Panorama socioantropológico de los agricultores ecológicos en Andalucía
A. del Campo Tejedor
Universidad de Sevilla
Resumen
La investigación socioantropológica que hemos llevado a cabo entre agricultores ecológicos de distintas comarcas de Andalucía durante los años 1998 y 1999, nos mostró la existencia de una gran heterogeneidad en cuanto a cultivos, usos y manejos del suelo, tamaño de la finca, división del trabajo, rentabilidad económica, modelos de explotación y comercialización, pero también en cuanto ideario, imaginario colectivo, motivaciones y preocupaciones de los agricultores ecológicos. La presente comunicación establece una tipología de caracteres sociales que, a modo de tipos ideales weberianos, representan la diversidad de agricultores ecológicos en Andalucía, desmitificando así las imágenes bucólicas y esencialistas que describen a estos productores con estereotipos. Atendiendo a factores históricos, sociales, culturales, económicos, agronómicos e ideológicos, se muestra un cuadro heterogéneo pero ordenado, que ejemplifica con arquetipos lo que en la realidad sociológica no es sino un continuum. A partir de la interacción de estos factores y de la multiplicidad de comportamientos individuales y colectivos, describimos finalmente al agricultor ecológico en Andalucía, según las características comunes que convergen en los distintos casos observados a lo largo de nuestra investigación.
Palabras clave
tipología antropológica, caracteres comunes.
Introducción: La agricultura ecológica en Andalucía
El desarrollo de la agricultura ecológica en España ha sido relativamente tardío, en comparación con otros países del centro y norte de Europa, pero espectacular, especialmente desde la mitad de la década de los noventa. En Andalucía la agricultura ecológica ha seguido similares pautas de desarrollo que en otras zonas de nuestro país, acentúandose su crecimiento a partir de 1995 y 1996. En 1992 tan sólo 2.212 hectáreas eran cultivadas ecológicamente, pero tres años más tarde, en 1995, la superficie se había triplicado, alcanzando las 6.455 hectáreas cultivadas por 277 agricultores. 1996 supondrá el despegue definitivo de la agricultura ecológica en Andalucía: más de 500 agricultores deciden abandonar los métodos convencionales y convertir sus fincas en producciones ecológicas. Con más de 20.000 hectáreas, Andalucía se convierte en el punto de referencia para el resto de Comunidades Autónomas. Al final del año siguiente, el colectivo de agricultores ecológicos andaluces supera el millar y el número de hectáreas cultivadas asciende a 32.497. El crecimiento será imparable. A finales de 1998 1.769 agricultores explotan 47.000 hectáreas. Actualmente Andalucía alberga más de 2.500 productores ecológicos que cultivan una superficie superior a las 60.000 hectáreas en las ocho provincias, lo que supone un aumento en ocho años del 2.717 %.
A tenor de las estadísticas del Comité Andaluz de Agricultura Ecológica (CAAE) de principios de este año, el olivar, con algo más de 21.000 hectáreas, explotadas por 1.205 agricultores como actividad principal, es con diferencia el cultivo más importante de Andalucía. La superficie dedicada a pastos, praderas y forrajes supera las 11.000 hectáreas pero estas grandes extensiones sólo son utilizadas por poco más de un centenar de ganaderos ecológicos. La misma infraexplotación la encontramos en las más de 8.000 hectáreas de bosque y monte, en las que otro centenar de agricultores practica la recolección silvestre. Mayor importancia tienen los cultivos de frutales de secano (10.297 ha) y los herbáceos de secano (8.157 ha) explotados respectivamente por 634 y 187 agricultores. El resto de cultivos no supera ninguno el centenar de productores, si los catalogamos en función de su actividad principal. Por lo tanto, exceptuando las infrautilizadas tierras de pastos, praderas y bosques (19.669 hectáreas), sólo dos cultivos (el olivar y los frutales de secano) aglutinan las tres cuartas partes tanto en cuanto al número de agricultores como en cuanto a la superficie total.
