Catalina Estradas Morell "Sa Cata". " Yo no vine al Uruguay, a mí me trajeron"
La verdad es que yo no vine al Uruguay, a mí me trajeron y por sí fuera poco fui dos veces emigrante en el término de dos años.
Así comenzó una entrevista que fue varias veces postergada por la enfermedad del esposo de Cata, Juan Torres. En la tranquilidad de un apacible domingo de primavera, de esta manera se fue desarrollando la conversación.
Cuando embarcamos un día del año 1930, que evidentemente mi memoria no recuerda, yo tenía cerca de tres años. Mis padres, Antonio Estrades Mercant y Praxedes Morell Torres decidieron venir al Uruguay donde ya vivía un tío, hermano de mi padre, llamado José quién por esa época ya había logrado instalar su propio negocio en el rubro de la gastronomía con un restaurante.
Si me preguntas cuál fue el motivo de la emigración te diría que la respuesta es producto de mis vivencias posteriores pero no del momento porque era muy pequeña cuando llegué. Aquello de familias que se venían unas detrás de otras de la misma ciudad o pueblo y, en el caso nuestro, de integrantes de una misma familia tanto de parte de mi padre como de mi madre era común. Historias similares de familias a comienzos del siglo pasado que estaban separadas por el océano, parte en América y parte en España y que con el tiempo no eran ni de aquí ni de allá. Porque vivían pensando en lo que habían dejado pero no volvían hasta no tener una fortuna para la cual habían emigrado.
Algunos lo lograron, otros nunca realizaron sus sueños. Nosotros fuimos un caso más entre tantos.
Cuando llegamos a Montevideo, mi padre de inmediato fue a trabajar por varios meses en una panadería en las afueras de Montevideo, en un barrio que se llama Colón, con Jorge Lladó que lo había reclamado a Mallorca.
Al poco tiempo, pasó a trabajar con el abuelo de Antoñito para finalmente con los ahorros poder comprar un bar en el Prado, en la calle Carlos M. de Pena esquina Ramón Cáceres. Tenía dos colaboradores, el cocinero era un mallorquín de nombre Tomeu y un mozo gallego de nombre Ramón. Me acuerdo que la cocina de este bar tenía unos escalones donde yo con mis cinco años me paraba para cantarle unas larguísimas serenatas que llegaban a exasperarlo.
Lo cierto es que cuando mi padre Antonio tuvo el dinero suficiente nos mandó buscar y vinimos con mi mamá a vivir en una casa grande. Como era costumbre entre los valldemossines, compartimos la casa con otros familias entre las que se encontraban Jaume Vila y su señora Juanita, Miguel de "sa Baduia" y Pereta "des Porxo" y otros que no recuerdo los nombres. Las casas eran enormes, con habitaciones en una sola planta donde se compartían lugares comunes como comedor, baño, cocina, y tenían reservados los dormitorios para cada familia. En muchos casos, este sistema superaba las estrecheses vividas por muchos de los habitantes del pueblo. Pero, además, era la única manera de poder solventar los gastos en común y poder ahorrar para luego independizarse.
Lo cierto es que mamá extrañó horrible su nueva vida y no se adaptó. En el pueblo teníamos una casita chiquita y aquello de vivir con otras personas, incluso con muchos de ellos con los que no teníamos ningún vínculo de parentesco, la aplastó. De tal manera, un día le comentó a mi papá, "esto no es vida para mí" por lo tanto le dijo que se volvía a Mallorca. Me imagino el desconsuelo de mi padre, pero la decisión estaba tomada y era irreversible, aunque también la determinación de mi padre de quedarse era inamovible. La respuesta de mi padre fue, en ese momento, que había venido con un objetivo y no se podía volver sin nada, sólo cuando tuviera algo regresaría. Entonces, el pasaje se compró para las dos que retornamos en un tiempo record a España, en menos de un año.
Los comentarios de mi madre tiempo después fue que al subir al barco que nos regresaría a Palma en el puerto de Montevideo ya se había arrepentido de esta drástica toma de posición en torno al sacrificio que significaba los primeros años de emigrante. Pero, volvimos al pueblo.
