compró. Al conocernos me dijo "hace tiempo que te miro y me gustas mucho", pero, "yo no puedo quedarme mucho tiempo porque tengo que volver para atender mi negocio en América". Al principio le dije que no pero luego lo pensé mejor y me casé con 18 años. En esos tiempos mucha gente buscaba salir de Mallorca porque no se estaba bien. Incluso, aunque yo no entendía mucho, la política estaba muy entreverada.
Miri, jo vaig arribar el 25 de novembre de l’any 1935 y el 18 de juliol de l’any 1936 esclatà la Guerra Civil, als sis mesos de partir. Així les coses, ja pots pensar com es vivia... Ja t’he dit que és molt delicat... Tothom que podia fugia– qui podia, si ho desitjaven, partia–. Mumare me deia: Si tu vols pots partir, tranquil·la. Idò.
Perquè al principi no em volia casar, però després ho vaig pensar millor, perquè era un home major, d’una peca, no era un al·lot, ja t’he dit. I em va agradar la idea i aquell home.
Además conté con la ayuda de mi madre que dio el toque cuando me dijo: "Deixa’m que te digui: a tu t’agrada aquest home."
Un día, tendría 13 o 14 años, bajamos con mi mamá a la ciudad, del pueblo, para hacer algunas compras en el ómnibus de las 8 de la mañana. Luego de estar todo el día dando vueltas, cuando nos regresábamos en camión de las 15 horas (en aquel momento solo había uno que bajaba y uno que subía a las tres), nos quedamos extasiadas frente a un cine nuevo en el paseo del Born, que llevaba el mismo nombre. Una entrada toda llena de vidrios con grandes escalones de acceso y un lujo que impresionaba. Casi sin darnos cuenta vimos cómo la gente corría por la avenida como loca. No sabíamos qué estaba pasando pero solo atinamos a escondernos en un edificio que estaba enfrente del cine. Se comentaba que venía una manifestación que ya había quemado, a su paso, la puerta de una iglesia. En pocos minutos la teníamos enfrente nuestro y en un abrir y cerrar de ojos todos aquellos vidrios que nos habían deslumbrado del cine no existían. Yo observaba todo aquello muy asustada desde unas ventanitas finitas que estaban en el hall de entrada del edificio antes mencionado.
Después de esta experiencia y de la situación económica que se vivía en la isla no dudé más y me fui satisfecha. Incluso el viaje que fue muy placentero tuvo su parte amarga cuando paramos en Valencia unas horas y vivimos la experiencia de la quema de un convento cuyas llamas veíamos desde la cubierta del barco. Las llamas habían devorado toda la estructura de la escuela–convento menos un crucifijo que quedó entero en medio de las cenizas. Al día siguiente la noticia salió en todos los diarios incluso hablando del milagro de la cruz.
Cuando llegué al Uruguay lo vi todo hermoso y sobre todo me impresionó cuando una vecina muy sencilla, más bien pobre, me comentó que sus tres hijos podían estudiar sin pagar e incluso estudiar con los libros que había en la Biblioteca. Para mí aquello fue grandioso. Porque yo, muchacha joven del pueblo, si hubiera tenido esa oportunidad no la hubiera desaprovechado dado que me gustaba mucho estudiar y leer.
Yo tenía una maestra en el pueblo que era de Deia y cuando venía el invierno íbamos a recoger aceitunas porque luego de ese trabajo de dos o tres meses cuando terminabas te regalaban "dues mesures d'oli" que eran como treinta dos litros. Cada mesura creo que eran 17 litros. Mumare deia: "fills no podem fallar perquè tenim oli per a tot l’any.". ¿Tu saps què és no tenir que comprar oli per tot un any? Así que todos los pequeños íbamos a recoger aceitunas cuando era el tiempo. En ese entonces tendría unos nueve años y la maestra nos decía que aquellos que tenían que recoger aceitunas les daría unas clases extras a las 6 de la tarde, cuando veníamos de trabajar.
Un día, como tantos, cuando llegué a la escuela. Madó Mestressa em deia: "Uep! Juanina no deixis mai sa costura, entens. Perquè, a tu filleta (nina), t’anirà molt bé... Endevès si no vens aquests tres mesos, més que mai, vens capalatard (l´horabaixa) salvaràs l’any." Jo no era ni bonica, ni rica. Tot això era perquè jo tenia molt d’interés. Anàvem a l’escola pública, de Son Gual, no a la privada de las monjas, que sortia directe al carrer dels Filonas, veïnat de la Guàrdia Civil.
