El aprendizaje sistémico en la Universidad
J. A. Delgado González
Universidad Europea de Madrid (UEM), calle Nueva 4, 28400 Collado Villalba, Madrid.
(Tel./Fax: 91-851 52 74, ce: andepiel46@hotmail.com)
Resumen
El presente trabajo se sitúa en un tema central de la crisis ecológica en la que se encuentra la civilización contemporánea y, en particular, en lo concerniente al cambio en las pautas o hábitos adquiridos, rígidos y obsoletos esquemas que constituyen la condición necesaria para la extinción de la especie humana en el planeta. Tema este que, por su implicación en la problemática ambiental actual, dado que constituye él mismo un factor esencial dentro del complejo de factores causales raigales que amenazan la supervivencia del hombre, requiere de un tratamiento especial.
En el marco de este tratamiento, sistémico, se estudian las raíces de la crisis o decadencia de la sociedad contemporánea, tomando como imprescindible la adopción de una perspectiva "holística" que abarque la problemática con una panorámica global. Asimismo, se enfatiza la necesidad de modificar las rígidas y estrechas estructuras que soportan a la mayoría de las Universidades, con la finalidad de que el estudiante (y el profesor) afronte los problemas de la vida y de la sociedad desde dicha perspectiva. En este sentido, vemos como se vinculan y relacionan las conclusiones a las que multitud de autores de las más diversas especializaciones arriban, como muestra de la adopción del nuevo paradigma emergente en el ámbito académico. Finalmente, apuntamos la posibilidad de aplicar los conocimientos de las susodichas ramas del saber a los sistemas educativos, poniendo al alcance de quien se dedique al aprendizaje (y a la enseñanza) algunas ideas teóricas de fácil aplicación práctica, en orden a modificar los hábitos defectuosos y faltos de adaptación.
Palabras clave: crisis ecológica, hábitos, extinción, factores causales raigales, perspectiva holística.
Introducción
Son ya legión los trabajos que concluyen señalando que la civilización contemporánea se encuentra en un período de crisis, recibiendo numerosos calificativos, de los que sólo se mencionan unos pocos por su importancia: período de bifurcación (Prigogine, 1999), emergencia de un nuevo paradigma (Kuhn, 2000), decadencia (Spengler, 1976, Fromm, 1990, Bateson, 1998 y otros), Zeitgeist (espíritu de la época) o enantiodromía (Jung, 1994). Todas estas denominaciones, que se podrían multiplicar hasta la saciedad, encierran un mismo significado y, a la par, un llamamiento a la concienciación, pues el hombre contemporáneo ha alcanzado el límite de lo que puede llegar a explotar con la orientación de la conciencia nacida tras la Alta Edad Media y decuplicada a partir de la Revolución Industrial. De hecho, resulta harto sorprendente apuntar, en este contexto, la coincidencia significativa (Jung, 1994) existente entre el desorden reinante en la cultura occidental actual y el surgimiento de una nueva teoría que explica cuales son las leyes que rigen los estados caóticos en los sistemas dinámicos (Prigogine, 1999).
Y no deja de ser anonadador poder comprobar que en ninguno de los trabajos que sobre el medioambiente circundan en la actualidad se mencione a Jung (1994), como pionero en señalar los indicios de la crisis cultural hoy patente, hace más de medio siglo. Y es precisamente esa falta de interconexión entre las distintas disciplinas científicas, la que acaba provocando lagunas como ésta en el conocimiento académico. Este autor, como psicoterapeuta, tuvo acceso antes que ningún otro, a los problemas que asolaban al hombre moderno. Y es que en la consulta de un psicólogo práctico es donde, con mayor premura y antelación, se presentan con claridad meridiana los problemas que llegarán a dominar la situación de una civilización y, lo que es más importante, también la solución a dichos problemas.
Las causas de esta crisis ecológica actual son muy numerosas, pero, considerando los resultados de los numerosos documentos internacionales, pueden sintetizarse en tres factores sistémicos causales raigales: -La superpoblación
-El ciego progreso tecnológico
-La errónea actitud de la conciencia (hybris), es decir, una escala de valores equivocada (Bateson, 1998, Grof, 1998, Goleman 1999 y Jung, 1998).
Estos tres factores interactúan, entre sí, de manera que un aumento demográfico acicatea el progreso tecnológico, creando una angustia que acaba por enfrentarnos con el medio ambiente, como si se tratara de nuestro enemigo. Asimismo, un incremento en el progreso tecnológico facilita la superpoblación y eleva el sentimiento de hybris (superioridad, arrogancia) del hombre frente a la naturaleza. Las guerras, la miseria y la contaminación son los efectos adversos del desequilibrio generado por estos factores causales que, dicho sea de paso, son "autocatalíticos", esto es, se "autopromueven" (Figura 1).
El problema al que se enfrenta el mundo es el generar procesos que reviertan la dirección de los factores causantes del desequilibrio actual. Y ello no resulta nada fácil.
La demografía es el más importante de los factores causales y el desequilibrio generado tiene, a su vez, dos causas fundamentales: a) la población sigue en aumento, dando lugar a nuevas amenazas para la supervivencia, hasta que plausiblemente lleguemos a una situación de hambre extrema (especialmente en los países en vías de desarrollo); b) la alteración de la tasa de mortalidad ha acentuado el desequilibrio, y la condición limitativa subsecuente a todo organismo vivo es la génesis de nuevos factores de limitación. El smog fotoquímico, la alta carga de residuos, la contaminación de los suelos y las aguas, la desertización, la pérdida de biodiversidad y del control sobre la energía nuclear, la proliferación de las guerras... constituyen sólo algunos ejemplos.
