Agricultura ecológica y condicionamientos territoriales. Las lecciones de la historia
G.I. Guzmán Casado*, M. González de Molina**
[Gloria Isabel Guzmán Casado, Manuel González de Molina Navarro]
* Ingeniero Agrónomo. Instituto de Sociología y Estudios Campesinos. ETSIAM. Avda. Menéndez Pidal s/n. Córdoba 14004. Tfno: 957 218541. ce: ec1segue@uco.es
** Doctor en Geografía e Historia. Catedrático del Dpto. Historia Contemporánea. Universidad de Granada. Tfno: 958-243567. Fax: 958-248979
Palabras clave: sostenibilidad, energía, agroecología
Resumen
La disminución del consumo de energía fósil en la agricultura actual, y, por tanto, de las externalidades negativas derivadas de su empleo, son objetivos de la Agricultura Ecológica. En este artículo pretendemos emplear el análisis histórico para aportar elementos de debate útiles en el rediseño de una agricultura actual, pero sostenible.
El municipio de Santa Fe en Granada ha sido la unidad de análisis elegida para evaluar la eficiencia energética de la agricultura desde 1752 hasta nuestros día. Desde el punto de vista temporal el estudio se ha centrado en cuatro momentos históricos: mitad del siglo XVIII, mitad del siglo XIX, e inicios y finales del siglo XX, momentos en los cuales culminaron las transformaciones agrarias más significativas habidas en los últimos doscientos cincuenta años.
Las entradas de energía son en este trabajo aquellas que tienen un costo de oportunidad en sentido económico. El valor energético de las entradas incorpora la energía gastada en la transformación de los productos hasta el estado en que son usados por los agricultores y la energía bruta contenida en los propios inputs. Las salidas de energía del sistema se refieren a la contenida en los productos y subproductos agrícolas y ganaderos obtenidos, consolidándose posteriormente los reempleos.
Los resultados muestran el paso de una situación de agricultura orgánica o ecológica en 1752, en la que hay un alto grado de reciclaje de la materia y de la energía a nivel de municipio, sin subsidio energético de combustibles fósiles desde el exterior; hasta la actualidad, momento en el cual el reciclaje es nulo, y el aporte de energía no renovable máximo.
Introducción
Este artículo es resultado de un trabajo de mayor entidad, que pretende la evaluación de la sostenibilidad de la agricultura desarrollada en el municipio de Santa Fe (Granada), desde mitad del siglo XVIII hasta nuestros días, mediante el empleo y posterior articulación de numerosos y significativos indicadores ecológicos, económicos y sociales, a través de la metodología MESMIS (Masera et al.,. 1999). En este sentido, utilizamos los flujos energéticos como un medio más de analizar las relaciones entre los sistemas agrarios y su entorno, que tiene sentido en sí mismo, pero sobre todo cuando se articula con otros indicadores. No obstante, dada la importante participación de la agricultura en el consumo de energía fósil en los países industrializados y la importancia ecológica que presenta en la actualidad este recurso, tanto por su carácter no renovable, como por su contribución estelar al fenómeno del calentamiento global del planeta, creemos conveniente dedicarle especial atención, y discutir algunas consecuencias que se derivan para la agricultura ecológica (AE.).
La eficiencia energética, o razón entre las salidas y las entradas de energía en el sistema, es uno de los indicadores más empleados para evaluar los agroecosistemas. En la agricultura tradicional esta relación ha estado siempre por encima de la unidad, pues había una entrada de energía, la solar, que nunca se contabiliza en el balance ya que es gratuita y no ha sufrido ninguna transformación previa por la acción del hombre antes de usarla en la actividad agraria (Campos y Naredo, 1980: 41). Actualmente, esta relación es, a veces, inferior a la unidad pues los mecanismos naturales de funcionamiento de los ecosistemas, (reciclaje, diversidad, etc.) han sido sustituidos por la introducción continua de energía procedente de combustibles fósiles.
El municipio de Santa Fe se encuentra enclavado en la vega de Granada, y se caracteriza por su gran potencial agrícola, de hecho, es un agroecosistema de alta respuesta a las tecnologías propias de la llamada Revolución Verde. Baste destacar, en este sentido, que el 85,59% de la superficie del municipio tiene una pendiente inferior al 3% (AMA, 1991) y que a finales del siglo XX el 77 % de la superficie cultivada posee riego. El agroecosistema santafesino ha estado dividido en tres espacios agrarios marcadamente diferentes a lo largo de la historia. Nos referimos a un espacio con cultivos de secano, otro con cultivos de regadío, obviamente el más intensivo, y una dehesa, dedicada tradicionalmente al pastoreo. Desde mitad del siglo XVIII hasta nuestros días hay que señalar un cierto incremento de la superficie total cultivada (de 2696,7 ha en 1752 a 3359 en 1997, ver Figuras 1 a 4), la enorme ampliación de las tierras de regadío a costa del secano (de 288 ha en 1752 a 2574 ha en 1997, ver Figuras 1 a 4); la repoblación con especies forestales de la dehesa, que ha perdido su uso para el pastoreo de ganado de renta; la progresiva eliminación de las tierras dedicadas a proveer de alimentos al ganado; y, ya en la segunda mitad del siglo XX, el uso masivo de agroquímicos y de maquinaria automotriz que se realiza.
