Francisco "de Son Salvat" Morell Colom. Un emigrante privilegiado

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En su casa de dos plantas en la calle Bulevar España, totalmente despojada de lujos, austera pero muy linda, nos encontramos con Francisco Morell, un valldemosín que en el día de la entrevista cumplía justamente 52 años de su venida al Uruguay. Una casualidad que nos permitió entrar en la intimidad de sus recuerdos en aquel viaje que durante 33 horas lo tuvo volando hacia la América de sus esperanzas junto con otro compañero del mismo pueblo, Pedro Mas Boscana. Sí, realmente el medio de transporte fue el avión, Francisco fue uno de los pocos que emigró por ese medio en esa época, con dos escalas, una en Cabo Verde y otra en Natal (Brasil). En realidad, el motivo de su emigración era por amor. En Mallorca tenía trabajo y pan para comer, nunca se le había pasado por la mente salir hacia un lugar tan lejos como Uruguay pero las razones del corazón fueron más poderosas que especulaciones o temores sobre un destino incierto.

Conocí a Margarita Torres Morey en Valldemossa, en el año 1946 cuando ella fue a pasear con sus padres en un grupo grande de cuatro matrimonios, entre ellos, Catita Pons, el padre de Bernardo Fiol y la tía Petra Ripoll. Cuando ella volvió a Montevideo no pude superar el vacío que tenía luego de conocerla. Así fue, entonces, que escribí al Uruguay a mis tíos que hacía varios años que estaban allí, desde el año 1927, contándoles el caso y lo que pasaba. La respuesta fue muy generosa, alentando y apoyando la idea que fuera para Uruguay que todo estaría solucionado sin mayores penas. Y debo confesar que así fue. Mis tíos, Antonio Estradas Mercant y Praxedis Morell Torres, fueron realmente mis segundos padres que me protegieron y dieron un lugar dentro de la familia.

La voz de Francisco se quiebra una y otra vez mientras recuerda estos primeros momentos en Uruguay y la emoción sube hasta enrojecer los ojos que quieren largar una lágrima que aparece furtivamente en el lagrimal. Un respetuoso silencio acompaña la congoja de la añoranza y el agradecimiento a benefactores que ya no están.

Sus inicios fueron en el negocio de Antonio Estradas cuidando y controlando; según sus palabras ... fui un privilegiado siendo uno de los pocos emigrantes que al venir a Montevideo caí muy bien con un apoyo tan fuerte y organizado como el que me dieron mis tíos. Sin embargo mi vida fue muy austera y de trabajo. No gastaba nada ni siquiera en alojamiento, solo salía una vez a la semana para ver a mi futura señora, el motivo de mi vida en ese momento. Trabajaba cerca de 12 a 14 horas, con un compañero de tareas llamado Vicente Lladó una excelentísima persona, pero en seis años logré ahorrar cerca de 50.000 pesos, una fortuna que me permitió independizarme. A tal punto que logré tener lo suficiente para poder casarme, aquello que era mi objetivo al venir al Uruguay, mi amor propio –no diría orgullo– no me permitió casarme antes. Recién lo hice el 20 de mayo de 1954 en una luna de miel largamente esperada que nos llevó durante ocho días a recorrer el Uruguay en auto, un país que me había acogido tan cálidamente por mi amor a Margarita.

No obstante no todo le fue tan bien como lo había imaginado y allí, en ese momento, aparecieron otros benefactores que si bien conocía en su relación de noviazgo a partir de su casamiento fueron entrañables, sus suegros.

Tuvimos tropiezos y caídas, pero con enorme espíritu de lucha logramos salir adelante. Mis suegros tenían negocios inmobiliarios. Con el tiempo pasé a administrar los negocios de la familia. Más adelante logré comprar un edificio de 24 apartamentos en la calle Jackson. Desde ese momento ya no dejé nunca la responsabilidad de la administración de edificios de la familia, de paisanos y el propio. Por espacio de 18 años ininterrumpidos.