El progreso tecnológico es un arma de doble filo y sin la adopción de nuevas actitudes puede acelerar el desequilibrio, hasta provocar el colapso del planeta. Por tanto, sólo un cambio en las actitudes, hábitos o estructuras carentes de adaptación posibilitará la supervivencia del hombre. Sin embargo, ya algunos autores han señalado que la capacidad de autoengaño que tiene el ser humano para poder sobrellevar la angustia y mantenerse en un falso sentimiento de seguridad (Goleman, 1999) resulta una traba en la toma de conciencia de la problemática ecológica actual. Esa falta de atención a la relación existente entre nuestras pautas de conducta, nuestro estilo de vida actual y sus efectos colaterales en el medioambiente, nos está conduciendo poco a poco a la destrucción del planeta. Y, asimismo, esa inatención a nuestro estilo de vida es la que posibilita el no sentirnos responsables de los desequilibrios que provocamos al medioambiente y, por lo tanto, que nos provocamos a nosotros mismos, en tanto que partes de un ecosistema global al que Lovelocke (1991) denominó Gaia.
De esta suerte, debemos iluminar el punto ciego (Goleman,1999) en el cual se encuentran encubiertas las ideas que dominan las actitudes erróneas del hombre, siendo estas las que a continuación se siguen: 1. Hombre versus Natura, 2. Homo homini lupus, 3. Individuo versus colectivo, 4. Sensación de dominio y control absolutos sobre el ambiente, 5. Crecimiento expansivo ilimitado, 6. Primacía de lo económico y material frente a lo ecológico y espiritual. 7. La tecnología como encargada de resolver todos los problemas actuales.
La falacia de estas ideas ha quedado sobradamente demostrada a la luz de los acontecimientos ambientales que se han ido sucediendo a lo largo del último siglo y medio.
Pero estas concepciones se han expandido hasta dominar todos los ámbitos de la vida del ser humano y, por ende, las encontramos también en el sector de la educación. En este sentido, en las universidades, aquellas instituciones encargadas de imprimir ideales a las gentes y normas que guíen a nuestra civilización por senderos integradores (Fromm, 1990), nos hallamos frente a un conjunto de departamentos estancos, sin conexión alguna entre sus resultados. Y, por si esto fuera poco, el camino a la integración de conocimientos se encuentra vedado por un "especialismo" a ultranza. El científico ambiental, verbigracia, no tiene competencia, a priori, en el ámbito de la Psicología Analítica, a pesar de conocer al detalle su metodología. Si ha llegado a descubrir alguna relación entre los conocimientos de su área y los de aquella no puede publicarlos o le resulta harto difícil y, en ocasiones, hasta embarazoso, pues las revistas de medio ambiente sólo publican artículos medioambientales y las revistas de Psicología hacen lo propio con sus publicaciones (¡Cómo si los problemas psicológicos no formaran parte de los medioambientales y viceversa!). Llegados a este punto, cabría preguntarse ¿Para qué estamos estudiando? ¿Cuál es la finalidad del aprendizaje en la Universidad?
Antes de tratar de dar respuesta a estas preguntas, se precisa hacer un alto en el camino y reflexionar acerca de las circunstancias que nos han conducido hasta este callejón sin salida aparente, así como el modo que el científico debiera adoptar para arrostrar eficazmente el conocimiento del mundo y de la naturaleza. Este mismo enfoque, como veremos más adelante, es el que debe incorporar el profesor para tratar de inculcarlo en sus alumnos.
Paradigmas Científicos: Reduccionismo versus Holismo
El paradigma científico vigente (Kuhn, 2000), concreción de una perspectiva que ha prevalecido por varios siglos, se basa en la visión del mundo derivada del planteamiento cartesiano. Según este planteamiento, el nexo entre causa y efecto tiene un carácter necesario. De hecho, las leyes que rigen el movimiento se basan en el principio de causalidad. De acuerdo con el paradigma newtoniano, sólo se precisa saber la posición, masa y velocidad de las partículas para describir el conjunto completo del sistema. No es de extrañar, por lo tanto, que todo sistema de partículas pudiera ser descrito, según este planteamiento, introduciendo los datos en un gigantesco ordenador y, mediante operaciones matemáticas lineales, conocer el comportamiento futuro de dicho sistema.
El reduccionismo es otra de las bases sobre las que se sustenta la ciencia actual. Según este planteamiento, todo sistema complejo puede estudiarse reduciéndolo a sus componentes más simples. Así, por ejemplo, un fenómeno tan complejo como es la conciencia, puede explicarse en términos de potenciales de membrana, neurotransmisores, reacciones químicas, etc.
Con una perspectiva tan arrogante, por limitada, un planteamiento distinto esta fuera de lugar. Sin embargo, mientras que la cadena lineal causa-efecto es válida para un sistema mecánico, cual es el caso de una máquina de coser o el movimiento de las bolas en una partida de billar, por ejemplo, su validez es nula para el estudio de las interrelaciones interdependientes entre los diversas partes de un organismo vivo o de un ecosistema.
En el siglo XVIII, Hume (1993) puso de manifiesto que el principio de causalidad no resiste un planteamiento puramente lógico. Según el autor, la cadena lineal de los acontecimientos causales es el resultado del hábito o costumbre, la creencia y el sentido común. Este último se sustenta, no obstante, en tres premisas:
-Existencia separada e independiente de dos sucesos u objetos.