La aplicación de los indicadores de sostenibilidad al agroecosistema de Santa Fe, y, por tanto, el balance energético, se ha realizado a mediados del siglo XVIII, mitad del siglo XIX, e inicios y finales del s. XX. La primera fecha ha sido elegida por contar con una fuente detallada como es el Catastro de Ensenada, justo antes de las transformaciones más significativas que ha sufrido el agroecosistema hasta hoy. A mediados de siglo XIX (1856) se habían consumado ya el grueso de las medidas agrarias que establecieron el nuevo marco de propiedad privada y mercado en el campo. Hemos tomado 1904 como punto de referencia para evaluar los cambios habidos como consecuencia de la Crisis Agraria Finisecular, o también llamada Crisis Agropecuaria de finales del siglo XIX, fecha esta a partir de la cual se inicia en España la llamada "modernización agraria"; la disponibilidad de fuentes ha fijado la fecha concreta. Finalmente, la conveniencia de un análisis de la actualidad parece obvia, no sólo por razones de proximidad temporal, sino también por ser bastante representativa de la agricultura industrializada.
Este ejercicio de caracterización histórica nos permite comparar diferentes tipos de agricultura sobre un mismo agroecosistema con distintos niveles de dependencia de energía externa: una agricultura más o menos autosuficiente, con inputs energéticos internos al agroecosistema (1752); una agricultura en transición donde determinados insumos son ya importados, pero donde aún se mantiene un nivel alto de autosuficiencia (1856 y 1904) y un modelo de agricultura, la actual, que no podría subsistir sin el aporte masivo de energías externas de carácter fósil. La comparación no constituye un mero ejercicio académico o arqueológico, sirve para analizar, a partir de la experiencia de los sistemas agrarios tradicionales, el nivel de sustentabilidad de la AE en la actualidad y sacar las conclusiones pertinentes.
Nuestro punto de partida ha sido la consideración de la AE como un sistema agrario que comparte con los sistemas agrarios tradicionales su carácter energético orgánico. En efecto, la AE significa una vuelta parcial a sistemas tradicionales en los que el aporte energético fundamental proviene del sol a través de la radiación directa, del viento y de la lluvia. Decimos parcial porque usualmente la AE recibe subsidios de energía fósil para el uso de maquinaria y aportes de nitrógeno y otras substancias para la reposición de nutrientes que suelen provenir de fuera de la explotación e incluso de lugares distantes. La comparación con las formas de funcionamiento del sistema en 1752, 1856, 1904 y 1997 nos pueden proporcionar enseñanzas útiles para incrementar el nivel de sustentabilidad de la AE y romper el enfoque parcelario, de mera sustitución de insumos en que con frecuencia se mueve.
Metodología
La unidad de análisis elegida para establecer comparaciones en el uso de la energía agraria desde 1752 hasta nuestros días es el de municipio. Ello tiene varias razones, la principal es que es a este nivel, y no al de finca, donde se plasma a mitad del siglo XVIII, el concepto integrador de agroecosistema, con unos componentes y un funcionamiento bien definidos, y con flujos internos al sistema de mucha mayor entidad que los intercambios con el exterior que son, en este momento, insignificantes. La segunda razón es que, salvo para los principales cultivos, la información sobre el itinerario técnico, jornales empleados, obradas de ganado, etc. es escasa hasta mediados del siglo XX lo que dificulta mucho la comparación a nivel de finca. Por ello, el balance energético se presenta globalmente para el conjunto del municipio de Santa Fe. Unicamente para 1997 se han realizado previamente los cálculos por cultivo, agregándose luego para el agroecosistema, como suma de los balances de los cultivos individuales multiplicados por la superficie que ocupan en esta fecha.
Las salidas de energía del sistema consideran el contenido energético (entalpía) de las producciones físicas obtenidas de la actividad agraria (Campos y Naredo, 1980: 42). El contenido energético de los alimentos cosechados (incluyendo el grano para piensos y los productos ganaderos) se ha obtenido multiplicando la cantidad producida en Kg. por el contenido energético (Kcal/Kg de producto comestible) de los mismos. Los datos referentes al contenido en energía de cada alimento se han obtenido mayoritariamente de Mataix Verdú y Mañas Almendros (1998), que a su vez lo calculan multiplicando el contenido en hidratos de carbono, lípidos y proteínas de cada alimento por su valor energético (3,75, 9 y 4 kcal/g, respectivamente). En el caso en que una parte del producto cosechado no sea comestible (ej. la cáscara de la sandía), la cantidad total recolectada se ha corregido multiplicándose por el porcentaje comestible de producto, antes de calcular su valor energético. Mataix Verdú y Mañas Almendros (1998) recogen también el valor de la porción comestible para cada alimento. Dado que esto no ocurre en cereales y leguminosas grano, la cantidad del fruto despreciada al hacer esta consideración es mínima. Hay que matizar que el contenido energético de los alimentos ha podido disminuir con el tiempo, debido a la mayor proporción de agua que hoy presentan por el abuso de fertilizantes químicos y, tal vez, por el cambio de variedades. Dado que no conocemos datos sobre la entalpía de los alimentos de otras épocas y que no es posible hacer mediciones directas, hemos considerado el mismo contenido energético por Kg de producto en todas las fechas.