Los padres de mi señora, Rafael "Calamandre" y Perete "de sa Torre" también eran de Valldemossa; aquí en Uruguay me encontré con una colonia muy grande sobre los años ’50. Pero luego con el tiempo muchos volvieron a Mallorca para radicarse allá, aunque los negocios los siguieron teniendo en Montevideo administrados por otros mallorquines. Entre los que quedamos llegué a sentir una frase que decía "Aquí en quedat es beneits". Aunque no comparto el dicho reconozco que muchos lo vieron así.

Las manos de Francisco juegan con un estuche de lentes mientras va repasando acontecimientos pasados sobre todo aquellos que forman parte de su niñez y juventud.

Yo nací en Valldemossa en la calle Filonas N° 11, cuando tenía tres años nos fuimos para el predio de Son Matge en donde estuvimos trece o catorce años, para luego ir a Son Salvat cerca de Son Brondo. Allí vivimos cerca de tres años con mis cinco hermanos y mi padres administrando las dos possessiós. La vida del campo fue muy dura, había que hacer mucho sacrificio. Mucha gente se olvida cuando se va del campo pero yo no me olvidé nunca de lo que vivimos. Lo bueno y lo malo, porque todo ello fue muy importante en mi vida. Básicamente, teníamos muchos olivos de los cuales recogíamos cerca de 60 a 70 mil litros de aceite por año, pero también teníamos chacra y tambo. Así estabamos rodeados de olivos, algarrobos, cerdos, ovejas y gallinas.

Mi madre era una mujer de campo muy viva y que cuidaba los intereses de la familia y nos decía: es ous fen mal, es decir que nos cuidáramos de no comer huevos porque según ella hacían mal. Nosotros siguiendo su consejo nos cuidábamos de no comerlos. La verdad era que no quería que comiéramos huevos porque eran para la venta. Un día se fueron a misa, yo debía tener 16 o 17 años, y me quedé porque en Son Salvat había que hacer guardia; siempre se quedaba uno de nosotros para cuidar los animales. Algunos días antes había encontrado un nido de las ponedoras que no le comenté a mi madre. Aquella era la gran oportunidad que estaba esperando. Ni bien se fueron me hice una tortilla con 10 o 12 huevos a la que agregué migas de pan para hacerla más grande y me senté a la mesa con una botella de agua al lado. Ese día no morí empachado porque Dios no quiso. En parte los presagios de mi madre que los huevos hacían mal, por exceso en este caso, se cumplieron.

Era una mujer formidable que hacía muchas cosas, entre ellas también hacía pan. Teníamos un horno de pan tan grande que con mis hermanos cuando éramos pequeños entrábamos de rodillas para limpiar las cenizas dentro. Se llegaban a cocinar cerca de 50 o 60 kilos de pan por semana para alimentar a cerca de 20 personas que nos sentábamos a la mesa a comer entre la familia y los mozos de campo que trabajaban en la hacienda. En la temporada de la aceituna llegamos a contar cerca de treinta mujeres que trabajaban en la recolección. También matábamos dos cerdos por año de los cuales hacíamos sobrasada, butifarrón, longaniza y sacábamos dos jamones que preparábamos poniéndolos en un cajón de madera con sal fina para curarlos durante dos meses. Luego se sacaban, se limpiaban, se colgaban en un lugar aireado con un tul por encima con pimentón para ahuyentar las moscas. Cuando estaban prontos, lo comíamos en lonjas con pan.

Mi madre, Catalina "Xucla", era una mujer con un temple extraordinario y una fuerza enorme, de gran envergadura. Tenía unos brazos fuertes gruesos como piernas con los que sostenía todo el trabajo de la hacienda. Cuando la vi por última vez, hace algunos años, el tiempo y el campo la habían comido, estaba flaquita y encorvada aunque aún con una moral enorme. Yo vi hombres de campo que con 50 años parecían de 70 por la dureza del trabajo.