-Flujo claro de influencias, efectos o fuerzas de un suceso u objeto sobre otro.
-Flujo temporal distinguible: sucediendo una causa en el pasado y un efecto en el presente.
En tanto estas tres premisas se mantengan, invariablemente el principio de causalidad no presenta problema alguno. Pero en el momento en el que estudiamos un sistema orgánico, este principio es insuficiente para abarcar el conjunto.
Así, por ejemplo, el funcionamiento del organismo humano, como el de cualquier otro ser vivo, es el compendio de un conjunto de elementos cuya existencia ya no se puede explicar como separada del todo orgánico. De igual modo, el flujo de influencias entre los mismos y el flujo temporal ya no son distinguibles. Las interrelaciones que se presentan en el organismo son de un orden sincrónico impresionante, dependiendo la salud del todo de la salud de sus partes y viceversa.
En este punto podemos observar el problema que ha de arrostrar el científico actual, cuando se obstina en forzar a la naturaleza a comportarse según un patrón reduccionista-causalista al que, en modo alguno, se adapta. La Naturaleza no se deja aprehender por medio de una reducción a sus elementos más simples, determinados todos por la ley de la causa-efecto. Esta, como los seres vivos, puede y debe estudiarse también desde la perspectiva de su finalidad, en el sentido de propósito o significado. Y la finalidad del conjunto es que, por medio de las partes, se exprese el patrón formativo que lo sustenta.
Nuestro propio sistema apriorístico de pensamiento, presenta esta dualidad de perspectivas y su aplicación conjunta sólo es lícita si se realiza en el plano de la abstracción. Cuando pretendemos aplicar estas dos concepciones –la causalista y la finalista- al objeto, ha de realizarse en forma independiente, si no se quieren forzar las cosas, pues ambos planteamientos son opuestos por principio. Así pues, la aplicación causal-reduccionista al estudio de los ecosistemas es válida, en principio, y nos permite conocer el estado de los elementos que componen un determinado nivel –el que estemos estudiando-, que bien puede ser microscópico o macroscópico. Pero en modo alguno pueden excluirse las relaciones entre las diversas partes o subsistemas componentes. De hecho, tal y como la Psicología de la Gestalt (forma) señala, el todo es más que la suma de las partes. De igual modo, de la interacción entre los diversos subsistemas componentes u organismos dentro de los subsistemas, nace una convergencia de comportamiento, en el sentido de que los grados de libertad disminuyen si lo relacionamos con las posibilidades que existirían si estuvieran aislados o independientes. Por ello, también ha de decirse que el todo puede ser menos que la suma de las partes (Margalef, 1993).
Una nueva comprensión de la Naturaleza
La Ecología es aquella disciplina científica que estudia las relaciones, distribuciones y abundancias organísticas en el medio físico. Haeckel (1866) la definió como "la economía de la naturaleza –La investigación de las relaciones totales de los animales con su ambiente orgánico e inorgánico, incluyendo sus relaciones con los animales y plantas con los que entran en contacto. En una palabra: el estudio de todas las interrelaciones complejas a las que Darwin se refiere como las condiciones de la lucha por la supervivencia". En esta definición se observa la incidencia en las relaciones interdependientes de los diversos elementos (bióticos y abióticos), de forma semejante a como operan en un ser vivo.
La unidad fundamental de estudio de la Ecología es el Ecosistema, definido como un sistema complejo de organismos en el que se incluye todo factor físico que conforma el medio, así como los subproductos generados por la interrelación entre los elementos bióticos y abióticos.
Como todo sistema, el ecosistema está formado por un conjunto de elementos que configuran su estructura, una función y unos límites o fronteras. A diferencia de los sistemas físicos, los ecosistemas son sistemas abiertos siempre, por lo que existe un flujo de energía y una circulación de materia entre los elementos que lo forman y con el universo exterior. Las fronteras de todo ecosistema son difusas y dependen de la escala de análisis que se adopte. De esta suerte, los ecosistemas pueden ser descritos como auténticos organismos y es este el enfoque adoptado por Lovelocke (1991), quien ha considerado al planeta Tierra como un superorganismo. Este planteamiento ha abierto una polémica en el mundo científico. Resulta que la Tierra no está viva, como lo están los organismos. Pero ¿Qué es la vida? Y ¿Qué es ser vivo?
Margalef (1993) se ha servido de la cibernética, de la teoría del orden a través de la inestabilidad y de las "estructuras disipativas" descubiertas por Prigogine (1999), para describir los sistemas ecológicos. Según este autor, los organismos y los ecosistemas pueden considerarse estructuras de "no-equilibrio", que mantienen un flujo entrópico con el ambiente. Así, el ecosistema, en su intercambio de energía y materia, aumenta su organización o información, disipando una cantidad creciente de entropía y pudiendo canalizar la energía de una manera particularmente eficiente. Esto sucede, por ejemplo, con los estadios más avanzados de la serie climácica o sucesión ecológica. De esta manera, los sistemas más evolucionados (organizados) disiparían una cantidad de entropía mayor, mientras que su información aumentaría. Un concepto negativo, cual es el aumento de entropía, se convierte en otro positivo, que es el incremento en la organización. Parece, por ende, que la vida tiende a aumentar su grado de información, con el coste subsiguiente de "energía incorporada" o enmergía.