Los datos de producción de alimentos vegetales en Santa Fe provienen en 1754 del Catastro de Ensenada, de los inventarios postmortem y del Apeo de Marjales (A.M.S. Caja 380, doc. 1); en 1856 del Amillaramiento de 1856, la Cartilla Evaluatoria de 1859 y A.M.S. Caja 384, doc. 49 y 53, Caja 297, doc.4); en 1904 de la contestación que el Ayuntamiento de Santa Fe da al cuestionario agrícola remitido por el Excmo Sr. Gobernador Civil de la Provincia. A.M.S. Caja 391, doc. 1.; y, por último, en 1997 de López Pérez (1998).
Los datos de producción de paja por hectárea en 1752, 1856 y 1904 están obtenidos de la Cartilla evaluatoria de regadío y regadío año y vez de Pinos Puente, 1896, municipio limítrofe con Santa Fe; salvo para la paja de "legumbres año y vez" y de "cebada en secano, y año y vez", ya que por carecer de datos en la zona, hemos empleado los considerados por Campos y Naredo (1980: 93), de quienes hemos tomado el contenido energético de la paja (1980: 87). En cuanto al rastrojo para trigo y cebada se ha considerado, siguiendo a Campos y a Naredo (1980: 93 y 94), una producción de rastrojo de 400 Kg/ha, y para el barbecho de 1737 Kg/ha. La producción de paja de los cereales para 1997 se ha tomado de Urbano Terrón (1992: Tabla 15.9 y pp. 398). La producción de ramón y leña de poda del olivo se ha calculado a partir de las fórmulas desarrolladas por Civantos y Olid. (1982), en función del rendimiento del olivo. El contenido en energía calorífica (entalpía) de esta madera es de 3654 Kcal/Kg (Jarabo Friedrich, 1999: 23).
Las entradas o inputs de energía son en este trabajo aquellas que tienen un costo de oportunidad en sentido económico. Por tanto, su uso implica un costo monetario real o imputado. El valor energético de las entradas incorpora la energía gastada en la transformación de los productos hasta el estado en que son usados por los agricultores y la energía bruta contenida en los propios inputs (Naredo y Campos, 1980: 235). Por tanto, hay que acotar que en el cálculo de esta eficiencia, la energía que entra en el agroecosistema no contempla el consumo de ésta que se realiza al transportar los insumos (abonos, plaguicidas, maquinaria, combustible, etc) hasta las fincas, pues lo que se está valorando es la habilidad del agroecosistema, en función de un manejo, para transformar la energía. Ello introduce, no obstante, una distorsión en cuanto a la bondad global del modelo agrícola actual ya que el transporte supone un gasto energético muy importante e indudablemente beneficia a los agroecosistemas progresivamente más abiertos desde mitad del siglo XVIII hasta la actualidad. Así, si consideráramos refinado y transporte marítimo del gas-oil tendríamos que imputar 11450 Kcal/l (Fluck, 1992) en vez de las 9655 Kcal/litro que se producen por combustión del mismo (Campos y Naredo, 1980: 88).
Siguiendo a Campos y Naredo (1980: 82) y Naredo y Campos (1980: 175) para calcular el aporte energético del trabajo humano en 1752, 1856 y 1904 se ha tenido en cuenta el número total de activos agrarios en el municipio, considerando como coeficiente medio de conversión 0,15 Cv/hora, ya que aún el trabajo humano no estaba dulcificado por el uso de maquinaria. La duración de la jornada laboral para la época se ha considerado de ocho horas. Esto se ha hecho así ante la imposibilidad de calcular en estas fechas el coste energético del trabajo humano para cada cultivo, y luego, en función de las hectáreas de éstos, establecer el total; tal y como se ha realizado para 1997. Igualmente, a finales del siglo XX se ha considerado un coeficiente medio de conversión de 0,15 Cv/h para los trabajos pesados, generalmente no mecanizados (ej. escarda manual), y 0,1 Cv/h para los más livianos (ej. conducir un tractor). Se ha empleado la equivalencia 1 Cv/h=641,6 Kcal
El aporte energético del trabajo animal no se ha calculado directamente ya que es imposible conocer de forma exacta el número de obradas de ganado invertidas por hectárea en cada cultivo. Por ello, y puesto que conocemos la cabaña de ganado de labor existente en cada corte histórico, se ha considerado el mantenimiento de la misma como un gasto energético imputable únicamente al sistema agrario del municipio, ya que este ganado no tenía ninguna otra función importante. Lógicamente el contenido de energía del estiércol, secundario subproducto del ganado de labor, está ya comprendido en el coste de mantenimiento del mismo.
En cuanto al ganado de renta también se ha considerado su mantenimiento como un gasto energético imputable al agroecosistema del que forma parte inalienable hasta inicios del siglo XX, que comprende el coste del estiércol, y del que se obtiene un producto.
