HISTORIA DE LOS BALEARES EN URUGUAY Y EL CONTEXTO QUE ENCONTRARON AL LLEGAR AL RIO DE LA PLATA
La migración –un fenómeno que encontramos en todos los tiempos y épocas de nuestra historia con diversas causas y formas– para el Uruguay ha sido de una importancia fundamental en el crecimiento y composición de su población, para la formación de su idiosincrasia social, de su cultura y para el desarrollo de su economía.
Una de las épocas más propensas al desplazamiento migratorio fue entre 1860 y 1930, fechas límites de los movimientos de miles de personas de la más diversa procedencia con visiones diferentes, a veces poco asimilables con la original, promovidos en general por la alteración de las estructuras económicas en los países de origen, generadas por diferentes circunstancias, como la creación o ampliación de mercados de consumo, crisis de producción y huelgas en los centros manufactureros urbanos, presión demográfica y superpoblación rural en los países de economía agrícola. A estos factores se agregaron otros de carácter individual como la conquista de posiciones económicas, ascenso social, diferencias ideológicas o impulso a la aventura en busca de un lugar y una suerte que les favoreciera en un país extraño sin renunciar a la memoria étnica, ni a la nostalgia por la patria perdida.
En relación al total de españoles que salieron de España al iniciarse la década de 1860, César Yañez Gallardo establece que entre un 50 y un 60% embarcaron con destino americano: Cuba, Argentina y Puerto Rico en primer lugar, con Uruguay como puerto de paso a la Argentina, y ya más lejos numéricamente Chile, México, Perú y Estados Unidos, proporción que variaba según las regiones siendo la menor Cataluña y la mayor el norte de la Península, el litoral cantábrico, las insulares Baleares y especialmente Canarias donde el porcentaje se aproximaba al 99%. Una Real Orden del año 1835 abría el camino de la emigración. En su texto se expresaba: "que cualquier individuo que haya de trasladarse a ellos (dominios de Indias–América) desde la Península, haga una sumaria información en expediente gubernativo (...) para justificar que, lejos de intentar el abandono de la familia, ha obtenido el conveniente permiso y beneplácito para el viaje (...) que con él no pretenderá sustraerse de los procedimientos de ninguna autoridad, ni de huir del servicio de armas, ni de evadir con perjuicio de terceros el cumplimiento de obligaciones o compromisos en que pueda hallarse...".
La confluencia de emigración masiva de europeos, no solo españoles, coincidió con los años de dificultades agrarias que comprende el período de la llamada "gran depresión", en un proceso netamente atlántico. El éxodo no le es –a España– pues exclusivo, pero su cronología, orientación y efectos sí revisten trazos propios. Favorecidos por una misma lengua y algunos lazos de parentesco el emigrante español tenía alguna ventaja frente aquellos de la Europa septentrional y oriental. En los años comprendidos entre 1881 y 1915 Antonio Bernal expresa que, como consecuencia de la competencia agrícola de los "países nuevos", la agricultura de los países europeos conoció un proceso de cambio profundo: la mecanización, el empleo del abono químico, el aumento de la productividad agraria que generó en España una crisis agrícola finisecular, similar a la de otros países europeos. Los ajustes en el sector agropecuario llevan a la progresiva desaparición de las pequeñas explotaciones agrícolas y una reducción de la población activa empleada, que conduce a un éxodo rural ya establecido por la intensificación de la industrialización de principios del siglo XIX, con el consiguiente incremento poblacional del campo a la ciudad. Será éste el momento de la emigración oceánica alentada por la esperanza en los países americanos de mayores perspectivas reales para salir muchas veces de la miseria campesina. La incapacidad para sostener un crecimiento demográfico, un avance en el sector agrícola que expulsó a numerosos campesinos sin que el sector urbano pudiera absorber la mano de obra excedente con empleos alternativos, hará que grandes núcleos poblacionales españoles se movilicen hacia el continente americano. Blanca Sánchez determina que "subsiste en cualquier caso el problema de las conexiones que puedan establecerse entre la salida de emigrantes y las estructuras económicas y sociales, así como el de cuánto influyó en sus características la pervivencia de relaciones agrarias del Antiguo Régimen, la falta generalizada de capital en la agricultura y la lentitud en la formación de un mercado nacional que permitiera la movilidad interna de la mano de obra. La comparación de los niveles de renta per cápita proporciona una explicación bastante satisfactoria a la hora de explicar la migración masiva de españoles y su cronología." Aunque vale la pena destacar que siempre existieron pioneros que escaparon a estas variables antes mencionadas.
En medio siglo más de tres millones de españoles ingresaron al continente americano. Quizás esta cifra esté contraída en los números reales que aparecen estadísticamente debido a diferentes factores como embarques clandestinos –para eludir obligaciones, por ejemplo, el servicio militar–, o salidas sin papeles en regla –generalmente de Canarias–, o porque no todos los españoles salieron de puertos españoles así como el traslado de españoles de un lugar a otro pasando muchas veces por el mismo lugar figurando la misma persona en embarques sucesivos. Hecho el balance, para Nicolás Sánchez Albornoz, idas y venidas se compensan. Entre 1882 y 1930 la población efectiva que emigró, según movimiento de pasajeros por mar, fue de aproximadamente un millón trescientos mil, que lleva la cifra a 20.000 por año, equivalente a un 4% de las defunciones anuales y 1 por 1000 de la época. Las salidas más importantes fueron en los años 1889, 1896, 1905 y sobre todo 1912 y 1920. Los españoles volvieron a emigrar en un exilio forzado hacia 1939 al acabar la Guerra Civil o, en busca de nuevas perspectivas, luego de la Segunda Guerra Mundial. Las motivaciones de aquellos que partieron, el acto de emigrar, los medios al alcance y las consecuencias de la partida fueron muy distintos según el lugar del territorio español.
Dos puertos fueron los puntos de enlace con América: Barcelona y Cádiz curiosamente de escasa emigración propia a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Lugar de salidas de los barcos o de escala desde otros puertos mediterráneos, donde se ven las imágenes familiares más desgarradoras en medio del tumulto de los emigrantes a la espera para embarcar. Así los puertos se trasformaron en grades centros de selección y redistribución de la población disponible. Para muchos emigrantes el puerto de salida o de llegada fue un sitio apabullante donde se consumó su primera experiencia de confluencia masiva y vida urbana. Multitud de individuos y entidades participaron en el reclutamiento y el transporte de emigrantes como intermediarios o al servicio del traslado. Personas jóvenes y viejas perdidas en la inmensidad de los lugares de embarque con la tensión pintada en sus rostros de tristeza, dolor y esperanza en la partida, o de ansiedad y temor al arribo a un lugar desconocido y a veces agresivo, buscando una cara o un gesto amigo para iniciar una nueva etapa de la vida.
En todo aluvión, expresa Nicolás Sánchez Albornoz, siempre hay un efecto de familia y amigos que encauza el éxodo y le imprime cierta inercia. Sin esa ilación, librado a una coyuntura económica volátil, el flujo oscilaría nervioso. Algunas veces no sólo se abre camino sino se redondean familias desperdigadas por años. Movimiento en cadena que llevará a trasladarse a pueblos enteros a una misma localidad o barrio, a veces a lo largo de una generación. También esto les dio a los emigrantes una cierta seguridad, amparados en los primeros tiempos por sus paisanos que les precedieron.