Jung (1995) formuló este mismo flujo de información u organización al hablar del principio de individuación. En efecto, tal y como él lo describió, en el hombre existe un principio que se opone a la multiplicidad y disparidad (caos), una unidad contractiva que reúne y regula el polimorfismo instintivo primitivo. A la luz de la teoría de los sistemas ecológicos, creemos que se podría formular de la siguiente manera: en el hombre, la energía se transfiere de los instintos al símbolo, aumentando su organización o nivel de información. Por lo tanto, el símbolo serviría, según esta hipótesis, de transmisor a un nivel cultural más evolucionado o, para usar el lenguaje de la teoría de la información, más informado. Así, la energía utilizada en la formación de un símbolo, acaba incorporándose como información y enmergía en el individuo, con su consiguiente disipación de entropía en el medio ambiente, siempre que se asimile el contenido simbólico por el ego consciente.
Una importante contribución a esta nueva perspectiva la encontramos en los campos mórficos y en la hipótesis de la resonancia mórfica de Sheldrake (1997). La comprobación de la rapidez y efectividad que resulta de cristalizaciones de compuestos químicos tras la repetición, ha llevado al autor a proponer la existencia de una memoria exosomática. Asimismo, comprobó que si una población de ratas aprende ciertas pautas de conducta, resulta menos costoso que todas las ratas aprendan el mismo comportamiento. En este sentido, creemos poder postular que la información que las primeras ratas adquieren tras un alto coste energético es aprendida por ratas separadas en el espacio y en el tiempo, con un gasto de energía mucho menor, lo que aumenta la eficiencia en la incorporación de "nueva" información. Esto se fundamentaría en lo que Sheldrake denominó "hábitos" de la naturaleza. El autor postula que la naturaleza se rige menos por leyes universales que por hábitos, adquiridos por repetición de los mismos. Esto es, a mayor número de cristalizaciones previas, con mayor facilidad y rapidez acontecerán en el futuro sucesivas cristalizaciones. Y la resonancia mórfica radica precisamente en la influencia de lo semejante a través del espacio y del tiempo. En nuestra opinión, coincidente con la expresada por Peat (1995), la hipótesis de la resonancia mórfica así formulada, no resulta muy convincente. Se podría expresar, más bien, diciendo que incluso los elementos y aspectos más simples de la materia, albergan un nivel estructural microscópico muy complejo y, asociado a él, un campo mórfico que contiene información extensible a todo el medio ambiente.
La existencia de patrones de información ha sido formulada, en otros términos, por autores diversos, tanto en el campo de la cibernética, como en el de la medicina y la fisiología. Así, Pressman (1968) afirma que tanto la regulación de, cuánto las anomalías en, los procesos de la actividad vital de los organismos, están relacionados con la influencia de los campos electromagnéticos del mundo circundante y estas influencias residen en "los efectos informativos que se producen entre los campos electromagnéticos y los sistemas biológicos". En este resumen sucinto de sus conclusiones, recopiladas por Fidelsberger (1985), se muestra la interrelación existente entre el medio ambiente y el organismo, producida por las influencias mutuas de los efectos de la información. A nuestro modo de ver, esto parece implicar la existencia, en los seres vivos, de campos informativos que pueden ser modificados, o mejor, actualizados por cambios en el ambiente.
En la recopilación mentada, encontramos como el fisiólogo ruso Anochin (1971) establece que los seres vivos, dentro de un espacio microcósmico, concentran, en una especie de memoria, grandes intervalos del "continuum espacio-tiempo" de los fenómenos externos. Y demostró como las neuronas son capaces de concentrar un contenido ingente de información (epigenética) procedente del medio ambiente, a lo largo de su historia evolutiva. En nuestra opinión, la información almacenada es la que permite una reproducción –en el sentido de repetición- como respuesta a condiciones ambientales semejantes, lo que explicaría, a su vez, la preparación, con antelación, de ciertos organismos a los cambios de su ambiente. Esto no sólo ocurriría en el caso de, por ejemplo, la dispersión temporal de algunos seres vivos, sino también sería una plausible explicación de porqué ciertos organismos reaccionan frente a los cambios ambientales, adaptándose y adoptando unos caracteres y no otros también posibles. Los caracteres últimos adoptados por el organismo serían, a nuestro entender, el resultado de la acción de un campo formativo subyacente, de conformidad con la coherencia estructural del propio organismo, que es función de la especie a la que pertenece.
En la misma línea, pero en la disciplina psiquiátrica, Jung (1994) estableció la hipótesis de los arquetipos, siendo estos los constituyentes de la psique inconsciente objetiva a la que designó con el término de inconsciente colectivo. Estos arquetipos son modelos de organización del material inconsciente que, una vez excitados y actualizados, actúan conformando la masa confusa e informe de lo inconsciente, prefigurando formas determinadas -imágenes simbólicas- propias de la especie humana. Por consiguiente, los arquetipos son modelos comunes a toda la humanidad, pero la forma en la que se manifiestan depende de la raza y de las costumbres de la sociedad, es decir, de la cultura particular. De hecho, existe una interrelación entre los arquetipos y los cambios culturales que afectan a una sociedad, en cuanto a su forma, aun cuando su sustancia permanezca indeleble. Si trasladamos esta última aseveración al campo de los grandes caracteres de la evolución, nos parece plausible concluir que los grandes modelos de caracteres morfológicos no son ilimitados. Esto es, no sólo pueden, sino que necesariamente habrían de repetirse.