El aporte energético de la semilla empleada para la siembra se ha tenido en cuenta fundamentalmente para los cultivos cuya reproducción implica el uso de la totalidad del fruto (cereales, leguminosas grano, patatas,...) ya que en el resto de los cultivos el contenido energético de la simiente respecto al producto total es insignificante.
La paja, el ramón de olivo y el rastrojo eran básicamente consumidos por el ganado de labor y el de renta en 1752, 1856 y 1904. En el caso del ganado ovino (y suponemos en el de caprino) el consumo de alimentos se limitaba al aprovechamiento de estos residuos, lo que aparece recogido en Cartilla evaluatoria de la riqueza pecuaria de ganado lanar (renta) de 1896 del término municipal de Pinos-Puente. Evidentemente también realizarían un aprovechamiento del área del término municipal no cultivada: la ribera del Genil, y el monte adehesado, pero este consumo no viene cuantificado por ser de uso comunal y no suponer un coste económico. Hemos preferido no considerar el ganado porcino de renta en los cálculos por carecer de datos de la cabaña en 1856, en que no aparece en el censo. Además no conocemos el manejo del mismo en las otras dos fechas 1752 y 1904, lo que nos llevaría a imputar arbitrariamente el coste de alimentación al agroecosistema y a la dehesa colindante. Por ello, tampoco hemos considerado sus productos como una salida del agroecosistema santafesino. Esta simplificación no afecta en absoluto a los resultados globales pues se trata de una producción muy marginal. No hemos encontrado tampoco datos referentes al ganado caprino, lo que indica la marginación de este sector productivo que dura hasta nuestros días. Por ello, hemos asimilado las mismas condiciones que caracterizan al ganado ovino, para ambos. El consumo de ramón de olivo del ganado ovino lo hemos recogido de la Cartilla evaluatoria de la riqueza pecuaria de ganado lanar (renta) de 1896 del término municipal de Pinos-Puente. En la misma fuente bibliográfica aparece el consumo anual de rastrojo de las ovejas en pesetas. Cruzando este dato con el correspondiente a los ingresos del agricultor por la venta de las rastrojeras (Cartillas evaluatorias de 1896 de regadío y del secano al tercio en Pinos-Puente) podemos establecer que correspondía al rastrojo de una hectárea de cereal. Según esta consideración se necesitaría para mantener el ganado ovino y caprino adulto unas 1711 hectáreas de cereal anualmente, sin contar el consumo de los corderos y cabritos; esto no es posible porque éstas se reducen a algo menos de 1000 ha por año en el mejor de los casos. Sin duda, parte de la alimentación provenía también de la paja de cereal recogida y que excedía el consumo realizado por el ganado de labor. Hemos preferido, por ello, considerar para hacer el balance energético que una oveja o cabra consume para mantenerse un mínimo de 750 Kg de paja de cereal al año, cuando se trata como en este caso de casi el único alimento disponible (comunicación personal del Dr. Miguel Zamora, Dpto. Producción animal, ETSIAM de Córdoba).
En cuanto a la alimentación del ganado de labor para las mismas fechas hemos obtenido los datos en la Dirección General de Contribuciones, 1896. Cartilla evaluatoria de riqueza pecuaria. Ganado vacuno, asnal y mular de labor. Término de Pinos Puente. Dado que no aparece el ganado caballar hemos supuesto un consumo aproximado al del mulo.
La información sobre la producción ovina hasta principios del siglo XX se ha obtenido de la Cartilla evaluatoria de la riqueza pecuaria de Pinos-Puente de 1896 para ganado lanar de renta. Esta fuente valora el producto de un rebaño de cien ovejas en 67 corderos anuales, 0,45 litros diarios de leche durante tres meses para las ovejas paridas, y 1,6 Kg de lana por cabeza. Hemos considerado el peso en canal de cada cordero como 5,75 Kg/cordero. Dada la inexistencia de datos sobre ganado caprino hemos optado por atribuirle una producción similar a la del ganado ovino, 67% de nacimientos anuales y una producción de 50 litros por cabra. Esta consideración entra dentro de lo aceptable para la época según el Dr. Miguel Zamora, profesor del Departamento de Producción Animal de la ETSIAM de Córdoba. El contenido energético de la carne de cordero y la lana se ha obtenido en Campos y Naredo (1980: 91), el de la leche de ambas especies y la carne de cabrito de Mataix y Mañas (1998).
Los cálculos para todo lo que se refiere al componente ganadero del agroecosistema tienen, por tanto, las mismas fuentes, ante la imposibilidad de encontrar datos más ajustados a las fechas de análisis. Es muy posible que los cambios en el manejo ganadero operados desde mediados del siglo XVIII hasta inicios del XX en Santa Fe sean insignificantes, dado que además se trataba de un sector marginado y en clara recesión. No obstante, es una simplificación de la realidad que hay que tener en cuenta.