Los 1.205 olivareros suponen el colectivo más importante de toda Andalucía, de los cuales aproximadamente 800 residen en la provincia de Córdoba, fundamentalmente en la comarca de Los Pedroches. Esta comarca cordobesa es precisamente la que alberga el mayor grupo de agricultores ecológicos y la mayor superficie de cultivo en toda Andalucía (más de 10.000 hectáreas). Otros núcleos importantes de población agrícola ecológica se encuentran en el Valle de Guadalhorce malagueño, las comarcas almerienses de Los Vélez y el Alto Almanzora, La Sierra onubense, la Sierra de Segura jiennense y la comarca de Antequera.
El trabajo de campo antropológico entre agricultores ecológicos
Las estadísticas nos enseñan el despegue y la consolidación de la agricultura ecológica en Andalucía, pero nos dicen poco de la significación de este sistema de producción en sus marcos sociales, más allá del volumen y el tipo de producto cultivado. Sin embargo para comprender in toto un modelo de producción no basta con los datos cuantitativos, ni con describir desde la observación externa las técnicas de cultivo que transforman un agro convencional en uno ecológico, sino que es necesario analizar también el punto de vista del agricultor, lo que los antropólogos llamamos el enfoque emic (Pike, 1954), entendido como el estudio de "los sistemas lógico-empíricos cuyas distinciones fenoménicas o cosas están hechas de contrastes y discriminaciones que los actores mismos consideran significativas" (Harris, 1993). Para ello, la antropología, como ciencia de las culturas, parte de que el mejor procedimiento para acceder a comprender e interpretar el comportamiento humano es la observación participante que consiste en "compartir tan estrechamente como sea posible -sobre el terreno- la vida cotidiana del grupo estudiado durante un período suficientemente largo para percibir progresivamente los elementos, las estructuraciones y las significaciones" (Doutreloux y Watté, 1978). La mejor estrategia para conocer a nuestros agricultores ecológicos es establecer relaciones sociales con ellos de tal manera que la convivencia entre investigado e investigador, junto con determinadas técnicas como las entrevistas abiertas y el cuaderno de campo, nos permitan -como dijo Malinowski, el padre del método antropológico- "llegar a captar el punto de vista del nativo, su posición ante la vida, comprender su visión de su mundo" (Malinowski, 1973). Esta visión del mundo (Weltanschauung) no es un ente suprarreal que determine todos los comportamientos del individuo pero sí estará íntimamente relacionado con los demás niveles de la cultura (modo de producción, relaciones sociales, etc.) en múltiples combinaciones de retroalimentación o feed-back que, junto a una experiencia histórica básicamente común de todo un grupo humano, puede hacer surgir lo que los antropólogos llamamos identidad cultural.
Con estas premisas llevamos a cabo en Andalucía un trabajo de campo socioantropológico durante los años 1998 y 1999 junto a agricultores ecológicos de todas las provincias, cuyos resultados han sido publicados en el libro Agricultores y Ganaderos Ecológicos en Andalucía (Del Campo, 2000). La interrelación directa con los agricultores ecológicos nos enseñó pronto la existencia de una gran heterogeneidad en cuanto a cultivos, usos y manejos del suelo, tamaño de la finca, división del trabajo, modelo de explotación y comercio, pero también en cuanto a ideología, imaginario colectivo, motivaciones y preocupaciones de los sujetos implicados. En función de las múltiples variables que aparecen en la cultura agraria ecológica de los andaluces, cabe establecer una tipología de caracteres sociales. Éstos ejemplifican lo que es en la realidad un continuum sociológico, cuyos dos polos pueden ser descritos como prototipos. En el caso de los agricultores ecológicos andaluces, encontramos por un lado, a aquellos productores que anteponen a las finalidades crematísticas sus ideales filosóficos, el respeto cuasisagrado al medioambiente, una forma de producción y consumo que consideran socialmente justa, e incluso el deseo de desarrollo personal y colectivo; y por otro lado los que simplemente buscan una alternativa a la escasa rentabilidad y perspectivas de futuro de la agricultura convencional y deciden optar por una producción diferenciada que les permita competir en el mercado alimentario con unos mayores ingresos, relegando a un segundo plano los desiderata holísticos de la agroecología. Motivación filosófica de unos e interés económico de otros representarían los dos extremos del amplio espectro humano que forma la agricultura ecológica en Andalucía. Entre estos dos tipos ideales, como los llamara Weber (1974), existen -insistimos- una gran heterogeneidad de variantes que solamente conviene comprimir en una tipología a efectos analíticos, siendo conscientes de que no se trata de compartimentos estancos, sino por el contrario, de constructos sociales que comparten en muchos casos las distintas variables diferenciadoras. Muchos agricultores se sentirán identificados parcial y simultáneamente con varios tipos sociales, del mismo modo que estas caracterizaciones no lograrán plasmar en su totalidad la particular historia y cosmovisión de otros muchos. La tipología sociológica está concebida, pues, como un cuadro heterogéneo que muestra los modelos o patrones representativos de la distribución real de los elementos estudiados en una población.