Los arquetipos son el equivalente de lo que se conoce como "mecanismos de respuesta innatos" (MRI), constitutivos del sistema nervioso central. Los etólogos ingleses los denominan patterns y son modos de ordenamiento del material instintivo en todo ser vivo. Y, como acertadamente apunta Campbell (1997), el ser humano nace con un sistema instintivo integrado. Este sistema es el resultado de la serie filogenética de los antepasados de cada especie y su funcionamiento comienza donde los antecesores finalizaron. A nuestro juicio, y de conformidad con las investigaciones jungianas, todo hombre (y mujer) es portador de un complejo sistema de instintos, accesibles a la conciencia en forma de símbolos o imágenes primigenias (Jung, 1992), en el seno de los cuales se presentan ciertos arquetipos que deben ser superados en orden a manifestar el potencial individual, es decir, para conseguir "autorrealizarse" o individuarse.
Aún queda sin contestar cuál pueda ser el principio explicativo que conecte las partes de un organismo con el todo, así como los campos mórficos con la materia o, lo que es lo mismo, la forma en la que el aprendizaje de una rata puede transmitirse a distancia, por ejemplo. Este principio que conecta al individuo con el colectivo y, en última instancia, con el acontecer del universo se denomina principio de sincronicidad (Jung y Pauli,1994).
La sincronicidad es un término que trata de significar la "coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos no relacionados causalmente, que tienen el mismo significado o un significado semejante". También se expresa como "paralelismos acausales" o "actos creativos". Aplicado al ecosistema, podemos decir que el significado del mismo se halla dentro del funcionamiento ordenado de sus elementos, cuyas interrelaciones interdependientes son las coincidencias significativas que ocurren de una forma sincrónica, en partes remotas del ecosistema.
Muy importante para la comprensión de este "nuevo" principio es el aprender que en el individuo se halla toda la información del ecosistema. Así, por ejemplo, las encinas de un bosque parecen vivir una vida independiente, pero llevan ocultas dentro de ellas el comportamiento, o mejor, la forma u ordenamiento del ecosistema, la información del mismo para expresarlo con Margalef (1993), de igual modo que cada uno de los elementos que lo conforman. Uno de los ejemplos más plásticos de este contenido informativo de todo un ecosistema en uno de sus elementos, reside en el primitivo hongo unicelular Dyctiosletium u hongo del cieno. Las células individuales de este hongo se alimentan de forma independiente y separada del resto, siempre que los nutrientes del medio sean abundantes. Sin embargo, en períodos de escasez, los individuos segregan AMP cíclico, lo que produce una agregación de los individuos para formar una unidad colectiva denominada pseudoplasmodio. Las células no pierden la individualidad, pero se comportan como un único organismo, semejante a un gusano, que se desplaza a otros ambientes más favorables. Una vez encontrado el nuevo ambiente, el pseudoplasmodio agregado forma una especie de brazo que mueve para liberar las esporas de la parte superior, segregándolas y dispersándolas, las cuales volverán a funcionar como individuos.
Otro ejemplo nos lo proporcionan los insectos sociales –avispas, abejas, hormigas, etc. Estos, a la vez que cumplen con su función individual, observan el patrón colectivo de la colmena. Mientras el insecto parece llevar una vida individual, lleva oculto en su seno la vida o la información del patrón colectivo de la colmena. Si uno observa el trabajo de un conjunto de hormigas, al principio sólo se vislumbra un movimiento caótico de cientos de hormigas deambulando de una lado para otro. Sin embargo, pasado un cierto período de tiempo, ese desorden inicial comienza a adquirir cierta conformación ordenada y... del caos surge el orden. En ese momento, cada grano de arena situado por la colonia ha dado lugar a una forma nueva: el hormiguero.
En el ámbito de la Psicología humana, los hombres que se agrupan en una multitud para presenciar un mitin político, un partido de fúlbol, una corrida de toros, etc., son entidades individuales con deseos, opiniones, ilusiones y circunstancias propias, pero que se convierten en hombres masa y se unen en una especie de atmósfera común que rodea el espectáculo, de conformidad con la participación mística o identidad inconsciente propia del hombre primitivo (Jung, 1994). Cada hombre es un individuo único, una mónada, en efecto, pero en su cerebro, como en su cuerpo, lleva las huellas del acontecer filogenético de sus antepasados, como se ha mentado unas líneas más arriba. Su inconsciente colectivo esta conformado por arquetipos, modelos de ordenación del material inconsciente. Son campos formativos cuya información se halla codificada en el lenguaje de los símbolos eternos. Y, por sorprendente que parezca, la constelación de un arquetipo, es decir, la excitación o actualización de una pauta colectiva en el individuo, acontece en sincronicidad con los movimientos planetarios, como si macrocosmos y microcosmos fuesen ambos imágenes especulares. Es éste el fundamento sobre el que reposa la idea astrológica de la influencia o correspondencia de los movimientos de los cuerpos astrales sobre o con la conducta humana, así como de la Astrología psicológica o Psicología astrológica tan practicada en los Estados Unidos en la actualidad.
Al principio de la sincronicidad lo designan los orientales con el término Tao. Lao-tse, en su Tao Te King, dice:
"Se lo llama invisible, porque los ojos no le pueden ver; imperceptible, porque los oídos no le pueden oír; impalpable, porque no se le puede atrapar. Estos tres son inescrutables, por eso se confunden en uno solo.
En lo alto no es luminoso, en lo bajo no es oscuro. Porque es infinito no se le puede nombrar (...) es la forma sin forma, la figura sin figura..."