Cientos de cartas de mi madre le pedían regresar al Uruguay. Pero en ese momento mi padre no tenía un céntimo, más aún con el desembolso por el pago de los pasajes. Los años fueron transcurriendo y la correspondencia cada vez más frecuente exigía un regreso lo antes posible, ahora sí aceptando todos los sacrificios que valían más que la reclusión en nuestra pequeña casa de Valldemossa, "pasara lo que pasara".
Debo decir que mi padre también escribía con frecuencia incluso, me escribía a mí. Guardo como un tesoro una de estas cartas que decía:
Mui a presiada hijaTeescribo estas dos lineas para darte la alegria que medises que tie es de resibirlas que mi gusto es de corresponderte en todo lo que memepides por los primeros que vendran te mandare alguna cosa que te gustara la niña que me pides si la quieren traer tambien te la mandare medises que te que das tes mui sorprendida encontrar unbilletito para tí de oy adelante cadaves te pondre uno para Ti daras recuerdos a las abuelitas y a las tias y a tu padrino y a mamita y a los niños y tu recibiras de tu papito muchos besos y abrazos que no te olvida tu padre.
Antonio Estradas. (sic)
Al reverso un poema:
Medises que tu cariño
Solo tienes para mi
Yo solovi por ti
En este mundo divino.
Papelito encantador
Que mi niña vas aver
Cuando te podra aleer
Dile que le tengo mucha estimasion.
Niña de ti me despido
Con la pluma en lamano
Y tume contestas temprano
Que tu letra es mi cariño
Adios asta la tuya
F P P (sic)
Esta carta venía junto a la de mi madre y la distinguía con "para la niña", al costado de la misma.
Por un minuto el tiempo se ha detenido la emoción recorre a Cata que lee la carta como si aún la recibiera por primera vez en aquellos sus lejanos cuatro años.
En ese momento, Matías Lladó con su hermano Jorge llegaron a Mallorca de visita. Es de destacar que cuando llegaba un "americano" todos los novios del pueblo temblaban porque su parejas quedaban totalmente prendadas de aquellos aventureros que buscaban un mejor porvenir. Así fue que se enamoraron Matías, de Paula Torres Morell y Jorge, de Catalina Homar Coll. Como todo aquel que tenía un negocio en Montevideo tenía que volver rápidamente estos dos hermanos de "Cas Cós" dejaron a sus enamoradas en la isla que tenían 21 y 22 años respectivamente esperando el reencuentro. Pero al poco tiempo antes de venir éstas a Montevideo se casaron por poder.
Este relato de los hermanos Lladó, viene a propósito que aprovechando que mi madre y yo volvíamos al Uruguay, ahora sí llamados por mi papá Antonio, los padres tanto de Paula como Catalina aprovecharon para encomendarlas a mi madre (que tenía 35 años y casada) como forma de contrarrestar un viaje de dos muchachas jóvenes que no conocían más allá del pueblo.
Esta segunda vez que vine al Uruguay tenía 5 años. Todas viajamos en el mismo camarote que tenía dos cuchetas. Del viaje en sí no recuerdo mucho pero sí del recibimiento en tierra dado que yo estaba, cuando atracó el barco en el puerto, sentada en una de las cuchetas de arriba. De pronto vi la figura de mi padre Antonio en la puerta del camarote que me produjo una enorme alegría. Luego de los abrazos con mi madre me tomó en brazos de tal manera que sentí todo el cariño que las cartas que me escribía me manifestaban. Paralelamente, se produjo un hecho curioso porque tanto Paula como Catalina no querían salir del camarote. Seguramente paralizadas por el miedo a lo nuevo o el barullo de la gente que desembarcaba; quedaron sentadas en sus respectivas cuchetas. En la demora y preocupados sus esposos lograron subir al barco para entrar a buscarlas al camarote lo que produjo un singular encuentro entre seis personas en un espacio reducido pero cargado de emoción y llanto. Sobre el muelle, una gran cantidad de mallorquines aguardaban la presencia de los casados y de nosotros tres otra vez juntos.
Pero esta historia no termina aquí porque Paula casi enseguida quedó embarazada. Un hecho natural pero que lejos de su tierra representaba la nostalgia y sobre todo que extrañaba a su familia en Valldemossa. Así fue que Matías vino hablar con mi papá para decirle que Paula querría vivir con nosotros dado que con mi mamá se sentía muy cómoda. Terminamos compartiendo un apartamento o piso juntos en la calle Juan Paullier cerca de la panadería de Matías.