En cuanto al pueblo, Francisco recuerda que era muy tranquilo y hasta cerrado. Los problemas del mundo exterior no llegaban sino sólo a través de algún viajero que traía noticias. La vida se desarrollaba de manera rutinaria y cadenciosa con la gente siempre alegre. En la calle de las Filonas, todas las vecinas que se conocían como una gran familia se reunían al atardecer en las puertas de sus casas, sentadas en sillas, para rezar el rosario cuya letanía subía por la cuesta de la calle hacia la sierra de la Tramuntana. La gente se ayudaba entre sí y más si se tenía la desgracia de tener algún enfermo pues todos estaban a disposición para ayudar en lo que fuera.

Es inevitable no hablar sobre le servicio militar, una historia repetida en cada familia española. De las dos opciones que existían, Francisco se decidió por el servicio militar voluntario, para evitar que el sorteo le llevara fuera de la isla, sobre todo a Marruecos, como ocurría habitualmente.

Así un día partió para enrolarse por espacio de tres años, en el cuartel Del Carmen donde habían solamente siete mil soldados. Una vez más reconoce que tuvo suerte en aquella aventura.

En aquel tiempo, los señores de Son Brondo tenían un obispo y familiares militares altos que le prometieron a mi padre Antonio "Placeta" que luego de hacer la instrucción me colocarían en un buen empleo. Uno de estos familiares era el comandante mayor por lo tanto lo pasé de mil maravillas. Luego pasé a la caja de ordenanzas por influencia de don Fulgencio Roselló, comandante del regimiento del cuartel. En aquel lugar había un capitán que era cajero, llamado Baltasar Morell que tenía mi mismo apellido y que siempre bromeaba con que teníamos sangre real.

Una sonora carcajada festeja aquellos momentos vividos hace 50 años, de un lugar que no siempre se recuerda con alegría o buen humor.

Luego vino otro comandante llamado Máximo Alomar que con 28 años llegó a ese cargo. Con él fuimos a Son Salvat a cazar tordos muchas veces los fines de semana. Es interesante detenerse un momento en la caza del tordo. La gente se enloquecía por ir a cazar tordos, un pájaro pequeño que funcionaba como una especie de alcancía porque se pagaban muy bien. Se cazaban de noviembre a marzo con un "filats" de forma triangular sostenido lateralmente por dos cañas largas que se abren entre dos árboles al atardecer cuando pasan por allí los pájaros. Era una plaga, dado que comían las aceitunas lo que ocasionaba un gran desperdicio. Por lo tanto su caza era muy apreciada por los payeses.

Tenía una novia en Palma y como yo era ordenanza muchas veces me tocó ir a llevarle ramos de flores y esperar una respuesta que llevaba de regreso al cuartel. Finalmente me tocó un teniente Francisco Vila, hermano de Miguel y Magdalena, de mi conocimiento, que por el resto del servicio militar que me quedaba me mandó para mi casa solamente apareciendo por el cuartel para cobrar.

El ruido del motor de una auto distrae por un momento nuestra conversación y no es por casualidad. Instantes después se abre la puerta y entra con total autoridad el nieto de Francisco. Sus ojos lo siguen fascinados por los movimientos espontáneos de Francisquito que tienen totalmente subyugado a su abuelo. El retorno a la conversación nos trae nuevamente a Montevideo.

En los primeros tiempos que me encontraba en Uruguay escribía dos o tres cartas por mes. Poníamos, en la radio, La Hora Española todos los días y oíamos una canción "cuando me fui de mi tierra", del emigrante que nos partía el corazón. Una vez más la emoción lo embarga hasta las lágrimas, ... sabes Juan, yo soy muy duro quizás hasta demasiado serio pero cuando me tocan éste, (señala el corazón con el dedo), me emociono.