Llavors era una cosa molt diferent, però érem feliços. ¡És veritat.! Sa meva família era molt unida. Ara no en trobes. També crec, que avui és ben igual per tot arreu igual que a Mallorca... cadascú per la seva banda. Aunque Valldemossa és un poble, però Palma (ciutat) és com Montevideo.
Mumare deia: "el turismo ens donarà molts de doblers, però també moltes coses dolentes."
Por un instante me descuido de la conversación que trascurre en forma desordenada como los pensamientos que se deslizan en forma vertiginosa. Recuerdos de ahora y de antes de Valldemossa y de Montevideo unidos por el mallorquín o el castellano van llenando una tarde llena de sentimientos.
Yo vivía en el pueblo en la calle Filonas N° 18, dos casas antes de la calle que abrieron hacia Sa Coma. No sé si conoces a Nadal Forte. En Nadal Forte es cusi meu ¿Tu saps qui es? Quand a casa nostra mumare mori i també munpare, els meus germans es casarn. Ell va comprar la casa. Eren tres germans molts coneguts, tots tres pescadors. Tenien una barca amb motor.
Mi padre se llamaba Rafael "Nadal" de malnom, el otro Juan y el tercero Nadal de nombre. El abuelo también se llamaba Nadal por eso nos decían de "Can Nadal". El malnom Nadal puede venir de Nadal Torres Amengual, identificado con el malnom, casado con María Fiol de cuya unión tuvieron cuatro hijos: Rafael, Juan, María y Nadal llamados "els Nadals". Mi padre y mi tío eran pescadores de s’Estaca quizás unas de las últimas familias de pescadores de Valldemossa. Nadal Torres, mi otro tío, fue garriguer (guardabosque) del Archiduque Luis Salvador, una figura muy importante en Mallorca a fines del siglo XIX .
Con la familia de mi madre, Paula Morell Calafat, tuve mayor contacto. Cuando la abuela María Calafat quedó sola, anàvem a dormir (lloure) a casa de sa padrina (l’àvia). Íbamos a su casa. que estaba cerca de la Iglesia, con mi hermana, para acompañarla para que no se estuviera sola, yo tenía seis años y mi hermana nueve. Había eso de familia que hoy se ha perdido.
Paula, mi hermana mayor, será la primera que emigrará al Uruguay. Era una jovencita de 22 años (nacida en el año 1933) que partió de Valldemossa casada con Maciá Lladó, junto con su cuñada Catalina Homar (de Can Bardí) casada con Jordi Lladó ambas por poder con estos dos hermanos de "Can Cós". Tenían un forn. El padre de los novios representó a sus hijos para Catalina y Paula pudieran llegar a Montevideo casadas. Yo fui la segunda en partir luego de conocer a Joan Más (Vicari) con 18 años.
Catalina casada con Tomas Torres fue la última en salir de Valldemossa y llegar al Uruguay. De este matrimonio nació Paquita. Fue la que más extrañó y la que le costó más adaptarse a la vida de la sociedad uruguaya sobre todo porque se fue a vivir a un balneario sobre la costa oceánica, llamado La Paloma que se encuentra a 240 kilómetros de Montevideo, donde instaló una panadería. Un poco solos y extrañando siempre, en el año 1970 se deciden volver a España. Será la única de las tres que retorna aunque considera que el Uruguay es su tierra también.
Mientras que en Mallorca se quedará María Torres que tuvo 10 hijos casada con Pep Baltasar Piña que tenía una barca "de bou". Se fueron a vivir a Manacor donde se instalaron en un negocio de venta de carne de cerdo.
Cuando Paula, mi hermana, llegó a Montevideo se alojó con Pixedes Morell Torres casada con Antonio Estradas, madre de Catalina Estradas; vivían juntas. Al tiempo Pixedes se fue a vivir con Antonio a otra casa y allí Maciá, mi cuñado, arregló para que nosotros fuéramos a vivir con ellos en el piso de arriba que había quedado libre. Mi hermana ya tenía un niño de dos años. En ese momento se vivía en casas grandes donde se compartían algunos lugares de uso común y otros eran propios de cada familia.