Mi padre al poco tiempo estaba un poco cansado de la distancia que tenía que recorrer para ir al negocio en otro barrio, El Prado, alejado de su casa. Pensaba realizar un planteo para irse a otro lugar cuando coincide que Juan Mas "Vicari" en un viaje a Mallorca conoce a Joana Aina Torres, hermana de Paula, a quién se la trae para Montevideo con 18 años de edad.
Allí fue la oportunidad para que Antonio, mi padre, le planteara a Matías que viviera con Juana y su esposo Juan, para poder mudarse a un lugar más cerca del negocio como efectivamente ocurrió, pasando a vivir cerca del Jardín Botánico.
Toma aliento de un relato que ha salido de un solo golpe llevado por la avidez de los recuerdos.
Un día yendo de visita a lo de mi tío Pedro Morell, hermano de mi madre, vimos una construcción que se estaba terminando en la calle General Flores que agradó a mis padres por la ubicación y por la estructura de la vivienda, pues tenía la azotea al mismo nivel de la cocina sin tener necesidad de subir escaleras. Esta apreciación va en relación a que mi madre se había lastimado la cadera subiendo en la antigua casa para colgar la ropa. Pero era muy cara para alquilar, un detalle de mucha importancia. Finalmente se resolvió en el regateo de mi madre con el dueño que se la dejó a un precio razonable de 64 pesos. Allí vivimos nada más que treinta años.
Con mi papá paseaba muchísimo. Uno de los paseos preferidos era ir al puerto. El tenía la ilusión que con cada barco que partía interiormente también él viajaba a la mar para llegar a su tierra querida. La rutina que hacíamos era tomar un tranvía que nos dejaba en la principal avenida de Montevideo, la calle 18 de Julio, y de allí nos íbamos caminando hasta el puerto. Debo reconocer que no era cerca, pero en aquella caminata conversábamos mucho y sobre todo era la oportunidad de pedir cosas que yo quería.
Por ejemplo, un día, le pedí una "Marilú", que era una muñeca que venía con muebles y ropa que la vendían en una tienda llamada El Paraíso de los niños, en la Ciudad Vieja por donde pasábamos. Y yo le decía: "Papá, a mí me gusta esta muñeca" Y él me contestaba: "no te preocupes que te la traerán los Reyes Magos". Un año, cuando ya no lo esperaba encontré la tan deseada muñeca con un juego de dormitorio y comedor, tenía como 10 años.
Antes no era como ahora jugábamos con muñecas hasta los 15 años.
Otro pedido fue un abric de pell, que se usaba mucho por aquel tiempo. La respuesta por años siempre fue la misma "no nena, enguany no, el any qui ve". Terminaré de pagar lo que debo y te lo compraré. Resulta que mi cumpleaños es en el mes de abril y mi padre tenía, en el mismo mes, los vencimientos del pago del negocio que solía renovar en la misma fecha.
Finalmente, cuando cumplí 18 años tuve el saco de piel.
Al regreso a casa del paseo al Puerto, mi padre se ponía el delantal de mi madre y cocinaba el pescado que había comprado en el mercado. Generalmente lo hacía frito con ajíes y salsa de tomate. Casi todos los días hacía la cena. Aunque mamá se quejaba que cocinaba con mucha sal " això no se po menjar" decía. Ella cocinaba sopas mallorquinas, tumbet, boniatos al horno con merengue de postre, cocas de verdura, trempó, paella, arroz con pescado, a veces bacalao, albóndigas de bacalao con garbanzos. Pero también se adaptó a la cocina uruguaya en base a carne de vaca, a las papas fritas o a la pasta, como los ravioles de los domingos.
También es bueno decir que a mi padre le gustaba mucho pasear. Al comprar un auto, con el tiempo, esto se facilitó. Era frecuente que hiciéramos muchos kilómetros para ir a visitar a Matías y Paula a un balneario llamado La Paloma, como también ir a otro lugar entre sierras llamado Minas que traía reminiscencias de la montaña de Valldemossa. A este lugar fuimos con mi tío, hermano de padre, José junto a su esposa María Pons. Me acuerdo que iban vestidos con traje, corbata y sombrero como se usaba en aquellos tiempos.