Las labores de los cultivos establecidos en el municipio de Santa Fe en 1997 se han tomado del minucioso trabajo de caracterización técnica y crematística de los cultivos de la Vega de Granada de López Pérez (1998). Para cada cultivo se han hecho los cálculos energéticos pertinentes por hectárea. Para obtener el balance global del agroecosistema se han multiplicado los resultados de cada cultivo por el número de hectáreas que ocupa, sumándose a continuación los resultados de todos los cultivos. Dado que, como hemos visto, a finales del siglo XX el elemento ganadero deja de estar integrado en el agroecosistema santafesino ya no aparece en los cálculos. Por otra parte, hemos considerado una hora de trabajo suave por cada ocho horas de riego a pie o por cada cien horas de riego por goteo, según el caso de cada cultivo. En el caso de aquellos perennes como los frutales, el balance energético se ha hecho para treinta años de vida útil de la plantación en el caso del olivar; veinte años para ciruelo, manzano y peral; once para el espárrago; diez para chopo; y cuatro para la alfalfa; dividiendo el resultado final por el número de años considerado. De esta manera, obtenemos un balance medio entre los años más y menos consumidores y productores de energía. No se han valorado los residuos de poda de ciruelo, manzano y peral, porque es imposible calcularlos para las tres fechas anteriores al no conocer el número de pies presentes.
La intensificación de la agricultura ha llevado aparejado el uso de inputs de naturaleza industrial con un alto contenido en energía no renovable que hay que contabilizar en el último corte histórico analizado. El aporte energético de los insecticidas y herbicidas se ha calculado considerando un gasto de 85680 Kcal/Kg y de 111070 Kcal/Kg de materia activa, respectivamente; ambos datos incluyen manufacturado (Fluck, 1992). El valor energético de los fertilizantes químicos incluye el gasto de fabricación más el contenido energético del producto, y se estima en 19.120, 3.346, y 2.151 Kcal/Kg de elemento puro de nitrógeno (N), fósforo (P) y potasio (K) (Leach, 1976 en Naredo y Campos, 1980: 237).
El valor energético de los tractores y cosechadoras es la suma de los gastos energéticos en las reparaciones, aceites y amortizacion de la maquinaria. Hemos considerado para los tractores de 90 o más CV este valor como de 30018,4 Kcal/hora de uso, y para los de menor potencia, 12189 Kcal/hora (Leach, 1976 en Naredo y Campos, 1980: 237). Por otro lado, el consumo de gasoil es de 0,1875l*CV/hora*CV del tractor empleado. Así, para uno de 100 CV tendremos que el consumo de gasoil es de 18,751litros/hora. El contenido energético del gas-oil es de 9655 Kcal/litro (Campos y Naredo, 1980: 88).
El riego, dada la peculiaridad del sistema de elevación de aguas a través de pozos colectivos, se ha contabilizado para todo el agroecosistema de Santa Fe, y no por cultivo como es más habitual.
Resultados y discusión
Las Figuras 1 a 7 y las Tablas 1 y 2 resumen los resultados obtenidos del balance energético en los diferentes momentos históricos analizados, con o sin consolidación de los reempleos.
La agricultura de Santa Fe a mediados del siglo XVIII era una agricultura orgánica donde el reciclaje de la materia y la integración agrícola-ganadera era una pieza fundamental. En este artículo podemos apreciar que el reciclaje de energía también era una de las claves del funcionamiento del sistema. Si nos fijamos en la Figura 1 y 5, y la Tabla 1 podemos ver, en primer lugar, que el uso de energías no renovables era nulo. En segundo lugar, había un empleo completo de los residuos como alimentación del ganado de labor y de renta. Estos eran así convertidos en el motor de funcionamiento del sistema ya que daban lugar, por una parte, a energía animal para desarrollar el trabajo agrícola; y por otro, a la energía necesaria para la vida edáfica a través del estiércol producido, mucho más estimulante que la paja o los restos leñosos solos. Así, según nuestros cálculos la suma de energía consumida por el ganado de labor y de renta era de 7751 ´ 106 Kcal, extraordinariamente parecida a la producida por el agroecosistema, 7828 ´ 106 Kcal. Igual ocurre con el ramón producido, que es ligeramente inferior al consumido según las fuentes históricas, lo que puede explicarse por el hecho de que el ganado caprino alternara el consumo de ramón de olivo con el de chopo de la ribera del Genil, o ramoneo por el monte adehesado colindante.
La producción de alimentos (Tabla 1) estaba por otro lado adaptada con suficiencia a la población del término municipal, así cada habitante dispondría de alrededor de 3155 Kcal/día para satisfacer sus necesidades básicas, en las que se complementaban los alimentos de origen animal con los de origen vegetal. Por otro lado, la eficiencia del trabajo humano (Tabla 2) era baja, aunque suponía un porcentaje muy pequeño de la energía invertida en el agroecosistema (0,8%). Finalmente, la eficiencia energética, cuando no se consolidan los reempleos, es la menor de todas las fechas consideradas (1,3 Kcal producida por cada una invertida), seguida de la de 1856. Hay que considerar que en ambas fechas las salidas podían ser mayores a las estimadas, ya que por ejemplo no hemos encontrado datos de producción frutal, seguramente porque ésta estaba descentralizada, distribuyéndose los frutales de forma dispersa y destinándose la cosecha al consumo familiar. Tampoco hay información de la recolección de especies semisilvestres en los campos de cultivo, tales como las collejas, los espárragos, los caracoles, etc., que antes eran cosechados de forma habitual y que hoy han desaparecido prácticamente por el uso de los plaguicidas. Sin embargo, si consolidamos los reempleos (Figura 5 y Tabla 2) se convierte en un sistema muy eficiente (26,9 Kcal por cada una invertida procedente de fuera de la finca), que se sitúa por encima de las 23 Kcal de cosecha por cada kilocaloría invertida por el hombre procedente del exterior de la finca en el sistema al tercio en el Valle del Guadalquivir en los años 20-30 del siglo XX (Campos y Naredo, 1980: 45) a pesar de que ya se empleaban en este caso algunos fertilizantes. Es, desde esta perspectiva, mucho más eficiente que el agroecosistema santafesino de 1997.