Esta heterogeneidad social real contrasta con la imagen estereotipada y uniformadora que arrastra el colectivo de agricultores ecológicos en Andalucía. A pesar de que cada vez es mayor la información y la popularidad de la agricultura ecológica, todavía persiste aquella imagen folclorista y romántica del "barbudo con sandalias, partidario del amor libre y la magia", como ironizara Nicolas Lampkin (1998) en su día. Esta idea equivocada y falseada de quiénes son los andaluces que producen alimentos ecológicos, se encuentra ampliamente difundida incluso en contextos académicos y políticos, lo que ha sido aprovechado por aquellos grupos interesados en cuestionar y desprestigiar este modelo agroecológico alternativo. El estereotipo no surge naturalmente ex novo, sino que tiene su origen, entre otros factores, en las peculiares características de nuestros agricultores ecológicos pioneros, aquellos cuyo punto de partida sólo es rastreable en sus propias memorias.
La agricultura ecológica reivindicativa
El gran desarrollo de la agricultura ecológica andaluza en la década de los 90 se debe, en parte, a la incorporación de un sólido grupo de agricultores que ya venía practicando una agricultura respetuosa con el medio ambiente desde los años 60 y 70, cuando el legislador aún no se había preocupado por regularizar las obligaciones y derechos de los agricultores ecológicos. Aunque atomizados y dispersos por toda la geografía andaluza, a estos primeros agricultores les unía una misma preocupación medioambiental y el convencimiento de la posibilidad de impulsar modelos de desarrollo agrario alternativos que rompieran con los sistemas de producción convencionales. Surgen pues como movimiento contestatario y de reivindicación, compaginando en muchos casos su actividad agraria a nivel individual, con la militancia política y asociativa (sindicatos agrarios, organizaciones no gubernamentales de defensa de la naturaleza, colectivos de solidaridad, etc.). Para ellos, su actividad es la necesaria respuesta a lo que consideran consecuencias inseparables del progreso y la prosperidad, tal como lo concibe la racionalidad industrial contemporánea: riesgos tecnológicos acrecentados para la salud humana y el medio ambiente, restricciones burocráticas a la autonomía individual, límites a la participación democrática, pérdida del papel social del agricultor, alienación del ser humano, etc. La agricultura ecológica sería una vía, de las muchas existentes, para cumplir con los dos objetivos o metas históricas del ecologismo: evitar la destrucción del mundo y reconstruir los vínculos sociales sobre fundamentos de igualdad, libertad y fraternidad (la tríada de valores que ha inspirado la lucha de muchos movimientos sociales desde la Revolución Francesa).
Acorde con dicha ideología, realizarón y realizan frecuentemente una agricultura ruralizante y antiindustrial, huyendo de las modernas tecnologías y los monocultivos intensivos que consideran alienantes del ser humano y principales causantes de la pérdida del papel social del agricultor. En su vertiente más estaticista, forman grupúsculos de carácter revivalista que tratan de envilecer en sus discursos cuanto de mecánico e industrial tiene la agricultura convencional moderna. Procuran no usar ningún método mecánico y su concepción del agro exhala un sentimiento romántico y bucólico de la naturaleza, preñada a veces de una aristocrática nostalgia de un mundo virgen, último reducto del hombre para vivir en paz.