Así vivimos juntas hasta que decidió irse a Mallorca nuevamente en el año 1948, vendió todo, nosotros compramos su parte en la panadería. Pero casi dos años después volvió con los dos hijos con los que había partido al no poder acomodarse en una España de posguerra que sufría las carencias de un país en un continente destrozado como lo era Europa.
En mi casa en la calle Guaná nos reuníamos todas las mujeres para conversar un día a la semana, llegando a ser alguna vez hasta 20. Entre las que me acuerdo estaban Tonina Capana, que llegó al Uruguay antes que yo sobre los años ‘20 después de abandonar el campo donde trabajaba, la mayor de les filles del seu Frare, casada amb Tomeu Mercant; Catalina Pons casada con Pep Estrades Pelut que tenía una panadería con sus hijos Pepe y Antonio; Francisca Pons casada por poder con Biel Mercant quien tenía una panadería y una peluquería con su hija Catalina Mercant; María Ripoll Gayá "Marietta" (de n’Andrea) casada con Antonio "Pelut" Estrades; María Fiol Estarás de Can PepBou casada con Bartomeu Biela en 1932 que tenía un hijo e iban al cine con otros valldemossines los días lunes; María Pons, casada con José Estrades Mercant (en Ramis) que había venido a fines del año 1950 y tuvo dos hijos Juan José y Catalina; Joana Aina "Gotxa" que tenía un hijo con su marido, Antonio Boscana "Gotzo". Quién no venía mucho porque era ya muy mayor y casi no se movía de su casa era Perete, des Porxo que no li agradava sortir massa, más conocida como Doña Petra, casada con Miguel Estarás qui li deien es "Patró Miguel", pero sí venía su hija Joana Estarás de "Can Ross" casada con Jaime Fiol, fruto del cual nacerá Bernardo. Muchas veces su casa también era un centro de reunión.
Nosaltres teníem un forn de pa allà on vivíem, veïnat d’en Macià Des Cos. Duiem per a menjar, cap a l’horabaixa, coca amb verdura i cocarrois. Els al·lots prenien cafè amb llet i doblegats. Nosaltres menjàvem coca i un poc de vi o aigua Salus. Ens reuníem una vegada cada setmana.
Tothom ho passava molt bé. Llavors de menjar, anàvem a jugar a Bingo.
Durant aquestes reunions xerràvem de Mallorca i, mirau, era acostumat que totes les notícies es compartien. La que recibía más cartas era Catalina Colom "de son Ferrandell" que por el marido Tomeu Vila Estarás (un muy buen panadero) pasó a llamarse Calatina "de Meco"; quien una vez, en una semana, había recibido 18 cartas. Tenía muchas amigas y familiares que le escribían con frecuencia. Era la que más aportaba noticias frescas de lo que sucedía en el pueblo.En mi caso le escribía a mis amigas de la calle Filonas con las que, antes de venir a Montevideo, salíamos juntas a vegadas qualcu al·lot venia amb nosaltres.
En la década del ’70, nos reuníamos también todos los sábados en la casa de mi hermana Paula con María Pons, una mujer que participaba de todas la veladas con gran alegría y optimismo. També ho passavem molt be.
Debo reconocer que siempre me sentí muy cómoda en Montevideo. Desde el primer momento cuando llegué me encantó la rambla, que aquí está junto al río, y que va pasando por un sin fin de playas; también el Palacio Legislativo y el Palacio Salvo en la Plaza Independencia. Lo que más extrañé fue la gente pero no el lugar al que me adapté enseguida.
Como dije antes teníamos negocio de panadería en la cual yo ayudaba todos los días. Teníamos un empleada en el mostrador pero cuando eran la 12 del mediodía cortaba hasta las 14 horas. Allí era cuando yo cruzaba la calle –la panadería estaba enfrente de casa– para atender la caja, también ayudaba por la noche para cerrar la cobranza y las cuentas porque mi marido era muy ordenado con los libros de Caja y preparar el mostrador para el día siguiente. En ese lugar conocí a mucha gente del barrio que durante toda la vida me saludó recordando aquellos tiempos.