Tabla 1. Indices elaborados para comparar desde el punto de vista del uso de la energía los diferentes manejos del agroecosistema de Santa Fe (sin consolidar los reempleos)
1752 | 1856 | 1904 | 1997 | |
Salidas/entradas | 1,3 | 2,5 | 6,1 | 4,4 |
Cosecha1/habitante2´ día (Kcal) | 3.155 | 3.172 | 21.178 | 6.553 |
% energía no renovable invertida | 0 | 0 | 5,4 | 97,3 |
Energía humana invertida/entradas | 0,8% | 3% | 3,7% | 0,4% |
Energía aportada por ganado de labor/entradas | 45% | 75% | 54% | 0 |
Energía aportada por el abono químico/entradas | 0 | 0 | 5,4% | 42,8% |
Energía aportada por la mecanización /entradas | 0 | 0 | 0 | 44,3% |
1. Se refiere a la cosecha destinada a alimentación humana, por tanto, no contempla ni los residuos, ni los cultivos forrajeros, ni los cultivos industriales cuya energía se ha descontado de la cosecha total. Tampoco contempla la energía reinvertida en forma de semilla, ni los cereales pienso (maíz, mijo y cebada de secano) que son necesarios para alimentación animal, provengan o no del término de Santa Fe. Para 1997 no se han descontado los cereales maíz y cebada, ya que son exportados como tal fuera de agroecosistema al haber desaparecido el componente animal, y no conocemos exactamente su uso.
2. Nº de habitantes en el municipio: 2.426 en 1752, 4.866 en 1856, 7.016 en 1902, y 12.387 para finales de 1997 (INE, 2000).
A mediados del siglo XIX la situación se ha modificado intensificándose, debido fundamentalmente a que la superficie de regadío se ha multiplicado por cuatro. Resultado de ello es que la relación salidas/entradas sin consolidar los reempleos (2,5) casi se ha duplicado, aunque esto esconde una situación de desequilibrio frente 1752. Así, la reutilización de los residuos del cereal disminuye al 60%, y el reempleo del ramón para alimentación animal era anecdótico (7,2%)(Figuras 2 y 6). Los restos no utilizados eran mayoritariamente quemados sin ningún aprovechamiento. Situación paradójica si se piensa que ya el término municipal se veía obligado a importar piensos desde otros municipios (Fig. 6). Desde el punto de vista energético aparece ya un sistema desajustado. En esta fecha el uso de energía no renovable seguía siendo nulo. La cosecha de alimentos por habitante y día es similar a 1752, debido a que la intensificación conllevó la inclusión de otro cultivo industrial, el cáñamo, y que la población se había duplicado. Por otra parte, es significativamente más baja la eficiencia del trabajo humano respecto a la cosecha destinada al hombre (30,4 Kcal por Kcal humana invertida) a pesar del gran peso que la tracción animal tiene en este momento en el manejo (75 %). Se trata de un manejo del agroecosistema muy demandante de trabajo, pues vemos que también el aporte humano ha crecido en porcentaje respecto a 1752. Sin embargo, la rentabilidad de este exceso de trabajo era desde el punto de vista energético negativa. Se trata, sin duda, de la situación más desfavorable desde el punto de vista energético para el hombre antes de la modernización de la agricultura, pues la relación entre la energía contenida en la cosecha útil para éste y el aporte energético, una vez consolidados los reempleos, es casi la mitad (15,5) que las de 1752 (26,24) y 1904 (29,15) en unas circunstancias en cuanto acceso a insumos parecida (Tabla 2).