Desde mediados de la década de los ochenta, la agricultura ecológica viene aglutinando así a distintos movimientos sociales de carácter reivindicativo: asociaciones urbanas de índole ecologista, pacifista y solidario -C.E.P.A. (Conferación Ecologista y Pacifista Andaluza), A.E.D.E.N.A.T. (Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza), A.S.P.A. (Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz), Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, Asociación de Apoyo a Latinoamerica, etc.- junto con movimientos sindicales del campo como el S.O.C. (Sindicato de Obreros del Campo). Bajo este marco reivindicativo común, los primeros agricultores ecológicos andaluces mostrarán con el tiempo distintas tendencias político-filosóficas, desde las corrientes ecosocialistas y ecoautogestionarias, hasta el activismo del movimiento alternativo urbano u otros cuya lucha se orienta más hacia el intimismo, el revivalismo o el tradicionalismo. Encontramos desde grupos de vegetarianos, de medicina natural, de convivencia comunitaria; colectivos afines a los ideales anarquistas, comunistas y revolucionarios; hasta grupos de reformistas liberales, filántropos, y médicos humanistas procedentes de la burguesía. Todos se identifican con las prácticas ecológicas frente al agrarismo convencional, industrial, químico, muy productivo -consideran- pero de irreparables consecuencias ecológicas, sociales y culturales para el hombre.
La agricultura ecológica tradicional
Existe un sector de los productores ecológicos andaluces que practica una agricultura con métodos tradicionales, en ocasiones artesanales y totalmente manuales, no tanto por ideales filosóficos sino por la ausencia de tecnologización de sus fincas. Se trata en ocasiones de pequeños propietarios que residen lejos de los grandes ejes de comercialización, acostumbrados a producir para el autoconsumo o la venta local y que ahora encuentran en la agricultura ecológica la plasmación legal de modos de producción desarrollados localmente de forma empírica a través de los siglos. Atraídos por las ayudas públicas y ante la facilidad de reconvertir unas fincas que ya cultivaban sin emplear productos químicos de síntesis, muchos de estos propietarios se han inscrito en los registros del CAAE en los últimos cuatro años. Estos grupos minoritarios pueden enmarcarse dentro del modo de producción doméstico o familiar tal como lo definió en su día M. Sahlins (1972); modalidad que encierra una acentuada división sexual del trabajo, un modo de organización social centrado en la familia, un tipo de tecnología sencillo basado en la mano de obra familiar, unos objetivos de producción de acuerdo con las necesidades hogareñas y unas relaciones sociales en torno al agro como forma territorial, patrimonial pero también simbólica y cuasisagrada. Para ellos la agricultura ecológica no es sino la que han practicado siempre, la que ha pasado de padres a hijos, y que ahora, con el boom ecológico, pueden rentabilizar entre capas de la sociedad dispuestas a pagar más por unos productos libres de pesticidas y fertilizantes químicos de síntesis.
Han desarrollado o heredado agrosistemas que se adaptan bien a las condiciones locales y que les han permitido satisfacer sus necesidades vitales por siglos, aun bajo condiciones ambientales adversas, tales como terrenos marginales, sequía o inundaciones. Así en una investigación llevada a cabo por el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (I.S.E.C.) de Córdoba en las comarcas de Antequera (Málaga), Estepa (Sevilla), Campiña Baja (Córdoba) y Sierra de Segura (Jaén), se encontraron una buena cantidad de eficaces manejos tradicionales en las manos de agricultures de avanzada edad (Guzmán et. al, 1998). En agrosistemas bien gestionados, la producción artesanal les permite a no pocos comercializar a pequeña escala sus productos, obteniendo un sobreprecio por la calidad y el halo de autenticidad que los envuelve. En otros casos, la escasa producción y la alta estacionalidad hacen prácticamente inviable la comercialización fuera del ámbito local pero sí es suficiente para un autoconsumo con un uso óptimo de espacio y recursos endógenos, incluido el reciclaje de desechos.
Hacia una agroecología integral
A los agricultores hasta ahora descritos, más preocupados a veces por la mera subsistencia o por ideales ecologistas, filosóficos y sociales que por rentabilizar y aumentar una producción agraria, se han sumado desde los años 80 distintos grupos que preconizan un ideal holístico de la agricultura ecológica, considerando junto a los aspectos agrarios, ecológicos y socioculturales, también la necesaria viabilidad económica. Para estos agricultores ecológicos el máximo beneficio económico es no sólo un objetivo legítimo sino además deseable e imprescindible para demostrar la viabilidad de la agricultura ecológica en el mundo industrial contemporáneo. Para lograrlo aprovechan los modernos avances tecnológicos (maquinaria de laboreo, desbrozadoras, quemadores térmicos de adventicias, etc.) que consideran de máxima utilidad si se adoptan selectivamente en función de las necesidades agrarias y socioeconómicas de cada marco y no de una manera mecanicista y autómata.