Justamente mi tía, María Pons, cuando llegó con José de Mallorca en el año 1950, pasaron un mes con nosotros hasta que consiguieron vivienda en unos apartamentos recién estrenados en la calle Soriano. María, que estaba embarazada, lo pasó fatal. Me parece verla hoy en día con un salto de cama verde en la terraza del fondo sentada toda la mañana pues cualquier movimiento la hacía ir al baño de urgencia. Sobre todo, las arcadas le venía con el olor al café con leche.
Cinco años después, ya en su casa instalada, un día vino a visitarnos como era habitual en ella. El olor a café con leche la hizo ir al baño. Cuando regresó, la pregunta era inevitable ¿no estará embarazada nuevamente?. La respuesta en ese momento fue evasiva pero efectivamente al tiempo se confirmó un nuevo embarazo, esta vez era una nena. El mejor test de embarazo para ella era la reacción al olor del café con leche.
La vida con los paisanos mallorquines tenía una asombrosa movilidad. Una vez por semana jugábamos en lo de Paula "Queens", a la lotería, como también en un alto comíamos pa amb oli i tomàtiga, con un poco de vino. Los miércoles, y a veces los domingos, íbamos al cine a la matinée en el Cine Ópera en la calle Blanes y Charrúa con algo para comer (porque eran siete horas de película) con los hijos de otros mallorquines como Antonio, Tito, Antoñita, Jaime, Cottoneta, con la Lulú, la Fanfasa. A veces cambiábamos de sala para ir al Cine Monumental en la calle Constituyente.
Otros momentos inolvidables fueron cuando todas las tardes, primero con nuestros padres y luego ya de adultos, nosotros íbamos luego de la salida de la escuela de los niños a un lugar en la costa montevideana llamada Punta Carretas, donde hay un faro.
Allí nos encontrábamos a las cinco de la tarde hasta el anochecer mis padres Antonio y Praxedis, Miguel Estarás y su señora Doña Petra, Jaime Fiol y su señora Juanita y Bernardo su hijo, Perico Biel y su señora, Tomeu Biel, su señora y Juancito. Con el tiempo, los hijos continuamos con aquella tradición del paseo al faro de Puntas Carretas. Habitualmente, nos reuníamos Francisco Morell y Margarita, la Cata "del Este", Coll de Colom y Ana Luz, Toni "Tancats", Antonio Colom y sus hijos, Antonio Ripoll, entre los que me acuerdo que hacían de las tardes verdaderos encuentros. Juan, mi esposo, y Francisco Morell pescaban en el Faro corvinas que se repartían entre los asistentes esa tarde. Los domingos, cambiábamos de lugar para ir un poco más hacia el este, a un lugar llamado Punta Gorda. Con la misma gente muchas veces también íbamos a un parque público a juntar hongos que se distribuían entre los mallorquines amigos.
Mi mirada reposa en un cuadro de la Cata vestida de payesa que luce en el comedor y otras fotos distribuidas sobre la estufa a leña, en estos momentos apagada por la estación del año. Uno trata de imaginarse aquellos encuentros llenos de nostalgias pero también de vínculos en tierras lejanas.
En la casa de la calle General Flores, me sentaba con mi papá en el balcón que da a la avenida, donde me contaba historias de su vida. Así una y otra vez con enorme gusto escuché los cuentos referidos a su pasado.
Antonio se dedicaba a hacer carbón en la montaña con otros compañeros de trabajo como Tomás y Antonio Pons "Frares". Su trabajo consistía en cortar la leña de los árboles, ponerla en un gran círculo, prender fuego y hacer el carbón cuidando que no se hiciera ceniza. Vivían en la montaña prácticamente toda la semana; se llevaban los víveres y dormían en una barraca hecha con piedras. Las condiciones eran muy precarias pero era la vida que llevaban, como mi padre, muchos mallorquines. Entre las cosas para comer se llevaban pan para hacer las sopas, aceite, tomates, etc. Un día que hacía mucho viento, estaban cortando leña en los árboles cuando mi padre le pide a uno de los compañeros de árbol a árbol si comerían en ese día sopas y sobre todo quién las haría. La respuesta no se hizo esperar dado que fue inmediata "que por el viento no se sentía lo que decía pero que si querría podía tomar el pan para hacer las sopas". Casualidad o no la verdad que el designado para hacer la comida era siempre mi padre. Este relato le gustaba contarlo una y otra vez. Y a mi escucharlo también, una y otra vez. Mi madre no tenía ninguna paciencia. Ella solía acompañarlo a la montaña pero las condiciones no eran para una mujer y menos, embarazada. Esto le ocasionó que perdiera un embarazo de la que hubiera podido ser una hermana mía.