En 1904, la inclusión de la remolacha como cultivo estrella en la rotación de regadío supone aumentar enormemente la salida total de energía del sistema respecto a 1856. Es, en este momento, cuando la eficiencia energética del sistema es mayor con una relación salidas/entradas de 6,2 sin consolidar reempleos, y de 29,4 consolidándolos. La inclusión de la remolacha supuso un importante desequilibrio en la extracción de nutrientes del suelo, que no logró paliar el incipiente uso de abonos químicos (González de Molina y Pouliquen, 1996), que suponen introducir un elemento nuevo en el análisis. Por vez primera aparece el aporte al sistema de energía no renovable como corrector de los desequilibrios provocados por el manejo. Aunque el ganado de labor había permanecido relativamente estable, el aumento experimentado por el ganado de renta a la par que la disminución del área de cultivo dedicada a los cereales y leguminosas, determinó que hubiera déficit de éstos residuos para el mantenimiento del ganado, que seguramente se sustituyeron por la importación de estos subproductos desde otras zonas y por el mayor uso del monte y de las riberas del Genil. La eficiencia del trabajo humano se multiplicó por 3,5 y 4,6 respecto a 1752 y 1856, debido a la inclusión de la remolacha en la rotación, cultivo que da lugar a una elevada producción de energía por hectárea. Además, este sistema supera al resto en cuanto a la obtención de cosecha directamente aprovechable por el hombre (141 Kcal) por Kcal invertida con su trabajo, duplicando con creces la obtenida en el sistema al tercio en el Valle del Guadalquivir en las primeras décadas del siglo XX), y en un 20% la del sistema año y vez tradicional a mediados de siglo en esa zona (Campos y Naredo, 1980: 44 y 51, respectivamente). Así mismo, la eficiencia respecto al abono químico es alta, seguramente debido a que el sistema estaba movilizando todas sus reservas de fertilidad de suelo acumuladas en las épocas anteriores menos extractivas.
A finales del siglo XX la eficiencia energética del sistema sin consolidar los reempleos cae casi en un 30% respecto a 1904, a pesar que la salida neta de energía ha aumentado en un 70% debido a la expansión del riego; a la conversión en cultivo del chopo, especie gran productora de biomasa; y a la enorme cantidad de energía que se introduce en el sistema, que se ha incrementado en un 137% en relación a la aportada a principios del siglo XX. Si observamos la eficiencia del sistema una vez consolidados los reempleos (Tabla 2) vemos que la situación es claramente negativa para la agricultura actual de Santa Fe, con sólo 2,6 Kcal aprovechadas por el hombre por cada una que invierte. Ello a pesar de que Santa Fe posee las mejores características biofísicas para responder a los insumos típicos de la Revolución Verde, por ser una zona de vega, con acceso a riego y con suelos profundos y de naturaleza fértil. Esta buena respuesta la demuestra el hecho de que los rendimientos de los cultivos son muy altos, así es de 14.000 Kg/ha para el maíz, y de 8.000 Kg/ha para el trigo blando (López Pérez, 1998). Hay que destacar también el enorme porcentaje que en esta entrada de energía ocupa la procedente de fuentes no renovables (97,3%) y que subraya el carácter dependiente e insostenible de la agricultura industrializada actual. No obstante, esta transformación ha permitido la sustitución completa del trabajo animal y en buena medida del trabajo humano. En este momento se obtiene veinticuatro y cinco veces más energía por Kcal invertida por el hombre que en 1856 y en 1904, respectivamente. Contrariamente, la eficiencia de los fertilizantes ha descendido enormemente respecto a principios de siglo, quizás porque las reservas de fertilidad natural del suelo están ya agotadas. En cuanto a la producción de alimentos humanos, Santa Fe sigue siendo exportador de energía aunque en menor medida que a comienzos del siglo XX. Por último, cabe mencionar que la práctica eliminación del componente ganadero, sobre todo el de labor, implica el desperdicio de buena parte de la energía producida por el sistema, la contenida en los residuos (Figura 4), que son eliminados a través de su quema. Esto provoca, además, importantes emisiones de CO2 a la atmósfera y la no reposición de materia orgánica en el suelo, elementos que contribuyen a hacer insostenible el modelo agrícola actual.
Tabla 2. Indices elaborados para comparar desde el punto de vista del uso de la energía los diferentes manejos del agroecosistema de Santa Fe (consolidando los reempleos)
1752 | 1856 | 1904 | 1997 | |
Eficiencia total (salidas/entradas) | 26,9 | 26,4 | 29,4 | 4,4 |
Eficiencia parcial (cosecha1/entradas) | 26,24 | 15,5 | 29,15 | 2,6 |
Eficiencia del trabajo humano (cosecha1/E trabajo) | 39,4 | 30,4 | 140,9 | 716,3 |
Eficiencia de los fertilizantes químicos (cosecha1/E fert) | - | - | 97 | 6,1 |
Eficiencia de los gastos energía fósil (cosecha1/E fósil) | - | - | 97 | 2,7 |
1. Sin considerar los residuos en las Figuras 4, 5, 6 y 7.
La gran eficiencia energética de la agricultura orgánica a mitad del siglo XVIII consolidando los reempleos se debía a la integración de la ganadería en el agroecosistema, que transformaba la energía solar captada por parte de los cultivos en la energía necesaria para realizar las labores agrícolas, a la vez que movilizaba los nutrientes que luego eran puestos a disposición de las plantas en las parcela de mayor potencial agrícola, principalmente definido por el acceso al agua de riego. También es causa de la alta eficiencia energética de mitad del siglo XVIII la dedicación de parte de las tierras a la fijación de nitrógeno atmósferico a través de leguminosas, lo que permitía la sostenibilidad del sistema sin recurrir a insumos externos, lógicamente no disponibles en la época. La sustitución de ambos componentes, ganado y leguminosas, por maquinaria movida mediante energía fósil y fertilizantes sintéticos están, pues, en la base del despilfarro de energía proveniente del petróleo de la agricultura industrializada. Obsérvese que en 1997, estos dos conceptos, mecanización y fertilizantes, suponen el 87,1 % de las entradas de energía en el sistema. No obstante, la eficiencia energética presentaba en el pasado su cara negativa, la obligación de dedicar buena parte de las tierras para producir piensos con los que alimentar el ganado de labor (el ganado de renta sólo se alimentaba de subproductos como las pajas y los rastrojos, y del acceso a las áreas comunes de dehesa y ribera del Genil) y para fijar nitrógeno con el uso de leguminosas. Es la rigidez territorial propia de la agricultura orgánica tradicional.