Algunos de estos agricultores poseen fincas de más de 300 hectáreas, muy superiores a la media situada en 26,8 hectárea por agricultor ecológico. Más de 750 propietarios (el 41,3 % del total) cultivan fincas de menos de 5 hectáreas., las cuales representan sólo el 5,9 % de la superficie total. Por contra, solamente 198 agricultores, todos con más de 50 hectáreas cada uno, explotan 21.434 hectáreas de cultivo ecológico, lo que supone casi la mitad (45,1 %) de todas las tierras ecológicas de Andalucía. La estructura socioeconómica de estos medianos y grandes propietarios, especialmente la de los 59 latifundistas de más de 100 hectáreas, se basa en unas explotaciones altamente capitalizadas, combinadas con una organización y un control laboral estricto bajo la gestión y supervisión directa del empresario. Como resultado de ello, el rendimiento por unidad de tierra y por trabajador es a veces más elevado que en los cultivos convencionales, a pesar de que determinadas prácticas y manejos del suelo teóricamente sacrifican un grado de productividad en pro de la mayor calidad de los alimentos conseguidos.
Algunos colectivos de agricultores ecológicos minifundistas achacan a este sector del empresariado, el haber perdido de vista la concepción global de los postulados ecologistas. En ocasiones estos latifundistas se comprometen a producir altos volúmenes para comercializadoras extranjeras, y ante el surgimiento de adversidades ecológicas (plagas, enfermedades, etc.) se ven obligados a optar por medidas fitosanitarias de choque que, aunque permitidas por la legislación europea, no responden a una visión integral y a largo plazo del agrosistema. Evidentemente algunas de las técnicas de cultivo que son practicadas en pequeños minifundios no son tan viables en superficies mayores (así, la fertilización mediante compost, estiércol o purines), por lo que el agricultor opta, a veces, por la compra masiva de productos industriales en su gama ecológica. No obstante, encontramos también empresarios modélicos que han logrado compaginar la producción intensiva, la rentabilidad económica y el cultivo ecológico más perfeccionado.
Agricultura ecológica y asociacionismo
Con la creciente demanda de alimentos ecológicos, los agricultores de Andalucía se han topado con la dificultad de abastecer de forma continuada y uniforme a unas comercializadoras y unos consumidores que demandan cada vez mayor homogeneidad, disponibilidad y regularidad en el suministro. Muchos productores ecológicos andaluces no tienen capacidad de cultivar, transformar y comercializar sus alimentos durante todo el año, por lo que en distintos puntos de la geografía andaluza, los agricultores están agrupando recursos y riesgos bajo formas de Sociedades Cooperativas. La fórmula cooperativa, inserta dentro de lo que se ha dado en denominar Economía Social, actualmente en expansión y en la que España ocupa un lugar destacado, está siendo una vía útil para el desarrollo de estructuras industriales en el sector agrario ecológico. Algunas de las empresas agroecológicas más rentables de Andalucía, como las industrias olivareras de Los Pedroches o la Sierra de Segura, aglutinan a cientos de cooperativistas que comparten riesgos y beneficios para ofrecer un producto de máxima calidad.
Estas mismas dificultades han llevado a algunos colectivos a aunar esfuerzos canalizándolos a través de organizaciones y asociaciones de productores y consumidores. Existen más de medio millar de familias asociadas en varias organizaciones como El Encinar (Granada), Almocafre (Córdoba), La Tagarnina (Cádiz), La Breva (Málaga), La Ortiga (Sevilla), El Manantial de Loja (Loja) o Vital (Jaén), la mayoría de las cuales se agrupan bajo su propio órgano federativo. Constituyen un colectivo minoritario pero en aumento, donde la producción y venta local al por menor no es sólo una forma de transacción económica sino además un intercambio social y cultural acorde con un patrón ideológico centrado en el llamado comercio justo o compra responsable, el respeto al medio ambiente, un ideal anticonsumista, la confianza mutua entre productor/vendedor/consumidor e, incluso, los lazos de solidaridad, corresponsabilidad y amistad entre sus socios.