Para ellos, los acontecimientos que suceden en una época dada, no son sino manifestaciones de un modelo o poder inmanente (Tao= significado o sentido) que subyace a los mismos. En otras palabras, los sucesos no son tanto el resultado de vínculos causales –circunstancias sociopolíticas, economía más o menos boyante, relaciones internacionales abiertas y flexibles o cerradas e inflexibles, etc.- cuanto la expresión de un patrón o modelo global, que es el resultado de ciertos poderes o potencias inmanentes, donde la identidad de significado posibilita el orden o la forma. El patrón en sí no es cognoscible ni aprehensible, sino sólo a través de su manifestación.
La adopción de este enfoque integrador, en cuya base alberga un conocimiento especializado en una de las disciplinas pero asociando los resultados de un conjunto más amplio de especializaciones, posibilita una visión panorámica del estado actual de un gran número de disciplinas, todas ellas vinculadas, como hemos tenido ocasión de comprobar. Si se aplica este nuevo paradigma al estudio de la crisis ecológica nos formamos una idea más amplia y, a la vez, más profunda de la situación. De esta forma, es factible aprovechar la oportunidad que toda crisis entraña (crisis = peligro + oportunidad).
El proceso de aprendizaje
El sistema educativo, como todo sistema u organismo, presenta unas interrelaciones interdependientes entre los elementos que lo configuran, elementos que mantienen una estructura jerarquizada que refleja su dispar nivel de control sobre la estructura, función, efectividad y creatividad del sistema. Así mismo, el sistema depende del buen funcionamiento de todas sus partes, de manera tal que la actividad de cada componente está sujeta a las relaciones con los componentes que lo rodean, apareciendo, por tanto, como guiada, o bajo el control persistente de mecanismos de retroalimentación (feedback).
Por lo tanto, toda perturbación introducida en dicho sistema tiene repercusiones en los factores sistémicos adyacentes e incluso lejanos en el espacio y en el tiempo que se explicitaron con anterioridad (superpoblación, progreso tecnológico, errónea actitud de conciencia). El daño producido en uno de los elementos de un sistema tiene consecuencias en el sistema global y, así, sucesivamente. Pero, de igual modo, todo cambio positivo inducirá una transformación, también positiva, en el conjunto global de factores sistémicos y, en último término, en el sistema completo. En otras palabras, una modificación en el sistema educativo tendrá consecuencias de largo alcance en el resto de factores sistémicos que conforman la crisis ecológica o ambiental actual. Y es que el sistema educativo es uno de los subsistemas más importantes dentro del factor sistémico que hemos denominado actitud de la conciencia.
De lo mentado se colige que la falta de comunicación (interrelación) entre los diferentes departamentos, en el seno de la Universidad es uno de los esquemas inadaptados que habrá de corregirse en el transcurso de los próximos años. Y, por supuesto, el proceso de aprendizaje llevado a cabo por los alumnos deja mucho que desear. En el marco de este trabajo, no se pretende analizar si la responsabilidad de la falta de interés del alumno recae sobre éste, sobre el profesor, sobre el propio sistema o, lo que es más plausible, sobre todos los factores mencionados y alguno más. Tan sólo se apunta que el aprendizaje es un proceso fluido por el que se modifica de continuo la conducta humana, como consecuencia de un ejercicio. Este ejercicio va dirigido, en primera instancia, al entrenamiento de determinadas funciones aisladas que permitirán, una vez desarrolladas, arrostrar los problemas que se presenten en el ámbito de la vida y de la profesión. Así, el entrenamiento del aprendizaje representa el ejercicio de la mente (capacidades intelectuales) y de la cualidades psíquicas (inteligencia emocional (Goleman, 1996)). De esta manera, cuando aprendemos ejercitamos nuestros sentidos, la memoria y la capacidad de pensar, de un lado, y la fantasía, los sentimientos y la voluntad, del otro. En otras palabras, la persona entrenada en el estudio se entrega en cuerpo y alma a todo cuanto hace, se identifica con su trabajo siendo éste un medio para la expresión de su personalidad.
Al reflexionar sobre lo dicho, caemos en la cuenta de que son pocos los ejemplos fácticos de alumnos que se dediquen al aprendizaje en la Universidad, tal y como se ha definido. La mayoría practican sólo las funciones relacionadas con el ejercicio de la mente. Este error supino, tiene sus raíces en el énfasis funcional que demanda la sociedad. En otras palabras, la sociedad de consumo detenta una actitud unilateralmente proyectada al objeto que, cual mórbida forma de extroversión unilateral, compele al individuo a identificarse con su función predilecta y, con ello, a enajenarse de sí mismo. De esta suerte, el personaje se fusiona con el ideal contemporáneo reinante, que lo subyuga con incondicional atracción, quedando escindida una parte de su totalidad, la cual se precipita, inexorablemente, al mundo de las tinieblas inconscientes. La ventaja que la sociedad obtiene de la inmolación del individuo es la acelerada marcha en el progreso a corto plazo, pero el hombre queda relegado, como individuo, al estado primitivo de no domeñada salvajez. Fromm (1990) denominó a ese estado de disociación con el apelativo de esquizoide. En nuestra opinión, la escisión comienza ya en el propio seno familiar y acaba por consolidarse cuando el alumno finaliza su licenciatura en la Universidad. Y ese estado esquizoide es el responsable de los desastres ecológicos de los que somos testigos. Por lo tanto, el alumno debe fortalecerse como individuo en la Universidad, obteniendo un conocimiento de la problemática actual no sólo desde el cerebro, sino también desde la vivencia, algo que ya se ha indicado (Sheldrake y Fox, 1997). No debemos olvidar que la objetividad se halla detrás de la vivencia. Para que ello sea posible, el profesor debería favorecer un despliego de las cualidades psíquicas o inteligencia emocional del alumno. Es comprensible que se ejerza cierta resistencia al cambio, pues además de resultar un esfuerzo considerable, los progresos sólo se comienzan a vislumbrar tras un largo lapso temporal. Sin embargo, la adopción de los siguientes hábitos facilitarán el cambio de esquemas y, finalmente, permitirán un mayor disfrute al alumno (y al profesor). Debido al hecho de que en este trabajo se adopta la perspectiva del aprendizaje, las sugerencias que a continuación se ofrecen van destinadas en principio a los alumnos, aunque quizás los profesores encuentren que la integración de los mismos en sus clases, pueden serles de utilidad.