Años después mi marido vendió la panadería La Mascota para comprar con sus tres hermanos una bodega con viñedo. Pero a uno de los hermanos, Matías, no le gustó el negocio y puso por su cuenta una fábrica de ropa interior para niños con la que le fue muy bien.
La panadería anterior que estaba en la calle Guaná 2064 frente a casa se llamaba La Uruguaya, cuya propaganda decía "gran especialidad: GALLETA DE SEMOLA elaborada con manteca, malta y leche. Es un producto que honra la industria nacional". Ésta la vendió mi marido a un empleado Matías, creo que de apellido Roca, muy trabajador, que era mallorquín de Manacor. Cuando entró en la panadería siempre lo hizo como facturero y tenía el oficio porque sus padres tenían una confitería en esa ciudad que hacía unas enseimadas insuperables, que ho se i be que ho se... erem mes seques amb saïm de porc. Vivía con la familia que había traído de Mallorca incluso con su madre. Años más tarde también vendió la panadería y se fue a vivir al departamento de Colonia donde trabajó con un hermano que tenía panadería. Estos dos mallorquines fallecieron muy jóvenes dejando todo en manos de sus hijos; finalmente les perdimos el rastro.
Nosotros en casa siempre hablamos mallorquín. Te contaré un cuento relacionado con este tema. Resulta que teníamos en casa una mujer uruguaya que me ayudaba en las tareas domésticas. Había estado en casa por espacio de 15 años. Un día mi home me contaba un chiste en mallorquín durante el almuerzo. Detrás de la mesa, ella fregaba los platos y de golpe se puso a reír. Allí le pregunté: "¿pero cómo lo entendiste Esther?" La respuesta me dejó perpleja: "sí, dijo esto y aquello", con lujo de detalles. Después de 15 años de escucharlo entendía malloquín y nosotros no sabíamos... Nos reímos mucho y comentábamos "ya no se puede tener un secreto con mi marido que se hará público."
La entrevista estaba terminada en esa combinación de experiencias de aquí y de allá juntas, mezcladas, insinuadas, vividas en el tiempo. Pero aún Juana tenía algo más por decir......
Recuerdo las fiestas de la beata del pueblo, Santa Catalina Thomás. Uno es católico y lo siente más, incluso todavía me tira la devoción por la beata. Recuerdo aquellos días de alegría donde nos poníamos un vestido nuevo e íbamos a pasear bajo la mirada atenta de algún pretendiente. También disfrutábamos de las compañías de teatro que venían al pueblo de Palma entre ellos un tal Miró que era medio cómico. Eran tres días de festejo donde podías relacionarte con algún muchacho sin la maldad que vemos hoy en día.
Otra fiesta que recuerdo era la de Semana Santa con la procesión con el crucifijo de la Iglesia recorriendo las calles del pueblo. Un año, en vísperas de Semana Santa, trajeron a casa un carro lleno de troncos para la estufa en el invierno. Lo traían con tiempo para que la leña se secara y así hiciera buena brasa. Como mi abuelo trabajaba en Son Puig, los árboles que se secaban los recogía, los cortaba y cuando tenía una carreta llena los traía al pueblo. Mi madre los ponía dentro del establo. Cuando la carreta llegó, todos ayudamos a descargar. A mí me tocó la parte de atrás de la carreta. Mi hermana me daba los troncos. Pero al rato, un poco en broma y jugando me tiró un tronco que me dio en el ojo. Del impacto no veía nada. Como no pasaba, nos asustamos y fuimos al doctor que me recetó una pomada para el golpe pero la infección empezaba a asomar por el ojo. Los días pasaban y el efecto de la cura no venía. Todos se preparaban para la Semana Santa y yo estaba postrada en casa en la penumbra de mi cuarto. Dos días antes, la mamá de Margarita Saletas había comprado en Palma unos zapatos que tuvo la mala idea de venir a mostrarlos a casa. A la ingenua pregunta de ¿Te gustan?, mi rabia creció porque no podía verlos.
El día de la procesión me puse en la ventana del dormitorio que estaba en el piso de arriba y al pasar por la puerta de mi casa de golpe, vi... Al grito de ¡veo, veo, veo!, bajé aquella escalera corriendo. Todos quedaron asombrados por el hecho, que nos hizo pensar en un milagro.
Un milagro que aún recuerda Juana como tantos episodios que supimos disfrutar en este momento de encuentro.