Agricultura ecológica de dejación
Una de las razones del espectacular crecimiento de la agricultura ecológica en Andalucía desde el segundo quinquenio de los 90, radica en las ayudas públicas que la Administración otorga a aquellos productores que inscriban sus explotaciones en el CAAE y se sometan a los requisitos de producción ecológica que determina la propia normativa del Comité y la legislación europea. Las subvenciones han sido un factor fundamental para el afianzamiento de un modelo de producción poco conocido y que obliga al agricultor a soportar durante los primeros años bajos niveles de cosechas. Las ayudas económicas ayudan así a paliar estas pérdidas, mientras el agricultor se adapta a la nueva forma de producir. Ésta es al menos la filosofía de las subvenciones. Y de ella se han aprovechado un número indeterminado de agricultores, que han inscrito sus fincas de baja o nula producción en el régimen ecológico, con el único fin de cobrar la ayuda durante los años que la ley establece. En ocasiones se trata de haciendas o latifundios absentistas, con explotación extensiva de cereales, olivar o dehesa, con unas tasas mínimas de inversión, baja o incluso nula productividad, mantenida a veces con fines ociosos, especulativos o suntuarios (cotos de caza, por ejemplo) y donde el propietario delega en unos administradores la dirección de la misma. Especialmente en fincas ubicadas en zonas poco productivas (almendros y castaños de montaña, olivares de difícil acceso, etc.), algunos propietarios practican una agricultura de absoluta dejadez, abandonando las tierras a la naturaleza y recogiendo después los escasos frutos que da. En algunos casos, los titulares de las fincas se ocupan desde hace años en otra actividad, e inscriben sus tierras en los registros del CAAE sin llegar siquiera a recoger totalmente la cosecha. Estos cazasubvenciones, como son conocidos en el argot, son objeto de rechazo y reciben las más ácidas críticas entre el resto de agricultores ecológicos. Empresarios latifundistas, jornaleros colectivistas o románticos de la ecología, todos censuran abiertamente la acaparación de unos fondos económicos que de otra manera se invertirían en investigación, formación o difusión de la agricultura ecológica.
Conclusiones: heterogeneidad y tipo ideal
Sociológicamente observamos que convive en Andalucía una gran diversidad de tipos de agricultores ecológicos, llegándose a veces a la paradoja de que agricultores convencionales ecológicamente sensibilizados pueden guardar muchos más puntos en común que dos agricultores ecológicos entre sí. El nivel de impregnación de los ideales ecológicos se encuentra disparmente distribuido y así existen multitud de explotaciones que han optado por la producción ecológica por motivos puramente crematísticos, mientras otros ven en la agricultura ecológica una terapia para la totalidad de las enfermedades (económicas, socioculturales y medioambientales) del globo. Hay una agricultura ecológica muy productiva e intensiva, que aporta grandes dosis de fertilizantes al campo y que acostumbra a luchar contra las plagas y enfermedades con productos fitosanitarios comerciales de la gama ecológica. Hay otra que se contenta con unos volúmenes de producción menores pero con un óptimo manejo ecológico que garantiza la sustentabilidad a largo plazo, y una última cuya experiencia y dedicación permite desarrollar modelos productivos tan ecológicos como rentables. Cultivos y fincas muy modernizados se contraponen a otros claramente marginales. El peso económico de los primeros contrasta con la extensividad superficial de los segundos. Encontramos agricultores que en poco o nada han modificado su hábitos productivos, bien porque ya practicaban antes una agricultura tradicional, bien porque se limitan ahora a sustituir los productos químicos de síntesis por otros biológicos, mientras que otros representan una auténtica ruptura con la agricultura convencional, y establecen una verdadera cultura ecológica que impregna todos los ámbitos de la vida. Existen agricultores que optan por la producción ecológica porque sus padres y sus abuelos mantenían un cultivo tradicional, e inversamente, hay otros que han visto en la agricultura ecológica una vía para modernizarse y diferenciar su producción, así como para experimentar nuevas técnicas alternativas.