Una vez más el diálogo se vuelve a cortar y el silencia se adueña del lugar por unos momentos. Con un respiro hondo vuelve a la conversación.

El Uruguay siempre fue muy generoso para aquellos que querían trabajar. Cuando llegué, lo primero que me asombró fue encontrar, yo venía de la posguerra, generosamente restos de carne asada en los tachos de basura. Las achuras eran para los perros y gatos porque no se comían, cuando en Mallorca todo se aprovechaba. Es decir, que llegar al Uruguay en ese sentido era como tocar el cielo. En Mallorca, los que vivíamos en el campo todavía podíamos vivir un poco mejor pero los que vivían en el pueblo lo pasaban muy "triste". Me acuerdo que nosotros sembrábamos habas que se llevaban al pueblo donde se vivía, comiendo, muchas veces, sólo habas. En cuanto al pan durante períodos enteros solo teníamos de maíz. A veces llegaba un barco de la Argentina que traía trigo. Vuelvo a decir que en el pueblo se pasaba terrible no como ahora que todos viven del turismo. Sobre todo las mujeres que trabajaban a la par de los hombres recogiendo aceitunas, almendras y algarrobos. Y que conste que en Valldemossa por la proximidad con Palma se vivía mejor que en otros pueblos, al tener más movimiento. Ahora diremos que todo cambió, se está allá muy bien y acá muy mal, se pasó del cielo al infierno. Así lo vi yo cuando volví en 1988 después de treinta y nueve años de ausencia.

Algunas fotos esparcidas sobre la mesa van ilustrando la charla, pero una mirada sobre ellas trae nuevamente la emoción. El diálogo otra vez se hace lento, entrecortado, afectivo.

Los hombres se reunían en Montevideo en el café Sorocabana; cerca de 10 o 12 para charlar sobre los últimos acontecimientos, como en Mallorca, los fines de semana nos reuníamos en el café de Can Biel. Muchas veces a los gritos, como un estilo propio de los mallorquines que por instinto tienden a levantar la voz. Las mujeres se reunían en la casa de la tía Petra Ripoll que centraba un entorno de mallorquinas.

El Uruguay era un país que a mi modo de ver un 60% de la gente era de clase media que podía vivir muy bien. Para ir al cine había que tener corbata al igual que al teatro sino no te dejaban entrar. Había una cantidad enorme de confiterías, me acuerdo una muy coqueta, la del Telégrafo, que era el símbolo de una época. Hoy en día todo ha desaparecido, incluso las grandes tiendas, un símbolo de esa época dorada. Aún conservo un sobretodo de piel de camello, muy liviano, que me compré en los años ‘60 en una de esas grandes tiendas, llamada London París que me costó 700 pesos, hecho para un diplomático que nunca lo fue a buscar dándome la oportunidad de comprarlo. El Uruguay se ha transformado, se ha perdido la clase media. La gente está pasando muchas dificultades económicas, ya no es como antes que se ganaba y se gastaba, como la rueda del molino. Ya no puede comer carne como antes.

Francisco menea la cabeza en signo de desaprobación por la situación que se está viviendo en Uruguay; sin embargo él ha encontrado un refugio para sus nostalgias y recuerdos mallorquines. A 36 kilómetros de Montevideo tiene una casa cerca de la playa que está rodeada de árboles frutales como manzanas, duraznos, limones y también uvas que cuida y mima personalmente incluso utilizando para ello instrumentos de labranza traídos de Mallorca. Azadas, palas y serruchos han abandonado su lugar de origen –Valldemossa – para terminar a miles de kilómetros en manos de un mallorquín que no olvida la tierra y se reencuentra con ella todos los días que puede, muchas veces en una feliz soledad En esta aventura la familia sólo lo acompaña los meses de verano.

Intempestivamente el nieto entra en el comedor y da de hecho por finalizada esta entrevista, que trajo una historia de amor de un emigrante valldemosín.