Otro recuerdo de mi padre era que le gustaba mucho la zarzuela, en especial, Los Gavilanes, que la había sentido y vivido muchas veces. Con el tiempo comprendí por qué tenía pasión por esa zarzuela. La trama es la de un español que se va para América a hacer fortuna, deja su pueblo y una novia. Pasado el tiempo vuelve rico, poderoso y cuando llega al pueblo canta: "mi aldea, cuando el alma al volverte a contemplar mis lares después de cruzar los mares, hoy te vuelvo a mirar pensando en ti noche y día."
Él se sentía reflejado en ese español que se había ido y la añoranza de su tierra lo hacía palpitar. Cuando volvimos por primera vez en el año 1951, con una posición económica realizada, embarcamos en Montevideo con el auto que teníamos. Al bajar en el puerto de Palma no paró hasta Valldemossa con una única escala en S’estret (una brecha entre dos montañas Sa Mola de Son pax y Na Fatima). Allí se bajó del auto y se puso a cantar la canción de Los Gavilanes creo yo – porque no lo vi– hasta emocionarse con lágrimas de un emigrante que volvió y al ver el pueblo recordó las penurias que muchas veces lo hicieron pensar que no volvería.
Nosotros fuimos al pueblo en un autobús denominado "camión" con el resto de la familia. Cuando llegamos, a la entrada pedí que no me condujeran a la casa sino que me dejaran ir sola. Aquello lo había abandonado cuando tenía cinco años y quería sola encontrar el camino que conducía a mi pasado. Me acordaba de la gente, los abuelos, los tíos, los primos pero casi nada del pueblo en sí, que se había borrado. Por lo tanto era un desafío saber si dentro, muy dentro mío, podía encontrar la casa donde había vivido de niña. Efectivamente, casi sin darme cuanta llegué a mi casa. Fue como si la puerta de la memoria se abriera de golpe. Todos los vecinos del pueblo salían a la calle a festejar el regreso como se estilaba cuando alguien llegaba de América, saliendo por puertas y ventanas.
En ese viaje conocí a quién sería mi esposo. De casualidad habíamos ido a misa cuando en las afueras de la Iglesia veo un muchacho que me miraba con insistencia. No le di demasiada importancia, incluso pensé que era un forastero. Pero el destino estaba marcado para ambos pues Francisca Pons ya había realizado de celestina uniéndonos en una relación que terminó en casamiento. Juan Torres – este joven– estaba destinado a la Guardia Civil de Madrid y por esos días tenía un permiso para quedarse en la isla. Me presentaron como la sobrina de María Pons que estaba de paseo por unos meses en el pueblo. Como el tiempo que tenía Juan era corto, nos invitó a tomar un Cinzano. Por las tardes, generalmente pasábamos bailando con un viejo gramófono con discos que se compraban en Palma. Él se incorporó a estas veladas hasta que se despidió para volver a la península. A los 15 días la familia lo llamó con una excusa que no era más que para poderme ver antes de volver a Uruguay.
Durante dos años nos carteamos hasta que finalmente vino al Uruguay llamado por su hermano, Tomás Torres "des Forn de Can Canyes", que tenía una panadería en un balneario a 240 kilómetros de Montevideo en La Paloma. Luego de un año de novios nos casamos en el año 1957. Exactamente un año después nacerá mi único hijo Tomás. Sobre los años ‘70 mi padre enfermó y a los tres años y ocho meses falleció. Mi madre lo sobrevivió siete años con una enfermedad que se la fue comiendo poco a poco. Igual logró ir al pueblo otra vez y compartir las vivencias con la tía Catalina que siempre estuvo con ella durante toda su estadía. También con Pixedis Biela, amiga y compinche de juventud, con la cual inventaban excusas para poder salir de compras a las tiendas del pueblo. En realidad la verdadera razón era salir con sus novios sin que los padres sospecharan.
Hace cerca de diez años nació mi nieta Catalina pero esta ya es historia actual.
Si quieres te muestro una foto de ella vestida de payesa.
A pesar del tiempo, la tradición sigue y Catalina seguramente ha vivido junto a sus abuelos historias de aquella no muy lejana Valldemossa.