A pesar de la imposibilidad de elaborar un único retrato robot que a modo de arquetipo o tipo ideal englobe a todos nuestros agricultores ecológicos, sí existen algunas características comunes a muchos de ellos: 1) La preocupación por el medio ambiente y por la conservación de los recursos naturales supone, sin duda, uno de los elementos aglutinadores de todo el colectivo de agricultores ecológicos, ya sea por cuestionamientos ecológico-filosóficos, ya provenga dicha preocupación de la necesidad de sustentabilidad económica de sus agrosistemas. 2) Íntimamente relacionado con la defensa del medio ambiente, está la base comercial de todas las iniciativas agroecológicas: ofrecer al consumidor un producto de máxima calidad organoléptica. Algunos agricultores aprovechan el tirón de la moda ecológica para insertarse en un mercado que demanda cada vez más productos diferenciados; a otros les mueve la satisfacción por el autoconsumo, la reputación que les permite vender sus productos en los mercados locales, o la conciencia de una cosmovisión idealizada. 3) Existe así mismo cierta uniformidad en cuanto a una lógica de producción común presente en la mayoría de ellos, basada en el desideratum de autonomía y autosuficiencia, que se pone de manifiesto en prácticas como el autoconsumo, la venta sin intermediarios, la menor dependencia de insumos externos a través de manejos del suelo sostenibles, la unión bajo formas de economía social, la propia transformación y comercialización de los productos bajo una marca propia, o las iniciativas de cooperación para afrontar los retos de la transformación y la distribución. 4) Por regla general, los agricultores ecológicos andaluces mantienen también el deseo de ofrecer un contacto más directo con el consumidor, lo que explica que incluso grandes empresas o cooperativas de centenares de socios muestren orgullosos sus instalaciones y vendan allí mismo sus productos.
El aperturismo hacia nuevas propuestas, la mayor profesionalidad en comparación con los cultivos convencionales y el interés mostrado en foros, congresos, reuniones de trabajo, entrevistas y charlas informales se alejan de la imagen tópica y falseada del agricultor zafio, pesimista, desconfiado, mezquino, reaccionario, individualista, conservador, suspicaz, renuente a gastar y preocupado sólo por producir más que su vecino, imagen que todavía planea sobre muchas conciencias. Por el contrario, el agricultor ecológico andaluz ha sido caracterizado en términos ideales (Del Campo, 2000), aun con las reservas propias de toda generalización, como un productor de alimentos de calidad con un alto grado de responsabilidad, dedicación y apego a su trabajo, una gran sensibilidad hacia problemas medioambientales, una propensión hacia la cooperación y las formas de producción cogestionadoras, un patrimonio cognoscitivo superior al habitual, una cosmovisión e ideología crítica y reivindicativa, y un aperturismo y dinamismo laboral/empresarial que les lleva a experimentar y desarrollar formas económicas y socioculturales alternativas. Pero no nos llevemos a engaño. El estudio socioantropológico a pie de campo demuestra que junto con estos productores tan rentables como respetuosos con el medio, coexisten otros cuya única cuita parece ser la consecución de la mayor subvención posible de manera que obtengan unos ingresos aun sin explotar la tierra o que reconvierten una superficie mínima de su producción para utilizar después la imagen ecológica en hábiles estrategias de marketing. Tambien ellos figuran en las estadísticas.
Bibliografía
Del Campo, A. (2000) Agricultores y Ganaderos Ecológicos en Andalucía. Despegue, Consolidación y Futuro de un sistema de producción y un modelo de desarrollo alternativo. Consejería de Agricultura y Pesca, Junta de Andalucía. Sevilla.
Doutreloux, A., Watté, P. (1978) Observación Participante. En Diccionario General de Ciencias Humanas. Thinès, G., Lempereur, A. (eds.) Cátedra. Madrid.
Guzmán Casado, G.I., Alonso Mielgo, A.M., Pouliquen, Y. (1998) El conocimiento tradicional aplicado al manejo de las huertas en Andalucía. En Humus, Revista de Agricultura Ecológica, nº 1. Julio.
Harris, M. (1993) El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura. Siglo Veintiuno de España Editores. Madrid.
Lampkin, N.H. (1998) Agricultura Ecológica. Ediciones Mundi-Prensa. Madrid.
Malinowski, B. (1973) Los argonautas del pacífico occidental. Península. Barcelona.
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Sahlins, M. (1972) Stone Age Economics. Aldine-Atherton. Chicago.
Weber, M. (1974) Economía y Sociedad. Fondo de Cultura Económica. México.