El primero de los hábitos a adoptar es el ejercicio de la voluntad. Esta puede ejercitarse a la vez que se disfruta con lo que uno tiene que realizar. Hacer ejercicios gimnásticos en horas libres, de manera sistemática, leer libros de temas que resulten de interés, profundizar en aquellas ideas que han llamado la atención durante alguna de las clases del día o marcarse metas de largo alcance que precisen de fuerza de voluntad, constituyen algunos ejemplos. Para ejercitar la atención, el alumno podría leer asiduamente hasta alcanzar un estado de flujo, en el cual tiempo y espacio parecen desaparecer, en favor de una fijación positiva en la lectura de buenos libros. La adopción de este hábito permite realizar progresos rápidos en el ámbito de la atención y concentración.
Uno de los mayores problemas al que un alumno se enfrenta en la Universidad es la enfermiza separación entre teoría y práctica. Esto crea un sentimiento de "saber etéreo", en el que todo se memoriza pero sin saber cual es su aplicación y, por tanto, la finalidad de lo aprendido. Las salidas al campo, para comprobar los nuevos conocimientos, la visita a lugares relacionados con la licenciatura estudiada y la petición de un mayor número de prácticas (especialmente importantes en licenciaturas como las Ciencias Ambientales) son muy útiles para aplicar los nuevos conocimientos adquiridos, sin olvidar las prácticas en empresas. Por otro lado, obligarse a presentar los trabajos y prácticas con una estética impecable, bien ordenados y sin faltas de ortografía es, quizás, uno de los hábitos más fructíferos por inminentemente necesario. Por último, la participación en trabajos grupales de aplicación práctica inmediata, permite ejercitar las aptitudes socializadoras: empatía, colaboración, destreza, diplomacia y entusiasmo, entre otros.
Ahora estamos en condiciones de responder a las cuestiones planteadas al inicio de este artículo. ¿Para qué estamos estudiando? ¿Cuál es la finalidad del aprendizaje en la Universidad? El propósito del estudio es la obtención de un elenco de conocimientos que permitan al estudiante arrostrar los problemas de la vida y de la profesión de manera eficiente. Sin embargo, en última instancia, todo aprendizaje debe tratar de dar respuesta a la más acuciante de las preguntas: ¿Quién soy yo? Todo descubrimiento nuevo, todo saber incorporado, toda investigación científica, no debería perder de vista ese objetivo. Conócete a ti mismo es el mensaje inscripto en el templo de Apolo en Delfos y es precisamente el sempiterno sentido de toda vida humana. Sólo la mórbida orientación de una cultura en decadencia ha tergiversado ese mensaje, convirtiendo a la lógica analítica en la concubina de la voluntad. La escisión entre el sentimiento y el pensamiento de la que Fromm (1986) nos da cuenta, que podemos traducir en un distanciamiento entre el hombre y la naturaleza o, en términos jungianos, en una separación entre la conciencia y lo inconsciente, es la que ha conducido al hombre a la crisis ecológica. El cambio de actitud que precisa esta situación crítica, requiere del concurso de un bagaje de conocimientos lo más amplio posible. Y, lo que es más importante, de un viaje interior o espiritual a los fundamentos del alma humana. Claro está que esa solución sólo es válida para quien constituye no una posibilidad, sino una necesidad vital, pues el camino esta plagado de peligros que habrán de ser afrontados con el conocimiento y observancia de las leyes del arte de lo alto y de lo bajo. Sin embargo, si queremos aportar un pequeño grano de arena a la resolución de la crisis en la que nos hallamos involucrados todos, deberemos hacer lo que esté en nuestra mano para modificar nuestros hábitos inadaptados, en todas las áreas de nuestra vida.
Conclusión
La exploración y revisión de varios encuentros y documentos internacionales referidos a la crisis ecológica que afecta a nuestra civilización, ha dado por resultado tres factores sistémicos causales radicales (superpoblación, ciego progreso tecnológico y errónea actitud de la conciencia). De estos factores, sólo el cambio en las actitudes posibilitará la supervivencia del hombre en el planeta. Pero este proceso de concienciación se enfrenta al grave inconveniente de la capacidad de autoengaño y al conjunto de mecanismos por los que el ser humano genera un punto ciego o laguna cognitiva sin iluminar, que le impide tomar conciencia de su implicación en los desastres ambientales y, por lo tanto, continuar actuando de una forma del todo irresponsable.
Al iluminar las ideas que se hallan cercenadas por la sombra colectiva, posibilitamos que aquellos individuos con una fuerza de voluntad superior a la norma y un mínimo de aptitudes morales, tome conciencia de la gravedad de la situación.