La AE. se encuentra habitualmente entre ambos extremos, ya que aunque, emplea cantidades similares (o superiores) de energía fósil, en cuanto al uso de maquinaria se refiere, que la agricultura industrializada o convencional (Leake, 1997), da lugar a un interesante ahorro de energía debido al empleo de fertilizantes orgánicos (Lampkin, 1997, Leake, 1997). Lógicamente, la mejora en la eficiencia energética de la AE. actual no pasa por el abandono de las máquinas y su sustitución total por trabajo animal, y menos humano, pues forma parte de la mejora en la calidad de vida de los trabajadores agrícolas. Sin embargo, sí sería deseable el desarrollo de energías alternativas (biocombustibles, eólica, solar, fotovoltaica, etc.) para sustituir la energía fósil empleada en la tracción mecánica.
Por otra parte, el ahorro de energía debido a la supresión de los fertilizantes de síntesis, es más cierto cuando la finca internaliza la fijación de nitrógeno y el reciclaje de residuos (aprovechamiento ganadero de los mismos y obtención de estiércol, compostaje y/o incorporación al suelo de los residuos de la finca y agroindustria local-alperujo, etc-.), que cuando se realiza una sustitución de insumos y se compran en el mercado los fertilizantes orgánicos. De hecho, algunos sectores de la agricultura ecológica pueden ser menos eficientes desde el punto de vista energético que sus homólogos convencionales cuando se trata de una completa sustitución de insumos, tal como demuestra Gliessman (1997) en el caso de la fresa orgánica de California frente a la convencional. Por ello, sería adecuado desde el punto de vista energético profundizar en el reciclado de nutrientes y la eficiencia de la fijación de nitrógeno a nivel local en el marco de la AE.
Desde esta perspectiva, sí sigue en pie la necesidad de dedicar tierras a la fijación de nitrógeno y a la producción de estiércol, con el agravante de que muchas áreas no cultivadas dedicadas antes al pastoreo, hoy tienen excluido ese uso, tal como ocurre con la antigua dehesa de Santa Fe. Por ello, paralelamente al incremento en superficie de la AE en España, debemos recuperar el compostaje y la reutilización local de residuos agrícolas, agroindustriales, urbanos y forestales, incluido el uso ganadero de las áreas comunales antiguamente dedicadas al pastoreo, de tal forma que podamos disminuir las salidas de nutrientes de los sistemas agrícolas y su entorno, movilizándolos hacia las tierras más productivas. A la par, la investigación debe concentrarse en mejorar la eficiencia de la fijación y transferencia de nitrógeno hacia los cultivos, y de la fertilización orgánica en general. Todo ello contribuirá a suavizar esa rigidez territorial propia de la agricultura orgánica, disminuyendo la superficie agrícola dedicada a la movilización de nutrientes que realizan el ganado de renta y las leguminosas y que es necesaria para mantener la productividad de los agroecosistemas manejados en AE.
Ello implicaría la realización de esfuerzos públicos y privados en la búsqueda de una nueva vinculación entre la agricultura, en este caso ecológica, con la ganadería. Según hemos visto, ello requería del manejo ganadero y de la utilización subsidiaria de terrenos para pastoreo, cosas que hoy no están al alcance de los agricultores ecológicos. La puesta en valor del rico patrimonio silvopastoril y su uso preferente para ganadería extensiva en régimen de explotación ecológica con el que cuenta España y Andalucía en concreto, buena parte de él de titularidad comunal o municipal, constituiría un instrumento de primer orden para favorecer la susodicha integración agroganadera. Lo mismo cabría decir de la utilización integral de los residuos sólidos urbanos, solucionando los problemas de calidad y legalidad que hoy presenta, constituiría un complemento, un mecanismo ideal de ahorro de tierra y aporte de nutrientes. Estas y otras medidas es seguro que aumentarían la autosuficiencia y la sustentabilidad de la agricultura ecológica en su conjunto.
Figura 1. Balance de energía de Santa Fe en 1752, sin consolidar los reempleos
Figura 2. Balance energético del municipio de Santa Fe en 1856, sin consolidar los reempleos
Figura 3. Balance energético del agroecosistema de Santa Fe en 1904, sin consolidar los reempleos
Figura 4. Balance energético de Santa Fe en 1997, con y sin consolidación de reempleos
Figura 5. Balance de energía de Santa Fe en 1752 consolidando los reempleos
Figura 6. Balance energético del municipio de Santa Fe en 1856 consolidando los reempleos
Figura 7. Balance energético del agroecosistema de Santa Fe en 1904, consolidando los reempleos
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