Estas erróneas concepciones, empero, dominan en todas las áreas de la vida y, por consiguiente, las encontramos también en las Universidades. Aquí son harto negativas, pues estas instituciones son las encargadas de imprimir nuevos ideales a las generaciones presentes y futuras, así como normas que guíen a nuestra civilización por caminos integradores. De este modo, la falta de interconexión entre los diferentes departamentos en el seno de una Universidad, dificulta la adopción, por parte del profesor, de una actitud abierta y creativa, proyectando en el alumno una visión sesgada de la realidad.
Posteriormente, se han analizado los paradigmas científicos vigentes, así como la necesidad de combinarlos o coordinarlos para llegar a un modelo de la naturaleza y del mundo más ajustado a la realidad. Asimismo, como ejemplo de lo deseable en el aprendizaje maduro de un alumno y, por supuesto, del profesor se ha mostrado la conexión entre los resultados de disciplinas aparentemente alejadas. Ello ha patentizado el enriquecimiento de las conclusiones teóricas aportadas por cada una de las especialidades por separado, al conectarlas en una unidad superior por mediación de asociaciones (insight).
Finalmente, al definir el proceso de aprendizaje como la conjunción de las facultades intelectuales y emocionales se ha llegado a la conclusión de que, estas últimas, han sido menoscabadas por la sociedad de consumo, es decir, por la errónea orientación de conciencia occidental. Así, las capacidades intelectuales han sido potenciadas, en detrimento de los sentimientos, provocando la escisión entre pensamiento y sentimiento. Un reflejo de este distanciamiento ha sido la separación del Hombre con respecto de la Naturaleza, hasta el extremo de que se ha convertido en un auténtico peligro para su integridad. El hecho de que hoy se tengan que redactar planes de ordenación de los recursos, protegiendo determinados territorios que reúnen características excepcionales, evidencia el peligro que el hombre entraña para la naturaleza y, por ende, para sí mismo.
Se ha indicado cómo, esta escisión, comienza en el seno de la familia, continúa en la Universidad y cristaliza cuando el alumno finaliza su licenciatura y emprende una trayectoria laboral, existiendo, al tiempo, mecanismos de retroalimentación entre las estructuras de la sociedad, de las familias y de los individuos. Dado que, en nuestra opinión, ese estado esquizoide cristalizado es el responsable de la decadencia de la civilización occidental, el alumno debe fortalecerse como individuo en la Universidad, para no ser absorbido por el vórtice de la decrepitud colectiva. Para ello, tendrá que conocer a fondo la problemática de la sociedad en la que vive, no sólo desde el cerebro, sino también desde la vivencia. Para que esto se pueda llegar a consumar con eficiencia, el profesor ha de favorecer un despliego de las cualidades psíquicas del alumno. Con la ayuda de aquél y tras adoptar ciertos hábitos que le permitan desplegar las habilidades que caracterizan a la inteligencia emocional (voluntad, atención, concentración, integración de teoría y práctica, estética, empatía, colaboración, destreza, diplomacia, etc.) al alumno se le abren nuevas expectativas a la integración de pensamiento y sentimiento.
Llegados a este punto, se desprende cual es la verdadera finalidad del estudio y del aprendizaje, en general, y en la Universidad, en particular. Tal y como los grandes pensadores han expresado en los diversos períodos de la historia humana, todo aprendizaje ha de dirigirse a dar respuesta a una de las preguntas más acuciantes del hombre: ¿Quién soy yo? Nosotros añadimos la siguiente, ¿Cuál es el sentido de mi vida? La mórbida inversión de los valores de la cultura occidental actual nos ha conducido a un período de bifurcación en el que sólo un cambio de actitud puede evitar el trágico desenlace al que se ve abocada la especie homo sapiens. Este cambio requiere de una transformación integral del hombre, metamorfosis que sólo se opera tras un viaje espiritual a los trasfondos del alma humana. Allí, podemos hallar la llave que permite el acceso a la ciudad o personalidad total. Con ello, el individuo adquiere una visión del mundo totalmente renovada. Observa las reglas de juego pero sin identificarse con ellas. Se abre a sus anonadados ojos una panorámica de la situación de la civilización occidental. Para su suerte o desgracia, ha visto su implicación en la equivocada marcha del hombre occidental hacia el holocausto inminente. Y, trabajando en el cultivo de sí mismo y en la integración de su sombra, trata de poner su grano de arena en la corrección de su actitud. Sabe, por experiencia, que el cambio no es nada fácil y los peligros que entraña son, ciertamente, tan grandes como el desenlace final del mundo, de continuar por el mismo camino.
Sin embargo, al ser consciente de que el viaje interior es para él no sólo una posibilidad sino, ante todo, una necesidad vital ineluctable, arrostra el desafío al que lo confronta el destino con esfuerzo, autodeterminación, autoconocimiento y responsabilidad (Delgado, 2000).
Esta solución no es válida para todos y en igual medida, como se ha mencionado previamente. No obstante, el estudio y el aprendizaje que aquí se ha tratado de potenciar, posibilitan que cada cual encuentre su adecuada respuesta a la crisis ecológica.
He escrito este artículo para todos aquellos profundamente preocupados y ocupados en la resolución de los problemas colectivos que aquejan a la civilización occidental, con la convicción de que tan sólo realizando un esfuerzo de autoconocimiento, autodeterminación y responsabilidad personal se podrá cambiar la situación mundial. Y una integración de esta perspectiva o paradigma, como se prefiera expresar, en el ámbito del aprendizaje en la Universidad tendrá consecuencias positivas de largo alcance.
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